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Anónimo

octubre 29, 2024

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El sabor del secreto

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Había pasado un tiempo desde que conocí a esta enfermera tan multifacética. Además de su trabajo en el hospital, también se dedicaba a hacer bocaditos para eventos. Un día, me escribió pidiéndome ayuda. Tenía un pedido de mil bocaditos que debía entregar al día siguiente, y dado que vivía con sus padres desde su separación, me presentó como “un amigo” más.

Cuando llegué a su casa, ella me recibió en la puerta, vestida con un delantal celeste y blanco, ajustado y que apenas alcanzaba a cubrir sus curvas. Mis ojos bajaron inevitablemente hacia su pecho, donde podía ver el contorno de sus senos moviéndose sutilmente con cada paso. Ella me regaló una sonrisa juguetona antes de darme un beso en la mejilla. Con harina en el rostro, intenté limpiársela con mi dedo y terminamos riendo. “Ven, sígueme,” dijo mientras me guiaba hacia la cocina.

Vestía una licra negra, de esas que se ajustan a cada curva y dejan poco a la imaginación, especialmente cuando se inclinaba y podía ver la silueta de su ropa interior. Sus padres estaban en la cocina también, ayudándola, así que nuestra conversación fue sutil, con miradas rápidas y sonrisas que decían más que las palabras. Cada vez que pasaba junto a ella, se inclinaba un poco, y su cadera rozaba mi pantalón, o yo, aprovechando algún descuido, le daba un toque en la cadera o le rozaba las nalgas. La tensión era casi palpable.

En un momento, su papá fue a encender el horno, y su mamá salió a comprar unas salsas que faltaban. Ella aprovechó el instante, sentándose de repente en mis piernas, mirándome de frente y rozando suavemente sus labios con los míos. Sin decir nada, nos besamos, y su lengua buscó la mía en un instante de pura intensidad, que terminó al oír los pasos de su papá acercándose. Ella se levantó rápidamente, regresando a sus tareas, mientras yo intentaba recuperar el aliento, con el corazón acelerado por la adrenalina de la situación.

Finalmente, el horno estaba listo y solo faltaba esperar a que los bocaditos se cocieran, un proceso que duraba quince minutos. Su papá decidió ir a ver un partido, y su mamá se fue a revisar los deberes de su hermano en otro cuarto. Al quedarnos solos, nuestras miradas se encontraron, y sin una palabra, me acerqué, tomándola por la cintura y besándola con todo el deseo acumulado. La atraje hacia mí, sintiendo su cuerpo y la presión de sus curvas contra mi pecho.

Con una mirada pícara, ella se giró hacia la mesa y se bajó lentamente la licra hasta las rodillas, agachándose con el cuerpo apoyado en la mesa. Quedó de espaldas a mí, con su tanga negra ligeramente desplazada hacia un lado. Me desabroché el pantalón, y al rozarla, sentí que ya estaba húmeda. Deslicé mis dedos sobre su piel y sentí la suavidad y calidez de su deseo. Me llevé los dedos a la boca, saboreando su humedad antes de acomodarme detrás de ella.

Entré despacio, y la escuché soltar un suave gemido mientras apretaba los labios. “Silencio…” murmuré cerca de su oído, sujetándola por la cadera y comenzando un movimiento lento y profundo. Sus suspiros eran casi inaudibles, pero noté cómo su cuerpo temblaba, conteniendo el impulso de hacer ruido. Cada vez que me acercaba, sentía cómo su cuerpo se adaptaba, contrayéndose y relajándose, y en cada movimiento me embriagaba más.

La tensión aumentaba con cada embestida, y ella se aferraba a la mesa, inclinada y con el rostro enrojecido de deseo. Me acerqué y tomé su cabello, tirando suavemente mientras acercaba mi mano a su cuello, apretando un poco mientras ella cerraba los ojos y asentía en silencio. Su respiración se volvió más rápida, y ella murmuró apenas, “Más…”. Bajé mi mano, sintiendo cómo sus fluidos humedecían nuestras pieles, haciéndonos perder la noción del tiempo y el lugar.

Finalmente, sabía que no podía resistir mucho más, y cuando sentí el clímax acercarse, ella se giró, arrodillándose y tomándome con ansias. Con cada movimiento de su boca, el placer aumentaba hasta que sentí la liberación. Ella me miró con una sonrisa satisfecha, sus labios todavía húmedos, justo antes de que un pitido rompiera la magia: el horno ya había sonado, y los bocaditos estaban listos.

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