Por

Anónimo

febrero 19, 2025

261 Vistas

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Atada al Placer

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Todo comenzó con un mensaje en un chat privado. Su nombre era Alex, un Dom con experiencia en shibari y un deseo inquebrantable de llevarme al límite. Nuestras conversaciones encendían mi mente y mi cuerpo, desnudando mis deseos más oscuros. Acordamos vernos en su loft, un espacio diseñado para la entrega total.

Cuando llegué, la atmósfera era hipnótica: luces tenues, música ambiental y en el centro de la habitación, una estructura de suspensión de madera. Me indicó que me desvistiera lentamente, mientras él preparaba las cuerdas. Su voz, grave y autoritaria, me provocaba un escalofrío que descendía directo entre mis piernas.

Me tomó de la muñeca y, con movimientos precisos, ató mis brazos a mi espalda en una elaborada estructura de shibari. Las cuerdas se hundían en mi piel, delimitando mi libertad, recordándome que en ese momento ya no me pertenecía. Sentí el roce de sus dedos por mi espalda desnuda, explorando cada curva, cada nudo, cada rendija de mi vulnerabilidad.

Me vendó los ojos y me hizo arrodillarme. «Abre la boca,» ordenó. Sin dudarlo, obedecí. Su saliva cayó lenta sobre mi lengua, marcando su territorio, su control. Un susurro caliente en mi oído: «Ahora eres solo mía.»

El primer azote cayó sobre mis nalgas, seguido de otro y otro más. Cada golpe era un compás perfecto entre dolor y placer, entre castigo y recompensa. Sentí el vibrador recorrer mi piel, pausando entre mis pechos atados y endurecidos por la presión de las cuerdas. Los pequeños mordiscos en mis pezones arrancaban gemidos incontrolables de mis labios.

Cuando me levantó de la cuerda y me suspendió en el aire, el éxtasis me consumió. Mi cuerpo se balanceaba en una danza de sumisión, con su boca explorando cada rincón prohibido. El calor de su lengua encontró mi punto más vulnerable, mientras mi propio peso aumentaba la tensión de las cuerdas en mi piel sensible. Mis gemidos se convirtieron en súplicas, mis súplicas en jadeos, y finalmente, en un grito ahogado de placer absoluto.

Quedé colgada, exhausta, con el corazón latiendo en mis muñecas atadas. Cuando finalmente me liberó, me sostuvo entre sus brazos. «Eres perfecta,» murmuró, acariciando las marcas que dejaban las cuerdas en mi piel. Sonreí, sabiendo que esa noche solo era el comienzo de muchas más.

Porque cuando cedes el control, descubres que el verdadero poder está en la entrega.

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