Fantasías entre sueños
Agotada, tras una larga noche de chicas, Lis entró sigilosamente en su cuarto y encendió la luz de su mesilla. Las burbujas del champán campaban a sus anchas por el torrente sanguíneo de Lis dificultando la coordinación para sacarse el vestido azul ajustado que tanto resaltaba sus extraordinarios atributos.
Con una técnica próxima a la de la lucha libre, dejó caer su cuerpo semidesnudo sobre la cama al tiempo que exhalaba un fuerte suspiro de alivio. Apagó la luz, dió un beso a su pareja y se cubrió con la sábana hasta el pecho.
El espacio tiempo era confuso, un carrusel de imágenes abordaban su cabeza. Incapaz de discernir si estaba soñando o despierta, Lis se acaloraba al revivir al apuesto chico que la había sacado a bailar esa noche. El metro ochenta, la tez morena y una vestimenta ibicenca perfectamente ajustada a su atlético cuerpo, no dejaba nada a la imaginación. Lis se estremecía recordando aquellos fuertes brazos apretando sus envidiables pechos contra el fornido pecho de aquel angel caído del cielo. Con las amigas coreándola al ritmo de bachata, Liz se vino arriba y dejó que, lo que todas sus amigas observaban con lujuria, contactara con su cuerpo. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo para de inmediato transformarse en un torrente de excitación. A medida que Lis sentía aquel miembro más grande y más duro, sus pezones se erizaban al unísono y su tanga se humedecía. Con las manos sobre sus hombros y la mirada clavada en aquellos enormes ojos marrones, Lis sintió unas suaves pero fuertes manos en sus nalgas apretándola todavía más contra el desbocado miembro. Cerró los ojos y dejó caer su cabeza hacia atrás al tiempo que exalaba un incontrolado gemido al sentir como un torrente inundaba su sexo. Abrió los ojos y vió, en medio de los focos blancos del fin de fiesta, como el chico se marchaba.
Tras el estimulante «viaje astral», Lis volvió en sí, en su cama, excitada y con su sexo completamente mojado. Giró su cabeza para comprobar que su pareja dormía, cerró los ojos y deslizando la mano bajo la tanga, comenzó a tocarse lentamente sobre el clítoris, en espiral, incrementando y disminuyendo la presión en cada giro.
Inspiró profundamente y pudo recordar la intensa fragancia que desprendía aquel embriagador chico provocando el incremento de su ritmo cardíaco.
Sus dedos chapoteaban en cada inmersión vaginal como si de aquel miembro, duro y de agradecidas dimensiones, la estuvieran penetrando. Las bachatas resonaban en su mente y ella contenía los gemidos imaginándose sus manos sobre las prietas nalgas a las que le marcaba el ritmo de las embestidas. Entre espasmos y con los dedos completamente impregnados en sus propios fluídos, apretó con fuerza sus erizados pezones al tiempo que dejaba escapar un intenso gemido. Con la respiración todavía entrecortada, acariciaba sus pechos en todo su contorno como si de aquellas suaves y fuertes manos ajenas se tratase. Quería más, necesitaba más. Estaba tan excitada que no conseguía evitar gemir. Era como un clímax infinito.
Lis se puso boca abajo en la cama tratando de amortiguar los gemidos pero la presión del colchón sobre su pubis no hizo más que incendiar la gasolina que su sexo desprendía. Comenzó a moverse, cada vez con más intensidad, como si la cama fuese aquel chico con su cuerpo completamente desnudo. Levantó levemente sus caderas y dejó que su mano se adentrara en los mares bajo la tanga, pero esta vez con una intensidad descontrolada. Con un ritmo frenético, sus dedos entraban y salían, subían y bajaban y entre jadeo y jadeo sintió como era asaltada por detrás. Tras esgrimir un leve gemido de dolor, elevó totalmente sus caderas y dejó que su imaginación se adentrara totalmente en la profundidad de su culo. Con los pezones rozándose contra la cama en cada ir y venir de su cuerpo simulando las casi reales embestidas, comenzó a golpetear su clítoris con la misma intensidad que lo hacía la curva del clímax. En un brusco movimiento, Lis se incorporó sobre sus rodillas, metió los dedos en su vagina y dejó que su imaginación liberara al chico dentro de ella para sucumbir al torrente de placer, entre incontrolados temblores y un entrecortado pero intenso gemido que se prolongaría por unos largos segundos.
Lis abrió los ojos y descubrió, de pié frente a ella observándola con una sonrisa pícara, a su pareja en bañador. Se levantó apresuradamente de la silla de playa, sacó las gafas de sol y tomando a la pareja por la mano, lo llevó entre las olas a una zona profunda. Sacó su bikini, se abrazó a él y le susurró al oído que la hiciese vibrar tanto como soñaba en sus mejores sueños.
Una respuesta
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