Después de algún tiempo practicando en campos no eróticos, decidí aventurarme. Convencí a mi novio de actuar como sujeto experimental, y acordamos practicarlo en un motel, de los más cómodos que teníamos en nuestra lista de proveedores.

Llegó el día de la cita y yo me encontraba ansiosa y tremendamente excitada. Traté de ser lo más fría con él para así no predisponerlo y poner a prueba mis habilidades. Se recostó en la cama, completamente desnudo. Mientras, admiraba las tenues marcas de sus músculos, los vellos estratégicamente distribuidos de su cuerpo, las piernas y brazos bronceados y poderosos, y su pene levemente levantado, pero aún sin mostrar toda su longitud. Yo, por comodidad y para ayudarme en la concentración, llevaba sólo un cachetero de encajes negros y unas medias que resaltaban mis piernas.

Comencé mi trabajo. . Con una voz firme, pero sensual, empecé por poner su mente en blanco. Dibujé un paisaje relajante, donde me ocupé de borrar sus preocupaciones. Un bosque silencioso lo invitó a adentrarse en un refugio de paz que lentamente lo sumergía en un estado de total relajación. Podía ver cómo sus brazos y piernas se relajaban, parecía un muñeco de trapo y el poder que ya acumulaba sobre él empezó a excitarme. Al mismo tiempo, notaba un calor en mi entrepierna.

Lo hice descender hasta las profundidades del trance. Borré toda huella del paisaje que había construido para él y lo hice consciente sólo de su cuerpo desnudo. Sus poros despertaron y cada uno de ellos exhalaba una fuerza erótica que a su vez provenía de mi voz. Noté que su pene, ahora completamente flácido, tenía pequeños espasmos que trataban de terminar en una erección. Sembré una semilla de placer e hice que la recorriera por todo su cuerpo, pequeños espasmos lo recorrían de pies a cabeza y su respiración denotaba la enorme excitación. Yo apenas podía contenerme, estaba encontrando gran placer en provocarle placer.

Bajé a su pene. Cada ola de placer que desencadenaba en su cuerpo se dirigía a su miembro, que con el pasar de las palpitaciones se levantaba más y más. Al mismo tiempo, sus testículos se contraían y yo apenas podía contener mis ganas de chuparlos. De repente me encontré con una verga completamente hinchada, muchísimo más que en ninguna otra ocasión. Mi vulva se mojaba más y yo casi me pierdo en la fantasía de cabalgar aquella verga.

Desaté olas cada vez más grandes, él dejó escapar leves gemidos, excitantes gemidos que alentaba con más olas de placer. Su piel parecía sudar, todo el placer que sentía ese cuerpo indefenso tenía que escapar de alguna manera. Su pene palpitaba en una rítmica que acompañaba el espectáculo que me daba ese cuerpo indefenso. Casi podía ver cómo más sangre llenaba el pedazo de carne esperando a explotar. Los gemidos se hicieron más intensos, más excitantes, más sexuales. Le pedí que se preparara para el orgasmo de su vida y lo hice caer muy lentamente en una cuenta regresiva que coronaría su éxtasis final. Al llegar al cero, le ordené eyacular, cosa que tardó unos cuantos espasmos más. Cada repetición de la orden se hacía más firme, pero también estaba más ansiosa y excitada.

Finalmente su pene explotó y un chorro se derramó sobre su abdomen. Una segunda ola saltó hasta su pubis, y dos más pequeñas resbalaron gotas enormes a lo largo de esa exquisita verga. Él pareció caer inconsciente y yo, atraída por el olor a semen, me incliné sobre él para lamer su abdomen y su pubis, recogiendo todo para luego subir lentamente aquella torre de carne. Luego de engullirlo, lo saqué poco a poco de mi boca, mientras una agradable sensación recorría mi cuerpo, pero especialmente mi mente.

Poco a poco lo fui sacando del trance, terminó exhausto. Yo sólo podía regodearme de mi poder…