Por
Anónimo
El sexo anal salvó mi matrimonio
Mi esposa y yo llevamos 16 años de casados, yo tengo 49, ella 42. El matrimonio en cuanto al sexo era monótono y rutinario, hasta que hace aproximadamente un año ocurrió algo que lo cambió todo. Una noche, llegamos borrachos a casa después de una fiesta, los niños no estaban, y había una energía diferente en el aire. Entramos al cuarto y accedí a xvideo en mi celular mientras mirábamos la tele. Había una botella de vino en el minibar y seguimos tomando, lo que nos llevó a besarnos con una pasión que hacía años no sentíamos.
Compré unos juguetes sexuales tiempo atrás para tratar de animar nuestra relación, pero ella casi nunca aceptaba usarlos. Sin embargo, esa noche el vino habló más fuerte y aceptó probar un dilatador anal. Encontré un tubo de lubricante y comencé a prepararla, introduciendo el dilatador suavemente. Para mi sorpresa, entró de maravilla, y la excitación me pudo. Quité el dilatador y, con ella en cuatro, traté de meterle la verga en el culo. Cuando entró la cabecita, ella se enojó y hasta me vaciló, pero yo le agarré fuerte las caderas y logré penetrarla por primera vez.
Ella gritó y quiso llorar, así que paré inmediatamente y saqué la verga, acostándome a su lado. Discutimos acaloradamente, y para mi sorpresa, en medio de la discusión, admitió que le había dolido mucho, pero me pidió que intentara de nuevo, esta vez con más calma. Usé el lubricante nuevamente, comenzando a meterle los dedos suavemente, primero uno, luego dos, hasta que ella misma me pidió que le metiera la verga. La penetré lentamente y comenzó a gemir con intensidad, mientras yo aumentaba la velocidad gradualmente. Sus gritos de placer me excitaban cada vez más, y le pedí que no parara.
En un momento de éxtasis, ella gritó: «¡Ven pronto, maldita sea! Me duele mucho pero ya casi me vengo». Me corrí intensamente, aunque ella no llegó al orgasmo. Inmediatamente me tumbé a su lado y me fui a chupar su coño, mientras ella me pedía que le metiera los dedos en el culo hasta que alcanzara el clímax. Al día siguiente, se quejó de que le ardía mucho al ir al baño, pero algo había cambiado en nosotros.
De ese día en adelante, cada vez que teníamos sexo, ella quería que le metiera los dedos en el culo, pero cuando intentaba penetrarla con mi verga, lo evitaba. Después de un mes de suplicios, finalmente accedió a intentarlo de nuevo. Esta vez fui extremadamente lento, dedicándome a un juego previo prolongado y lubricando su ano abundantemente con lubricante a base de agua. Mientras la penetraba, le acariciaba el coño con los dedos y le apretaba los pezones, lo que la llevó a un estado de excitación intenso.
En un momento, me pidió que parara brevemente, pero pronto retomamos. Entonces, me pidió que se sentara sobre mi verga, y comenzó a moverse arriba y abajo, arañándome todo el cuerpo con una pasión que no le conocía. Grité de placer y me corrí al instante. Desde entonces, ella solo alcanza el orgasmo si le doy el culo, y ya ni siquiera quiere que le chupe el coño, solo que la penetre con cuidado.
Ahora, nuestras relaciones sexuales han adquirido una intensidad desconocida. Cada vez que la penetro por detrás, siento cómo su cuerpo se estremece con una mezcla de dolor y placer que la lleva al éxtasis. He aprendido a leer sus gemidos, sabiendo cuándo acelerar el ritmo y cuándo ser más delicado. Sus uñas se clavan en mis muslos, sus suspiros se convierten en gritos ahogados, y su respiración entrecortada me indica que está cerca del climax. Aunque extraño la intimidad de chupar su coño, ver su rostro de satisfacción cuando me pide más me llena de una excitación indescriptible.
Sin embargo, confieso que a veces echo de menos la calidez de su coño, esa sensación de posesión total cuando me envuelve con su humedad natural. Aunque no está tan apretado como su culo, me encanta ver y sentir mi verga entrando en él, observando cómo se abre para recibirme. He notado que, en ocasiones, cuando la penetro por delante, ella cierra los ojos con una expresión de nostalgia, como si también recordara aquellos momentos. Tal vez, con el tiempo, podamos encontrar un equilibrio entre el dolor placentero de su ano y la ternura de su vagina, combinando lo mejor de ambos mundos en nuestra intimidad.


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