Descubriendo los gustos de Teresa
Como muchas cosas en la vida, todo sucedió sin buscarlo y sin esperarlo; simplemente fue el devenir de las cosas.
Un día me encontré por la calle a un antiguo compañero de colegio, y charlando me comentó que se estaba preparando una reunión de antiguos alumnos. Quedé con él en que me fuera informando y, finalmente, pasado un tiempo, se organizó todo.
Llegó la noche y fuimos llegando todos: saludos, risas, intentar adivinar quién es quién. Yo terminé charlando en un grupo de cuatro, que éramos los que habíamos continuado juntos en el instituto, por lo que había un poco más de afinidad y comodidad. Después de unas cervezas y ese ratito de toma de contacto a la espera de estar todos pasamos a la mesa de la cena, los grupitos se siguieron manteniendo a la hora de situarse en la mesa, y ahí fue cuando Teresa hizo acto de aparición en mi noche; estábamos en grupos diferentes de esos que se habían ido creando de forma casual pero nos habíamos sentado juntos, ya que éramos ella y yo los extremos de uno y otro de esos grupos, si nos habíamos saludado antes y charlado un poco, pero de forma rápida a la hora de intercambiar saludos entre todos; ahora tuvimos oportunidad de mantener una charla más tranquila, y la verdad que hubo una gran conexión, muchas afinidades, gustos compartidos, otros no lógicamente, sentido del humor similar, en definitiva nos fuimos sintiendo más y más cómodos charlando, y aunque lógicamente charlábamos entre todos de la misma zona de la mesa, pues entre Teresa y yo los ratos de charla mutua eran continuos y prolongados.
Terminada la cena, llegó el momento de tomar algo en un local cercano, y Teresa y yo seguimos haciendo ese aparte de los dos solos; lo cierto es que, además de esa complicidad que había surgido, Teresa me resultaba atractiva y excitante. La conversación poco a poco se fue encaminando por temas más íntimos y personales; supongo que las copas que tomábamos ayudaron a desinhibirnos, hablando de lo que es no tener pareja y esas necesidades y calenturas que surgen sin tener con quién aplacarlas, ya que en aquel momento ambos no teníamos ninguna relación.
Teresa empezó a contarme que muchas veces sus relaciones no llegan a consolidarse por sus gustos en la cama; por lo que me dijo, ella no disfrutaba con la penetración; lo que la excitaba era masturbar al hombre y ver cómo se corre y que después el hombre le coma el coño a ella hasta correrse ella.
Según me lo iba contando, yo empecé a ponerme cachondo y la polla se me puso dura, y ella, que no era tonta, pues se dio cuenta, me miró con picardía y me preguntó algo así como si yo podría ser comprensivo con esos gustos suyos. Yo le respondí que por supuesto, que no todo es meterla en el sexo; ¿verdad que no?, me dijo Teresa con una sonrisa, ¿Y qué te parece si lo ponemos en práctica? Por lo que veo, la herramienta la tienes dispuesta, me dijo señalando a mi paquete abultado.
En cuestión de minutos nos habíamos escabullido e íbamos camino a su casa, que estaba a unas pocas manzanas.
Cuando llegamos a su casa, no esperamos; los dos íbamos excitados y con ganas. Teresa me dijo: —Sácatela, que ya tengo ganas de ver cómo es lo que provocaba ese bulto—.
Yo bajé la bragueta del pantalón y saqué la polla ante Teresa; ya no estaba dura del todo, pero sí aún morcillona.
Teresa miró mi polla. —Parece que habrá que volver a animarla —dijo con una risita y a la vez extendió su mano y empezó a masturbarme, muy despacio, sin prisa, ayudando con su mano a que mi prepucio subiera y bajara, liberando la cabeza de la polla. En menos de un minuto yo estaba de nuevo con la polla durísima, rezumando lubricación.
«Joder, qué cabezona, Sergio», dijo Teresa, al ver y sentir cuando la polla se me puso a tope. —¿Es lechera? —me preguntó con mirada pícara sin dejar de acariciármela.
—Cuando llegue el momento, tú decidirás si te lo parece — le dije con sonrisa pícara y complicidad.
Mmm, —pues vamos a hacer que llegue ese momento —dijo Teresa, a la vez que empezaba a desnudarse ante mí.
Tenía un cuerpo delicioso, era delgada, con pechos apetecibles, el vello del pubis recortado y arreglado dibujando un triangulito y su coño depilado completamente; yo me desnudaba a la vez sin dejar de mirarla, poniéndome aún más excitado por esa deliciosa visión.
—Ven a mi habitación —me dijo andando delante de mí, contoneando sus caderas, dejándome ver su coño según andaba, por lo abultadito que era y por esa pequeña separación entre sus muslos.
Se sentó en la cama, insinuante con sus piernas abiertas, masturbándose con una mano a la vez que con la otra me hacía gesto de que me sentara a su lado; lógicamente lo hice y en ese momento Teresa retomó la paja, lentamente rodeando el tronco de mi polla con su mano; con su pulgar estimulaba mi frenillo, lo que provocaba que mi lubricación fluyera sin parar.
—Qué delicia de lubricación, Sergio, voy a dejarte sequito —me dijo Teresa a la vez que se inclinó y dio un lametón a la raja de mi uretra. Eso me volvió loco, se me escapó un gemido y mi polla se tensó aún más en su mano.
Sin decir nada, Teresa cambió de mano y empezó a hacerme la paja con la que había estado acariciando su coño; la tenía mojada de sus jugos, que mezclados con los míos hacían que se deslizara suavemente a lo largo del tronco de mi polla. Subía y bajaba la mano a la vez que hacía movimientos circulares que me volvían loco; ella seguía masturbándose, ahora con su otra mano.
Teresa dejó de masturbarme y se inclinó para lamer todo el tronco de mi polla, siguiendo con su lengua las venas marcadas. —Qué delicioso sabor hacemos los dos —me dijo mirándome sin dejar de lamerme y limpiando toda mi polla de la mezcla de su lubricación y la mía.
Se quedó mirando mi polla. —Tiene pinta de que vas a dedicarme unos buenos fuegos artificiales, Sergio —dijo Teresa a la vez que escupía en el tronco y capullo y volvía a hacerme paja, esta vez con las dos manos, las palmas de sus manos, cada una a un lado del tronco de mi polla, y subía y bajaba, subía y bajaba, subía y bajaba… volviéndome loco por las sensaciones que me producía.
La avisé de que ya sentía cerca el momento de correrme. —Espera, aún no —dijo Teresa, parando de masturbarme y sujetando entre su dedo índice y medio la base de mi polla con los dedos, apretándome a la vez que su mano hacía presión sobre mi pubis. Se mantuvo así varios segundos; mi polla no dejaba de palpitar, pero Teresa logró controlar mis ganas de correrme.
—Mmmmm, Sergio, ya estamos cerca de conseguir lo que hablamos —dijo Teresa a la vez que con su otra mano rodeó la parte superior de mi polla y empezó a acariciarme el frenillo y la cabeza con su pulgar, moviéndolo en suaves círculos, deslizando con suavidad, ayudada por mi lubricación que fluía como una fuente; con los dedos que rodeaban la base de mi polla, ella controlaba mis espasmos, pero aun así yo ya me sentía a punto de explotar por cómo ese pulgar me estimulaba.
—Creo que los fuegos artificiales se acercan —le dije a Teresa, cuando empecé a notar que ya no podría haber marcha atrás, notando la polla tensísima, incluso notando cómo la leche subía buscando la salida a todas esas sensaciones que Teresa me provocaba con sus manos expertas.
—Joder, Sergio, sí, dámelo todo, necesito sentirte y verte —dijo Teresa a la vez que una de sus manos volvía a masturbarse y con la otra sostenía suavemente entre dos dedos mi polla; con esos dos dedos solamente bajó mi piel, provocando que el frenillo se tensara al máximo, y esa fue la sensación definitiva que me hizo explotar. Sentí un latigazo de placer recorriendo mi cuerpo; yo no podía dejar de jadear a la vez que decía—Tómalo todo, Teresa, mira lo que has provocado —y solté el primer chorrote de leche, el segundo, el tercero; a cada chorro mi polla se tensaba más. Los 4 o 5 primeros chorros salieron con mucha fuerza, salpicaron mi vientre, las sábanas y la alfombra.
Teresa seguía sujetando mi polla con su mano, mirando con cara de sorpresa y ojos morbosos cómo yo vaciaba para ella mis huevos; los 3 o 4 chorros restantes ya salieron con menos fuerza y escurrieron por la polla pringando la mano de Teresa. Ella no decía nada, solo miraba cómo yo me deslechaba para ella.
De nuevo empezó a subir y bajar su mano, con suavidad ayudada para que deslizara por mi leche que escurría; subía y bajaba la mano haciendo semicírculos, apretándome cuando subía con sus dedos el glande hinchado.
—Quiero hasta la última gota, lo quiero todo, Sergio —dijo Teresa según apretaba y me ordeñaba para dejarme seco.
Yo, con mi cuerpo ya relajado, no dejaba de jadear; la mano de Teresa me volvía loco, y más loco me volvió cuando de nuevo empezó a lamerme, polla, pubis y vientre, limpiando todo lo que había soltado yo anteriormente; lo hizo sin decir nada, sin dejar de mirarme en todo momento con ojos de morbo, y cuando terminó dijo: —Ya estás limpito, no hay ya restos de esos deliciosos fuegos artificiales que me prometiste, ahora es mi turno—.
—Provócame a mí unos fuegos artificiales dignos de los tuyos —dijo Teresa a la vez que se sentaba, abría sus piernas y abría los labios de su coño con los dedos de ambas manos.
Lógicamente, yo me puse con gusto a la faena, pero eso lo contaré, supongo, en un próximo relato.



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