septiembre 17, 2025

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Dando gritos con dos negras vergotas

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El pasado fin de semana, salí de copas con mis amigos a ese bar de moda en Miraflores donde siempre termino enredada en algo que no planeé. La música estaba a todo volumen, el piso pegajoso de cerveza derramada, y yo, con mi vestido negro ajustado que dejaba poco a la imaginación, ya había bailado con medio mundo. Pero entonces lo vi: un tipo alto, de piel tan negra que parecía absorber la luz, con una sonrisa blanca que iluminaba toda la esquina. Se llamaba Kwame, era de Ghana, y hablaba un español con acento que me derretía. Era educado, majo, y cuando me invitó a bailar, no dude ni un segundo.

Nos movimos al ritmo de la salsa, pero pronto el baile se volvió algo más. Sus manos en mi cintura eran firmes, y yo podía sentir la calor que emanaba de su cuerpo. Después de unos tragos, le dije al oído: «¿Te vienes a mi casa?». Él sonrió y me respondió: «Sí, pero ando con mi primo. ¿Puede venir también?». ¡Claro que sí! Cualquier excusa era buena para vivir una noche épica.

Llegamos a mi departamento, y apenas cerré la puerta, la cosa se puso intensa. Kwame y su primo, Malik, eran dos gigantes. Me alzaron como si fuera de papel, cada uno agarrándome de un brazo, y me llevaron al dormitorio. Ahí, bajo la luz tenue, vi lo que tenía delante: dos vergas negras, enormes, gruesas como mi muñeca, con unas venas que parecían mapas de carreteras. ¡Ni en mis sueños más pervertidos había visto algo así! Me quedé paralizada, pero excitadísima. Kwame se rió bajito:

Malik, el primo, fue el primero en actuar. Me empujó sobre la cama y me arrancó el vestido de un tirón. «Qué culito más blanco», dijo, y me dio una nalgada que sonó como un disparo. Kwame se puso detrás de mí y me abrió las piernas. «Relájate, princesa», murmuró, pero no había forma de relajarse con semejantes monstruos.

Empezaron por turnos. Kwame me metió su verga en la boca, y yo intenté chuparla, pero era tan grande que me ahogaba. La saliva me corría por la barbilla, y él gemía mientras me agarraba del pelo. Malik, por su parte, no perdía el tiempo: se puso detrás y me penetró por atrás sin avisar. ¡Grité! Sentía que me partía en dos, pero el dolor se transformó en un placer enfermo. Cada embestida era más profunda, más brutal.

Cambiaron de posiciones como si yo fuera un juguete. A veces Kwame me cogía por delante mientras Malik me comía las tetas; otras, yo estaba encima de Kwame, montándolo, mientras Malik me metía los dedos en el culo. El sonido de nuestros cuerpos chocando se mezclaba con mis gritos y sus gruñidos. En un momento, Kwame me puso a cuatro patas y los dos me penetraron a la vez: uno en la concha, otro en el culo. Pensé que me desmayaba, pero no, mi cuerpo respondió con más ganas.

«¡Más duro, cabrones!», les gritaba, y ellos obedecían. Sus pieles sudorosas brillaban bajo la luz, y yo no sabía dónde termina uno y empezaba el otro. Finalmente, Kwame se corrió en mi espalda, caliente y espeso, y Malik lo hizo dentro de mí, llenándome hasta el borde.

Quedamos exhaustos, en una pila de extremidades entrelazadas. Mis agujeros ardían, pero mi sonrisa era de oreja a oreja. Esos dos me dejaron revienta, pero valió cada gemido.

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Una respuesta

  1. Lewis Batista

    Te dieron una buena cogida

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