octubre 23, 2025

139 Vistas

octubre 23, 2025

139 Vistas

El Chocho de Mi Jeva

0
(0)

La concha de mi jeva es otra cosa, muchá. Si les conté de esas tetas que tiene, que son un monumento, ahora les toca lo que tiene entre las piernas, que no se queda atrás, para nada. Es una obra de arte, pero del tipo de arte que lo mira a uno y le da ganas de comérselo todo, de manosearlo, de meterse hasta el fondo y no salir nunca.

Es jugosa, sí, pero jugosa de verdad. No es que se moje un poquito, no. Es que cuando la abro con los dedos, ahí en la luz, brilla todo, se le ve ese rosa oscuro, mojadito, brillosito, como pidiendo a gritos que se la chupe o que se la meta. Huele a mujer, a limpio, pero con ese olorcito a hembra que a mí me vuelve loco, que me pone como perro en celo. Yo a veces, solo de olerla, se me para el miembro al momento, duro como un palo y latiendo.

Y es gordita, tal cual. No flaquita, no. Tiene sus labios carnosos, de esos que cuando abre las piernas se le ven, un poquito abiertos, como una flor bien regada. Cuando se pone en cuatro, sobre la cama, esa concha se le ve redondita, gordita, apretadita. Parece un melocotón maduro, pero uno que gotea. Aprieta, hermano, aprieta como si no hubiera entrado nunca. Cada vez que me la meto, siento ese calor que me recibe, que me agarra, que no me suelta. Es como si mi verga llegara a su casa cada vez que se la entierro.

Lo de rasurada es cuando yo quiero, porque a mí a veces me gusta verla bien limpiecita, sin un pelo, toda abierta para mí, para chuparla sin que nada se interponga. Esos días, después de que se ducha y se afeita, me la trae acostada en la cama, abre las piernas y yo me quedo mirando. Es perfecta, lisa, suavecita, y en el centro esa rajita jugosa que es toda mía. Otras veces le digo que se deje el bello, que crezca un poco, porque me prende verla más natural, más selvática, como más mujer. Y ella obedece, porque sabe que ese chocho es mío, para lo que yo quiera y cuando yo quiera.

Siempre está dispuesta, eso es lo mejor. No hay un día, una hora, en que me diga que no. Llego del trabajo, cansado, y si la veo en la cocina o viendo la tele, le levanto la falda o le bajo el short y le meto la mano. Y siempre, siempre está caliente. Húmeda. Lista. A veces solo con un roce de mis dedos sobre la tela del panty ya gime, ya se arrima, ya me busca. Es una fogata que nunca se apaga, y yo soy el gas que la alimenta.

Me encanta hacerla venir con la boca. Es mi debilidad. Acostarla, abrirle las piernas bien grandes, y agarrarla de las nalgas para acercarla a mi cara. El primer lengüetazo siempre es suavecito, de arriba abajo, para probarla. Ella siempre chilla, un «ay, Orlandito» que me enciende más. Después me meto ahí, en ese huequito rico, y la chupo como si fuera el último mango del verano. Le meto la lengua adentro, la muevo, la saco y me concentro en esa piececita que tiene arriba, el botón, que cuando se lo beso y se lo chupo, ella empieza a temblar. Agarra las sábanas, grita, me dice de todo. «Papi, no pares, por favor, que me vengo». Y yo no paro, me pongo como loco, bebiéndome todo su jugo, que sale a chorros a veces. Se viene en mi boca y yo tomo todo, no dejo que se pierda nada, es demasiado rico.

Pero donde ella realmente pierde la cabeza es cuando le froto la punta de mi miembro en su clítoris. Yo estoy ahí, encima de ella, con la verga dura y latiéndole justo en ese botoncito sensible. Ella se vuelve loca, mueve las caderas, me ruega que se la meta. «Métemela ya, papi, por favor, te lo pido». Y a mí me gusta hacerla sufrir un poquito, rozarla nada más, ver cómo se retuerce. Hasta que no me lo pide con lágrimas en los ojos, no se la entiero.

Lo que empezó aquí puede continuar en privado. Ver ahora

Y cuando por fin se la meto… carajo. Es un paraíso. Esa concha caliente, apretada, jugosa, me recibe como un guante. El primer empujón es siempre lo mejor, ver su cara, ese gemido que sale de lo más hondo. Empiezo a darle, lento al principio, saboreando cada centímetro que se traga mi verga. Después más rápido, más fuerte. El sonido de nuestras pieles chocando llena el cuarto. Ella grita, me dice cosas, que si la estoy follando rico, que si me gusta su chocho. Y yo le respondo dándole más duro, agarrándola de las nalgas para clavarla mejor.

Le encanta que se la meta por detrás. Ahí es donde más puta se pone. Se pone en cuatro, con esa concha bien mojada y esas nalgas al aire, y yo detrás, dándole como un animal. Desde atrás se le ve todo, cómo se le abren los labios con cada embestida, cómo le gotea todo. Y ella me pide más, siempre más. «Fóllame, Orlandito, rompeme este chocho, es tuyo». Y yo lo hago, le doy hasta que los dos no podemos más, hasta que me corro dentro de ella, llenándola, sintiendo cómo me succiona hasta la última gota.

Después, acostados, sudados, yo todavía tengo la mano puesta ahí, en su vagina, acariciándola, poseyéndola. Sigue palpitando, caliente, mojada. Es mía. Todo eso es mío. Y pensar que hay hombres que se conforman con cualquier cosa. Yo tengo esto en mi cama, siempre dispuesto, siempre caliente. A veces en la noche, medio dormido, extiendo la mano y la pongo ahí, solo para sentirla, para recordar que es real. Y ella, ni se despierta, pero se arrima, murmurando. Hasta dormida me pide más. Así es mi mujer, y su concha, que es mi adicción.

¿Que te ha parecido este relato?

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación 0 / 5. Recuento de votos: 0

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este relato.

🔞 Recomendado 18+:
💬 Termina aquí: conexión real y discreta en minutos.

Entrar ahora

Deja un comentario

También te puede interesar

Escandalo en la familia.

anonimo

28/02/2015

Escandalo en la familia.

El sotano

anonimo

30/05/2014

El sotano

No me lo imaginaba

anonimo

25/10/2011

No me lo imaginaba
Scroll al inicio