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Anónimo

abril 7, 2024

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MELI - I

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MELI

Aquella mañana de otoño me levanté con mejor humor de lo habitual. Me sentía descansado, tenía la mañana libre y salí a desayunar en condiciones. Como casi siempre, fui al Chaikovski con la intención de alegrarme un poco la mañana, fundamentalmente por dos motivos: uno, el café y dos, Meli, la camarera. Porque el café en Chaikovski es muy bueno, pero si te lo sirve Meli es imbatible.   

Meli -de Amelia-, tiene unos labios pequeños que mejoran al sonreír. No es alta ni delgada, y según la luz del día, sus ojos pueden ser verdes o azules, aunque normalmente verdes. Dentro del Chaikovski había bastante gente, la mayoría oficinistas a la hora del desayuno. Con menos bullicio me habría sentado en una mesa, pero hoy me apetecía estar más cerca. Así que entré y me quedé directamente en la barra. Al verme entrar, Amelia sonrió tímidamente y se acercó.

-Buenos días -dije. Tenéis jaleo hoy ¿eh?

-Buenos días, si, os han echado a todos de donde quiera que estéis ja, ja ,ja – respondió Meli.

-A mí no me quieren en ningún sitio – puntualicé con evidente falsa modestia. Por eso vengo, para sentirme querido al menos por alguien -añadí rematando la tontería.

-Ay mi niño, va, que Meli te cuida. Te preparo el café ya mismo – dijo dándose la vuelta mientras se apretaba el delantal frente al espejo de la columna. De reojo pude ver cómo la tela se ajustaba a la forma de sus pechos. Las tetas de Meli eran grandes y hermosas. Me costaba dejar de mirarlas. 

-¿Algo de comer? -añadió.

-Eh, sí, un pincho de tortilla- contesté pensando en las gemelas.

Mientras me lo preparaba, vi que llevaba puesto uno de esos vestidos que se pone de cuando en cuando, y a mí me gustan bastante. Aunque con el delantal no lucía lo suficiente, igualmente me alegró la vista. El vestido era de tirantes, con el escote hasta donde reposa la virgen de su medalla y de falda corta y suelta. Me proporcionaba una idea bastante aproximada de lo que escondía debajo y me excitaba enormemente. Por supuesto, no era la primera vez que fantaseaba en este sentido. 

-Venga nene, aliméntate -dijo Melia mientras me servía – y empieza el día con alegría.

-Gracias Meli.

Mientras devoraba el desayuno y Meli atendía a otros clientes, podía distinguir su olor del resto. Allí flotaba el olor a café y a churros, aunque ninguno tapaba lo suficiente. Yo olía a Meli y a mí me gustaba su olor. También en verano, cuando el sudor aparece espontáneamente en el cuello, las axilas, las ingles… Imagino recorrer todos esos sitios muy despacio, olfateando, siguiendo el rastro de pequeñas gotas como un sabueso.

Tardé en acabar el desayuno más de la cuenta con la esperanza de que el local se vaciase un poco. No tenía prisa y me apetecía charlar un rato con ella. Y sobre todo mirarla, mirar sus curvas. Imaginarla en lencería o desnuda, a mi merced. Pero tampoco pretendía incomodarla, así que procuré moderarme. 

-Meli – dije arqueando las cejas con la intención de que viniera. Ella se acercó despacio y yo me aproximé a la barra. Quise empezar a hablar en el mismo momento en que Meli se inclinó ligeramente, cruzó los brazos y, con la presión, sus tetas emergieron situándose a un palmo escaso de mi cara.

-Hay mucho ruido, así te escucho mejor -dijo Meli ladeando un poco la cabeza-.

-Si, oye – fui al grano, tratando de evitar mirar directamente a su canalillo – ¿A qué hora acabas el turno? – pregunté –

-¿Pero tú no arreglas calderas? ¿Acaso quieres hacerme el relevo? – contestó con aire divertido.

-No arreglo calderas Meli, las vendo. Y me han anulado las visitas de la tarde, así que no trabajo. – contesté-. Por si te apetece tomar algo.

-Ay mi niño qué dulce- dijo con ese acento canario y meloso que aún conserva a pesar de llevar toda su vida en la península-. No cariño, no puede ser – respondió apoyando su mano ligeramente sobre mi antebrazo y se volvió un instante a la zona de la caja.

-Vale – respondí casi para mí mismo. 

-Es que los jueves no puedo- respondió acercándose de nuevo, pero menos que antes-.

-Ah, ok, no pasa nada – respondí por inercia, sin saber muy bien qué decir-.

Hice ademán de pagar, pero Meli levantó la palma de la mano.

-Hoy te invito yo -concluyó guiñando un ojo y sonriendo-.

El resto de la tarde lo pasé buscando porno con mujeres que me pudieran recordar a Meli. Traté de conseguir algo que se asemejara lo más posible. Por un lado buscaba parecido en la cara y corte de pelo. Aceptaba si iba con coleta, aunque rara vez la usa, porque también así me gusta. También buscaba que tuviera su talla de cuerpo, generosa. De piel clara con muslos y melones de reglamento. 

Los resultados no fueron lo esperado aunque enseguida encontré algo que me sirvió. Eran vídeos en los que voluptuosas mujeres se empapaban en aceite de bebé. Luego algún afortunado se pegaba el homenaje de su vida sobando y magreando a manos llenas. No necesité mucho más para pelármela dos veces esa tarde.

A la semana siguiente volví al Chaikovski. Como necesitaba tranquilidad me acomodé en una de las mesas pequeñas al fondo de la cafetería. Me senté y saqué el portátil del maletín.  Meli se acercó con la intención de limpiarla mesa, que ya estaba casi enteramente ocupada con mis cosas.

-¿Montas aquí la oficina hoy? – dijo Meli.

-Sí, si no te importa, me voy a quedar un rato- respondí. Tengo que actualizar mi lista de clientes, que la semana pasada me la pasé de viaje – dije excusándome.

-Ah, que te fuiste de viaje- respondió Meli. Con razón no te acercaste por aquí en toda la semana -añadió.

-Volví anoche a las tantas- expliqué. Y me quedan cosas por hacer antes de ir a la central. Meli, no me conecta el wi-fi – dije cambiando de tercio-.

-Sí, ahora te doy la nueva. Alguien se estaba aprovechando y nos iba lentísimo. ¿Vas a querer lo de siempre? – preguntó.

-Sí, por favor- respondí. Ella asintió, dobló la bayeta y se marchó.

Una semana sin ir al Chaikovski y Meli parecía distinta. Apenas me había mirado de reojo y por el aspecto de su cara parecía cansada. Al volver con mi desayuno me animé a preguntar.

-¿Qué tál? dije mientras hacía hueco en la mesa al café y la tortilla.

-¿Qué tal de qué? – respondió Meli algo cortante.

-Qué tal… de qué tal. Que cómo va todo, que si va todo bien. En fin, eso -concluí encogiéndome de hombros, no queriendo parecer agresivo-.

-Todo bien, gracias – zanjó a la vez que posaba un trozo de papel de ticket con la nueva clave, y dando media vuelta se fue nuevamente a la barra-. 

Estuve un par de horas más allí. Tenía tanto follón acumulado de la semana anterior que no fui consciente de lo tarde que era hasta que Meli se acercó nuevamente.

-Si te vas a quedar a comer te preparo esta misma mesa – dijo -. Si no, necesito que la desocupes. Hoy tenemos mucho jaleo.

-No, hoy no puedo quedarme, tengo que estar en la oficina dentro de media hora -contesté. Recojo ya, no te preocupes.

-Gracias – respondió Meli-

Terminé de recoger y busqué a Meli con la mirada, pero no la vi, así que dejé el dinero en la mesa como otras veces y salí con paso ligero. Crucé la calle, doblé la esquina con la intención de parar un taxi cuando escuché gritar mi nombre en la lejanía. Era Meli que venía corriendo hacia mi haciendo gestos para que me detuviera. Unos quince segundos después la tenía enfrente resoplando.

-Niño, te dejas el cargador – dijo Meli con la respiración entrecortada-.

Extendí el brazo y recogí el cargador de su mano temblorosa. Meli había trotado un centenar de metros y parecía que había corrido la maratón de Tokio.

-Respira – dije- . No tenías que haberte molestado, tengo de repuesto. Muchas gracias de todas formas – añadí con sinceridad-.

-Pues chico, de haberlo sabido no me pego esta carrera -replicó ella aún recuperando el resuello-. Ya no tengo edad para estas cosas.

-Lo siento. Y gracias de nuevo – dije mientras entraba en el taxi que acababa de parar -. 

Pude ver a Meli desde el taxi deshacer los pasos de vuelta mientras poníamos rumbo a la central. Me preguntaba si ella igualmente habría corrido para devolver eso a cualquier otro cliente. En mi caso, siendo uno habitual, lo más normal habría sido esperar a que volviera al Chaikovski, mañana o quizá pasado. Por eso sentí una pizca de vanidad al pensar que tenía más que ver conmigo que con la pura cortesía profesional. O eso quise creer al menos. 

Despaché a los de la central lo más rápidamente que pude y me tomé el resto de la tarde libre. Quise aprovechar para hacer los recados que había ido posponiendo la semana anterior y me acerqué a uno de esos complejos de extrarradio plagados de tiendas de electrónica, tiendas de bricolaje y muebles suecos. Una vez hice acopio de papel higiénico y cervezas, pasé a lo divertido y entré en el Sex´R Us a curiosear. 

Se trataba de una megatienda de juguetes y accesorios sexuales que había abierto hace poco. Resulta llamativo que los sex-shops hayan pasado de ser un negocio de reputación marginal -casi siempre en calles oscuras o decadentes- a ser edificios de acero y cristal, situados en grandes parques comerciales, junto a jugueterías con letreros coloridos y hamburgueserías con parque de bolas.

Continuará…

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Una respuesta

  1. helenx

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