
Por
Anónimo
Te quiero amar
Sucedió hace mucho tiempo ya, o al menos eso es lo que quiero creer. La verdad es que es algo que nunca podré decir con certeza, porque el tiempo no tiene ninguna importancia para mí. Voy simplemente por allí, observando, yendo de un lugar a otro igual que un perro vagabundo. Y de pronto, alguien llega a mí. Y ese alguien viene cargado con una fantástica historia. Una bella melodía, o un recuerdo que me llena de lágrimas la memoria. Y entonces vuelvo a creer. Vuelvo a creer en ellos, y vuelvo a creer en ti. Y así paso mis días. Sola, errante, repudiada por todo lo que tiene vida; armando con retazos de todos lados historias que me consuelan en mi soledad.
Y esta es una de ellas. No sé bien ya cómo es que llegó a mí. Pero ahora la tengo, la tengo y decido que no me pertenece. Por lo tanto, esta historia es para ti.
2
El día de su boda estaba lloviendo. Las gotas caían gruesas y quedas bajando del cielo igual que una bienaventuranza. Se casaron en ciernes de la primavera: una historia de amor cuya consumación era el principio de una felicidad que prometía ser eterna.
El viento frío y húmedo que los golpeaba en las mejillas llegaba hasta ellos como reminiscencia de un invierno cuya vuelta se les antojaba lejana. Ya no eran aquellos niños con el rostro sucio nadando desnudos en un solitario río de aguas diáfanas, en el pueblo lejano donde con pequeños y tímidos besos descubrieran su amor. Ya no era ella aquella niña desaliñada con parches en su vestido que se arrodillaba en cualquier parte del camino para coger una oruga. Y él ya no era aquél niño solitario, distraído y triste, que una vez había entrado a nadar desnudo con una niña que lo había desafiado a hacerlo.
Se habían casado, y entre besos y caricias comenzó su historia de amor.
3
Su vida empezó con el pie derecho, y juntos construyeron su propia felicidad. La niña de mejillas rosadas que nació el trece de febrero tuvo por nombre Anastasia María. Amanda y Damián la recibieron como una manifestación tangible de su infinito amor. La pequeña Ana reía y lloraba con facilidad, y era para ellos la vida que comenzaba de nuevo.
4
Amanda y Damián se necesitaban el uno al otro para poder subsistir. Damián recordaría siempre a esa niña, de mente abierta y muy vivaracha, que corría delante de él en su lejano pueblo lleno de sinuosos caminos rodeados de hierba verde y árboles altos. Amanda hacía volar la falda de su vestido persiguiendo a un gato que siempre lograba escapar. Volvía hacia él con las mejillas encendidas y haciendo un puchero le reprochaba su mala actitud. Damián fue siempre de carácter callado, y en su infancia Amanda lo trató a base de regaños y besos en las mejillas.
5
Saltando de un lado a otro, Ana vivía rodeada de felicidad. Papá la llamaba «mi bella princesa», «mi amor», «mi cielo»; la levantaba es sus brazos y le llenaba las mejillas de besos. Mamá se ponía celosa. Por las tardes papá volvía de trabajar y Ana corría a abrazarlo antes de hacer nada más. ¿Quién sabe? A veces pienso que simplemente eran demasiado felices.
6
Un día nublado fue trece de febrero, y Ana cumplió cinco años. Mamá enfermó. Viviría enferma a partir de entonces.
7
Es triste, ¿verdad? La vida. Tiene un paso tan efímero que a veces me hace estremecer. Apenas ayer Amanda se dio cuenta de que tenía ganas de besar a Damián.
Solían jugar todo el día desde el alba. Solían escaparse juntos y correr por su pequeño pueblo hasta salir de él y perderse entre las veredas. Amanda iba como siempre abriendo camino, y de vez en cuando se volvía para tomar de la mano a Damián y jalarlo hacia ella. A eso del medio día llegaron sin aliento a un lugar tan tranquilo que casi podían escuchar los latidos de sus corazones, que se mezclaban con el suave movimiento de las ramas mecidas por el viento y el tranquilo discurrir de las aguas del río.
El sol del mediodía caía a raudales a través de los árboles, y por sobre la piel de ambos corría un fresco sudor. Llegaron juntos hasta la orilla y un estremecimiento los recorrió. Pareciera que hubieran encontrado un paraíso. Las aguas corrían tranquilas y serenas, y unos pececillos grises nadaban aquí y allá. En el centro se formaba una pequeña laguna de preciosa agua cristalina.
Damián se descalzó. Se sentó en una roca y sumergió los pies en el agua. Amanda se sentó junto a él y le echó los brazos al cuello. Cuando intuyó que Damián comenzaba a sentirse un poco incómodo empezó a darle infantiles besitos en el cuello que lo hacían sonrojarse y reír mientras se retorcían. Como se mantenía casi siempre callado, a Amanda le encantaba verlo alegre. Y aunque sabía que él era su mejor amigo, se cuidaba siempre de no demostrarle excesivo afecto en frente de los demás.
Sentados juntos y con los pies en el agua se sumergieron en aquella profunda calma adornada con el canto de un millar de aves. Una mariposa amarilla llegó revoloteando y se posó en una de las sucias rodillas de Amanda, quien la contempló con parsimonia y una mano apoyada en la mejilla. Después de un rato Damián intentó cogerla. Estiró lentamente su mano hacia ella, mientras decía casi para sí mismo: «Chuang Tzu soñó que era una mariposa, y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre». Amada se echó a reír y la mariposa se echó a volar.
8
La mañana del día en que Ana cumplió cinco años mamá estaba en la cocina cortando verduras. En el cuarto de baño podían escucharse las risas de Ana y Damián, que chapoteaban juntos en la bañera.
Cuando entró para dejar algo y los vio con la piel llena de pequeñas gotitas de agua un recuerdo de su infancia voló desde un lejano pueblo y llegó hasta ella. Vio a Damián, desnudo, con el rostro sonrojado y el cabello mojado, de pie frente a ella. Recordó cómo por un instante de aquellos lejanos días había sentido por primera vez un fuerte impulso de besarlo en los labios. Recordaba perfectamente el color de sus mejillas enrojecidas, y el de sus ojos que por timidez le rehuían la mirada. Recordó cómo ambos nadaban uno al lado del otro sin llegar a tocarse, riendo nerviosos y llenos de vergüenza hasta las orejas, ella la primera. Cuando Damián se alejó nadando hasta la orilla de la laguna y se puso de pie dándole la espalda, Amanda sonreía.
De verdad creyó que no se daría la vuelta, y sin embargo lo hizo. Lo hizo y no dijo nada más. Amanda nadó hasta la orilla y se puso de pie frente a él, más avergonzada y excitada de lo que nunca había estado en su vida. El viento fresco que bajaba de las montañas les recorría la piel como una fresca caricia, y un silencio incómodo empezó a formarse entre los dos. Cuando lentamente se fueron acercando, Amanda sintió una pequeña punzada de dolor en sus labios. Puso ambas manos sobre los hombros desnudos de Damián, y lentamente sus labios se juntaron en una bella intimidad perlada de soledad.
9
Anastasia María solamente habría de recordar aquella tarde lejana de sus cinco años como un episodio borroso de miedo y angustia. Su padre salió de la bañera con una terrible expresión de espanto en el rostro para levantar a su madre que estaba en el piso.
Ella recordaba haberla visto sonriente, con la mirada perdida, observando algo que no estaba allí.
El llanto angustiado de su padre que le siguió a la sorpresa habría de perfumar durante muchos años sus pesadillas.
10
Lento, impertérrito e inexorable, el tiempo avanza despacio, burlándose de ti y de mí por razones distintas. Anastasia María iba creciendo, y creciendo iba también su necesidad de amar. Le gustaban mucho los besos. A los ocho años papá la cargaba en sus brazos y cuando lo hacía ella buscaba sus labios. Había sido siempre así. Damián la llenaba de cariño, y mientras la sostenía en sus brazos se daban siempre un pequeño y casto besito en los labios.
Con el tiempo esos besos se volvieron más frecuentes, y a la falta de las atenciones de una madre enferma que convalecía de fiebre la niña de las mejillas rosadas volcaba todo su amor en la figura de su padre.
Cuando por las tardes Damián volvía de trabajar, Anastasia dejaba la cama de su madre convaleciente y corría a arrojarse a los brazos de papá. Damián la levantaba y ella buscaba la tierna y dulce humedad de sus labios. Algunas veces eso molestaba a papá. «No más besitos para ti» y ya teníamos a la pequeña Ana con sus ojos brillantes haciendo un puchero. ¿Es así como funciona el amor? Una mujer de hace tiempo que llegó a mí con los ojos llenos de lágrimas me dijo que sí.
11
El día en que Amanda y Damián se separaron eran apenas unos adolescentes con la cabeza llena de fantasías y el estómago lleno de mariposas. Damián se marchaba a la ciudad, y antes de irse le juró que volvería. Se escapaban juntos cada tarde, y tirados en el césped contemplando el atardecer se comían la boca a besos mientras las manos de ambos recorrían sus cuerpos con ansiedad. El día de su partida frente a las vías del tren Amanda llevaba un vestido nuevo. Damián iba con su tío, y antes de subir encontró la forma de escaparse y llevarse a Amanda a un lugar en donde nadie podía verlos. Demasiado ocupados besándose, no podían sentir la soledad que pronto habría de cernirse sobre ellos. Damián partió al atardecer reiterando su promesa de volver a una bella muchacha que veía alejarse el tren con los ojos llenos de lágrimas. Le dijo que volverían a nadar juntos en ese río, y a pesar de que vivieron juntos y felices por mucho tiempo nunca jamás cumplieron ya esa promesa.
12
Sentada en una silla de madera, Anastasia veía a su padre arrodillado junto a la cama de mamá ofreciéndole pequeñas cucharadas de sopa.
Mientras la enfermedad consumía a Amanda, Damián se iba volviendo cada día más triste. Eso afectaba a Anastasia, quién hacía todo lo posible por alegrarlo. Sentada allí con sus pequeñas piernas colgando, veía a mamá rechazar la sopa. Algunas veces la veía poner una mano entre el cabello de papá, cuyos ojos apenas podían contener el llanto. Entonces Anastasia María se ponía de pie y sin hacer ruido salía de la habitación. Se desnudaba y se metía en la bañera. Damián la encontraba allí horas después, echa un ovillo en el agua y con la piel arrugada. Y a pesar de sus ojosn enrojecidos, Anastasia lo veía sonreír. Saltaba entonces nuevamente a sus brazos, y Damián apretaba el pequeño cuerpo desnudo y húmedo de Ana contra su traje arrugado. La sacaba de allí dando tropezones y la llevaba a su cuarto, donde la dejaba tendida en la cama y expuesta en toda su desnudez. Ella se dejaba hacer, y antes de que papá pudiera vestirla, le pedía siempre que la besara en los labios. Él accedía a fuerza de súplicas y peleítas, y se daban apenas un infantil beso, que le llenaba a Ana la cabeza de fantasías como antaño las tuviera su madre.
«Y ahora por favor vístase, princesa, que su caballero la está mirando desnuda».
13
Amanda murió una mañana gris de octubre. Damián dormía siempre a su lado, y a la víspera habían estado conversando, rememorando sus días de juventud.
«¿Te acuerdas de aquella vez, Damián, cuando te caíste del árbol?»
«Creí que me había roto una pierna»
«Debiste de hacerme caso»
«¡Era eso lo que hacía!»
«¿Recuerdas aquella vez que contamos cuatrocientas mariposas?»
«¿Cómo voy a olvidarlo? Comenzaste a decir que todas eran personas que estaban soñando»
«¿Y aquella vez, cuando te volví a ver en la ciudad?»
«Fue el momento más feliz de mi vida»
«Dime, anda, dime, si recuerdas aquella vez, en la pradera, cuando bajaste los tirantes de mi vestido…»
La madrugada recibió a dos cuerpos entrelazados, que sin saberlo sabían que se estaban amando por última vez.
Cuando Anastasia María se levantó temprano aquella mañana, al caminar por el pasillo de la habitación de sus padres escuchó un llanto desgarrador.
14
Sepultaron a Amanda en el cementerio de la ciudad. Yo estuve allí cuando todos se hubieron marchado, como también estuve allí en el momento en que ella murió. Vi claramente en el interior de sus almas. No era aquella tarde en la pradera, cuando los labios les dolían de tanto besarse, lo que ambos recordaban en ese momento. No era el sudor del cuerpo de Amanda la primera vez, cuando Damián había bajado los tirantes de su vestido y se había encontrado con dos pechos que aún no habían acabado de florecer.
Lo que él recordaba, y sabía que ambos sabían y no se atrevían a decir, era aquél día caluroso de un verano perdido, cuando una niña traviesa le decía junto a las aguas de un río ancestral que por favor se diera la vuelta. Ella recordaba exactamente lo mismo.
«Anda, vamos, sé un caballero y date la vuelta»
«¿Qué es lo que vas a hacer?»
«Sólo date la vuelta»
«¿Por qué?»
«Quiero nadar»
«Entra al agua entonces»
«No voy a nadar con la ropa puesta»
«No entrarías desnuda nunca»
«No, eres tú quién nunca lo haría»
«Claro que puedo hacerlo»
«¿En serio? —rió— quiero verte hacerlo»
«Entonces date la vuelta»
Amanda rió todavía más.
«¿De verdad? Muy bien, caballero, ya lo hago»
Y se volvió. Damián tragó saliva. ¿Cómo habían llegado a esa situación? Mientras se desvestía viendo la espalda de Amanda, sabía que ella estaba sonriendo. Se quitó toda la ropa y se apresuró a entrar en el agua para ocultar su desnudez. Cuando escuchó el sonido del agua Amanda se volvió. Contempló las ropas abandonadas y comenzó a aplaudir de emoción, levantó la camisa de Damián y empezó a saltar agitándola en el aire.
«¡Wow! ¡Lo hiciste! ¡De verdad lo hiciste!»
«Sí, bueno, te dije que podía»
«Ahora me toca a mí»
«Ehh…»
«¿Te darás la vuelta o prefieres que me desnude frente a ti?»
Damián se sonrojó hasta las orejas y se zambulló. Cuando sacó la cabeza del agua le daba la espalda a Amanda.
La niña que todavía era una niña se quitó el vestido igual que la vida adulta se quita así misma la felicidad. Se desnudó con rapidez. Apenas dos prendas de ropa y unas sandalias viejas.
Lo último que se llevó consigo fue el recuerdo de aquella tarde, el cabello mojado de Damián, el contacto de una piel con otra y la tierna y dulce humedad de sus labios.
Y así fue como Amanda llegó hasta mí. Murió con una sonrisa, y cuando la recogí, traía consigo la más bella historia y su alma estaba llorando.
15
Volví a ver a Anastasia María apenas unos años después. Ella y su padre seguían siendo el uno para el otro. Damián se veía más melancólico, más consumido por la tristeza. Anastasia empezaba a florecer. Dos pequeños pechos asomaban tímidamente por sobre la tela de su vestido. Ella y Damián salían a dar un paseo por el parque todos los domingos. Anastasia, flor de primavera, tomaba del brazo a aquél apuesto caballero cuyos cabellos empezaban a encanecer y juntos caminaban bajo los árboles que
recortaban de sombra el filo de la banqueta.
Solían hablar poco durante esos paseos, cada quién sumido en sus propios
pensamientos. Anastasia apenas podía recordar algo que no se manchara con la sombra de su mamá. Damián contemplaba a su hija y recordaba aquellos felices días de verano, cuando una niña le contaba bajo la sombra de un viejo árbol que tenía una tatarabuela que era hechicera y se llamaba Anastasia.
Ana no dejó nunca de buscar los labios de papá. Aquellos besos de niña ya no le satisfacían. Damián tuvo que soportar su adolescencia, sintiendo en la desesperación de los besos de su hija la crueldad de la soledad.
16
Un domingo gris de lluvia ambos se quedaron en casa, sentados en el piso junto al cristal de la ventana, compartiendo su soledad.
Un relámpago iluminó el cielo con un destello, y un trueno sacudió la habitación. Un pequeño grito salió de la garganta de Ana, quien en un instante estaba ya aferrada al brazo de su padre. Damián se echó a reír y Ana hizo un puchero.
«¿Papá?»
«¿Sí?»
«Cuéntame cómo conociste a mamá»
Damián suspiró.
Aquella mañana gris de lluvia, abrió nuevamente su corazón.
17
Un hombre triste, y una niña que apenas había dejado de ser una niña, sentados uno al lado del otro, en un día de lluvia, ya suspirando, ya riendo, recordando tiempos que no habrían de volver más.
Fue así como Anastasia María escuchó la más bella historia de amor que habría de escuchar jamás.
Una historia que escuché sin invitación.
18
Aquella misma tarde Anastasia estuvo curioseando en un viejo baúl que estaba debajo de la cama de sus padres. Sabía que se encontraba allí, pero nunca antes se había atrevido a abrirlo. Encontró papeles viejos, hojas de árbol prensadas entre placas de vidrio y viejas cartas de amor. Mientras su padre preparaba la cena ella estuvo varias horas con las narices metidas entre aquellos recuerdos de un pasado cuyas historias no le pertenecían.
En el fondo del baúl, en una vieja cartera de mujer con un leve rastro de perfume de París, encontró una vieja fotografía. Mostraba a un joven con la camisa impecable, sentado frente a la barra de un bar, que simplemente sonreía. Era su padre.
Aquella tarde, después de la cena, Anastasia espiaba por la puerta del baño. Damián, en la bañera, miraba hacia el techo y pensaba en mí.
Anastasia se desnudó. Recogió su cabello y entró donde estaba su padre. Llevaba consigo la fotografía.
Cuando Damián vio acercarse junto a él a aquella ninfa escapada de los bosques de su pueblo sus ojos se nublaron. La confundió. La confundió con Amanda. La niña se acercó hasta él y le tendió la fotografía.
«Eres tú»
Damián contempló la fotografía, después a su hija y nuevamente a la fotografía.
«Sí, era de tu madre»
«¿Puedo quedármela?»
«Todo lo que tengo te pertenece»
«¿Dejarás que me bañe junto a ti?»
«Estás desnuda ya»
«No te bañas con la ropa puesta»
«Alguien me dijo algo parecido una vez»
«¿Cuándo fue la última vez que me bañé contigo?»
«No lo sé, pero has crecido ya»
«¿De verdad?»
«Supongo que tendré que comprarte un sostén»
Anastasia se sonrojó.
«Dime que no evitarás tocarme»
«No lo haré»
«¿Crees que quepamos todavía juntos en la bañera?»
«Lo podemos intentar ¿No viniste aquí para eso?»
«Sostén mi mano»
Anastasia puso la fotografía lejos en el piso y luego le tendió la mano a Damián. Él la sostuvo y lentamente ella entró. Se acercó hasta él todo lo que pudo. Le echó los brazos al cuello y pegó sus pechos doloridos al pecho de su padre. Y así, piel con piel, Damián la envolvió en sus brazos. Tomó agua con una jofaina y la vertió sobre su cabeza.
«¿Papá?»
«¿Sí?»
«Te amo igual que te amaba mamá»
«Y yo te amo a ti»
«¿Me dejarás darte un beso?»
«Te dejaré amarme por el resto de mi vida»
Aquella noche, en la tranquilidad de su habitación, a la luz del velador Anastasia María observaba la fotografía de su padre. Estaba guapísimo. Pensaba que si todavía tuviera la edad que tenía en ese entonces, ella simplemente se lo comería a besos. Puso la foto en la mesita de noche y apagó la luz.
19
Algunos meses después Damián dispuso todo para marcharse. No previno a su hija, simplemente entró en su habitación una mañana y dejó una carta en su mesita de noche. La contempló allí, dormida, cual ángel que era. Retiró un mechón de su frente y le dio un imperceptible beso en los labios.
«Adiós, amor mío»
Salió por la puerta principal llevando una pequeña maleta cargada de soledad.
Anastasia leyó la carta al despertar:
A mi queridísima hija Anastasia:
No soporto ya vivir sin tu madre. Me marcho, me voy esperando regresar. He dispuesto todo para que no te falte nada. Recuerda siempre nuestras tardes de domingo, y recuerda siempre cuánto te amé. Tienes que prométeme que te cuidarás.Y prométeme también que algún día amarás tanto como yo te amé a ti.
Besitos,
—Papá.
Anastasia arrugó la carta contra su pecho y se echó a llorar.
Y eso es todo lo que voy a contar. Sé que no es el final, pero tendrás que conformarte con esto.
La historia de Amanda y Damián. La historia de cómo Anastasia María aprendió a amar.
Una historia que no me pertenece y que me consuela en mi soledad.
Nunca jamás contaré el final.
Epílogo.
Algún día sentirás que una sombra se cierne sobre ti. Esa sombra llegará y se posará como una negra ave de mal agüero sobre la cabecera de tu cama. No temas, es sólo una parte de mí. Pero no hablaré de eso ni aquí ni ahora, por el simple hecho de que no me apetece hacerlo. Solamente te diré una cosa:
Cuídate.
Nos volveremos a ver.
2 respuestas
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