Un Camión de sorpresas
Era muy tarde y llovía, los cristales se mantenían empañados y el piso estaba muy resbaloso. La angustia me produjo un dolor de estómago muy grande. Así que lo más sensato fue detenerme en La Encrucijada porque la necesidad era muy grande. Al llegar a la parte plana de la carretera dejó de llover, pero el dolor de estómago se incrementaba. Apenas llegué a la Encrucijada me bajé corriendo con mi rollo de papel debajo del brazo, pero cuando entré al baño no pude soportar aquella hedentina tan intensa.
Salí desesperado hasta coger el monte. Me acomodé detrás de una gandola, en un lugar muy estratégico donde nadie pudiera advertir mi presencia. Me acomodé de tal forma que al bajarme los pantalones y los interiores no me ensuciara en la oscuridad. Una vez que estuve completamente dispuesto, no me salía nada. Comencé a presionar mi estómago, pujé con todas mis fuerzas, y lo único que salió fue un fluido gaseoso que sonó como un cañonazo.
Bueno, que le vamos hacer, – pensé – Fue falsa alarma. Cuando me agaché de nuevo para subirme los calzones sentí una presión terrible en el cuello y una voz muy gruesa que me decía – Si ofreces resistencia eres hombre muerto, inútil es gritar porque con toda esa bulla que hay allá tan lejos, tu grito se ahogaría, y ni se te ocurra escapar, porque mis amigos se encargarían de ti – Con la punta de un cuchillo me hincó por un costado – Esto que tengo aquí te lo voy a clavar sin compasión. – Traté de soltarme pero me di cuenta de mi realidad cuando sentí que penetraba su afilado puñal que ya estaba rompiéndome el chaleco. Tomó un pequeño transmisor y dijo – Árabe 1 a Arabe 2, ¿Me copias? –
– Copiado Árabe 2, cambio –
– Tengo un seis nueve, cántame la zona –
– Copiado, que lo disfrute, cambio y fuera –
Todo eso con una sola mano porque su brazo tan fuerte me trituraba el cuello teniéndome completamente inutilizado. Me tenía sujetado presionando su sudoroso cuerpo contra mi espalda. Me aflojó un poco para dejarme posibilidad de respirar. Su mano inmensa comenzó a palpar mi nalga desnuda, y traté de protestar. La respuesta inmediata fue la pinza de sus dedos que comenzó a apretarme causando un profundo dolor en el cuello y un mareo leve, como un adormecimiento que me debilitaba progresivamente. Sin soltar la presión me gritó en el oído. – Por última vez, ¿Vas a colaborar? – Simultáneamente moví la cabeza y con una exhalación muy débil le di a entender que sí.
Dicho y hecho, sentí mi cuerpo elevarse del piso. Mis pantalones enredados en mis tobillos. Y así mismo con el trasero desnudo a su merced, entramos dentro de su chichorro que estaba amarrado debajo del camión. Todo estaba muy oscuro, apenas titilaban a lo lejos los faros de alguno que otro auto que pasaba. Un olor a chimó mezclado con sudor de camionero, el contrapunteo de los grillos y las ranas y yo como un conejito abrazado ahora de una manera más confortable. Sentía el áspero grosor de su mano sosteniendo mi muslo y en el dorso de la tela de un pantalón de pijama corto, que continuaba en una pierna gruesa y tan belluda como su brazo. Aflojó un poco la presión de su mano sobre mi muslo y en un leve giro la comenzó a desplazar hacia mis glúteos apretados. Como no pudo meter la mano tan fácilmente me acarició las nalgas durante un rato hasta que casi por un movimiento reflejo aflojé las piernas sintiendo como penetraba aquella gruesa mano que antes me había hecho mucho daño, ahora se mostraba delicada acariciando de tal forma que comencé a ofrecer menos resistencia, y en la medida que se prolongaba el efecto de sus dedos comencé a ceder poquito a poco hasta sentirme más relajado.
Seguidamente me aflojó más el cuello y mi alivio aumentó, incluso le di las gracias. A lo que respondió con un leve mordisco con sus labios apretados en el lóbulo de la oreja. Entonces supe que lo inevitable se acercaba. Ya no me sentía aterrado, diría más bien me sentía protegido. Su olor a grasa y a gasolina, a humo del escape combinado con el rancio aroma de su sudor en lugar de producirme rechazo generaban un ambiente encantado. Como si una parte de su rudeza ensamblara en lo más delicado de mí. Y si a eso le agrego mi reacción al sentir serpenteando desde mi oreja hasta el cuello las caricias que imprimía con su lengua. Es que no podía reaccionar de otra manera ante la sensación que me produjo. Mis manos buscaron sus manos para acariciarlas. Alcancé rasparme la planta de la mano con la lija de su barba, como millones de puntitas de alfileres, que percibía como suave terciopelo. Enredé mis dedos en sus cabellos. Así quedó marcado mi destino de esa noche.
La noche estaba muy oscura, comenzó de nuevo a llover y el frío húmedo que traía la briza me hizo temblar, y fue así como me comencé a sentir arropado con el calor de su cuerpo, sumado al calor que me estaban generando sus caricias; al extremo de sentirme complacido, muy a pesar del inmenso miedo que se había apoderado de mí y que como por encanto me di cuenta de que ya había desaparecido por completo.
Con los brazos libres me abrazó completamente mientras reacomodamos la posición. Sus dedos comenzaron a tantear sobre mi pecho hasta que encontraron el primer botón. Yo seguía temblando, pero ahora de placer. Una angustia divina se apoderaba lentamente de mí mientras terminaba de desabrochar mi chaleco y mi camisa para acariciarme con sus manos carraspozas haciéndome sentir un poco gratificado al sentir que al menos, no iba a matarme. Mi respiración acelerada daba cuenta de mi estado. Pero aún así pude decir no más que una palabra, al pensar que ya no me estaba ahorcando, y en lugar de agredirme, me acariciaba. Muy complacido le dije:
– Gracias –
– Gracias me vas a dar cuando te meta esto completo – Traté de moverme pero sentí de nuevo el filo de la daga que se salía por la hendidura del pantaloncillo de su pijama.
– Así que comportate amoroso con migo o no sales vivo de este chinchorro – Comenzó a acomodar su cuestión entre mis piernas que la recibieron la mitad llena de miedo, la mitad llenas de fío. Sus caricias comenzaron a descender suavemente hasta que se topó con mi pene erecto, y cual sería mi sorpresa cuando sentí que me estaba haciendo una pajita.
Con el efecto que causó en mí aquella nueva sensación al sentir sus bigotes rasposos que me lijaban nuevamente el lóbulo de la oreja, y la piel de gallina causada por el cosquilleo estaban mostrando la evidencia porque en cierta forma me sentía complacido. Al punto que se me salieron dos exclamaciones de placer.
– ¿Viste,? yo te lo advertí que te iba a gustar – Una sensación de conflicto interno se apoderó de mi ser. Eran el prejuicio contra la atracción. Tibio, palpitante, muy grueso, mucho más largo y muchísimo más divino lo sentía gozando entre mis piernas. Así se fue alejando el frío y le fui agarrando el gusto al arma punzo penetrante que me restregaba, y en la medida que comenzaba hacerme suyo me sentía más a gusto.
– Menea ese culito para gozarte mejor caperucito – Mis piernas y mis nalgas lo estaban recibiendo placenteras y mucho más cuando comenzó acomodar mejor la cuestión. Comenzó a acariciarme la barriga, a sobarme los pezones con sus gruesas manos. Me acarició deliciosamente el pene y comencé a sentir que me estaba yendo. Cuando sintió mi leche derramarse entre sus manos me dijo al oído – Yo te advertí que te iba a gustar. Sentí morir por un instante, me dio tristeza pensar que todo podría terminar allí. Apenas estaba comenzando la función.
Con mi propia leche me lubricó el huequito, su intruso dedo se acomodaba preparando el camino de la entrada. Nuevamente el miedo se apoderó de mí, por un momento estuve tentado a tratar de escapar, pero sus manos y sus dedos operaban con maestría. De esa manera comenzó a excitarme de nuevo, pero de una manera diferente a todo lo que pude haber sentido antes en mi vida. Es un placer pasivo, que me gratifica internamente como receptor. Si, debo confesar que me había seducido. Estaba tan a gusto sintiendo toda aquella virilidad a punto de adueñarse de lo más profundo de mi cuerpo, y sin embargo; el miedo a que me gustaran demasiado sus caricias ya había sido superado. El miedo a que pudiera mantarme, mucho más se había disipado. El miedo al dolor, lo estaba superando el deseo de seguir experimentando este mundo nuevo que este desconocido abría dentro de mí.
Parece que a él también le estaban gustando mis nalgas porque mientras más me las acariciaba más grande, grueso y duro se le estaba poniendo hasta que llegó el momento sin retorno, le había cogido demasiado gusto al asunto. Sentí que ya tenía muy bien lubricado el chiquito, con su dedo tan sabroso me lo había dilatado lo suficiente para recibirlo. Sentía una sensación tan divina que me provocaba darle un beso. Me había lubricado hasta muy adentro, su dedo era más grande que mi pene. Al menos lo sentí inmenso mientras lo movía tan gracioso allá muy dentro mi. Solo sentía cada vez más la necesidad de que me lo metiera poquito a poquito, suavente.
– Muy bien, muy bien, estás aprendiendo, sigue aflojando el culito que vas a gozar mucho más cuando llegue el momento. Llevé mi mano atrás para acariciarlo, y al sentirlo palpitante me di cuenta de que tenía razón, lo sentía delicioso. Así mismo y yo solito, agarré aquel inmenso bicho y me lo comencé estrujar entre las nalgas hasta sentir el cosquilleo que me producía esa punta que estaba encontrando su entrada, tratando de empujarlo yo mismo.
– Poquito a poco papito, métemelo suavecito, despacito.
– Muy bien así me gusta mi cordero. No tiembles más, relájate más y más para que se dilate otro poquito, ya tendrás tiempo de apretarlo cuando lo sientas más sabroso que ahora. Me dobló un poco la cara para apretarme un poco con sus labios el lóbulo de la oreja. Al parecer se dio cuenta de que ese es mi punto débil, la llave que abre la puerta por donde quería entrar, y después de darse cuenta del cosquilleo que me hacía sentir, me dobló otro tanto para colocar su boca sobre mis labios, hizo una pausa para decirme.
– Tu culito es igual que esta boca, y mi guevo como esta lengua – Así comenzó a darme mordiscos muy suaves con sus labios mientras su pene estaba palpitándome en la cueva. Con el acoso de su lengua se me dilataron los labios para recibir su lengua dentro de mi boca –
– En la misma forma como entró mi lengua, te va a entrar tan solo la punta –
– Ay, ay, ay que rico, parece que está entrando – Efectivamente, ya había penetrado la punta eléctrica comenzaba a sentirse palpitar dentro de mí.
– Sígue aflojando – Me decía al oído – Ya te entró la cabecita nené – Aquello resultaba delicioso. De pronto hizo un movimiento brusco.
– Ay, ay, ay, me duele… pero me sigue gustando. No te muevas mucho para irme acostumbrando, así quietecito me gusta mucho –
– Tienes la cabeza adentro y tu argollita no deja que se salga por que lo tienes metido hasta el cuello adentro. En la medida en que te lo vaya empujando te va a gustar mucho más –
– Efectivamente lo sentía tal cual como me lo describió, mi camionero bello. Solo que sus palabras no pueden describir lo divino que me sentí con la cabeza de ese palo adentro – Estaba tan excitado que comencé a menear las nalgas para que me entrara otro pedazo. Mientras la penetración se iba haciendo más profunda, me acostumbraba a sentirlo tan tenso y tan decidido a explorarme todo que me hizo sentir como desesperado. De pronto comencé a sentirlo más lubricado, su leche se derramaba de placer muy dentro de mí. Cuando estaba en el punto más placentero, me desmallé del dolor. Me rompió el culo, pero a pesar que todavía me duele, si me lo pide de la misma manera, se lo vuelvo a regalar.
Se quedó roncando en mi espalda, estaba tan dilatado que no se salió por completo. Sus gruesas manos y sus brazos momumentales, me tenían atrapado, sin ningún esfuerzo. Solo quería voltearme para que me diera otro beso. Es que quiero cualquier cosa menos escaparme como quise anoche. Si hay una razón porque no aproveché y me escape, es porque deseo que se despierte para que me pasee en su camión de las sorpresas.
Relato editado el 10/07/2020
2 respuestas
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