Por
Anónimo
EL GITANO DE LA FERIA ... Y TODA MI FAMILIA (II)
La mamá no dejaba de besas y abrazar a sus retoños. Agachada en cuclillas para adaptarse a la altura de sus hijitos, mostraba un soberbio escore por el que asomaban dos espléndidas tetas. La mujer era una mujer regordeta pero altamente agraciada, con buenos pechos pero también con un buen culo para apretarlo al máximo. Su rostro era agraciado, mirada profunda y sensual, nariz proporcionada y boca carnosa. Con el nacimiento de sus dos hijos había adquirido un par de kilos pero no desmerecían la figura; todo lo contrario. Las tetas, rematadas con unos pezones grandes y oscuros habían crecido, haciendo las delicias de su marido, y la chucha se había hecho más hinchada y carnosa, con una raja sonrosada entreabierta que parecía estar pidiendo de continuo una buena penetración.
-¿Desea usted un vaso de agua o un refresco? – interrumpió la tierna escena el gitano.
– No, gracias. Nos disponemos a ir en busca de mi esposo, que debe estar como loco buscando a los chavales.
– Los chicos están disfrutando con los disfraces que le he prestado. ¿Por que no los deja jugar un rato con ellos? Pueden ir a la atracción a divertirse.
– No es mala idea – dijo la madre -.Yo iré con ellos.
– Mejor, usted espere en la caravana por si su marido se pone en contacto con nosotros.
Y así fue como Monchito vestido de Peter Pan y Vanessita de Campanilla salieron al exterior y se mezclaron entre otros figurantes del espectáculo y el publico. Se sentían felices. Después de todo, aquella aventura que había empezado con un susto parecía que acabaría bien. Ahora solo restaba que apareciese papá cuanto antes. Por megafonía el gitano anunció a los cuatro vientos: «Ya han aparecido los dos hermanitos desparecidos. Su papá puede venir a buscarlos a la atracción de Neverland».
– ¿Vive usted solo en esta caravana? – preguntó la mamá al feriante.
– Si. Los demás miembros del elenco montan sus carros y tientas de campaña en descampados próximos. En realidad, tengo una perra que me acompaña, una sambernardo llamada Nana, como la del cuento de Peter Pan. ¿Quiere verla?
– La verdad es que no me gustan mucho los perros; de pequeña tuve una mala experiencia.
– ¿La mordieron?
– Algo peor – dijo la mujer -.Prefiero no contar.
– ¿La violó un can? – preguntó con malicia el gitano.
– Algo parecido… Trató de montarme… Era un perro degenerado.
– Mal educado, sin duda – sentenció el hombre -. Yo le voy a quitar el miedo a los canes. Y comenzó a silbar y llamar a gritos a su perra: «¡Nana, Nana, Nana!». Y al poco rato entró en la caravana una preciosa perra de pelo lustroso, que descansaba junto a las ruedas del vehículo.
– ¡Saluda a esta señora, Nana! Y hazle uno de sus jueguecitos tan gratificantes. Con esta terapia va a perder su fobia a los cánidos.
La perra dio unas vueltas en torno a la mamá de Monchito y Vanessa, husmeó sus zapatos y luego, a la orden de ¡ya! metió su hocico debajo de la falda de la mujer y comenzó a lamerle el coño por encima de las bragas.
– ¿Pero qué hace este animal? – protestó la mujer tratándose de librar del sambernardo, pero era tal su envergadura que le costaba apartarlo. La perra en celo seguía lamiendo las pantaletas de la mujer hasta que por un momento esta empezó a sentir un regusto muy agradable y mojarse, algo que aprovechó el gitano.
El feriante, que de malas artes sabía mucho, sacó las bragas de la amante esposa y madre ejemplar y embadurnó la concha con mermelada de fresa. La perra empezó a lamer aquel dulce con más ímpetu y ritmo. La mamá comenzó a sentir un placer infinito, como nunca había sentido. Separó bien las piernas y abrió al máximo la chucha sonrosada para que penetrase bien al fondo y rozase el clítoris aquella lengua rugosa, hábil y larga. El feriante seguía echando chorros de mermelada hasta vaciar el tarro. Quería que la mujer orgasmase como nunca lo había hecho, que le perdiese el miedo a los perros… Y, de paso, que le permitiese a él continuar con su lujurioso plan.
Estaba la mujer recuperándose del éxtasis experimentado con la habilidosa lengua de la perra cuando al abrir los ojos vio como una poronga monstruosa enfilaba su boquita pintada de carmín rojo. El gitano se había desnudado por completo, su torso peludo lucía una la pelambre que le llegaba desde el pecho al vello púbico, tan negro y espeso que apenas le dejaba ver un tatuaje de Campanilla que se había hecho. Era un falo de gran tamaño surcado de gruesas venas, con un gran glande hinchado hasta reventar, que ya babeaba del placer que estaba experimentando. «Nana también sabe chuparme la polla hasta hacerme correr, y yo penetro su chucha hasta lo más profundo. Ella es mi esposa, yo soy su marido. Ella nunca se queja, yo nunca la defraudo», decía el hombre introduciéndole hasta las amígdalas su poderoso miembro. La mujer, en un grado de excitación y desconcierto sin límite se dejó llevar por el desenfreno. Estaba disfrutando como nunca, chupó la verga y lamió sus huevos hasta la delectación. Los jugos vaginales ya se deslizaban por sus blancos muslos.
– ¡Aquí es, papá! – gritaron los mocosos al tiempo que subían la escalerilla de la caravana.
El pobre hombre entró delante y casi se cae pasmado cuando contempló lo que se presentaba ante sus ojos.
– Metámonos detrás de este biombo, pequeñines – dijo procurando que sus hijos no mirasen aquel delectable espectáculo.
– ¿Qué están haciendo? – preguntó Vanesssita -. ¿Por que mamá grita tanto?
– Seguro que la está torturando ese malvado – respondió Moncho -, que de aquellas cosas ya empezaba a saber mucho.
El padre estaba mudo, paralizado, con los ojos puestos en la rendija del biombo, desde donde se podía ver todo perfectamente. «¡Voy a matar a ese hijo de puta!», dijo de repente.
– ¡Cuidado, papá, el gitano tiene una pistola! Ahí, debajo de la almohada, justo donde están haciendo esas cosas…!
Procedía tener prudencia. pero al pobre marido se le calentaba la sangre al ver como aquel desconocido gañán penetraba sin piedad a su pobre esposa… Y como esta no se resistía como sería normal. «Quizás la haya amenazado con el revólver», pensó para sí. Pero aquellos gemidos…. ¿eran de desagrado o de dolor? Lo importante ahora es que Vanessita y Monchito no continuasen viendo aquel espectáculo . Aquellas dulces e inocentes criaturas no podían guardar en sus mentes las escenas de su madre poseída por un energúmeno con un miembro descomunal, introducido sin resistencia hasta lo más fondo del útero.
– Salid de la caravana inmediatamente – dio las órdenes a sus hijos, para luego preguntar a chico si se había meado encima. (Moncho no se había orinado en el leggins de Peter Pan, sencillamente había eyaculado sin apenas tocarse al ver aquella escabrosa y tórrida escena en que su madre era montada como una yegua por un gigantón dueño de una atracción de feria al tiempo que pedía más y más).
Los rapaces salieron de la caravana procurando no hacer ruido. Su padre quedaba tras el biombo por si surgía algún problema o por si su fiel esposa corría algún peligro. Correrse, correrse, sí se corrió. En cada nueva postura, el gitano lograba que la mujer alcanzase la gloria. Y es que aquella poronga XXL y las dotes amatorias del gitano no tenían nada que ver con polvos aburridos y mecánicos de su querido esposo. El culmen fue cuando el feriante introdujo con relativa facilidad su cipote enhiesto en el orto de la mujer. El marido se vio aquí burlado porque aquella zorrita nunca le había permitido entrar por la cueva trasera. La maldijo para sus adentros cuando vio que disfrutaba como una posesa con el sexo anal y aun se dedeaba el coño para sentir un placer más intenso. Pero se había excitado tanto en su obligado escondite con aquel porno en directo, que se bajo los pantalones y el calzón y se hizo la manuela del siglo. Al poco, la perra Nana se acercó sigilosamente tras el biombo y lamió toda aquella eyaculación abundante que el pobre cornudo había derramado por el suelo. Llegado un punto, el gitano, tuvo el cuajo de preguntar a la mujer si tenía una foto de su hija Vanessita. Ella dijo que sí, en el bolso. Este hurgó el bolso y solo encontró una tierna foto familiar: el papá, la mamá, la chica y el chico, todos encantadores y felices. La puso sobre las tetas de la mujer y empezó a masturbarse con mayor intensidad sin perderla de vista; lo que venía era una explosión, la erupción de un volcán. El gigantón enfiló la polla hacia la fotografía, iba a hacer un «tribute», y así fue. Buena parte de la lefada se estampó contra la familia feliz, quedando sus rostros pringados por la descarga seminal. Pero aun así, la mamá se incorporó y lamió con delectación hasta la última gota de aquel licor de los dioses que aún quedaba en la punta de la polla. El papá abandonó como pudo la caravana y se reunió con los niños en el exterior. Al rato, salió la madre como si nada, satisfecha, algo acalorada pero con cierto dolor en sus partes íntimas…
– ¡Por fin todos juntos, papá! – dijo Vanessita.
– ¡Qué tarde más interesante, ¿verdad?! – añadió Monchito.
– La verdad es que, además del susto por extraviaros, la cosa no fue tan mal, ¿verdad, cariño? – dijo la mujer a su esposo. Este calló.
– ¿Sabéis lo que vamos a hacer antes de irnos de la feria? – dijo la madre? ¡Una buena fotografía de los cuatro juntos, que la última que tenía la perdí.
– ¿No te apetece nada más, querida? – dijo con sorna el padre.
. Puestos a pedir… ¿por qué no un perro San Bernardo? Nos haría mucha compañía en casa.
F I N


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