Por

Anónimo

septiembre 25, 2025

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Mi primo y mi prima son mis dueños (relato)

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Soy una mujer casada de 35 años. He sido felizmente casada por casi 10 años con un macho envidiable a mi lado. Ninguna mujer le diría que no a mi macho, o al menos eso creo. Pero díganme ustedes: ¿se negarían a un hombre de 35, de 1.80, blanco y fornido, de venas marcadas, pelirnegro, con una verga de 17 cm y 4 de grosor, que cada vez que me la mete siento que me abre toda, con 2 centímetros extra que hace que me golpee el útero cuando estoy siendo suya?

En resumen, mi esposo es guapísimo y varonil; de esos que te cargan en brazos en las películas, y de los príncipes azules que te cuidan como princesa. Esa ha sido mi vida desde que me casé: abierta dos veces a la semana y mimada el resto, como toda mujer se merece, como toda mujer linda como yo. Cabe recalcar que ambos venimos de buena familia y tenemos genes muy bien hechos, pero yo soy la guapa del matrimonio: caderas exuberantes, culo levantado —aunque quisiera que fuera más gordo—, tetas de copa C, y un bello rostro con largo cabello negro. No por nada mi marido me folla como un toro.

Todo bien por casi 10 años, hasta que pasó lo que les narraré a continuación, que me llevó a un éxtasis sexual tan grande que quisiera que mi marido me viera en ese estado. Quiero contarle, quiero que sepa lo salvaje que puedo ser, cómo gimo cuando me tratan como una auténtica zorra. Que vea lo que su princesa puede llegar a ser para él, pero… me da miedo.

Les contaré: mi esposo y yo nunca hemos perdido el apetito sexual por el otro; somos salvajes en la cama y, al menos, él ha sido el único y primero en mi vida de esa forma. Nunca pensé que me iba a gustar el sexo de otra forma que no fuera esa.

Un día, mi marido se iba de viaje y yo tenía unos compromisos con la empresa y no podría ir con él. Aunque quería delegar el trabajo, mi jefe y él me dijeron —ambos— que yo era necesaria para que se concretara lo que íbamos a hacer. Pero solo sería un día; mi esposo se iría por una semana entera: 6 días de estar sola. Quería ir solo por eso, pero él no me dejó. Me dijo que, aunque mandara al diablo a mi jefe, no me dejaría ir porque yo era la cara de la empresa y que demostrara ser profesional.

Dos días pasé abrazada a su ropa, extrañándolo. Al tercero, comencé a necesitar que me penetrara como solo él lo hacía. Me tocaba oliendo su ropa, pero no era lo mismo. No sabía lo adicta que me había vuelto a él hasta ese momento. No sabía que lo amaba tanto.

Al cuarto día llamó y, después de la larga charla de costumbre, me dijo que por la tarde llegarían unos invitados: unos familiares suyos del extranjero, y que por favor los recibiera. Yo objeté porque no quería que dos extraños invadieran mi casa; yo lo que quería era a mi marido. Me dijo que les enseñara la ciudad y algunos clubes que nosotros frecuentábamos para que se la pasaran bien.

Y pues, justo y puntual, unas horas después llegaron: un tipo y una tipa no muy altos que me abrazaron y me saludaron de primos muy duro, como si nos conociéramos de años. Muy joviales ambos, y tuve que admitir que no caían mal. Les enseñé la casa por dentro y dónde quedarse, y les hice de comer y les mostré la piscina en el patio trasero. La casa no era enorme, pero teníamos piscina en el patio trasero, y cuando me descuidé, descubrí a los primos desvistiéndose y arrojándose casi desnudos a la piscina. Sin mucha ropa, ambos demostraban sus cuerpos latinos. La prima era escultural, incluso más que yo; lo más seguro es que fuera producto del gimnasio. Su piel morena brillaba bajo el sol.

El chico tampoco estaba mal. Definitivamente era familiar de mi marido; compartían mucho físico, pero él era más moreno y musculoso. Ambos parecían modelos posando en el agua. Pero entonces lo vi… Entre jugueteos y abrazos, se estaban manoseando. Me dieron celos y vergüenza, así que me metí de nuevo y me hice la boluda, pero observándolos desde lejos. No dejaban de tocarse y besarse aún conmigo allí; era como si no existiera. O no les importaba, o querían que yo viera, porque comenzaron a besuquearse de manera muy sensual en la piscina. Vi cuando el primo le sacó el sostén a la prima y la apretaba contra él. Escuché los primeros gemidos de la prima aún desde adentro, pero no me atreví a decir que pararan. Eran sensuales; era como ver un porno en vivo.

El primo la levantó un poco en el agua y le comenzó a mamar las tetas a la prima, y ella se retorcía en el agua. Ella le jalaba del pelo y agarraba su cabeza contra sus pechos. Era una escena tan erótica que mi vagina estaba goteando dentro de mis bragas. Me dio la intención de tocarme hasta que recordé que, desde la ventana de arriba, podía seguirlos viendo de manera más segura. Así que me escabullí hasta subir las escaleras y, ya arriba, en la habitación de huéspedes, desde la ventana vi cómo la prima se aferraba a él con las piernas enrolladas en la espalda del primo. Dios, lo estaba montando en el agua. Me preguntaba cómo estaría su miembro; ella parecía disfrutarlo sin parar. Y yo meti la mano y comencé a masturbarme.

El voyerismo nunca me había interesado, a pesar de que mi marido más de una vez me lo había propuesto. Pero ahora me estaba dando placer viendo a los familiares de mi marido teniendo sexo en mi piscina. La chica se curveaba y se retorcía mientras sus pechos bamboleaban en la cara del primo, y él aprovechaba a chupetearle los pezones de ambas tetas. Ver cómo se los jalaba me hacía recordar cómo a mi marido le gustaba estirarme los pezones con su boca. Dios, me metí una mano bajo la blusa y comencé a manosearme las tetas.

Mi marido me excitaba cuando me las chupaba; nunca podía decirle que no y terminaba toda abierta en el lugar donde estuviera en la casa mientras él me cogía el coño. No podía hacer nada contra eso, y al parecer esa chica era igual, porque no dejaba de moverse y de gemir como puta mientras él la hacía subir y bajar en su verga bajo el agua. El chapoteo y los gemidos casi inundaban el ambiente; los vecinos seguramente escucharían. Me pregunté si sabían que yo los espiaba. Cerré los ojos y me dejé caer en la cama, saqué mis tetas y comencé a jalarme los pezones mientras me colaba los dedos.

No podía parar; estaba de voyeur viendo cómo una pareja sensual se comía viva haciendo el amor. Cuando oí cómo se abrió la puerta, exaltada abrí los ojos y vi que era la pareja, con la tipa aún unida a su hombre, completamente desnuda y abrazada a él con las piernas y los brazos. Se podía ver claramente como la verga del primo se enterraba en su coño, cómo se doblaba dentro de ella y cómo se apretaba en los labios vaginales. El primo le abría el culo con las manos para sostenerla, y parecía que las manos no le alcanzaban para tan grande y bronceado culo.

—Mira lo que tenemos acá —dijo el hombre—. La prima se puso caliente viéndonos y ahora se está colando los dedos ella sola.

Yo estaba avergonzada y me tapaba como podía, pero mi brazo no alcanzaba a cubrir mis pechos, y mis bragas estaban en el suelo, muy lejos para alcanzarlas. Mi mano, apretada entre mis piernas, no dejaba de excitarme. Estuve a punto de correrme. No seas así —dijo la prima—. Conociendo a mi primo, seguramente se la cogía todos los días y ahora está necesitada de macho. No te preocupes, prima, podés ver lo que quieras; yo ya estoy acostumbrada a que me vean coger a este hijueputa, y a él también le encanta que lo vean domar a esta potra. ¿No es así, amor? —Le chupó la boca con la lengua.

Yo estaba aterrorizada, pero algo en su comentario sobre su primo se me clavó en la cabeza. —Ya me voy —dije, y traté de vestirme, pero se pusieron enfrente de la puerta y él puso el pie sobre mis bragas. El primo dijo: —Vamos, no sea tímida, prima. Mi primo la tiene en abstinencia hasta el lunes, y yo ya me estoy cogiendo a esta puta. Si está interesada en ver cómo mi verga se clava en esta puta, no tenga miedo. Sepa que estamos en confianza y puede vernos todo lo que quiera.

Mientras le enterraba la verga a la prima una y otra vez, sus brazos se tensaban alrededor de sus piernas y su culo. Sus brazos eran venosos y musculosos, más que los de mi marido, y ver las venas de su verga y sus bolas bamboleando… uff, Dios.La forma en la que hablaba sobre cogerse a la chica, y cómo ella no dejaba de moverse y ensartarse en su verga mientras hablaban conmigo, me dejó sin habla. —Acuéstese de nuevo —dijo y me empujó con una mano tan fuerte que caí a la cama de nuevo—. Vea cómo hago a esta puta gritar.

Se tiraron en la otra cama de la habitación y comenzó a azotarle las tetas a la prima mientras le enterraba la verga. —Así me califica qué tan bien me cojo a esta puta. Y no se preocupe, que a ella le encanta que la vean cogiendo. ¿No es así, putita? —le dijo y le metió una cachetada. —Sí, me encanta que me vean abierta. Me encanta que vean cómo me cogen y me haces puta. Le metió otra cachetada y le preguntó: —¿Te gusta cómo te relleno de verga? —Sí, me encanta sentirla toda.

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Y comenzó a darle duro mientras las grandes tetas [de ella] se bamboleaban violentamente. Yo no pude más y la timidez ya no importaba. Abrí las piernas y comencé a tocar mi vulva por encima; ya estaba toda húmeda. No quería meter mis dedos m porque si volteaban, verían mi vagina abierta y me daba pena: esa era de mi marido. Los gemidos inundaban el cuarto, y el primo estaba ahorcando a la prima mientras le daba duro por el coño. Era una gran verga, quizás más grande que la de mi marido; no dejaba de entrar y salir del coño brilloso y abierto de la prima. Yo estaba casi por llegar al primer orgasmo cuando el primo levantó a su puta como si fuera una muñeca de trapo y le dio la vuelta, poniéndola en cuatro, y comenzó a follarla mientras le daba fuertes nalgadas.

Yo amaba que me hicieran eso: que me dieran dolor mientras me cogían. Me recordaban de quién era con cada azote; me recordaban que ya tenía dueño. Abrí las piernas totalmente sobre la cama y me recosté contra la pared. Igual ya no importaba; los estaba viendo completamente desnudos a ellos, y hasta creo que me habían olvidado. Comencé a colarme los dedos como se debía hacer, y hasta podía oír el chapoteo entre mis piernas. La prima gemía como si la estuvieran desvirgando por primera vez, y su culo rojo no dejaba de golpear contra las caderas del primo de mi esposo. Dios, el tipo la jalaba de donde pudiera con tal de follarla: la jalaba de los hombros, de los brazos, del culo, del pelo, de las costillas, hasta las tetas le estiraba con tal de follarla duro contra él. Dios, me mataba ver cómo la tipa no dejaba de rebotar, como si su coño no tuviera fondo y quisieran llegar más adentro.

Las mujeres no lo decimos, pero a veces llegamos a más de un orgasmo mientras nos cogen. Su coño estaba empapadísimo y rojo, y la verga no dejaba de chapotear dentro de ella, así que asumo que ya se había corrido al menos dos o tres veces mientras el primo se la cogía. Entonces el primo volteó, y la prima lo siguió con la cara roja de tanto estar cogiendo. -¿Qué tal,prima?¿Le gusta cómo domino a esta yegua? Me tapé rápido la vagina y no supe qué decirle, a pesar de lo caliente que estaba. -¿No le gusta?¿O quiere que cambiemos de posición? Vamos, no sea tímida, prima.¿Quiere ver algo?-preguntó el primo, mientras la prima no dejaba de ver mi coño. Yo solo podía apretarme con la mano como estaba, a pesar de que quería seguirme dando dedo. -¿Algo como qué?-dije. Algo como ver a la prima abierta del coño mientras sube y baja en mi verga… Sus palabras hicieron que se me giraran los ojos y casi llegara al orgasmo. Mi clítoris palpitaba bajo mi mano, así que la levanté un poco para no correrme. El tipo cogió a la prima en el aire e hizo que abriera las piernas hacia afuera, apretando con ambas manos sus muslos para mantenerla en el aire sobre su verga, mientras ella se aferraba a él como podía de su cuello para no irse hacia adelante. —Tápate el coño —le dijo él.

Sabía lo que venía, pero yo no aguantaba más. Podía ver su verga erecta aproximándose a mí, con la prima abierta y colgando de su hombre. No podía dejar de ver su verga. —Quítate la mano y te dejo ver cómo la penetro para ti.

¿Para mí? Dijo que para mí. ¿Se la iba a coger para enseñármelo a mí, para que yo lo viera? Mi corazón palpitaba a mil, y quité mi mano, lento y suave, como si revelara un tesoro. —Mira qué rico tiene el coño la putita de mi primo —dijo él.

La prima no dejaba de verme, cansada y jadeando. —Quiero ver cómo se mete los dedos viéndome a mí. Abrite la concha, nena, si querés ver cómo me como la verga de mi hombre. Me la abrí tímidamente con las dos manos y a simple vista se podía ver mi clítoris y mis labios palpitando. -Mira qué rosadita la tiene la puta -dijo ella-. Seguro quiere terminar como la mia. iMétete los dedos, puta! Dijo ella, y yo obedecí como si me estuviera regañando.

Le estaba enseñando mi vagina a una mujer extraña; estaba abierta de piernas enseñando la vagina a una pareja de extraños desnudos frente a mi. -Eso. Ahora tócate, que ya quiero comenzar a montar y me muero por llenarme la concha, y solo te estoy esperando a vos. Me dio pena, porque tenía razón: había dejado de follar por mi culpa, y le hice caso. Me colé los dedos para ella, pero esa verga ahora no dejaba de dar brincos apuntando hacia mi y casi que le reclamo porque parecía haberse excitado más gracias a mí. -Ahora sí, mírame, que ahora las dos somos putas. Quitó la mano de su coño, y el primo extendió un poco los brazos para acercarla hacia mí y me enseñó lo rojo que estaba. Se lo abrió con los dedos, y con la otra mano buscó con esfuerzo la verga de su hombre hasta que la encontró. Y el primo volvió a contraer los brazos acercando el culo de la prima a él y ella la agarró y doblando la hacía adentro se la enterró hasta la mitad en el coño. Que envidia.

Allí frente a mí, el primo comenzó a hacerla subir y bajar. Veía cómo sus jugos vaginales se deslizaban por la verga, y yo no dejaba de meterme los dedos. El primo comenzó a cogerla con fuerza, y sus bolas rebotaban contra el coño rojo de la prima. Estaba tan excitada que comencé a gemir y me destapé las tetas para ellos. Viendo esa verga entrar y salir, los gemidos de los tres inundaron el cuarto, y yo estaba tan caliente que podía sentir el vapor en mis exhalaciones.

De repente, la verga comenzó a salpicar los jugos del coño donde se estaba metiendo, y gotas de jugo caliente estaban cayendo en mis piernas abiertas. Eso me excitó aún más, y comencé a darme dedo y a masturbarme el clítoris al mismo tiempo. Cerré los ojos… Sentí cómo muchas gotas calientes caían sobre mi y abri los ojos otra vez. La prima se estaba corriendo sobre mis piernas abiertas mientras se apretaba duro las tetas, recostada en su hombre. Yo no podía dejar de ver la verga entrar y salir como si fuera un pistón en buena marcha y sin parar. Ella soltó el último chorro que fue a caer a mi abdomen y se deslizó caliente hacia mi vulva, y lo usé para masajearme el clítoris. Estaba usando líquido de otra concha caliente para masturbarme Dios, estaba a punto de llegar. La tipa, aún gimiendo, le dijo: -Dale la leche a la puta. ¿Dale la leche dónde?, me pregunté yo en mi mente. Estaba tan caliente que si me la metía, la tomaba con gusto: en el coño, en la boca, donde fuera. Quería esa gran verga dándome leche; no importaba dónde. Tiró a su otra puta al lado mío y comenzó a masturbarse para mí, hasta que soltó grandes cargas de leche sobre mí, cayendo en mi cara, en mis tetas y mi abdomen. Solo sentir el semen caliente en mi cuerpo y el sabor de una gota deslizándose entre mis labios hizo que convulsionara y gimiera como una puta sin control. Me comí la leche de la cara inconscientemente y cerré los ojos de lado sobre la otra puta. ¿Qué tan puta puedo llegar a ser?, pregunté en mi mente. ¿Valgo la pena que ellos me domen?

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