
Por
Anónimo
Secreto Sexual Intenso
Hoy, mientras atendía en mi cafetería, mi hermana apareció de sorpresa. Yo estaba coqueteando con un cliente, como siempre, y cuando ella me sorprendió, le guiñé un ojo y le solté una de mis frases coquetas: «¿Te sirvo algo más que café? Porque puedo endulzarte la vida de muchas maneras.» Su cara de asombro me hizo reír.
El cliente con el que coqueteaba se llamaba Juan. Es un tipo que viene a menudo a la cafetería, y siempre me mira con esos ojos que me hacen sentir deseada. Hoy no fue la excepción. Mientras mi hermana se sentaba en una mesa cercana, Juan se acercó más a mí y me susurró: «Carmen, me encantas. ¿Qué tienes planeado para después?»
Juan es un hombre atractivo, con una seguridad que me vuelve loca. Siempre he sentido una conexión especial con él, y hoy, después de ver la reacción de mi hermana, decidí que quería pasar un buen rato con él. Le respondí con una sonrisa: «Después de cerrar la cafetería, ¿te gustaría venir a mi casa? Tengo algo especial para ti.»
Cerramos la cafetería y nos dirigimos a mi apartamento, que está a solo unas cuadras. Juan y yo caminamos tomados de la mano, y la tensión sexual entre nosotros era palpable. Al llegar a mi casa, cerré la puerta y lo besé apasionadamente, sintiendo su verga endurecerse contra mí.
Entramos a mi habitación, donde la luz tenue creaba un ambiente perfecto para lo que estaba por suceder. Me quité la falda y la blusa, quedándome en mi lencería de encaje negro. Juan me miró con deseo y me apretó las tetas, haciéndome gemir de placer.
Nos acostamos en la cama y él comenzó a besarme el cuello, bajando lentamente hasta mis nalgas. Me levantó la falda y me bajó las bragas, dejando al descubierto mi ano y mi clítoris. «¿Te abro las piernas?» le dije, y él respondió con un gruñido afirmativo.
Juan me penetró con fuerza, su verga entrando y saliendo de mi coño mojado. Me gustaba sentirlo dentro de mí, y mis gemidos se hacían más fuertes con cada embestida. «Sí, bebé, así, más fuerte. ¡Atrágantame con tu verga!» le grité, y él respondió aumentando el ritmo.
Mientras me cogía, Juan me golpeaba las nalgas, enviándome oleadas de placer y dolor que me excitaban aún más. «¡Sí, golpea mis nalgas, aprieta mis tetas!» le suplicaba, y él cumplía con cada una de mis peticiones.
Finalmente, sentí que estaba a punto de llegar al orgasmo. «¡Llena mi boca de semen!» le pedí, y él se corrió dentro de mi boca, su semen caliente y salado deslizándose por mi garganta. Me corrí justo después, mis gemidos llenando la habitación.
Chicos, así fue mi día de hoy. Espero que esta confesión los haya excitado tanto como a mí me excitó vivirla. Nos leemos pronto, amores.
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