La verdad es que mi hermana es la mujer más fucking hermosa que he visto en mi vida. Es delgada pero con curvas en los lugares exactos, con esa piel blanca que parece de porcelana y un rostro que te deja boquiabierto. Tiene 23 años, dos más que yo, y cuando entra a un lugar, todas las miradas se le clavan. Lo mejor de todo es que no es como esas girls pretenciosas que se creen la última coca del desierto. Es agradable, dulce, y siempre está para mí.

Nuestra relación siempre ha sido la onda. Nos llevamos super bien, nos apoyamos en todo, pero en secreto, yo he estado tragado de ella desde que tengo memoria. Su cuerpo, su forma de moverse, su sonrisa… todo me vuelve loco. En varias ocasiones, me he colado al baño mientras se ducha. Me escondo detrás de la cortina y me quedo viendo cómo el agua le recorre ese cuerpo espectacular. Cuando la espuma del jabón le baja por el estómago y se mete entre sus piernas, cubriendo su coñito… ese es el momento en el que no aguanto y me corro como un maldito.

Pero la cosa se puso aún más heavy cuando un día usé su teléfono. Ella estaba en la ducha y lo dejó encima de la cama. La curiosidad me pudo y entré a su galería. Y ahí, entre fotos de sus amigas y de viajes, encontré un par de selfies que me dejaron la verga dura al instante. Estaba completamente desnuda, en su habitación, con una mano en sus tetas y la otra entre sus piernas. No lo dudé ni un segundo, los pasé a mi teléfono y desde entonces, no hay día que no me la jale viéndolas. Esas fotos son mi tesoro más preciado.

Con el tiempo, nuestra relación fue cambiando. Empezó con pequeños roces «accidentales» en el pasillo, luego con miradas que duraban más de lo normal. Un día, estaba viendo la tele en el sofá y ella se acostó con la cabeza en mis piernas. De repente, sintió mi verga dura a través del pantalón. En vez de alejarse, se quedó ahí, y luego, lentamente, puso su mano sobre mi entrepierna. «¿Te gusta, hermanito?» me susurró, y yo solo pude asentir. Así empezó todo.

Desde entonces, hemos hecho cosas que la mayoría de la gente llamaría una maldita perversión. Ella me ha jalado la verga más veces de las que puedo contar, a veces rápido y desesperado, otras lento y sensual. Una vez, incluso, se arrodilló frente a mí y me la chupó hasta que me corrí en su boca. «Tu leche sabe rico,» dijo, y se tragó todo. Yo, por mi parte, he tenido el privilegio de acariciar ese cuerpo que tanto admiro. Le he tocado las tetas, suaves y firmes, he metido mis dedos en su coñito, siempre mojado y caliente. La he puesto a cuatro patas y me he quedado mirando ese culo perfecto, imaginando cómo sería metérsela por detrás.

Pero hay algo que quiero más que nada en este mundo. Tengo un gusto personal por el creampie, esa práctica del porno donde el tipo se corre dentro de la vagina de la actriz. Me encanta ver cómo esas mujeres reciben toda esa leche en su interior, cómo gimen cuando sienten el calor adentro. Mi hermana lo sabe, porque le he mostrado un par de escenas que me ponen como loco. «¿No te gustaría sentir eso?» le he pregrado, y ella solo sonríe, con una mirada que me dice que sí, que ella también lo desea.

Mi fantasía más grande, mi obsesión, es tener sexo con ella y correrme bien adentro de su vagina. Quiero sentir cómo me aprieta mientras me vengo, quiero oírla gemir cuando mi leche llene su interior. Quiero que sea nuestra, un secreto sucio que solo nosotros compartamos.

La otra noche, casi pasa. Estábamos en su habitación, besándonos como dos desesperados. Yo tenía la mano en su coñito, sintiendo cómo se mojaba por mí. «Quiero sentirte adentro,» me dijo, y yo casi me corro solo con oírlo. Pero en el último momento, ella se detuvo. «No todavía,» susurró, «pero pronto». Esa promesa me tiene al borde, mano. Cada vez que me la jalo, pienso en ese momento, en cómo será la primera vez que se la meta y sienta cómo su coñito me aprieta.

Y no solo eso, he empezado a fantasear con otras cosas. Quiero correrme en su cara mientras me mira con esos ojos de inocente, quiero llenarle las tetas de mi leche y luego chupársela toda. Quiero que se siente en mi verga y cabalgue hasta que los dos gritemos. Quiero darle por el culo, ese culo perfecto que he admirado por años, y marcar su interior como mío.

Ella lo quiere también, lo sé. A veces, cuando estamos viendo una película, me toma la mano y la guía bajo su falda. No lleva nada debajo, y su coñito está empapado. «Es por ti,» me dice, y entonces me pongo a dedearla right there, con el riesgo de que nuestros papás entren en cualquier momento. El morbo de hacerlo donde cualquiera nos puede descubrir nos prende a los dos.

Otras veces, me manda mensajes cuando está en el trabajo. «Mi coño te extraña,» escribe, y me manda una foto de sus tetas o de sus piernas abiertas. Esos mensajes me vuelven loco, y tengo que ir al baño a jalármela pensando en ella.

La espera se está volviendo insoportable, pero también es deliciosa. Cada vez que estamos a punto de cruzar esa línea, ella se detiene, alargando el suspenso, haciendo que el deseo crezca. Yo sé que cuando por fin pase, va a valer toda la maldita espera. Y cuando me corra dentro de ella, cuando sienta cómo su cuerpo tiembla con mi leche adentro, va a ser el fucking momento más increíble de mi vida.

Hasta entonces, seguiré soñando con ese momento, jalándomela con sus fotos y disfrutando de cada pequeño avance. Porque tener a mi hermana como mi amante secreta es la fantasía más hot que cualquiera podría tener, y yo estoy viviendo esa mierda. Qué pedo, ¿verdad? Pero es mi realidad, y no la cambiaría por nada.