Me encantanlos las mujeres con novio
Al otro día le seguí el juego: «Y si tu man nos ve mientras nos besamos?». La muy zorra me contestó con una foto de sus piernas abiertas en la cama de él, con los calzones corridos a un lado. «Venite ahora que está en el gym», dijo. Y yo, como pendeja, fui volando.
Llegué a su apartamento y la muy hija de puta me recibió con ese vestidito corto que le dejaba ver las tetas sin brasier. «Él llega en media hora», me susurró mientras me empujaba contra la pared. Su boca sabía a ron barato y menta, pero cuando me metió la mano por debajo de la falda y me encontró empapada, supe que esto iba en serio.
Nos tiramos al sofá como dos perras en celo. Yo le mordía el cuello mientras ella me gritaba «¡Sí, mami!» como si quisiera que los vecinos escucharan. La muy puta tenía un vibrador en el bolsillo del sofá (¿quién mierda guarda eso ahí?) y me lo encendió en la concha sin avisar. Casi me corrí ahí mismo.
Pero lo mejor vino después: el hijueputa sonido de la llave en la puerta.
Mariana se paró de un salto, pero yo… ay no, yo me quedé ahí recostada en el sofá, con las piernas abiertas y la tanga colgando de un tobillo. El novio se quedó petrificado en la entrada, con la bolsa del gym en la mano y los ojos como platos.
«Esto no es lo que parece», dijo Mariana, pero el man ni la peló. Se me quedó viendo a mí, a mis tetas marcando por el vestido arrugado, a mi mano que todavía tenía los dedos brillosos.
Y entonces pasó lo inesperado: el muy hijueputa cerró la puerta con el culo, se acercó y me agarró de la nuca para besarme. «Llevo meses imaginando esto», me dijo contra mis labios.
Mariana se puso roja de rabia, pero cuando él le bajó los pantalones y sacó esa pinga que tenía más venas que mapa de carreteras, se calló la boca. Terminamos los tres en el piso, con Mariana mamándole los huevos mientras yo montaba esa verga como si fuera el último bus de la noche.
Desde ese día me volví adicta. Ahora tengo una lista en el celular: «Novias por robar». La de mi peluquera, la de mi vecino, hasta la de mi dentista. Lo mejor es cuando me escriben después, diciendo que no pueden dejar de pensar en mí mientras están con sus hombres.
Pero Mariana sigue siendo mi favorita. Cada vez que su novio la lleva a un motel, me manda la dirección. Y yo llego después, con mi shortito de cuero y mis tacones, lista para recordarles por qué lo prohibido siempre sabe más rico.
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