Por
El cuarto oscuro
EL CUARTO OSCURO
Desde pequeña aquella habitación había producido en Lola un efecto un tanto extraño, al principio y sin conocer exactamente qué le ocurría, un calor intenso y concentrado, como una ola bochornosa, le invadía súbitamente lo que por aquél entonces ella conocía como “sus partes”. Esas sensaciones se repetían cada vez que tenía algún contacto con el cuarto. Era algo tan profundo y, a decir verdad, tan bueno, que nunca a nadie se atrevió a contar, que se le dibujaba en su mente como un pecado y por ello es que nunca se atrevió a contarlo a nadie. Se limitaba a vivirlo cada vez que por alguna razón desconocida era atraída por aquella habitación enigmática.
Estaba el cuarto en casa de su tío Ricardo, hermano de su madre, el más pequeño de los tres. A su entender de niña de catorce años, algo loco o, mejor dicho, un poco raro para la época; cuando otros hombres-muchachos de su edad se dedicaban a la lucha de clases o militaban en cualquier formación uniformada, él se la pasaba entrando y saliendo de la casa sin dar explicación alguna a nadie o confinado en el cuarto oscuro que había y, aún hay, en el hueco que forma la escalera de acceso al desván, encerrándose a veces tardes enteras. Incluso cuando en ocasiones el sol brindaba luz y calor en el amplio jardín que rodeaba la casa, él permanecía encerrado interminables horas haciendo caso omiso de cualquiera de los que allí estaban, algo que era muy frecuente durante los meses de verano.
La casa durante estos meses se llenaba de niñería y familiería que pasaban allí las temporadas veraniegas, ya que aunque había pertenecido a los abuelos de Ricardo y podría haber pertenecido a todos los hermanos al morir estos, el abuelo, Ricardo también, se la dejó en testamento únicamente al tío Ricardo que no tenía ningún problema en compartirla con toda la familia sobre todo en estos meses estivales.
El abuelo Ricardo también hizo uso privado de aquél cuarto bajo el desván y pareciera que se lo había dejado expresamente como herencia al tío Ricardo.
Nadie nunca se atrevió a entrar en ese cuarto y por lo tanto todos desconocían lo que en él había, solo podían asegurar que no tenía ninguna luz exterior, porque desde la fachada de la casa se podía observar una pequeña ventana que siempre estaba tapada, clausurada con pintura de color negro en sus cristales.
El abuelo Ricardo era fotógrafo y en la casa tenía incluso su estudio donde todo tipo de personas llegaban con el fin de retratarse, había conseguido fama de “sacar muy bien los retratos” y “echar buenas fotos”. El cuarto al parecer lo utilizaba como laboratorio, por ello es por lo que siempre fue denominado “el cuarto oscuro”.
A su estudio de fotografía también iban de vez en cuando, a veces bastante a menudo, bellas señoritas o no tan señoritas, alguna de no muy buena presencia, con las que se encerraba por horas prohibiendo ser molestado. Después de lo cual se ocultaba a solas en el cuarto oscuro.
Además de la casa y por supuesto el cuarto, todas estas costumbres las heredó el tío Ricardo, que cuando comenzó su adolescencia se convirtió en la sombra del abuelo que le imbuyó del mundo de la fotografía.
En aquella tarde de verano en que todos dormían siesta la casa estaba en completo silencio, roto únicamente por el repetitivo coro de chicharras y cigarras; Olga la hija mayor de Luís, tío Luís, el mayor de los hermanos de su madre, necesitó utilizar apremiantemente el baño y, como suponía que todos dormían, sin recato bajó al baño de la planta inferior con sólo unas braguitas como prenda de vestido. Ya tenía dieciséis años y sus pechos eran firmes, redondos de areola grande y oscura coronada por unos pezones tersos, duros y erectos; a través de la diminuta prenda, podía verse un nutrido bosquecillo amarillo del cual, rebelde escapaba por el borde blanco algún que otro vello rizado y brillante. Aunque descalza, Lola pudo oír sus pasos y se asomó desde la puerta de su cuarto y, mientras la seguía con la mirada, pensó si algún día ella llegaría a tener un cuerpo como aquél, que en su infantil percepción le gustaba. Bajó la escalera detrás de Olga y vio a ésta entrar en el baño. Sin pudor alguno y dejando la puerta entreabierta, metió dos dedos de cada mano en cada uno de los laterales de la cintura de aquella mínima braguita y, distraídamente fue bajándola lentamente hasta las rodillas. En lugar de sentarse inmediatamente, presumiéndose, se atusó con ternura aquella pelambre rizada y amarilla de su bajo vientre, luego se sentó y, con una angelical carita acabó con lo que allí la había llevado. Con más prisa que antes subió a su cuarto cerrando tras de sí la puerta. Lola aprovechó la circunstancia para no volver a su cuarto y “chafardear” un poco por aquella enorme casa.
En ese momento de silencio en la casa en el que solamente se podía oír el canto de chicharras en el jardín, le pareció escuchar un gemido apagado proveniente de la escalera del desván y, aunque en ella no había nadie, quiso echar un vistazo a través de la cerradura de la puerta que había debajo, pero algo se lo impedía, la llave o algo así. Estaba convencida que lo que oía eran gemidos, y como aquello le pareció extraño, se dispuso a esperar en la parte más alta de la escalera que, con una suave penumbra, la protegería de ser vista.
Fue aproximadamente una hora después que despertó al sentir un zarandeo en el hombro, era el tío Ricardo tratando de despertarla y preguntándole lo que hacía allí, la explicación fue de lo más infantil pero el tío pareció creerla.
Durante la noche no pudo casi “pegar ojo” intentando imaginar lo que en el cuarto ocurría y enfadándose consigo por haber perdido tan maravillosa oportunidad, que además probablemente, no se volvería a repetir, al menos en los cuatro días que quedaban de vacaciones.
Así fue que transcurrieron cuatro veranos desde este hecho, no sin que se repitieran situaciones similares, en ocasiones más enigmáticas para una mente tan sencilla como era la de Lola. Concretamente en julio, día del santo de su prima Olga, que en febrero había llegado a la mayoría de edad, el tío Luís permitió que ésta tomara una copa de cava después de los postres para celebrar tan venturoso acontecimiento y, como pareció gustarle, cuando después de los brindis todos se retiraron al jardín, Olga tomó en su mano el resto de una botella aún no consumida y, sacándola de la champanera bebió dos copas más de aquél chispeante espumoso; la escena fue observada con cautela y curiosidad por Lola que, asombrada, no podía quitar la vista de esa ahora mujercita en la que se había convertido la que poco tiempo antes había sido compañera de juegos de ella.
Como cada día todos terminaron por retirarse a sus habitaciones con la sana y española intención de sestear hasta la caída de la tarde. Lola aunque a regañadientes, se vio en el deber de, una vez más, acompañar a sus padres, aun era una cría de catorce años y estaba obligada a cumplir con tan sagrada costumbre que a más de un niño ha costado una llantina. Olga, mayor de edad, podía saltarse tan sano hábito sin más explicaciones.
Tío Ricardo llegó justo en ese momento y, saludando a todos se fue directamente a su habitación con intención, según dijo, de tomar una ducha, para después pasar al cuarto oscuro y continuar con algo que había comenzado en la mañana.
Lola desde su cuarto, podía oír como chapoteaba el agua en el baño del tío, e incluso como éste canturreaba una tonada de la época. Curiosamente, minutos después, le pareció volver a escuchar aquellos gemidos que hasta entonces solo habían procedido del cuarto oscuro. Se colocó sin demasiado cuidado y con prisa una camisa y salió al pasillo con la intención de poder observar ciertamente la procedencia de tan extraños sonidos y satisfacer de una vez esa curiosidad de casi cuatro años de antigüedad.
Encontró que la habitación del tío Ricardo no estaba cerrada, al parecer por descuido éste la había dejado entreabierta, empujó con sumo cuidado y la puerta se abrió con un suave silbido de goznes secos imposibles de escuchar con el sonido del agua y aquellos gemidos de fondo. La habitación en penumbra, con las persianas cerradas, solo estaba iluminada por una franja de luz que provenía del cuarto de baño; curiosa y nerviosa se acercó con sigilo. Se le secó la boca, el corazón le latía como la mañana de reyes por el pasillo de la casa al salón, donde estaban todos los juguetes. Se detuvo, tomó aire y continuó hacia la luz. Casi se le salen los ojos de las órbitas cuando, asomada de soslayo pudo ver al tío Ricardo desnudo, completamente desnudo, de perfil, con el agua deslizándose por todo su cuerpo, como ido su rostro, gimiendo y con una mano en sus partes, pero qué partes!, la mano cerrada alrededor de su cola, que así es como la llamaba mamá cuando hablaba de la de su hermano, y aun le sobraba cola para otra mano; la punta, roja, gruesa, brillante, y al parecer muy dura. Movía su mano de arriba a abajo, o mejor dicho de delante a atrás, hasta casi esconder la punta entre sus dedos. Casi se cayó del susto cuando su tío retiró la mano, era enorme!, la cogió luego con los cinco dedos desde delante, por la punta, y continuó con el mismo movimiento de vaivén, pero desde esa postura. En ningún momento dejó de gemir, sino todo lo contrario hasta que cada vez sus movimientos, siendo más rápidos, le hicieron arquearse hacia adelante como si de repente quisiera que aquello creciera más, y en el segundo arqueo de cintura su mano se llenó de un liquido viscoso y blanquecino que comenzó a gotear de entre sus dedos; en ese momento sus gemidos fueron más profundos pero menos audibles, como si sonaran dentro de él. Lola notó una vez más, pero de forma más intensa que nunca, esa ola bochornosa de la que no conseguiría ni ya querría librarse nunca.
Corrió de puntillas en dirección a su cuarto y se encerró, se sentía confusa y extrañamente satisfecha a la vez.
No habían pasado un par de minutos cuando dejó de oír el sonido del agua de la ducha del tío y le imaginó saliendo del cuarto de baño así, desnudo, con aquella enorme cola por delante. En sus pensamientos estaba cuando escuchó que alguien subía por la escalera con pasos sordos. Esta iba a ser una tarde muy interesante pero ella aun no lo sabía.
Se asomó desde la puerta de su habitación y vio que, con sigilo felino y descalza, entraba Olga en el cuarto del tío Ricardo, si bien le pareció extrañó no le dio mayor importancia. Su mente de catorce años tampoco daba para más.
Por enésima vez quiso aprovechar para echar un vistazo, aunque fuera a través de la cerradura, en el cuarto oscuro. Con lo que se encontró no lo podía creer!, por casualidad se encontraba abierto, que extraño!, era la primera vez, que suerte!, pensó.
Con enorme temor se coló en el cuarto y lo que allí vio puso a prueba su corazón y su sangre fría. Sabía del secretismo y la privacidad del cuarto. Sabía de la tremenda trifulca que se ocasionaría si la encontraban allí. Era consciente de la frontera que estaba transgrediendo. Pero ahora ya estaba dentro, ahora tenía ante sus ojos y a su alrededor, en unos metros de habitación oscura, la imagen de tantos y tantos comentarios, conjeturas, burlas y “dimes y diretes” que ella había escuchado en las eternas tertulias familiares de jardín.
Varios aparatos que ella no sabía nombrar, junto con unas bateas y bandejas, se asomaban entre las sombras sobre una mesa, al lado de una ventana tapada por una cortina. De pared a pared, como si se tratara de un tendedero de ropa, pendían de una fina cuerda varios trozos de película y algunas fotos enganchadas por pequeñas pinzas de madera que las sujetaban por una esquina.
En las paredes estaba toda la estancia literalmente forrada de fotografías, bastantes de ellas de los tiempos del abuelo, de mujeres desnudas todas, alguna con las piernas abiertas y enseñando sus partes bien abiertas también, e incluso dos o tres de ellas con uno o varios dedos dentro.
Esta visión le provocó nuevamente esa ola de bochorno de la cual no pudo disfrutar plenamente. Escuchó pasos, mejor esconderse, era ya imposible salir. Lo hizo tras la cortina de la única ventana de aquella habitación, cortina que estaba de adorno porque los cristales estaban pintados de color negro.
Estaba bien segura que los pasos se dirigían hacia el cuarto oscuro, mejor no moverse. Trataba de controlar su respiración cuando los pasos se detuvieron justo en el interior del cuarto y se cerró la puerta. El cuarto quedó en una completa oscuridad, estaba asustada pero aún fue capaz de distinguir, cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, a su prima y al tío Ricardo. El tío encendió una luz de un tono rojo que dibujaba en sus rostros una mueca espectral, hasta el punto de dejarles casi irreconocibles. Ahora pudo ver perfectamente como su prima se subió sobre una mesa; en pié dejó caer su falda hasta los tobillos y luego, repitiendo la acción, que de repetida y observada recordaba como ocurrida momentos antes en el baño, bajó su minúscula braguita. Fue bajándola despacio hasta los pies, y con una suave patada se deshizo de ambas prendas, dándole casi con ellas en la cara al tío Ricardo. Se sacó por la cabeza una camiseta de tirantes que llevaba y se colocó en cuclillas sobre la mesa imitando a alguna de aquellas mujeres que había en las paredes.
Como le daba la espalda a Lola, ésta no podía ver que hacía exactamente con las manos por delante, pero imaginaba que estaba emulando a aquellas mujeres en vivo para tío Ricardo.
Tío Ricardo miraba todo esto aparentemente tranquilo.
Con una mano tiró de la punta del cinturón del albornoz que vestía con lo que deshizo el lazo que lo mantenía cerrado y este se abrió. De nuevo apareció desnudo ante los ojos asombrados de Lola, dos veces en una tarde era demasiado. Los ojos de Olga no debieron denotar asombro, o al menos esto le pareció a Lola por el ningún gesto ni movimiento de su prima. A pesar del color rojo de la estancia, Lola al fijarse mejor pudo ver que la cola del tío ahora no era tan grande, no era tan brillante ni tan aparentemente dura como momentos antes, además su punta estaba cubierta por una especie de pellejo que él ponía adelante y atrás cubriendo y descubriendo la punta rosácea que ella había visto hacía bien poco algo más roja.
Lola, en un par de ocasiones y sin saber por qué, estuvo tentada de acariciar sus partes, pero se asustó al notar que estaban totalmente mojadas, braguitas incluso, y pensó que el miedo o los nervios y esta situación habían hecho que se le escaparan unas gotitas de “pipi”.
Un par de años más tarde descubriría la estimulación que determinadas imágenes y situaciones podían ejercer sobre sus partes.
Tío Ricardo no había dejado ni por un instante de practicar ese movimiento de vaivén con la mano que Lola ya conocía, con ello había conseguido que su cola tomara la longitud, brillantez y apariencia de dureza que ella observó instantes antes en la ducha. En ese momento Olga saltó desde la mesa y se arrodilló ante él, este la tomó con dulzura por la cabeza y la atrajo hacia sí.
Lola desde su posición de refugio poco podía ver pero intuía aunque le pareció extraño, que su prima estuviera chupando la cola del tío, le parecía inverosímil que eso se chupara. Supuso que si se asomaba desde el otro lado de la cortina, tendría una visión en ángulo de la escena, pudiendo así comprobar la certeza de sus extrañas suposiciones.
Volvió a notar una vez más esa sensación húmeda en sus partes, incluso se sintió gotear al cambiar la postura de sus piernas para acceder al lado contrario de la cortina; ya no podía aguantar más y pasó distraídamente su mano izquierda por encima de la braga, percibiendo claramente que la humedad había traspasado el tejido. Con indolencia introdujo dos dedos por el borde de la prenda y pudo comprobar cómo sus jóvenes y lampiños vellos estaban arremolinados, sin duda a causa del fluido que les había mojado.
Podía comprobar lo cierto de sus suposiciones, desde su nueva posición tenía una visión perfecta de la acción que protagonizaban ante sus cándidos ojos su prima y su tío. Eso al parecer se chupaba. Olga tenía totalmente pegada la nariz en el vello que el tío tenía sobre la cola, que no se le veía, claramente estaba dentro de su boca, su carrillo ofrecía un abultamiento poco habitual, como cuando en Zaragoza el tío Luís les compró uno de aquellos enormes caramelos que llaman adoquines. La prima chupaba la cola al tío como buscando un sabor que no era capaz de encontrar, sacándola y metiéndola en su boca, entreteniéndose en la punta, chupando, sorbiendo, incluso en ocasiones girando la cabeza de un lado a otro como hace Caniche, el perro del tío, cuando trata de comprender lo que se le dice. Olga parecía nerviosa con aquella cola en la boca, no paraba de mover las manos de una parte a otra de su cuerpo, ahora sus pechos, luego sus partes, introduciendo incluso sus dedos, después pasó la mano por su culito de abajo a arriba, deteniendo su dedo medio en ese terrible agujero por unos segundos, era sorprendente!.
Lola creyó que de un momento a otro su corazón le aparecería en la boca, latía tan rápido que se asustó pensando que pudiera oírse en el silencio del cuarto. De nuevo volvió a suspirar en silencio, le faltaba el aire, era como si todas las sensaciones de su cuerpo se estuvieran concentrando en sus partes, aún no había sacado sus dedos y necesitaba moverlos dentro, no era capaz de calificar aquello que sentía, era muy placentero, casi se le escapó un gritito; gemía como tío Ricardo pero en silencio, lo estaba notando, era extraordinario.
La cara del tío era exactamente la misma que pudo ver antes en la ducha, volvió a arquear la espalda y ahora Lola estaba segura de lo que ocurriría, lo había visto ya. Así fue, el tío se arqueó por segunda vez, puso la mano sobre la cabeza de su prima, sacó un poco la cola de la boca de ella dejando solo la punta dentro, sus músculos se tensaron, su rostro otra vez ido, y de la comisura de los labios de Olga asomó un hilo blanquecino y viscoso mezclado con saliva. Todavía se entretuvo un rato acariciando con su lengua la cola del tío, daba la sensación de querer dejarlo todo limpio, luego se levantó y, con un gesto que a Lola encantó sin saber por qué, se pasó la lengua por los labios limpiándose los restos del líquido que el tío expulsó por su cola y, como única frase pronunciada en todo ese espacio de tiempo dijo: “espero que te haya gustado tío”. Tomó su ropa del suelo, se vistió sin prisa y salió del cuarto como si nada hubiera ocurrido. Tío Ricardo no tardo demasiado en salir en dirección a su habitación, con paso cansino iba atándose el albornoz. Lola quedó allí, pensativa, cansada, entumecidas las piernas y con una mezcla extraña en la cabeza, entre nerviosa, feliz, culpable y sobre todo abochornada, con un maremoto de sensaciones a medio disfrutar en sus partes.
2 respuestas
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