septiembre 6, 2012

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Mas allá del amanecer

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Poco a poco pude abrir los ojos. La luz que provenía de la ventana me deslumbraba y agudizaba mi dolor de cabeza.

Con dificultad pude sentarme en la cama… y no era la mía. Mis embotados sentidos se pusieron todo lo alerta posible, pero mi mente no lograba identificar donde me hallaba. Por un momento aún me creí dormida; pero el dolor de mi brazo se encargó de sacarme de dudas.

Todo a mi alrededor me era desconocido. Estaba sentada sobre una cama antigua, de esas que están cubiertas por un techo, sujeto por cuatro pilares. Había una gran alfombra a los pies. Las paredes que me rodeaban eran de piedra oscura, revestidas en algunas zonas, por tapices de colores.

Una calidez agradable provenía de la chimenea.

¿Cómo había llegado a esa habitación?

Recordaba haber cenado, haberme tumbado en el sofá para leer un rato, y quedarme dormida…

Miré a un lado y al otro de la cama, intentando ordenar mis ideas, pero era muy difícil concentrarse, ¡me dolía mucho la cabeza!. Decidí levantarme y dirigirme hacia la ventana, quizás pudiera vislumbrar donde narices me encontraba.

Apenas había dado tres pasos y me caí de bruces contra el suelo, haciéndome aún mas daño en el brazo y costado. Confundida, comprobé que tenía el pie izquierdo atado a una cadena de metal, cuyo extremo estaba atornillado a la cama.

Fue en ese momento cuando verdaderamente sentí pánico.

-¿Pretendes marcharte a algún sitio?

Pegué un respingo.

¿Por dónde demonios había entrado? Era como si flotase, se acercó unos cuantos pasos hacia mi, desde una esquina de la habitación.

¿No me había dado cuenta de su presencia?

Quise alejarme de él, pero no pude, a causa de la maldita cadena. Me miró divertido.

-Robert no se equivocaba contigo, eres muy bella.

¿Robert? ¿quén diantres era Robert?

Siguió acercándose, pero esta vez no se detuvo. Siguió hasta alcanzarme. Ahogué un grito al sentir sus manos frías en mis brazos. Me puso en pié de un tirón, acercó su rostro al mío, podía sentir su respiración contra mi cara, fría, helada. Sus ojos parecían resquebrajar mi alma.

Quise apartar la mirada, pero él me lo impidió, me suejtó la mandíbula con fuerza y me dijo:

-Me llamo Victor, y ahora tú me perteneces.

Intenté gritar, correr, escapar, darle un puñetazo y huir… sin embargo no pude ni pestañear. Sentía como si toda la gravedad del mundo me jugara una mala pasada. Clavándome en el suelo. Pasé unos instantes olvidándome de respirar, hasta que me sentí lanzada devuelta a la cama.

Cuando volví a levantar la mirada, él… Víctor ya estaba muy cerca, y cuanto mas se aproximaba, mas aumentaba esa sensación de presión.

Me sorprendió escuchar el sonido de mi propia voz:

-Por favor… por favor, deja que me vaya.

-No puedo hacer eso, no sin antes hacer que me desees, que te entregues.

Sentí su cuerpo sobre el mío, siempre tan frío… Me miró fijamente a los ojos, esta vez pude apartar la mirada a tiempo; pero no fui tan rápida como para evitar que me atara las muñecas (¿de dónde había sacado las ataduras?).

Estaba angustiada, mi cuerpo temblaba de pies a cabeza. Entonces no pude evitar llorar.

-Tranquila..-Depositó sus labios en mis mejillas y me secó las lágrimas – No te haré daño… si te portas bien…

Terminó la frase en mi cuello. Podía sentir su aliento, sus besos, tan tiernos, dulces.

¿Por qué no gritaba? ¿por qué no intentaba huir? Quizás porque sabía que era inútil, quizás por curiosidad por saber qué venía a continuación o simplemente no deseaba marcharme.

Se apartó de mi, y se quitó la ropa. Su cuerpo parecía esculpido por el propio Da Vinci; de líneas y músculos perfectos. Él notó esa admiración en mis ojos, y sonrió divertido, ¡no pude evitar ponerme colorada!

Se arrodilló entre mis piernas, sin apartar la mirada de mi, empezó a acariciarme las piernas, bajando suave, lento, hacia mis caderas.

-Llevo esperándote mucho tiempo Sara… demasiado tiempo.

¡Sabía mi nombre!

Como un amante apasionado me quitó la poca ropa interior que llevaba, dejando mi sexo al descubierto. Reaccioné instintivamente intentando cerrar mis piernas, cosa que obviamente no podía porque tenía a Víctor entre ellas.

Dejándose llevar, se abalanzó sobre mi y me rasgó la camiseta que llevaba a modo de pijama, dejando mis senos, mi cuerpo totalmente expuesto. ¡Me moría de vergüenza!. Quería que dejara de mirarme, que se fuera… que se quedara…

Empezó a lamerme mi ya erizado pezón, mientras depositaba su mano en mi sexo (excitado, todo sea dicho).

Era como si me conociera mejor que yo misma, me masajeaba, me tocaba allí donde más me gustaba…

De repente noté sus dedos, el frío, que entraba y salía de mi. Nunca creía poder llegar a estar tan mojada y excitada.

Con cada movimiento me llevaba un poco mas a la locura; no podía entregarme a esa sensación, no podía permitirme perder la poca cordura que me quedaba, porque si lo hacía, sería suya.

Acercó sus labios a mi oído, sin dejar de masturbarme, me susurró:

-No te resistas Sara, disfruta…

Mi corazón se aceleró, desbocado, mi respiración empezó a descontrolarse peligrosamente. Estaba a punto de perder el control y él lo sabía.

Se acercó a mis labios y me besó, largamente, su lengua curiosa buscando la mía. No estaba siendo el bruto y despiadado que creí, y eso me desconcertaba, me desquiciaba hasta el punto que no pude más.

Un instante después estaba boca a bajo, con el culo en pompa y la cara pegada a la almohada. Sentía su mano recorriendo mi culo, entrando y saliendo de mi. Sin previo aviso lo noté, como una descarga eléctrica me penetró con fuerza, no pude evitar gritar de dolor. Con movimientos muy lentos ahora, entraba y salía.

Hacía rato que había perdido la razón, era suya en cuerpo y alma, jadeaba, gemía sin importarme nada más, sin sentir otra cosa que el frío, el placer.

Me agarró con fuerza, aumentando la intensidad, cada vez mas y mas rápido. Su cuerpo entero se tensó, y llegamos juntos al éxtasis.

Me quedé tumbada sobre aquella cama, exhausta, sobre una cama que no era la mía. Sentí que me tapaba, me desataba las muñecas; y me dormí. Cansada, asustada, mi pobre cuerpo ya no podía más y me dejé llevar por un sueño profundo.

Me desperté en mi casa, tumbada en el sofá, el libro sobre la mesita. ¿Habría sido un sueño? aún tenía los recuerdos muy vivos en mi, ¿de verdad no había sido real?.

Necesitaba una prueba, algo queme dijera que no estaba loca de remate… y la tuve. Mi marca páginas había sido cambiado por una flor, una rosa blanca y una nota:

«Hasta que volvamos vernos»

Victor.

Miré por la ventana, hacía horas que había amanecido.


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3 respuestas

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