Por

Anónimo

septiembre 6, 2022

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La ducha

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Me llegó un mensaje de ella: te espero esta tarde. Yo estaba en una de las clases más aburridas que recuerdo, además del embotamiento mental ya me empezaba a pasar factura la espalda por estar sentado cuatro horas seguidas en esas sillas durísimas. Faltaría una media hora todavía para que termine la clase, pero el asunto ya estaba cerrado hacía rato, el profesor daba vueltas sobre alguna conclusión secundaria que estaría considerando a raíz de alguna lectura alternativa de un autor no muy conocido. Me paré, miré el celular, como si en un gesto irrelevante pudiera explicar al profesor y al auditorio que tenía un asunto urgente que atender, o que estaba apurado, como si tuviera algo que explicar. No me gustaba nada la idea de hacer el viaje en hora pico en transporte público hasta su casa, así que aproveché esa media hora de ventaja para correr al subte. Ella me esperaba en la casa de sus padres, vivía con ellos y su hermano, el mensaje que me había llegado era en realidad casi un código, tenía la casa sola. Algunas tardes ocurría esa fantástica coincidencia que ubicaba al hermano en un partido de fútbol, a la madre en su reunión semanal de amigas y a su padre, por supuesto, trabajando. O tomándose un descanso en el bingo, perdiendo y bebiendo, o visitando algún alojamiento de la ciudad con una acompañante paga. La cuestión es que a nuestra edad, tener la casa sola significaba acceder a la privacidad absoluta, no solamente quedábamos libres de la mirada, más bien el oído, de sus padres sino que además parecía abrirse un espacio oculto en nuestra conciencia. Como si ese estar solos no fuera meramente un acceso a la privacidad, sino también a una dimensión de nuestra vida que apenas empezábamos a descubrir. Nos dedicaríamos a explorarla numerosas tardes y luego noches, con un ansia irrefrenable, un ardor que hacía vibrar el aire y, finalmente, un profundo amor.

Hacía un calor sofocante y ya estaba transpirando, habría hecho diez minutos en el subte y pesar de no ser hora pico, estaba lleno. Un par de estaciones después bajé y empecé a caminar, su casa quedaba a unas quince cuadras de la estación. Faltando dos, le mandé un mensaje: estoy llegando. Me estaba esperando atrás de la puerta, era bastante más bajita que yo, tenía la piel bronceada, el pelo negro, los ojos marrones brillando. Estaba usando una remera blanca vieja, con algunos agujeros y un short de River que le quedaba grande; estaba de entrecasa. No tenía maquillaje, ni estaba peinada, pero estaba hermosa y fue lo primero que le dije mientras la abrazaba.

– ¡Estás todo transpirado!

Esa fue su amorosa respuesta, igualmente tenía razón. Todo el día en la facultad y el viaje apretado me había dejado cansado, transpirado, sucio. Noté que se le marcaban los pezones debajo de la remera gastada, obviamente no tenía corpiño. No usaba cuando salía, menos iba a usarlo en casa. La agarré de la cintura y apretándola contra mí la besé, sentí su perfume dulce y natural, el contacto con su pecho. No tenía tetas grandes pero me gustaban, eran firmes, suaves y redondas, lo que si tenía era un culo divino. Parado, pero grande, con movimiento, podía apretarlo en mis manos, manosearlo horas seguidas, darle cachetazos hasta que quedara rojo, estaba enamorado de su culo también. Así que mis dos manos fueron ahí enseguida, empecé a sentir su short, se lo empecé a subir, recorría sus muslos y ella se apretaba contra mí. Nos estábamos besando con lengua, cortándonos la respiración y yo seguía subiendo por sus muslos, hasta que llegue al culo. Se lo apreté con las dos manos y la apreté contra mi cuerpo, seguramente sintió que se me empezaba a poner dura y se pegó más. En ese momento noté que no tenía bombacha, tantee con la mano nuevamente para ver si acaso tenía una tanguita que no había notado, pero no. Eso terminó de calentarme y metí la mano por delante del short, la miré a los ojos mientras mis dedos bajaban por su panza, su monte de venus con algunos vellos suaves, su clítoris y finalmente su conchita que ya se empezaba a humedecer. Ella también me miraba a los ojos, le ardían de calentura y me empezó a tocar por encima del pantalón. No podíamos estar un segundo separados, la tensión quemaba en el aire. En ese momento me acordé de dónde venía y me di cuenta de que necesitaba un baño, ella ya se estaba arrodillando ahí mismo en el living, pero la frené.

– Me voy a dar una ducha rápido y vengo, estoy demasiado sucio.

– No, la quiero ya.

 

– Pero recién llego, ¿qué?¿te estabas tocando ya?

– Si, para vos.

Estaba arrodillada mientras hablábamos y me desabrochó el pantalón, me lo bajó y en un movimiento tenía mi pija en la mano, la estaba acariciando y me miraba. Me quedé congelado un momento, ella abrió la boca, se acercó y me la empezó a chupar. Succionaba la punta, después pasando la lengua hasta abajo, y volviendo parte por parte.

– No me importa que estés sucio, soy tu putita.

No podía creer lo que escuchaba, debía estar muy excitada esta tarde. Igualmente me hizo volver a la realidad y la alejé, no le iba a dar tan fácil lo que quería y además, en serio necesitaba un baño. Fui a su habitación, dejé mi mochila, me saqué toda la ropa y fui desnudo al baño, había cierta impunidad en la forma de manejarme en la casa, en ese mismo living que habría sido testigo de escenas familiares ahora la hija estaba arrodillada, con la boca abierta, la conchita mojada debajo del short sin bombacha y unas ganas terribles de ser la putita de alguien, de que se la cojan bien y la dominen. Yo le satisfacía algunos de esos deseos en ese momento y así, semana a semana, me mandaba un mensaje en esas tardes. Abrí el agua de la ducha y me metí, estaba caliente y salía con buena presión. Para mi hay pocas cosas más relajantes que una ducha caliente después de un día largo, cerré los ojos, me apoyé en la pared y dejé que el agua corriera, el sonido y el vapor me adormecían. De repente, sentí que me tocaban, abrí los ojos y estaba ella completamente desnuda abriendo la cortina de la ducha, la miré toda, los pezones duros, las piernas suaves. Entró a la ducha y si decirme nada se arrodilló, cerró los ojos para que no le entrara agua y me la empezó a chupar de nuevo. El agua corría y ella se metía toda la pija en la boca, me pasaba la lengua, me tocaba los huevos, me hacía de todo, estaba en el paraíso. La escuché gemir, con la pija en la boca, sabía que quería más, entonces le agarré la cabeza. En realidad, apreté un puñado de su pelo y la apreté contra mí, sentí como entraba en su garganta, se la metí más y después la alejé, para darle otra vez.

– ¿Te gusta que te coja la boca?

No llegué a escuchar la respuesta, porque tenía la boca llena pero en su mirada ya desbordando de algunas lágrimas descifré una respuesta ardiente. Si, quería más, quería que la use para mi placer, quería ser lo más atrevida y puta que pudiera, quería cumplirme las fantasías más sucias y había empezado por dejarme usar su boca como quisiera. Yo estaba excitado al extremo, tenía la pija bien dura y venosa, entrando y saliendo de su boca. Cada tanto la dejaba respirar, ella escupía o tosía y pedía más.

– Úsame la boca, dale.

Estaba llegando al borde de perder el control, me excitaba su actitud, su cuerpo mojado, su boca abierta, como se tocaba y se movía, como se entregaba.

De repente, sentí un ruido que casi me para el corazón. Era la puerta de la casa, el sonido inconfundible de la puerta que se cierra. Nos miramos atónitos y en pánico instantáneo. Alguien gritó el nombre de ella.

– ¡Es mi hermano!, susurró ella.

– ¿Estás ahí?, gritó el hermano.

La voz se escuchó demasiado cerca, el hermano había abierto la puerta y con una voz grave preguntó si podía pasar. Yo estaba congelado, en shock, quieto y en silencio pero ella seguía arrodillada.

– ¡No! Salí, me estoy bañando.

– Dale, nena. Me estoy haciendo pis y tengo que ir a jugar al fútbol, llego tarde.

Sin más, entró al baño, sentí que me ponía colorado, más bien bordo y que me estallaba el corazón. Levantó la tapa del inodoro y empezamos a escuchar el chorro de pis, no paraba más. Creí que no podía más de adrenalina hasta que ella lentamente se acercó, me agarró la pija y me la empezó a chupar. Mi mirada debía ser de pánico, pero la de ella era increíble, le ardía una lujuria imparable, me miraba fijo a los ojos. Empezó a mover la cabeza, a mover la lengua alrededor de la cabeza de la pija adentro de su boca, y a mover la mano hacia atrás y adelante. ¿Le excitaría la posibilidad de que la descubran, el morbo de estar haciendo algo prohibido, la entrega sin condiciones a mi placer?¿Estaría deseando en algún rincón oscuro que su hermano la descubra? Lo cierto es que me estaba dando la mejor chupada de mi vida, a dos pasos de su hermano y solo nos separaba la cortina del baño.

– ¡Chau, me voy!

Ella no llegó a responder y la puerta se cerró de un portazo. Recién ahí reaccioné y le dije que pare, pero no paraba. Ahora se la metía hasta la garganta ella misma y se quedaba ahí, hasta que se alejaba para respirar. Yo no podía más. Por momentos, me tocaba con las dos manos y me chupaba los huevos, pasaba la lengua. Después volvía a chupar la cabeza de la pija y se la metía toda, no paraba.

– Quiero que me cojas toda hoy, no sabes lo caliente que estoy. Estoy muy mojada.

Si, lo sabía, claro que lo sabía. Pero la situación era demasiado para mí y sin decir nada le agarré la cabeza, la apreté contra mí, se la metí bien adentro en la boca y acabé. Acabé como pocas veces antes, no paraba, ella tenía los ojos abiertos, gigantes y con la boca succionaba todo. No la solté hasta haber terminado por completo. La había sorprendido y ella había conservado su lugar, asombrada por la autoridad con la que le acabé en la boca sin avisar ni preguntar, sintió algo de bronca pero se sobrepuso la excitación, el morbo de saberse usada, de sostener hasta el final su entrega y dejarme hacerle lo que quisiera.

– ¡Hijo de puta! Me llenaste la boca de leche.

Fingía un tono de queja pero con una mirada que decía otra cosa, era una mirada insaciable, quería pedir más, y también una mirada de agradecimiento.

– Me hiciste tragar toda la leche, ahora más vale que se te pare de nuevo y me cojas bien.

– Si, mi amor, te voy a hacer de todo.

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Una respuesta

  1. helenx

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