Mi mujer y su amante
Julia entró en la tienda de lencería. Ya era bastante conocida allí porque iba a menudo ya que las prendas que vendían se adaptaban muy bien a su cuerpo. No era amiga con la dependienta pero se caían bien y hablaban bastante mientras se probaba la ropa.
Tras un saludo muy cordial, Julia empezó, como siempre, mirando las rebajas de la semana.
– ¿Que tal, le gustó el ultimo conjunto a tu marido?, preguntó la dependienta.
– Pues, no se, es que llega muy tarde del trabajo y no tenemos mucho tiempo a solas. Estoy esperando el momento adecuado�
– Bueno, mujer, no te preocupes, seguro que muy pronto tendrás oportunidad de estrenarlo a lo grande� le contestó la dependienta, sonriendo.
– Sí, seguro que sí.
Julia cogió un modelito y empezó a mirarlo. Era un camisón muy cortito con una bata, a juego, también muy cortita. El conjunto era muy sexy, pero sin serlo demasiado. La vendedora le comentó a Julia que era un modelo muy bonito y que podía servir tanto para dormir cómoda que para �caldear� un poco el ambiente.
– Además, si le añades unos zapatos de tacón, medias y un liguero, quedará precioso, dijo la dependienta con una mirada cómplice.
– Estoy de acuerdo con ella, dijo una voz de hombre.
Las dos se giraron, sorprendidas.
– Hola Julia, dijo el hombre.
– Ay, hola� Pepe, contesto Julia. ¿Como sigues?
– Muy bien, pasaba delante de la tienda y al verte, me he parado para saludarte.
Julia y Pepe se conocieron unas semanas antes, en la presentación de un libro. Habían hablado un rato e intercambiado las tarjetas profesionales. Habían tenido un buen feeling, pero nada más.
– Perdonad la interrupción, pero cuando he oído vuestra conversación, no he podido dejar de intervenir. Creo que el color de este conjunto, te quedaría muy bien, y los tacones con las medias resaltarían aún más las líneas de tus piernas�
Julia se sonrojo. Pepe, al darse cuenta de lo que acababa de decir, se sintió un poco incomodo también: no sabía como iba a reaccionar Julia, ya que la conocía muy poco.
Fue la vendedora que rompió el silencio molesto que se instaló:
– Ves, Julia, ya somos dos en decir que te quedaría muy bien, dijo ella.
– Pruébatelo y veras que bien te queda, siguió ella.
– Y si quieres, me lo enseñas y te diré como te queda, dijo Pepe con un guiño de ojo.
Los tres se rieron del �chiste�.
Pepe no se quedó parado ahí. Cogió un tanga que hacía juego con el camisón y se lo enseñó a Julia:
– Vez, además puedes, si quieres, también ponerte esto que queda aún más sexy�
Y añadió:
– Si te parece, como no tengo prisa, me espero que acabes tus compras aquí y después nos vamos a tomar un café.
La vendedora, que no perdía de vista su negocio, puso en las manos de Julia el camisón, el tanga y el sujetador que iba a juego y la envío a probárselo.
– Usa el probador de la izquierda: estarás más cómoda, y de momento no hay nadie, le dijo la dependienta.
Julia, un poco alterada por lo que pasaba, cogió todo y se fue a los probadores.
– De acuerdo dijo ella, pero espero que realmente no tengas prisa, porque es mi momento de relax y quiero tomarme mi tiempo.
Para no tener que gritar, Pepe se acercó a los probadores y le contesto que realmente, no tenía ninguna prisa.
Ella entró en el probador de las vendedoras, el más grande que había, que usaban las vendedoras para tomar las medidas de las clientas.
Julia empezó a cambiarse, y Pepe se quedó cerca de ahí, empezando una conversación anodina con ella. La vendedora se quedó más allá porque acababa de entrar otra clienta.
Al cabo de unos minutos, Julia soltó:
– Vaya, demasiado grande�
– ¿Te puedo ayudar? Preguntó Pepe.
– Bueno� Es que no se� ¿puedes llamar a la chica, por favor?
– Lo siento, dijo el, pero está con otra clienta.
La otra clienta acababa justo de salir. La vendedora miró a Pepe y le sonrió poniendo cara de �vaya morro que tienes�. El le sonrió de vuelta como pidiendo �por favor��
Julia siguió entonces:
– Bueno� Es el tanga que me queda un poco grande.
– Dime que talla necesitas o dámelo y te traigo otra talla.
La mano de Julia apareció con el tanga. Al cogerlo, Pepe le tocó la mano y soltó:
– ¡Uy, que calentito está!
Julia notó como el calor subía a sus mejillas otra vez, se puso rojísima.
– Perdón, no quería decir esto, se me ha escapado, lo siento, se apresuró en añadir Pepe.
Y se apresuró a ir por el otro tanga. La vendedora ya lo tenía preparado y se lo dio.
Por su parte, Julia pensaba que no podía seguir con este juego porque casi no lo conocía y que no podía ser y que aunque lo conociese más, no era algo que se debía hacer, etc�
Pero por otro lado, también le daba un poco de morbo�
Pepe volvió al probador y pasó la mano en el con el tanga, sobresaltando Julia.
– Aquí lo tienes, añadió.
– Gracias contestó ella.
Se lo probó. Pepe vio la cortina moverse y preguntó como le quedaba.
– Mucho mejor, le dijo Julia.
La cortina se volvió a mover, pero en la parte alta. Pepe supo que se estaba probando el camisón y su bata. Los movimientos de la cortina eran demasiado marcados para ser casualidad y el se percató.
– ¿Y lo demás, como te queda?
– Pues hay algo que no me cuadra, ¿está disponible la chica?
– Ahora mismo voy a por ella.
Pepe le hizo una señal a la vendedora que se acerco.
– ¿Que hay Julia, puedo ayudarte?
– Pues sí, mira como me queda.
La vendedora abrió un poco la cortina para ver como le quedaba el conjunto. Pepe que estaba detrás, también lo pudo ver.
Al ver la cara de Julia, la chica volvió a cerrar el probador, pidiendo disculpas.
Julia le dijo que no pasaba nada, que al fin y al cabo, no estaba desnuda. Entonces la chica entró en el probador, dejando la cortina un poco abierta.
– Que esto quede entre nosotros le dijo Julia a Pepe.
– Por supuesto, considérame como una de tus amigas con quien vas de compras�
– Bueno, prefiero considerarte como un hombre que como una chica.
La vendedora arreglo el conjunto que se había puesto mal por culpa del sistema antirrobo.
Julia se miró en el espejo y se dio la vuelta para verse por detrás. Al hacerlo, le dio la espalda a Pepe y de una forma imperceptible, arqueó la espalda haciendo resaltar su culito.
Pepe sonrío. El conjunto era muy cortito y con ese movimientote espalda, se podía casi ver la parte baja de sus nalgas.
Julia giro la cabeza y vio que Pepe miraba lo corto que le quedaba el conjunto. Se agachó un poco, solo un poco, dejando visible la curva de sus nalgas.
Ella lo miraba, pero el solo tenía ojos para ese culito.
– ¡Mirón¡ Dijo ella. En lugar de babear, porque no vas y me traes otro conjuntito para que me lo pruebe�
– Vo� voy, dijo él, un poco molesto de haber sido pillado mirándola.
Se giro y hizo unos pasos hacía la dependienta que ya tenía un sujetador y un tanga precioso en la mano. Le guiño a Pepe y se los dio.
Pepe volvió al probador, que ya tenía la cortina cerrada.
– ¿Julia?
– ¿Sí?
– Aquí tienes, dijo el, pasando la mano con el nuevo conjunto en el probador.
Al hacer este gesto, su mano toco alguna parte del cuerpo de Julia. No sabía si había sido un hombro, la espaldo o cualquier otra parte, pero si sabía que había sido un contacto suave y caliente, muy suave y muy caliente.
– Que suave tienes la piel, dijo el.
– Gracias, le contesto ella, cogiéndole el conjunto, quedándose solo unos segundos tocándole la mano.
– Tú también pareces tener las manos muy suaves� Prosiguió ella.
Como por arte de magia, la cortina se abrió un poco. Se podía ver un poco de la piel de Julia. El podía imaginar que lo que veía era el hombro de Julia, su espalda, su nalga.
Vio como ella se agachaba para ponerse el tanga, como se ponía el sujetador y como se giraba para mirarse.
Tal como estaba la cortina, no podía ver gran cosa y esto le ponía sobre ascuas. Quería abrir esta cortina y verla, pero no se atrevía a moverse. Se dio cuenta que tenía calor, empezaba a sudar un poco. Sentía que su deseo de verla mejor se transformaba en una sensación muy física: respiración acelerada, pulso en aumento; se estaba endureciendo�
Pero la dependienta se le acerco con otro conjunto. Ella se daba cuenta de lo que pasaba, pero la situación le hacia gracia. Preguntó:
– ¿Todo bien, Julia?
– Si, si, muy bien, contestó.
– Le dejo otro conjunto a tu amigo, siguió la vendedora.
Y los dejó de nuevo.
Pepe se quedó con el conjunto en la mano, sin moverse y fue Julia que sacó la mano para cogerlo, apartando un poco más la cortina pero sin volver a colocarle después.
Pepe podía verla mejor. Ella se giro un poco y empezó a quitarse el tanga que llevaba, dejándole ver su culito. Después, tomándose su tiempo, se quito su sujetador.
Iba moviéndose un poco, enseñando poco de su anatomía, pero el resultado era muy erótico: un trozo de nalga, el perfil de su pecho, la curva de su espalda�
Ya se podía ver claramente el efecto que esta visión provocaba en Pepe: su pantalón estaba muy estirado.
La vendedora volvió a acercarse, pero esta vez, con un bote en la mano: un aceite de masaje afrodisíaco.
Se acercó de Pepe y, cogiéndole la mano para echarle un poco sobre los dedos, le dijo:
– Mira que bien huele este aceite de masaje. Con algo así, una sencilla velada se convierte en una noche de pasión.
– Pues sí, huele muy bien, dijo Pepe.
– Déjame oler, dijo Julia.
Pepe pasó la mano en el probador y Julia la cogió con sus manos para oler mejor.
– ¿Y que sensación deja en la piel? Preguntó ella, girándose y levantado su cabella para dejar al descubierto sus hombros.
Aún seguía sin nada puesto y Pepe ya podía ver sus cabellos levantados, su espalda desnuda, la curva que conducía muy suavemente a su culito, generoso y sus piernas, fuertes, suaves y preciosas.
Pepe puso su mano sobre su hombro y fue un contacto eléctrico entre los dos. Ella suspiro, y, aunque el no lo vio, la descarga bajó de sus hombros hasta sus pezones que se endurecieron de inmediato y acabó directamente en una parte muy intima de su cuerpo que le sacó un suspiro y un poco de humedad.
El empezó a pasarle el aceite por el hombro, cuando de repente, llegó la vendedora y lo empujó hacía el probador diciendo:
– Silencio, hay alguien.
Cerró la cortina y los dejó solos.
El probador, que parecía muy grande hacía unos segundos, se quedó pequeño. Estaban los dos pegados el uno contra el otro, sin moverse, sin decir nada, ella de espaldas y el pegado a ella por el empujón de la vendedora.
Bueno, lo de no moverse no era del todo cierto. Las caderas de ambos empezaron a moverse ligeramente. No sabían cual de los dos había empezado, pero ambos podían sentir el estado de excitación del otro. El culito de Julia se restregaba contra el pantalón de Pepe, sintiendo lo duro que estaba. Pepe bajo las manos por la espalda de Julia y las dejó sobre sus caderas, siguiente el movimiento que hacían.
Pasaron unos minutos, o más, ambos habían perdido la noción del tiempo, cuando la dependienta pasó cerca diciendo que volvían a estar solos.
Pasó un momento más hasta que Pepe hizo un paso para salir del probador. Julia se giró y lo miró a los ojos, totalmente desnuda:
– Espérame en el café de abajo, me visto y voy para allá.
– De acuerdo, contestó él, sin poder quitar ojo a Julia.
Ella cerró la cortina rompiendo el hechizo.
Pepe se fue. Julia se vistió y salió del probador.
– ¿No había nadie, no? Le preguntó a la dependiente.
– No, dijo ella, pero tienes que estrenar el último conjunto que compraste el otro día. Espero que no te haya molestado este pequeño estratagema, ¿no?
– No se, es muy extraño.
– Bueno, como mínimo, has tenido alguien que se ha fijado en tu lencería�
– Pues sí, contestó con un a sonrisa traviesa, me llevaré estos dos conjuntos, el otro no me lo pude probar.
– Perfecto.
Julia pagó sus compras y salió de la tienda para bajar al café. En camino, no sabía si iría o no a tomarse este café.
2 respuestas
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