
Por
Anónimo
Por infiel, inicié a mi esposa en la prostit (7)
El bar al que entramos, era una salsa-bar, ubicado en pleno centro de los prostíbulos de la 18, un excitante y bullicioso local que se veía lleno de delincuentes, putas, y curiosos ávidos de carne.
Yo, muy seguro, conduje a Andrea a la esquina izquierda del sitio, cerca del mostrador del barman: Un pícaro con cara de chulo, que sin ningún recato miraba con insistencia las abundantes delicias de las sensuales piernas de mi esposa.
La presencia de Andrea estaba fuera de toda duda. Para los hombres y mujeres que bebían, ella una puta, una puta muy especial por su belleza, y por sus amplias y ostensibles curvas. Y digo ostensibles, porque desde el sitio donde estábamos ella era muy visible, y cuando se sentó, la diminuta faldita plisada que vestía desapareció en su cintura, mostrando las curvas de sus blancos y apetecibles muslos, que se abultaban de manera escandalosamente sexy, y en medio de sus muslos la impresionante vulva de un ardoroso sexo cubierto de vellos negros, que se transparentaban a la vista de los ojos de los hombres, que la miraban sin pudor de manera ardiente. �¡¡Mira esa rica puta!!�, fue uno de los comentarios que alcancé a oír, mientras otros contemplaban con admiración a mi esposa, diciéndose cosas entre ellos.
Después de una hora, la tensión sexual generada por la presencia de Andrea disminuyó. Nos habíamos tomado tres cervezas cada uno, y tanto Andrea como yo nos sentíamos desinhibidos. Fue en ese momento que al bar entró un �colorado� grandote, que con aires de macho sereno pero decidido, se ubicó en la mesa más cercana a nosotros.
Su primera mirada fue para mí, dirigiéndome con un movimiento de cabeza un saludo silencioso, saludo que yo respondí con seriedad de igual modo. Luego, dirigió sus ojos de manera distraída hacia Andrea, quedándose en ese instante como, atónito ante la contemplación de su belleza. Luego, dirigió con lentitud su mirada a los deliciosos muslos de ella, deteniéndose por un instante su contemplación en el ardiente sexo de mi esposa.
Andrea, con una expresión de temor, que casi no pudo controlar, puso de manera apresurada su mano derecha entre sus piernas, pretendiendo sin lograrlo, mostrar en su rostro una expresión de serenidad. Su corazón le empezó a latir sin control, y un fuego desconocido recorría su espalda. Yo, con una ligera sonrisa , y una creciente excitación me percaté de inmediato en el impacto instantáneo que ese tipo había despertado con su sola presencia en mi esposa.
A partir de ese momento, mi esposa cambió completamente, se la veía nerviosa, como presa de una sofocación que no podía contener, pero que de algún modo pretendía disimular.
Nada es más electrizante y erótico que el descubrir un interés inicial mutuo entre un hombre y una mujer, que poco a poco, va creciendo en tensión e intensidad sexual, y mucho más, si el hombre es dominante, y la mujer; de manera paulatina, se va mostrando débil ante el influjo de la mirada incisiva e insinuante de un varón impetuoso, y con experiencia de conquista. Y este tipo no era un cualquiera: De rostro varonil, bien parecido, alto y musculoso, con su cabello ensortijado y pelirrojo, y aire sereno, daba la impresión de una gran hombría y seguridad. Tamaño opositor que se me había presentado, y que gran reto de inseguridad que Andrea tenía por delante.
A medida que pasaban los minutos, las miradas furtiva entre los dos se intensificaron. A mi esposa se la veía sumamente vulnerable, y por lo tanto más deseable como objeto de conquista para ese sujeto, pues ella era sumamente hermosa, y vestía como la más atrayente y carnal de todas las putas.
Ella se lo había buscado, había deseado dar rienda suelta a su fantasía de lucir y enseñar sus deseables formas de mujer. Se había puesto esas prendas tan reveladoras para abrirse a los ojos de los hombres, y distinguirse como una hembra insinuante y seductora, en quien los demás puedan fijarse, y lo que había conseguido es abrir las compuertas del deseo hacia ella, que yo la conozco como la más débil y frágil de las mujeres.
Y ella, impactada por ese hombre, daba ante su cercanía muestras más crecientes de una deliciosa debilidad. Y digo deliciosa, porque en mi experiencia de varón sé que no hay nada más delicioso para un hombre que anhela poseer a una mujer, que el ver que ella, lentamente va cediendo y permitiendo la conquista, hasta el momento del abandono y la entrega. Eso estaba ocurriendo entre mi esposa Andrea, y ese fornido sujeto que parecía haberla atrapado en su red de deseo.
La tensión sexual a distancia estaba al tope entre los dos, cuando el tipo; con la mayor tranquilidad, y portando tres botellas de cerveza, se acercó a nuestra mesa diciendo:
– ¿Señor, me permite usted que comparta en su mesa estas cervezas?
– Yo, mirándolo fijamente a los ojos le respondí: �No hay ningún problema, siéntese�, y él se sentó, teniendo a Andrea en medio de los dos; y a quien mirando a los ojos, y mostrando una ligera sonrisa pícara, le extendió su mano diciendo: �Jaime, mi nombre es Jaime�. Mi esposa, electrizada por su presencia, solo atinó a tomar su mano sin mirarlo, mientras suspirando, me miró de soslayo de manera sofocada.
Andrea me confesó que a medida que pasó el tiempo, ella se sentía más y más atraída y seducida por ese hombre. Ella se sentía por momentos a punto de estallar, y un ardor intenso en su vagina le decía que deseaba tener sexo de manera inmediata. Ese cosquilleo la arrebataba, y la invitaba a estar más cerca de él, haciendo que esa sensación se haga por momentos irresistible.
Fue en ese instante que ella sintió la mano de Jaime debajo de la mesa que tomo la suya, y apretándola suavemente comenzó a acariciar sus dedos. Ella, enardecida, quiso controlarse y apartar esa mano que alteraba su respiración y avivaba su deseo, pero no pudo, y se dejó hacer. Luego, esa ardiente mano se posó sobre sus muslos, recorriéndolo con posesión, apretándolos, acariciándola como si fuese su mujer, incitándola con ese fuego que para ella era ya incontrolable.
Luego, sin que pueda ella impedirlo, lentamente llevó la mano de ella y la posó encima de su pene. Andrea me dijo que la verga de ese hombre estaba dura como un fierro, y lentamente se fue dilatando, mientras que la mano de él, posada encima sobre la suya, la hacía recorrer con poder de varón esa enorme verga, que Andrea sentía palpitar debajo de ella. Finalmente, ella no se contuvo, y comenzó a apretar ese gran mazo de carne, mientras estallaba dentro de ella un gran orgasmo que la hiso convulsionar levemente, mientras suspiraba entrecortadamente. Yo, que me había percatado muy bien de esos intensos instantes, la acerqué a mí, y dándole un beso en los labios la abracé presa de una excitación sumamente ardiente.
En ese momento, el barman; que también había observado todo, de manera discreta se acercó diciendo: �Hay aquí un reservado, ¿desean pasar dentro, por favor? Y temblando de excitación los tres nos levantamos al interior del local��..CONTINUARÁ
2 respuestas
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