Por
El placer de Evelyn
Antes de empezar mi relato, diré que carezco de simpatía con los niños. Nunca me ha fascinado su compañía pues son inquietos, groseros y preguntones.
Tengo la edad suficiente para saber en qué punto se puede quebrar sexualmente una mujer. Con mi novia solía investigar minuciosamente cada milímetro de piel, a ver dónde rompía en éxtasis. Porque de meter la pija, todo hombre puede. Pero, encontrar la contraseña del cuerpo de tu amante es tarea ardua.
Tenía yo unos veinte años y en mi historial de sexo sólo había una novia y una amiga de mi padre que unos días que vino a vacacionar al pueblo se ofreció a ser mi tutora en las cosas de la cama. Diré que a la pornografía se le puede sacar provecho si se quiere. Porque complací a mi tutora durante toda su estadía. Trigueña, cabello ondeado hasta los hombros, tenía ella unos treinta y tantos y se conservaba tan bien que fue como coger con una adolescente. Mi única tachadura fue un mordisco que le dejé en la espalda por el cual casi nos delatamos. De resto, complací y fui complacido.
Durante ese tiempo, pude satisfacer tanto tiempo de sequía, lujuria, ansiedad de ellas. Después que mi tutora particular se fue, empecé a ducharme más seguido. El recuerdo estaba casi intacto y acababa con tanta intensidad que quedaba con los ojos cerrados contra la pared, mojado. Era impensable para mí en ese entonces conseguir una igual. Es decir, una mujer que estuviese dispuesta a entregarse tantas veces por tantos días seguidos (la visita de la tutora duró unos 10 días), pero pasó. La conseguí.
Debo decir que tengo una hermana, mucho más pequeña que yo y que tal vez ha cultivado en mí ese desprecio por los niños. Ella tenía 8 o 9 para ese entonces y estaba en su etapa del estirón. No sabía que las mujeres se tocaban también y tan bien a esa edad. Una vez llegué corriendo para cambiarme e ir a jugar fútbol y se sorprendió al verme entrar al cuarto (teníamos el mismo cuarto). Pero noté en su rostro ese rostro que yo tal vez ponía en la ducha y su cuerpo aun temblaba ligeramente. Tomé mis botas y me fui. No le dije nada.
Esa experiencia me hizo caer en cuenta de que a esa edad ya ellas empezaban a sentir deseo y me pareció ventajoso. Cierta curiosidad se apoderó de mí y empecé a ver a sus amiguitas de otra forma. A veces iban a la casa a hacer tareas y esas cosas. Mi papá les dejaba la sala para que estudiaran y a veces yo llegaba de jugar y me quitaba la camisa antes de entrar. Me exhibía y ellas me miraban y se reían pues debían pensar que yo era ya demasiado grande.
La idea de pensar que ellas llegaban a sus casas como mi hermana y se tocaban pensando en mí, me excitaba demasiado. Se convirtió de a poco en obsesión.
Empecé a trabajar en la carpintería de mi papá. De 8 a 6 con un descanso a medio día. Yo solía tomarme el descanso antes de las 11 y volvía a las 2. Con la mente más ocupada, pensaba menos en las amigas de mi hermana. Pero igual las pensaba. Uno de esos días, llegué a la casa y fui directo al cuarto (solía darme una ducha, pero el destino sabe lo que hace) y me acosté. Como tenemos aire allí, hace frío y me arropé completamente. Pasó poco tiempo y escuche un vocerío de niñas, antes me hubiera molestado, pero esa vez me emocionó el corazón porque en seguida escuché las llaves abrir la puerta y un montón de zapatos colegiales entró a la casa. Pensé en irme a duchar y salir en toalla como si no pasara nada, pero antes de que me decidiera, pasó algo mejor. Entraron. Seis colegialas vírgenes en mi cuarto. Una ya se veía bastante grandecita y el resto normales para su edad. Las miré encantado y, al ver que mi hermana agitaba una revista porno de mi propiedad me alarmé un poco, de inmediato entendí que no se habían dado cuenta de que yo estaba en el cuarto. Esperé el momento. Todas se acostaron en la cama grande de mi hermanita, con la revista en medio y pasaban la hoja entre risas y suspiros de sorpresa. ¡Cómo quisiera contar que me las follé a todas en una orgía fantástica!
Pero no fue así.
Ese día llegué tarde al trabajo, pues las amigas de mi hermana tardaron algún tiempo en irse. Además de que me di un pajazo fenomenal en la ducha. No era para menos.
La semana siguiente, era Semana Santa, y por ende estábamos todos en casa aburridos hasta más no poder. Estábamos mi hermana y yo en el cuarto y mis papás donde mi abuela, no muy lejos, a dos casas. Sorpresa para mí, llega la más grandecita de las amigas de mi hermana que había venido aquel día. Se llamaba Evelyn, tenía el cabello liso, castaño, largo hasta la cintura; unos ojos grandes y curiosos color café y siempre estaba sonriente. Así me la presentó mi hermana, diciéndome que ese día harían unas maquetas con respecto a la festividad.
Pues suerte que yo, al trabajar con mi papá en carpintería, les era de mucha ayuda en esa tarea y me puse con ellas en la sala a colaborar. Evelyn llevaba una braga ajustada, bien ceñida al cuerpo, por debajo una blusa rosada que resaltaba la blancura de su piel y esos ojazos vivos que tenía. Traté siempre de estar cerquita de ella, de rozarla �sin querer�, de hablarle sosteniéndole la mirada como si nada más existiéramos ella y yo. Ella pareció entender el juego y me coqueteaba, se reía de cualquier cosa que yo dijera, jugaba con su pelo mientras me miraba, mordía sus labios con picardía�
Hubo un momento en que no importaba ya la maqueta, que casi estaba terminada, entonces, para quedarme a solas y ver hasta dónde llegaba aquello, mandé a mi hermanita por goma blanca y paletas de madera a la carpintería. La mandé a ella y aunque refunfuñó, por ser yo mayor, tuvo que ir. Al tiempo que la mandé, le pregunté a Evelyn si tenía sed o quería comer algo, a lo que respondió con un gustoso �sí� y fue perfecto. Apenas escuché el cerrar de la puerta de la casa indicando que mi hermanita se había ido, tomé a Evelyn de la cintura y la cargué hasta la cocina y la senté sobre el cimiento, su boquita tan pequeña se abrió apenas sintió mis labios cerca, la besé con tantas ganas que enseguida la tuve dura. Rápido le quité los tirantes de la braga, enseguida la blusa, con un afán frenético la dejé desnuda sobre el mesón. Debo decir que era hermosamente morboso: su cuerpito era perfecto, sus senos nacían y estaban tan bien formaditos que me encantó, apenas si tenía vello en su pubis virginal, me atrevería a decir que estaba deliciosa.
El tiempo apremiaba, así que la besé y la tomé en mis brazos de nuevo, alzándola y cargándola hasta el comedor. Allí me senté en una silla con ella encima, sus piernas colgaban alrededor de mi cintura sin tocar el suelo, se frotaba contra mi pija la durísima, la saqué gustoso y sentí cómo estaba de mojadita. Me sorprendió, pero no había tiempo para sorprenderse. Mirando sus grandes ojos le hice entender que se la metería y ella me dio a entender que sí, moviéndose un poquito para que la puntita de mi pija quedara justito en la entrada de su vaginita. Tuve que empujarsela varias veces, pues no entró a la primera. Con mis manos en su cintura, la empujaba con fuerza hacia abajo hasta que le entró de lleno, sentí cómo se abría, como su cuerpo se contraía y cómo se venía apenas con tenerla dentro. Me abrazó con mucha fuerza y gemía casi hasta gritar y me fascinaba. Se venía con mucha facilidad, casi que cada vez que la subía y bajaba, me apretaba y se retorcía de placer. Su pecho se sonrojó, al igual que su cara y casi que toda entera. La sentí desvanecerse en mis brazos, dando gemidos muy sentidos que me excitaban mucho más; sentí mi pija toda bañada en ella y poco a poco empecé a subirla y bajarla más rápido. Evelyn cerró sus inmensos ojos y se dejó llevar, entonó un gemido continuo entre dientes hasta que mordió mi hombro derecho; allí mordió mientras yo la subía y bajaba a placer. La silla crujía, sus nalgas, al chocar con mis muslos sonaban y todos esos ricos sonidos retumbaban en el comedor.
La adrenalina se apoderó de mí y me puse de pié, con ella encima y la acosté en la mesa, puse sus pies sobre mi pecho, su colita sobresalía un poco en el borde de la mesa y empecé a follarla como animal, con el placer que me causaba tenerla toda para mí ese pequeño momento. Mi pija brillaba, al igual que su vaginita, en abundante fluido, y ya entraba y salía con facilidad aunque, eso sí, dentro de ella mi pija estaba bien apretadita. Esa presión me daba un gusto que hasta entonces no había sentido y luego de un momento, acabé. Con la puntita dentro de su vaginita, de modo que toda la lechita poco a poco se escurrió y salió de ella. Evelyn apretó los muslos fuertemente y se agarró la cabeza con un reflejo impulsivo. La besé de nuevo, humedecí con mi lengua sus labios que estaban secos por tanta respiración agitada y la cargué, junto con todas sus prendas, hasta el cuarto de mi hermana.
Al oído le susurré: �Me encantó hacerte mía. De ahora en adelante, lo serás. Sólo mía.� Y salí del cuarto, cerrando mi bragueta. Me entraron por un momento los nervios de que llegara mi hermana pero tardó más de lo esperado.
Evelyn se vistió de nuevo con tranquilidad y la acompañé a lavarse la cara. Su cuerpo temblaba y sus piernas aún más. Pero nunca podrá decir que no lo disfrutó. Nunca.
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2 respuestas
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