
Por
Anónimo
prostituta de la carcel
pedì al supervisor de la càrcel me permita tener visitas conyugales con ella. el accediò. en realidad yo no sabìa en que me estaba metiendo.
Cuando Marlene llegò por primera ves en visita conyugal, pedì a mis compañeros de celda que se retiren. Ellos, como gente dura que eran se negaron. Finalmente, ellos mismos tendieron una colcha para dividir la celda, diciendome que allì podìamos hacer el amor sin ser vistos. Sin embargo, exigieron que solo por esta ocasiòn, a cambio de su colaboraciòn, ella se desvistiera delante de todos. Yo me neguè, pero al final accedì que se quede solo en ropa interior. Asi fuè.
Marlene no querìa, pero con cierto temor se quito su blusa y su falda, mostrando su exuberante cuerpo delante de los àvidos y exitados ojos de esos delincuentes.
Marlene es extraordinariamente deseable, de un rostro hermoso, con una expresiòn entre tierno y sensual. Su cuello fino y sedoso termina en dos pechos deliciosamente erectos y sensuales, una cintura finìsima y plana, y luego lo mejor: unas caderas rotundas, que parecìan reventarse de una tanga negra que llevaba puesta, y unas piernas gruesas, exuberantes, de una morbidèz extrema, cuya sola contemplaciòn provocò en mi y en todos una exitante sofocaciòn y anhelo inmediato de poseerla de manera intensa.
La lleve detras de la burda divisiòn de mi celda e hice el amor con ella con una mescla de intensa exitaciòn, y temor por el deseo que el voluptuoso cuerpo de mi esposa pueda haber despertado en esos pillos.
Nunca debì haberlo hecho.
Ese mismo dìa, y despues que Marlene se fuè, vi como hablaban en secreto entre ellos, y de pronto, de manera resualta se avalanzaron sobre mi, sujetandome con fuerza, y poniendome un pedazo de metal afilado en mi cuello me ordenaron que entregue mi esposa a ellos, si querìa conservar mi vida. Despues de golpearme, me dejaron tirado en el suelo, dueño de profundos temores.
Llegò finalmente el dìa de visita que yo temìa. Marlene, talves para agradarme, ingenuamente se habìa puesto una falda negra muy apretada y cortìsima. Era la viva imagen del sexo, de un sexo intenso y desenfrenado. Sin saberlo, se habìa vestido no para mi, sino para ellos, los tres exitados delincuentes de mi celda.
Apenas llegò, ellos cerraron las puertas de la celda, y me tomaron del cuello, amezadàndome violentamente con la misma arma. Mi esposa gritò angustiada, pero uno de ellos le increpò diciendo airado que si gritaba me matarìan. Ella estaba pàlida y sofocada por el temor de que cumplan su palabra de hacerme daño allì mismo. De inmediato, el jefe del grupo se dirigiò a Marlene diciendole: «Es la ùltima ves que veràs vivo a tu marido», ella angustiada se puso a llorar. El le dijo «Si sigues llorando, tu esposo es hombre muerto» Marlene se callò de inmediato, y con voz suplicante expresò: «Que quieren de el». El le respondiò, mirandola con el aire de un proxeneta dominante: «De el no queremos nada, a quien queremos es a ti, de ti depende que no matemos a este, queremos que a partir de ahora en adelante seas nuestra, nuestra puta, ¡¡esta bien!!»
Mi pobre esposa, con un hilo de voz contesto: «Si, esta bien, serè de ustedes, pero no le hagan nada a el»
Asi me gusta, ahora desvistete y culea, como nunca lo has hecho, queremos que te entregues a nosotros voluntariamente, y te sientas nuestra puta.
Mi mujer,lentamente se quiso sacar su falda, pero no pudo, porque la redondez de sus grandes y hermosos muslos lo impedìan. Finalmente lo hiso, sacandose a continuaciòn su blusa blanca, quedando de piè, delante de esos hombres con un brasier y un calzòn blanco totalmente trasparente, que los dejò como locos.
Me dejaron en un rincòn, la desnudaron por completo y comensaron a culiarla uno a uno, las veces y la maneras que quisieron toda esa tarde interminable.
Luego que por los altavoces ordenaron la salida de visitas, el jefe de los delincuentes arrimò a mi mujer contra la pared amenazandola y diciendole: «A partir de ahora, si no quieres que matemos a tu marido, vendràs a la visita semanal preparada para ser culiada por nosotros, vendràs con ropa normal, pero traeràs en un bolso una ropa sexi de puta, para que te exibas ante nosotros, tus maridos, esta bien» «Si, dijo ella» y se fuè.
Cuando regresò de visita vino con una ropa muy recatada, y de casa. Tan pronto entro y se cerrò la celda, le pidieron se ponga su ropa de puta y se exiba, con movimientos provocativos de puta. No se, pero cuando lo hacìa, vi en sus ojos una mezcla de temor, pero sentìa yo que estaba presa de una intensa exitaciòn. Y mientras caminaba mostrando esas exuberantes piernas, se percibìa en su respiraciòn agitada que temìa y deseaba ser culiada de inmediato. Asì fue, y es; ahora que tiene ya tres meses siendo la rica puta de la celda 43.
2 respuestas
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