diciembre 2, 2024

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Encuentro en la Cafetería

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Siempre he sido una persona de rutinas, y la cafetería del barrio formaba parte de mi ritual matutino. Me gustaba sentarme junto a la ventana, pedir un capuccino con un toque de canela y perderme en mis pensamientos mientras el mundo seguía su curso al otro lado del cristal.

Fue en una de esas mañanas cuando lo vi por primera vez. Un hombre de apariencia pulcra, de traje oscuro pero con la corbata ligeramente aflojada, como si quisiera escapar del orden que parecía rodearlo. Se sentó frente a mí, aunque la cafetería tenía muchas mesas libres.

No pude evitar mirarlo. Sus manos, grandes y firmes, sujetaban un libro cuyo título no alcanzaba a leer. Había algo en sus movimientos, en la forma en que pasaba las páginas, que me resultaba hipnótico. Y entonces ocurrió: nuestras miradas se cruzaron. Fue breve, pero suficiente para sentir una chispa recorrerme, una sensación que me encendió por dentro.

Durante los días siguientes, él se convirtió en una constante. No hablábamos, pero los silencios compartidos parecían tener más peso que cualquier conversación trivial. Había una tensión palpable en el aire, como un hilo invisible que nos conectaba.

Una mañana, mientras hojeaba un libro sin realmente leerlo, su voz me sorprendió.

—¿Te gusta ese? —preguntó, señalando la portada.

Levanté la vista, algo desconcertada por lo directo de la pregunta.

—Es interesante… pero no es lo que esperaba.

—A veces lo inesperado es lo más interesante —replicó, dejando escapar una sonrisa ligera, pero cargada de intención.

La conversación fluyó con una naturalidad que me sorprendió. Su nombre era Daniel. Había pasado de ser una figura intrigante a alguien con quien compartía risas y miradas que decían más de lo que las palabras podían expresar.

Una tarde, la chispa se convirtió en fuego. Había comenzado a llover, y al salir de la cafetería, me ofreció compartir su paraguas. Caminamos juntos bajo la lluvia, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo junto al mío. Sus dedos rozaron los míos, un toque casual que me hizo contener el aliento.

—Tu casa está cerca, ¿no? —preguntó, con una mezcla de casualidad y algo más que no podía identificar del todo.

Asentí, y él me acompañó. Lo que ocurrió después no fue planeado, pero tampoco fue un accidente. Fue como si el deseo contenido durante días finalmente encontrara una salida, en un espacio donde los silencios se llenaron de confesiones murmuradas y la tensión se transformó en algo más tangible.

No entraré en detalles, porque hay cosas que solo tienen sentido en el momento en que ocurren. Pero puedo decir que esa noche cambió algo en mí. No fue solo un encuentro físico; fue una conexión que me hizo sentir viva de una manera que hacía tiempo no sentía.

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