
Por
Anónimo
La chica rockera
Era verano y acababa de terminar mi primer año de universidad. Era aquel dulce momento en el que no tienes demasiadas responsabilidades y tu única preocupación es con quién saldrás esta noche. Durante aquellas vacaciones me sentí especialmente libre y sin ataduras. Quizá esa libertad dio pie a todo lo que ocurrió aquella noche.
Ese verano acudí a bastantes fiestas, celebraciones, cenas y salidas con amigos. Apenas tenía dinero ya que me costeaba mis gastos dando alguna clase extraescolar, así que mis vacaciones serían más bien modestas. En una cena con amigos que apuntaba más bien corta, las cervezas hicieron su trabajo y nos encontramos de madrugada buscando un lugar para tomar la última. Alguien había sugerido un pequeño local que llevábamos frecuentando los últimos meses y nos pareció un buen destino. Al llegar a la puerta, un amable portero nos escaneó con la mirada y a regañadientes nos dejó pasar. No tengo demasiados recuerdos de las siguientes horas, quizá por el alcohol o por ser una noche más de las decenas que viví aquel verano. Sólo había una cosa que marcó la diferencia, y era Rebeca.
El local era pequeño, oscuro y algo deprimente si no está lleno hasta los topes. Nada más entrar te encuentras un par de escalones y una cabina de DJ a la izquierda. A la derecha había una larga escalera que subía a un pequeño balcón que hacía las veces de reservado. La parte baja tenía dos salas conectadas por un estrecho pasillo y unos baños situados al fondo. Nos quedamos en la parte baja, bailando y disfrutando de unas copas de dudosa calidad. Éramos un grupo de unas 10 personas pero rápidamente nos dispersamos entre las salas y la barra. Yo me quedé con otros 3 amigos, todos solteros. Nuestros ojos se posaron en un grupo de chicas que parecían estar fijándose en alguno de nosotros. Las siguientes canciones dieron pie a acercarnos más a su grupo y poder empezar a entablar conversación. Poco recuerdo de aquellos minutos ya que no parecía que ninguna de ellas estuviera interesada en mí. Decidí entonces ir al baño y aprovechar para despejarme de aquel ambiente más que cargado. Por el camino tuve que pasar por el estrecho pasillo del local que conectaba ambas salas con los aseos. Entonces me crucé de frente con una chica morena con una media melena lisa espectacular. Tenía los ojos marrones y las mejillas sonrosadas pobladas de pecas. Llevaba una camiseta de algún grupo de rock que no conozco, unos vaqueros ajustados y unas Converse negras. Tenía unas preciosas caderas y un pecho pequeño pero espectacular que se intuía bajo aquella fina capa de ropa. Desde luego no era una chica como las que acababa de conocer. Nuestras miradas se cruzaron, nos sonreímos y nos dejamos pasar mutuamente en el estrecho pasillo. Ambos aprovechamos para pegarnos al otro todo lo posible, incluso apoyé mi mano en su hombro para dejarla pasar. En aquel instante pude apreciar un perfume peculiar que no había tenido el placer de oler y que aún hoy recuerdo. De hecho alguna vez me he sorprendido a mí mismo años después en medio de la calle girando la cabeza al oler aquel aroma buscando su larga melena entre la multitud. Llegué al lavabo, me eché algo de agua en la cara y me dispuse a volver con mis amigos. Al regresar del baño me encontré con la misma chica en el grupo que teníamos al lado. Por supuesto comencé a hablar con ella de inmediato.
Su nombre era Rebeca y también estaba en la universidad. Era una estudiante de Ciencias Ambientales especialmente dulce. Durante las siguientes canciones hablamos al oído del otro aprovechando cualquier excusa para entablar contacto físico. También bailamos más de una canción, especialmente cualquiera que permitiera agarrarla de la cintura. A medida que pasaban las canciones y las copas hablábamos más y más cerca el uno del otro, aprovechando la cercanía para apoyar mi mano en su espalda. Durante una conversación que no recuerdo y apuesto sería más que banal, rocé su oreja con mis labios mientras le decía algo al oído. Su cara al separarme cambió ligeramente, y juraría que incluso se mordió el labio inferior de manera sutil. En aquel momento no pude aguantar más y la besé. Por suerte ella devolvió mi beso y sentí que iba a ser una buena noche.
Tras dos besos más que húmedos nos apartamos a un pequeño rincón de la discoteca lejos de nuestros grupos. La coloqué contra la pared y seguimos besándonos. Ella me agarraba la cara mientras yo la tenía agarrada por la cintura. En más de una ocasión me mordió el labio inferior con una media sonrisa que me volvía loco y que aún hoy recuerdo. Pasó sus manos por mi cintura y me pegó a ella. Aquel movimiento hizo que tuviera que apoyarme en la pared que tenía justo detrás. Pude entonces sentir su pecho en el mío y ella sentir mi abultada entrepierna en la suya. Se nos escapó más de un gemido cuando mi mano izquierda se posó en su culo el cual apenas contenían sus apretados vaqueros. Entonces ella se separó de mí, me agarró la mano y me llevó hacia la salida del local buscando algo de aire fresco.
Nada más salir el portero que nos había dejado pasar nos miró de reojo y nos ofreció un sello para volver a entrar que ni nos molestamos en ponernos. Ambos sabíamos que no volveríamos allí dentro. Agarrados de la cintura y besándola en el cuello nos apartamos hasta la esquina menos transitada que encontramos. En ese punto continuamos con lo que habíamos empezado pero esta vez en una zona más tranquila. Su lengua sabía a alcohol y sus gemidos eran lo único que rompía el silencio de aquella calle poco transitada. Sólo podía pensar en ver qué había debajo de aquella ropa ajustada y devorar uno a uno cada centímetro de su suave piel. De nuevo la puse contra la pared y agarré con fuerza su culo casi subiéndomela encima. No dejaba de besarla y ella hacía lo mismo conmigo. Ambos con los ojos cerrados nos comíamos casi con rabia. Nos daba igual cualquiera que pudiera vernos, sólo existíamos ella y yo. Se pararé mi mano derecha de su culo y me permití el lujo de introducirla bajo su camiseta en un camino interminable por su vientre hasta su pecho. Por fin llegué a tocar su sujetador el cual ella, sin que me diera cuenta, ya estaba desabrochándose con una mano mientras se separaba de mis labios y me miraba con la misma mirada que vi unos minutos atrás en aquel local. Con delicadeza introduje mis dedos bajo su sujetador mientras ella me agarró el culo con ambas manos. Con la yema de los dedos acaricié su pecho con delicadeza. Era suave, pequeño, terso y coronado por un marcado pezón el cual produjo un suave gemido en Rebeca al ser tocado. Inmediatamente ella me besó con más fuerza entregándome su lengua mientras deslizaba su mano derecha a mi pantalón desabrochando los botones frontales. Suspiré y abrí por un momento los ojos para ver los suyos cerrados y apretados con una mueca casi de placer. Mi mano derecha siguió su camino agarrando por completo su pecho mientras ella introducía la suya en mis calzoncillos. Con mis dedos pulgar e índice agarré su pezón y lo apreté ligeramente para notar sus rodillas doblarse ligeramente. Inmediatamente me mordió el labio al mismo tiempo que agarraba mi miembro erecto y lo sacaba del pantalón.
Detuve a Rebeca con la mano izquierda y saqué mi mano derecha de su camiseta para buscar las llaves de mi coche. Sin mediar palabra se las enseñé y ella sonrió metiendo de nuevo su mano en mi pantalón entendiendo que aún no podía probarme. Casi corriendo y sin abrocharnos ninguna de las prendas la guie hacia mi coche el cual estaba aparcado a unos metros de distancia. Ella se dirigió a la puerta del copiloto mientras yo echaba para atrás el asiento principal. Nada más cerrar la puerta se quitó la camiseta y arrastró con ella el sujetador que aún estaba desabrochado. Yo hice lo mismo en apenas un par de segundos mientras casi desesperadamente se intentaba quitar los pantalones lo más rápido posible. Yo hice lo propio mientras nos mirábamos y nos comíamos con los ojos. Echamos la ropa a la parte trasera del coche y me quité la ropa interior dejando al descubierto una brutal erección. Ella ni siquiera intentó quitarse el precioso tanga de color rojo que llevaba, sin mediar palabra pasó sobre la palanca de cambios y se sentó sobre mí. Seguimos besándonos mientras agarraba sus pechos con fuerza y jugaba con sus pezones. Me separé de sus labios para lamerlos mientras ella colocaba sus antebrazos sobre mis hombros y me agarraba del pelo presionando mis labios contra su pecho. Saqué mi lengua y seguí lamiendo con media sonrisa mientras miraba hacia arriba directamente a los ojos de Rebeca. Ella apartó su pelo de la cara para poder vernos mejor. Mis manos se deslizaron hacia su culo en cual, al estar sobre mí, estaba más a mi alcance que nunca. Al hacerlo deslicé mis dedos por su tanga mientras no apartaba mi lengua de sus pezones. Me sorprendí al ver que aquella pequeña pieza de ropa interior se encontraba completamente empapada; tanto que había empezado a mojarme los muslos. Aparté el tanga con rapidez y deslicé mis dedos índice y corazón por sus mojados labios hasta su clítoris. Iba completamente depilada y la suavidad de su entrepierna hizo que mi erección fuera, si cabe, aún más fuerte. Me aparté de su pecho y la miré a los ojos mientras introducía mis dedos dentro de ella poco a poco, viendo cómo su mirada se apagaba fundida en unos párpados que parecía que le pesaban. Cerró los ojos y se mordió el labio inferior mientras yo introducía mis dedos dentro de ella una y otra vez. Despacio. Con suavidad, notando cada uno de los centímetros de Rebeca. Casi inmediatamente un líquido ligeramente blanquecino empezó a deslizarse por mis dedos el cual aproveché para lubricarme mientras, con mi mano izquierda, hice el tanga a un lado. Rebeca se dejó hacer y con una suavidad que no he vuelto a experimentar me introduje en su interior. Hasta el fondo. Ambos soltamos un gemido mientras aguanté unos segundos dentro de ella casi por completo. Inmediatamente Rebeca me empujó contra el asiento del conductor y comenzó a subir y bajar mientras apartaba su pelo a un lado. Nuestros ojos estaban clavados en los del otro, mirándonos con deseo. Sentía cada músculo de Rebeca, cada centímetro de piel húmeda en contacto con la mía. No dejaba de mirarme ni un segundo mientras movía su cadera cada vez más y más rápido. Me dejé hacer. Agarré su perfecto culo mientras lamía cada pocos segundos uno de sus dos pequeños pezones. Rebeca se echó para atrás apoyando su espalda en el volante mientras subía sus pies a los lados de mi cadera. Yo deslicé mis manos por su cintura y pude ver su cuerpo por completo. Comenzó a moverse de manera delicada adelante y atrás mientras arqueaba ligeramente su espalda. Me descubrí completamente empapado por sus fluidos los cuales permitieron lubricar su clítoris al que me lancé de inmediato con mi pulgar derecho mientras ella no dejaba de moverse. Podía sentir sus contracciones mientras gemía con la boca entreabierta. No dejé de jugar con mi pulgar hasta que cerró su respiración, sus gemidos y sus movimientos se volvieron más y más rápidos. Pasados unos minutos se reincorporó y comenzó a cabalgarme casi golpeando nuestras caderas. Lo hacía con fuerza, sacándome de su interior casi por completo en cada embestida. En un par de ocasiones mi miembro salió por completo teniendo que introducirlo de nuevo dentro de ella apartando su precioso tanga rojo. Comencé a notar su agitada respiración en mi oreja mientras me agarró con fuerza pasando sus brazos tras mi nuca. Mientras agarraba su culo para acompañar sus embestidas un ligero gemido salió de su garganta acompañado de una elevación de su cadera. En ese momento mi miembro salió de Rebeca para caer sobre mi vientre acompañado de un flujo constante de un líquido traslúcido que empapó (aún más) mis caderas, vientre y muslos así como el asiento de mi coche. Me quedé helado durante los segundos que Rebeca tardó en reaccionar y, con una sonrisa de lado a lado me agarró y volvió a meterme dentro de ella. Esta vez se separó de mí y continuando con un movimiento incesante que produjo aquello que llevaba deseando toda la noche. Agarré su culo y eché la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados. Ella se movió más y más rápido hasta que me corrí dentro de ella. Mis dedos se clavaron en sus nalgas mientras ella notaba en su interior una descarga larga y caliente la cual no terminó hasta pasados unos segundos.
Ambos, jadeantes, nos quedamos en silencio uno sobre otro, piel con piel aún desnudos deseando que ese momento no acabara. Unos minutos después nos separamos y nos adecentamos como pudimos dentro del estrecho vehículo. Con los cristales totalmente empañados nos vestimos algo avergonzados y de manera apresurada y torpe. En esos instantes posteriores en los que no sabes cómo actuar Rebeca me dio sin dudar su número de teléfono. Salimos del coche y andamos por las calles de la ciudad agarrados de la cintura y chequeando las llamadas perdidas de nuestros respectivos grupos con los que quedamos en la puerta del local en el que nos habíamos conocido. Antes de doblar la esquina que daba a la entrada de la discoteca nos dimos un último beso. De no ser por nuestros amigos que sabíamos esperaban impacientes habríamos vuelto al coche sin dudar. Por suerte no fue la última vez que vi a Rebeca.
2 respuestas
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