
Por
Anónimo
Claudia, mi cuñada
Claudia, mi cuñada.
Me llamo Sara. Soy una mujer de 42 años, empleada en una oficina. Estoy casada y tengo dos hijos, ya en la universidad. Soy una mujer de clase media alta y estudios universitarios. Físicamente estoy bastante bien, a decir de la gente. Soy alta y estilizada, de piernas largas y manos elegantes; Rubia, de pelo corto que me llega a cubrir la nuca, ojos azules y labios gorditos y sensuales. Tengo una nariz larga pero recta, y una barbilla un poco en punta. Mi pecho es generoso y mis caderas son anchas. Tengo un culito respingón. Así que creo que estoy bastante bien.
Vengo de una familia bien. Me casé con mi marido bastante joven, porque no había motivo esperar más, y nos trasladamos a una ciudad del interior, a 100 kms de la costa.
Esta historia ha pasado el último fin de semana de junio. Mi marido, Juan, tiene una hermana, Claudia, que también está casada con Pablo. El caso es que nos invitaron a su casa de la playa. Ellos se compraron una casa hace unos años y nos habían invitado a visitarla, pero nunca a pasar el fin de semana. El caso es que como tanto sus hijos como los nuestros tenían que estudiar para los exámenes finales, no había problemas de cama, así que debieron pensar que era un sitio ideal. La casa, que es un adosado, está en la costa atlántica del Sur, cerca de nuestra ciudad de procedencia, y relativamente cerca de donde vivimos.
Claudia y Juan son dos hermanos diametralmente opuestos. Juan es un pijo de derechas, con todo lo que eso lleva, y Claudia, una pija de izquierdas, funcionaria, con todo lo que eso conlleva. Juan es recto, tradicional y estricto en las convenciones sociales. Claudia se las da de abierta y liberal, pero en el fondo es una clasista, creída y prepotente.
A mí, eso de pasar un fin de semana con mis cuñados me daba un poco de miedo, porque yo, a pesar de ser también un poco pija, soy bastante corta. Mi cuñada tiene una personalidad que me sobrepasa, me asusta.
Bueno, pues llegamos a la casa de mis cuñados el viernes por la tarde, pusimos las bolsas de viaje en la habitación que nos asignaron, a cada uno, porque no tenían dos habitaciones con cama de matrimonio, así que yo fui a la cama de su hija, y Juan a la del niño, y nos fuimos a cenar y a pasear por la playa, que es lo que se suele hacer en estos sitios, antes de tomar alguna copita.
Con mis cuñados, siempre he medido mucho mis palabras y he vigilado mis actos, gestos, y todo lo que pueda ser utilizado en mi contra, pero la canción de moda ahora es la de la película famosa, 50 sombras de Grey. Yo no la he visto ni he leído el libro, pero Claudia nos confesó que sí lo había leído. Mi cuñado ni se inmutó. Claudia hablaba de la historia, y claro yo entré el trapo
-Pero, me han dicho que tiene muchas escenas eróticas- Dije temerosa de ser prejuzgada por mis contertulios
– No tiene tantas. El libro es más directo- Respondió Claudia en plan de experta.
– Pero creo que tiene escenas de sadomasoquismo ¿no?- Le dije, recordando algún comentario que alguna chica del trabajo me había hecho.
-¡Bah! Unos azotitos en el culo. Nada desagradable- Claudia clavó mis ojos en los míos. Yo no quería parecer mogigata, que es justo la imagen que Claudia tenía de mí.
-No, si a mí un poco de esas cosas no me disgustan.- Y quise hacer una broma -¡Lo que pasa es que tu hermano no quiere pegarme!- Y nos reímos todos.
Entonces Claudia hizo la broma más graciosa todavía.- ¡A mí tampoco me disgusta! ¡Pero es que Pablo no deja que le pegue!.- Y nos reímos todavía más. Claudia me miró. Yo creo que me puse colorada.
Y nos fuimos a casa. Los planes de la mañana eran que mi marido y el marido de Claudia se irían a hacer una ruta de senderismo que empezarían bien temprano; Y que regresarían por la tarde. Tal vez ni comerían. Claudia se negó en redondo a participar, así que yo pensé que mi sitio era estar al lado de mi cuñada, en casa, y así los dos hombres podrían andar al ritmo que quisieran.
Cuando llegamos a casa, fui a beber agua a la cocina. Mi cuñada entró detrás de mí. Me rozó las nalgas con el vientre, como por casualidad, pero yo sabía que no era por casualidad. Se me pusieron tiesos los pelos de la nuca. Me dio las buenas noches. Me pasé un buen rato en la cama pensando en Claudia.
Claudia es un año mayor que yo, rubia, pero de pelo rizado y largo. Es más baja que yo y más delgada. De piel que agradece los rayos de sol y se vuelve canela. Yo soy más blanca de piel que ella. Por lo demás, tiene menos pecho que yo, y tiene una figura que refleja más elasticidad.
Claudia se cuida. Gana dinero y se lo gasta en ella. Siempre con las uñas pintadas, el pelo cuidado, oliendo a crema y a perfume caro. Ya os he dicho que me desborda en personalidad.
Yo no he tenido muchas experiencias lésbicas. Os confesaré que en una cena de Navidad de la empresa, en un bar, me fui con una chica a su casa y me hizo el amor… como si fuera un hombre. Ya me entendéis, se puso un strap-on y me montó. También tuve una noche loca con una compañera de universidad en el viaje de fin de carrera. Eso es todo.
A pesar de todo, lo que me gustan son los hombres. Mi marido es de polvo semanal, el de los sábados, y además, en la postura del misionero. Nada de variaciones, nada de fantasía. Estoy un poco aburrida de esa forma de practicar sexo, y por eso, tengo la líbido a flor de piel, así que las perspectivas de tener una aventurilla con Claudia, aunque razonablemente me asustara, en el fondo despertaba mis fantasías.
Nuestros hombres se marcharon temprano, después de revolver toda la casa para hacerse la mochila. Cuando cerraron la puerta, ya no me pude dormir. Me levanté y me hice y tomé el desayuno. Al poco salió Claudia del dormitorio. Salió en camisón. Era un camisón en el que se transparentaban sus formas, sus pezones, el tanga que llevaba puesto. Me saludó desenvuelta, y se dejó ver. Yo sabía que se estaba exhibiendo. Pensé que en ese sentido tenía ventaja, porque ella estaba con su marido y su hermano, mientras que esos mismos hombres eran mi marido y mi cuñado; pero luego me di cuenta que ninguno de los dos estaba, luego se estaba exhibiendo para mí.
Yo llevaba puesto un pijama de pantalones cortos y mangas cortas, pero desde luego, no se trasparentaba.
Entonces empezó de nuevo la conversación.
-Oye ¿Quieres que te deje el libro?- Me soltó Claudia sin mirarme.
-¿Qué libro?-
-Pues de el que hablamos ayer; Cincuenta sombras.-
-Uff, Claudia. No tengo tiempo para leer.-
-Pensaba que te interesaba la temática… Sobre todo lo de los azotes. ¿De verdad nunca lo has practicado?-
Me empecé a sentir un poco incómoda. –Ya te dije que tu hermano esas cosas no le van.- Y entonces sentí la necesidad de desahogarme con Claudia.- Tu hermano no hace el amor más que los sábados por la noche y siempre igual.-
Claudia movió la cabeza de un lado a otro, compadeciéndose de mí. –Este Juan es más soso.- Luego me miró fijamente a los ojos –Aunque si tú quieres, puedes practicar los juegos de dominación-sumisión sin tener sexo, ¿Sabes? Lo único que tienes que buscar es alguien que te ordene.-
-¿Eso es posible?- Le dije con cara de extrañeza, aunque debió notar claramente que aquello había despertado mi interés. Claudia es muy sutil.
-¡Claro!. Yo no lo he hecho nunca, pero se cómo hacerlo. Tienes que obedecer y ya está. Lo que hace falta es alguien que te mande; Pero ¿Te gusta obedecer?.-
-No lo se- Le dije a Claudia mordisqueándome los labios
– Pues lo vamos a comprobar. Me obedecerás a mí.- Claudia se puso en pie. La tenía en frente de mí. –Para empezar, quiero que te quites ese pijama y te pongas en bañador. ¡Vamos!.-
Claudia me habló con tanta determinación que no pude hacer otra cosa que ir al cuarto y cambiarme. No entendía lo que estaba haciendo. Me decía a mí misma que no debía seguir por ese camino, pero la obedecí. Me puse el bañador de una pieza, floreado y discreto, que le gustaba a Juan que me pusiera para evitar mirones.
Claudia esbozó una sonrisa al verme. Terminó de beberse el café y se levantó. Me cogió de la mano. Nunca me había cogido de la mano. Me llevó con determinación al dormitorio y para mi sorpresa, se quitó el camisón.
Los pezones de Claudia eran marrones y grandes. Tenía un físico espectacular. Luego se quitó el tanga. Tenía unas nalgas muy bien puestas. Cogió un bikini y se lo puso. Me fijé que tenía el pelo del pubis casi afeitado al cero; Y le miré el coño.
-Ahora ven tú.- Me dijo. –Estate quieta.- La obedecí.
Claudia bajó un tirante de mi bañador, y luego el otro. Se quedó mirando mis pechos, más grandes que los suyos, y mis pezones de color rosa, excitados por la situación. Luego me bajó el bañador hasta las rodillas. Me sentía avergonzada, enseñando mi pubis y mi sexo a mi cuñada. Bajé la mirada.
Dio un par de vueltas alrededor mío, observándome desnuda. Sentí la punta de sus uñar rozar la piel de mis nalgas. Me hacía sentir como una mercancía, como una esclava que estuviera en venta y quisiera comprarme, pero todo aquello me hacía sentirme muy excitada. Con los pies me deshice de mi bañador y ella me dio uno de los suyos.
Naturalmente, aquel bañador me estaba algo chico, y se notaba. Las costuras de la parte de abajo dividían cada nalga en dos zonas, y la tendencia era a subir y dejar mis nalgas al descubierto. Hice ademán de bajarme las costuras pero me lo impidió mediante una escueta orden -¡No!-
Luego me puse la parte de arriba. Mis pechos estaban aprisionados y se salían por ambos lados, y dejaban a la vista un canal exquisito.
-Bueno, ahora, nos vamos de compras.-
-¿Pero así?-
-¡No, mujer! Mira, vamos a ponernos estos trajes.- Claudia me alargó un kaftán de color blanco, muy ligero y cómodo. Me lo puse y le abroché el cinturón. Nos fuimos al cuarto de baño a maquearnos un poco. Me estaba pintando los labios cuando de nuevo sentí que se rozaba en mis nalgas. Se puso a mi lado, y comenzó a pintarse ella también. – ¿Te gusta que te domine? – Me dijo, y me miró a los ojos a través del espejo. Y seguro que sutilmente adivinó mi zozobra interna. No le contesté.
Fuimos a la calle. La cafetería estaba algunas calles más allá. Nos sentamos en la terraza, donde todavía se estaba bien, y nos pedimos un café y una tostada. Hablamos de tonterías, de nuestros maridos, de nuestros hijos, y poco más. En un momento, Claudia, que se había sentado a mi lado me ordenó –Súbete la falda, quiero verte los muslos.-
Yo me hice la loca y no hice nada. Se produjo un silencio que se me antojó larguísimo, aunque tal vez fueran unos segundos. –Te he ordenado que te levantes la falda.-
Sentí como mi cara se ponía colorada y cómo el calor invadía mi cuerpo. Me puse nerviosa. Claudia me mirada con una sonrisa pícara y socarrona que yo no podía mantener. Al final, me dijo con desdén.- Me has desobedecido –
Y seguimos hablando de nuestras cosas.
Después fuimos a un supermercado y compramos el pan, y la compra para cuatro personas durante un par de días. Al pasar por la estantería de los desodorantes, Claudia se quedó mirando uno de ellos. Era un bote estilizado de cristal, de esos que se meten en el bolso. -¡Uy! ¡Este está de promoción! ¡Es un poco más largo que otras veces!-
Era un desodorante de una forma curiosa, estrechándose ligeramente por el centro. Claudia lo metió en el carrito.
Después nos dirigimos hacia la casa. Al meternos en nuestra calle, ya no había gente en la calle. Sentí de repente un azote en el culo. –Zasssss-
-¿Qué haces?- Le dije a Claudia espantada. –Me has desobedecido, y te mereces un castigo.-
-¡Ay, Claudia! ¡No se lo que estás haciendo!- Y por respuesta, Claudia me dio otro azote, más suave, y con otras intenciones: la mano se dejó deslizar por mis nalgas suavemente.
Al llegar a la casa, en la calle, Claudia me cargó con las bolsas de la compra y se puso a buscar la llave. Abrió la primera puerta. Entre la puerta de la calle y la vivienda, la casa de mi cuñada tiene un pequeño zaguán, con una reja de hierro. Claudia abrió la puerta de la calle, pero antes de abrir la de la reja, volví a sentir su mano en mi trasero.-Zass-
-¿Qué haces? ¿Me quieres dejar ya?- le grité indignada
-¡No! ¡Has sido mala y tengo que castigarte! – Me dijo con autoridad. Me miro con una cara pícara que me derretía. –No me has querido enseñar el bañador en la cafetería.- Y se vino hacia mí.
Yo me refugié contra la pared, pero sin soltar las bolsas. Iban huevos y cosas delicadas. Claudia me tomó de un brazo y me obligó a darme la vuelta. -¡Claudia! ¡Por favor!- Le dije suplicando, viendo que en realidad no estaba dispuesta a ofrecerle más resistencia.
Claudia me levantó el borde del kaftán y mi trasero apareció. Mi cuñada me sobó suavemente las nalgas y comenzó a azotarme, ni suave ni fuerte, con una presión que hacía sentir el calor pero sin sentir un dolor desagradable. –Zass-
Los azotes se repetían lentamente, y después de cada azote, sentía el suave roce de su mano en mis nalgas. –Zassss-
Me quedé quieta, rendida, aguantando estoicamente, pensando que no debía de permitir aquello, pero permitiéndolo, no sé si por la novedad de la aventura sexual, por no contradecir a mi cuñada, o un poco por todo. No reacción ni siquiera cuando Claudia apartó la parte de abajo del bañador de mi nalgas metiéndomela en medio.
Claudia paró. Noté su respiración acelerada. Yo no me atrevía a mirarla. Colocamos las cosas en la nevera, sin mirarnos y cuando acabamos, Claudia ya tenía hechos planes. –¡Vamos a la playa!-
Me fui a poner otro bañador. -¿Dónde vas?- Me espetó Claudia
-A cambiarme de bañador-
-¿Por qué?- me dijo Claudia extrañada
-A tu hermano no le gustaría-
-¡Mi hermano! ¡Juan está con mi marido en sus cosas!¡No se van a enterar!-
-¡Pero lo notará en la marca del sol!-
Claudia se acercó a mí. Me cogió de los hombros y me tranquilizó. –No te preocupes, nos pondremos crema protectora y no te quemarás-
-¡Pero…!
-¡No se hable más!-
Me cogió de la mano y me echó a la calle mientras ella agarraba el bolso y cerraba las puertas. Cogimos el coche. Naturalmente, ella conducía. En el coche tenía toallas y una sombrilla. Lo cogimos porque me dijo que deseaba un ambiente tranquilo para pasar la mañana, y para eso, había que alejarse del pueblo.
A mitad del camino, Claudia volvió a las andadas.- Sara, levántate la falda. Quiero verte los muslos.- Dudé unos instantes, pero me subí la falda al final. Claudia fue a cambiar de marcha, pero lo que realmente buscaba era poner su mano en mi muslo. Así fue conduciendo unos kilómetros. Fui a cerrar las piernas, pero me golpeó en el muslo – ¡Las piernas abiertas.-
Me sorprendió. Titubeé, y a las dejó abiertas.
Nos alejamos 6 o 7 kilómetros del pueblo. Nos pusimos en una parte un poco protegida de las vistas a costa de colocarnos en una La playa un poco inclinada. Tendimos las toallas. Caludia comenzó a untarse la crema solar, y en un momento, me pidió que le extendiera la crema por la espalda. Luego, de repente se quitó la parte de arriba del bikini, y con una mirada me insinuó que le extendiera la crema en los pechos.
Yo dudé. Al principio no hacía más que dudar, por no entender, o no querer entender, a donde me llevaba todo aquello. Tímidamente comencé a tocar los pechos de mi cuñada; a untar la crema y expandirla. Puede ver cómo se le excitaban los pezones. Yo misma me sentía muy excitada por todo aquello. Claudia me miraba como siempre, con picardía.
Cuando acabé, me preguntó si quería crema. –Sí, mujer. En eso quedamos. En que nos echaríamos crema solar para no quemarnos.- Le conteste.
Claudia se echó un buen pegote de crema en la mano y se disponía a untármela.- ¿Me la vas a echar tú? Puedo echármela yo- Le dije, intentando luchar contra sus intenciones.
-¡Ah, no!- Me contestó teatralmente. –La crema es mía y la echo yo.-
Claudia me untó crema en la espalda, en los brazos, en las manos. Me sentía deliciosamente mimada por los masajes y caricias de mi cuñada. Luego en los pies, en las pantorrillas, en las nalgas, que había azotado media hora antes. Me untó crema en los muslos, por fuera y por dentro, haciendo llegar el canto del pulgar hasta mi mismo sexo. Luego se puso a darme crema en los hombros.
Mi cuñada hace top-less. A mi Juan no le gusta que yo lo haga, por eso, cuando Claudia, después de darme crema en la cara, me fue a bajar los tirantes del bañador, protesté y tiré del tirante con violencia hacia arriba.
Claudia me miró pensativa. -¿Por qué no quieres que te de crema en los senos? Son muy delicados-
-Es que ahí no voy a tomar el sol- Le contesté categórica.
-Claro que lo vas a tomar- Me dijo igual de categórica.- Comenzó a untarme crema en los hombros de nuevo y deslizó la mano hacia mis pechos, sin sobrepasar el bañador. Su mano derrumbaba todas las murallas de mi conciencia, y antes de que me diera cuenta me bajó el tirante de nuevo. Sentí la brisa de la playa y el calor sobre mi piel. No me podía negar.
-Bueno, te dejo que me eches crema pero no me voy a poner a hacer top-less. Juan se enfadaría mucho.-
Claudia me había bajado ya los dos tirantes y me untaba los pechos de crema con las dos manos. Jugaba con mis pechos como un novio adolescente. –Vale, Sara. No vas a tomar el sol en top-less… más de diez minutos, pero serán los diez minutos que yo quiera.-
Y fueron diez largos minutos. Habíamos pasado como una hora corta en la playa cuando se acercaron por la orilla unos chicos, jóvenes. Claudia me habló con dulzura y determinación. –Ahora, cuñada. Ahora vas a hacer top-less-
-¿Delante de los chicos?- Le dije asustada y avergonzada.
-Sí-
En España, el top-less está permitido en cualquier playa, pero algunos ambientes son más tradicionales que otros. Bajé los tirantes del bañador y con ellos, la parte de arriba, hasta el ombligo. Aquellos chicos ralentizaron su marcha. Se pusieron a mirarnos a las dos, pero sobre todo a mí, porque mis pechos son más grandes, mi piel más clara. Podía oír sus sucios comentarios sobre nosotras. Sus fantasías delirantes. Uno de los chicos incluso se acercó a darnos coba. Preguntó si teníamos fuego. Claudia le dijo que no, pero se puso a charlar con ellos, amigablemente, sin coqueteos, pero permitiendo que el chico viera con todo lujo de detalles mi cuerpo.
Cuando al final se fueron, Claudia me informó de que ya podía cubrir mis pechos si quería.
Cuando el sol estaba picando, a la una más o menos, Claudia me indicó que teníamos que volver. Ella se colocó su vestido, pero a mí me ordenó que no lo hiciera. Tenía que ir con aquel vestido indecente hasta el coche, y luego, salir de él hasta la casa en la propia urbanización. Los motivos eran que había sido reacia a enseñarle mis muslos antes. Así que fuimos por la orilla de la playa hasta el lugar donde el coche estaba aparcado. Me sentía incómoda y avergonzada cuando me cruzaba con alguien.
Durante el viaje de regreso, Claudia me pidió, me exigió, que no cerrara las piernas. De nuevo, tras un cambio de marcha, colocó su mano derecha sobre mi muslo izquierdo y sus dedos en la parte interna de mi muslo. Estuvo acariciándome silenciosamente durante gran parte del viaje.
Al llegar a la casa, abrió de nuevo la puerta de la casa y creía que me volvería a azotar otra vez en el zaguán, pero sólo me dio un azote. Me reprimí mis protestas y esperé a que terminara de abrir la reja.
-¿Te vas a duchar, Sara?- Me preguntó.
-¿No te vas a duchar tú antes?- Le contesté.
-¡Ah! ¡Métete tu antes! Pero, por favor, deja la puerta abierta. Tengo que entrar a por una cosa.-
Me desnudé en el baño y miré en el espejo las marcas rojas que había dejado el sol. Me convencí de que mi marido no se percataría de haber hecho top-less y del provocativo bañador que había lucido. Me metí en la ducha y abrí el grifo. Comencé a lavarme el pelo. Cuando Claudia entró estaba con el pelo lleno de jabón.
La puerta de la ducha se abrió. Claudia estaba frente a mí, con la parte inferior del bañador puesta únicamente. Me cubrí tímidamente, porque ella me observaba con ojos pícaros, lascivos, llenos de deseo.
-Te voy a enjabonar- Me dijo, con un pie dentro de la ducha ya.
-No; no hace falta.-
Pero antes de que me diera cuenta, Claudia acariciaba mi espalda con la mano llena de jabón líquido. No había forma de parar a mi cuñada. Después de la espalda vinieron mis nalgas y mis piernas. Se colocó detrás de mí y pasó su mano por mi cintura. Comenzó a enjabonarme el vientre y los pechos. La espuma se escurría entre sus dedos y mi piel. Sentí sus labios en mi hombro, en mi clavícula, en mi cuello. Me daba besitos suaves. Se bebía el agua que caía en mi piel.
Sus dedos empezaron a jugar con mis pezones. Yo arqueé mi columna y coloqué mis nalgas en su vientre. No sentía la tela de su bañador, así que me imaginé que las dos estábamos desnudas. Pensé en la sorpresa que se llevaría Juan si nos viera. Aquello me excitó.
Claudia deslizó su mano por mi vientre y comenzó a meter su mano entre mis piernas. Me encontró mojada, peor no sólo de agua. Yo frotaba mis nalgas en su vientre. Entonces tiró de mi pelo hasta que mi cabeza se apoyó en su hombro. Claudia seguía jugando con mis pezones, y ahora tocaba mi sexo descaradamente, frotando mi clítoris, a veces, y otras, metiendo la punta de sus dedos entre los labios de mi sexo. Giré la cabeza hacia ella, y mi boca encontró su boca, y su lengua. En ese momento, Claudia hincó sus dedos en mi sexo y comenzó a moverlos de un lado a otro. Yo comencé a correrme, frotando más aún mis nalgas en su vientre. Ella me seguía el ritmo. Ella me imponía el ritmo, moviendo sus caderas a la par que manejaba mi coño con sus hábiles dedos.
Estuvimos corriéndonos un rato. Para mí fue eterno.
Luego me di la vuelta y coloqué a mi cuñada contra la pared y me puse a abrazarla y a besarla en la boca, entrelazando nuestras lenguas. De repente, Claudia me cogió de las muñecas – ¡Aún no hemos acabado!- Y me colocó a mí contra la pared.
Me quedé quieta, mientras ella cogía el mango de la ducha y dirigía un chorrito de agua templada contra mi cuerpo. Con la excusa de quitar el jabón, mi cuñada dirigía el chorrito sobre mis zonas más sensibles. Empezó por los senos, los pezones, luego lo dirigió al vientre y al ombligo, y finalmente, después de recorrer mis muslos, hacia mi sexo. Separó los labios y dejó mi clítoris al descubierto. El chorrito impactaba directamente. Me comencé a excitar otra vez.
Comencé a manosearme los pechos pero cuando Claudia se dio cuenta, me las apartó de un manotazo. –Cariño, ahora eres mi esclava. No puedes hacer eso si no te lo permito.-
Claudia se puso de pie, me cogió las manos por las muñecas y me las colocó detrás de la nuca. –Así es como tienen que estar.-
Y entonces aprovechó, y mientras dirigía el chorrito de agua sobre mi coño, me cogió un pezón entre sus dedos y me lo apretó. Empezó suavemente, pero luego fue apretando hasta conseguir hacer que me quejara. Entonces movió el mando para que saliera agua fría y lo colocó sobre mi pezón dolorido. Aquello era una sensación deliciosa. Claudia no resistió mi expresión de dolor y de gozo y me comió la boca.
Ahora el chorrito de agua fría estaba colocado justo en mi coño. Claudia se había puesto de rodillas, y en su camino de descenso había lamido, cogido entre sus labios y apretado suavemente mis pezones, y luego había intentado mamar de ellos, metiéndose el pezón en la boca y succionando ligeramente.
Ahora separaba mis labios y de repente la vi acercar su cara, sentí su lengua en mi clítoris, mezclada con el agua fría que salía del chorrito. Hizo en mi clítoris lo mismo que en mis pezones: Los lamió, los chupó, lo apretó con sus labios y después, intentó mamar de él, succionándolo todo cuanto pudo.
No me soltaba, teniéndome atrapada de tan delicado sitio, cuando noté que el chorro frío me recorría todo mi coño una u otra vez, y después, tras unas cuantas idas y venidas, Claudia se acompañó con los largos dedos de su mano.
Comencé a sentir un orgasmo lento, profundo. Lo sentía venir como esos terremotos que sientes avanzar y que no puedes evitar su avance, pero a cámara lenta, super lenta. De nuevo me movía de un lado a otro al ritmo que ella me imponía. Sus dedos se hincaban en mi coño profundamente. Me estaba masturbando, y estaba excitada como una perra.
Deseaba tocarme, acariciarme, arrancarme los pezones, pero ella me había dicho que no me podía tocar, así que toda mi excitación se concentró en mi coño, y todo el placer obtenido venía de él, así que lo movía como una loca, buscando que sus dedos me penetraran profundamente y que sus labios, los de su boca, se fundieran con los míos, los de mi coño.
Cuando mi orgasmo acabó, ella se puso de pie y me miro triunfante. Me besó en la boca y se marchó, y a mí me dejó rendida, cabizbaja, porque pensaba que ella era mi cuñada, pensaba en Juan, pensaba en que lo que había hecho no estaba bien… y pensaba en lo bien que me lo había pasado.
No sabía cómo iba a salir de la ducha y la iba a mirar a la cara. Al final salí, vestida de la manera en que quería que mi marido me viera, y cuando la vi, ella estaba de la misma forma, discreta y comedida, como si no hubiera pasado nada; como si en el fondo, no nos hubiéramos comportado como dos zorrones, a espaldas de nuestros maridos.
Preparamos el almuerzo, pues nuestros maridos habían llamado para darnos novedades sobre la marcha de la excursión y decirnos que estarían para la hora de comer, un poco tarde, pero para la hora de comer. Durante este tiempo, Claudia actuó con normalidad, a pesar de que yo hubiera soltado todo y me hubiera puesto a morrear con ella otra vez.
Llegaron nuestros maridos, comimos y como estaban muy cansados, se ducharon (uno después del otro) y se fueron a dormir la siesta, cada uno a su cama. Yo también me fui a dormir la siesta. A pensar en lo sucedido, de nuevo, con sentimientos encontrados.
Claudia disimulaba muy bien, y yo intenté hacer igual que ella delante de nuestros maridos, pero era evidente que, por una parte, entre las dos se habían acortado las distancias, por lo que yo, especialmente me sentía más unida y más cómplice. Por otra parte, ahora me sentía subordinada a ella, dispuesta a darle siempre la razón y a dejarme manipular delante del que fuera. Juan estaba feliz, porque notaba que esa barrera que siempre había existido entre su esposa y su hermana se había esfumado. ¡Si supiese la verdad del asunto!
Lógicamente, un fin de semana en la playa con compañía no se entiende si no se va a cenar fuera y después se va a tomar unas copas.
La cena fue en un restaurante de playa, de un nivel medio y precios asequibles, aunque el restaurante tenía mantel y servilletas de tela. Nuestros maridos hablaron de ña excursión y nos comunicaron que al día siguiente les habían invitado a ir a pescar, por lo que se levantarían más temprano aún y se irían más temprano aún. Sentí un sobrecogimiento. Miré a Claudia, que me miró sonriendo y me guiñó un ojo. Ya estaba segura que esta historia tendría una segunda parte, en el día siguiente.
Sentí que algo rozaba mi pierna. Era Claudia. Se había quitado el zapato y comenzaba a acariciar mi pierna con su pie desnudo. Primero mis pantorrillas y la espinilla, luego colocó su pie entre mis muslos. Lo hacía lenta y disimuladamente. Su pie avanzaba, así que cerré mis piernas. Quedó atrapado entre mis muslos. Claudia me miró, insinuándome que no me estaba portando bien. Yo le respondí con una mirada suplicante, y entonces retiró el pie poco a poco.
Al rato, Claudia se levantó para ir al servicio, y yo, como tenía ganas de ir también me levanté a acompañarla. Ella entró antes, y luego, entré yo, aunque ella no salió. Me subí la falda del
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