
Por
Me acabo de coger a uno de 19 en baño público🥵🥵🤤
¡Ay, mi amor, si supieras la tarde que acabo de vivir! Resulta que fui al centro comercial a comprar unos productos para el saloncito, ya sabes, cremitas y esas cosas, y me dio por tomarme un cafecito en esa tienda nueva que huele tan rico. Estaba ahí, tranquila, mirando a la gente pasar, cuando veo entrar a este muchacho… ¡Marica, pero qué criatura más hermosa! Alto, moreno, con unos ojazos que parecían de cordero degollado y una sonrisa que te partía el alma. No podía tener más de 19 añitos, un bebé. Iba con unos amigos, todos igual de jóvenes, riéndose y haciendo esas tonterías que hacen los chamos de esa edad.
Nos cruzamos la mirada un par de veces y yo, pues ya sabes, le eché uno de esos looks que eché cuando tenía veintipico y todavía podía cazar al vuelo. Me sonrió, yo le devolví la sonrisa, y seguí con mi café, pensando ‘Cristina, ya basta, deja a ese niño en paz’. Pero el muy atrevido se acercó a pedirme la hora. ¡La hora! ¿Te imaginas? Con el celular en la mano. Me reí y le dije: ‘Chamo, con ese aparato en la mano y me vienes a pedir la hora. ¿Qué es lo que realmente quieres?’. Se puso coloradísimo, pobretico, y balbuceó algo de que su teléfono no tenía batería. Mentira piadosa, pero me pareció tan tierno su intento…
Hablamos un rato, de cualquier estupidez. Resulta que estudia ingeniería y juega beisbol. Un deportista, mi amor. Se notaba en esos hombros anchos y en cómo le llenaba la camiseta el pecho. La química fue instantánea, pura risa y picardía. En un momento, sus amigos se fueron y él se quedó ahí, conmigo, como si nada. Me invitó otro café y acepté, ¿por qué no? La vida es muy corta para decirle que no a un cafecito con un muchacho tan guapo.
En un momento, me incliné para agarrar mi bolso y el escote se me abrió un poquito. Sus ojos se fueron directo ahí, como imanes. No pude evitar reírme. ‘¿Te gusta lo que ves, pana?’, le dije, bien segura de mí. Se puso aún más rojo, si es que eso era posible, y tartamudeó: ‘Es que es imposible no mirar, señora’. ¡Señora! ¡Ay, por Dios! Eso sí me dolió un poquito, pero se lo perdoné por lo lindo que era.
La cosa se puso más caliente cuando, bajo la mesa, sus piernas buscaron las mías. Primero fue un roce casual, pero luego la presión fue más intencionada. Yo no me quité. Al contrario, abrí las piernas un poquito, invitándolo. Su respiración se aceleró y supe que estaba perdido. Y yo, mi reina, también. El morbo de estar ahí, en público, con un chamo tan joven, me tenía más caliente que un aceite.
‘¿Y si nos vamos a otro lugar?’, me susurró, con una voz que ya se le había hecho más grave, más hombre. Yo negué con la cabeza, divertida. ‘¿Y tú qué crees? ¿Que me voy a ir contigo así porque sí, mi amor?’. Pero entonces, él hizo lo más atrevido: me tomó la mano y me la puso sobre su pierna. ¡Marica! A través del pantalón se sentía duro, grande, palpitando. Casi se me sale un gemido ahí mismo. ‘¿Ves lo que me haces?’, dijo. Y yo, pues… ¿Qué iba a hacer?
Pagamos y salimos, pero no fuimos a ningún lado. Justo al lado del café estaban los baños. Él me miró, yo lo miré, y sin decir una palabra, empujó la puerta del baño de hombres. Por suerte estaba vacío. Entramos los dos en el mismo cubículo y cerró el pestillo. El espacio era diminuto, apretadísimos, respirando el mismo aire caliente.
No hubo preliminares, mi amor. Fue pura urgencia. Sus manos me agarraron de la cintura y me apretaron contra la pared. Su boca encontró la mía en una kiss apasionada, voraz, llena de dientes y lengua. Yo le agarraba el pelo, cortito y suave, y lo jalaba hacia mí. Notaba lo mucho que le llegaba a la cintura, porque sentía su erección, dura como una roca, presionando contra mi vientre. ‘Quiero sentirte’, le dije, jadeando, mientras le desabrochaba el cinturón y le bajaba el cierre.
Cuando se lo saqué, ¡SANTO DIOS! ¡Era un güevote, te lo juro! Largo, grueso, con las venas marcadas, impaciente. Olía a limpio, a joven, a testosterona pura. Casi me arrodillo ahí mismo, pero él me detuvo. ‘Yo primero’, gruñó, y agachándose, me subió la falda y me bajó las bragas de un tirón. No llevaba tanga, por suerte, sino un culotte de encaje. Se lo quitó todo y sus dedos se metieron en mí de inmediato. ‘Estás empapada’, murmuró, sorprendido, y empezó a masajearme el clítoris con una mano mientras con la otra me abría para meterme dos dedos. Yo apoyé la cabeza contra la puerta, ahogando los gemidos en su hombro. ‘Sí, así, duro’, le pedía.
Pero yo quería más. Lo empujé suavemente y me arrodillé frente a él, en ese piso que espero que estuviera limpio. Tomé su verga con ambas manos y se la empecé a chupar como si mi vida dependiera de ello. Sabía a sal, a piel, a hombre. La lamía desde los huevos, que tenía grandes y apretaditos, hasta la punta, donde un poquito de líquido ya asomaba. Me la metía entera en la boca, hasta que me llegaba a la garganta, y él gemía, con las manos en mi cabeza, no empujando, sino acariciando mi pelo. ‘Qué rico chupas, fuck…’, decía.
No duré mucho ahí abajo, porque él me levantó y me dio la vuelta. ‘Pégate a la puerta’, me ordenó, y yo obedecí, presentándole mi culo, que a él pareció encantarle porque lo acarició y lo abrió antes de posicionarse. Sentí la punta de su verga, caliente y húmeda por mi boca, buscando mi entrada. ‘¿Estás segura?’, me preguntó, por última vez. ‘Dámelo todo, papi’, le supliqué.
Y me lo dio. De un empujón seco y profundo, me llenó completamente. Grité, pero él me tapó la boca con su mano. ‘Shhh, que nos oyen’, susurró en mi oído, pero no dejó de moverse. Empezó a cogerme con una fuerza que me dejó sin aire. El sonido de nuestros cuerpos chocando contra la puerta del cubículo era obsceno. Yo mordía su mano para no hacer ruido, mientras sentía cómo cada embestida me hacía ver las estrellas. Era joven, tenía resistencia, y un ritmo que me volvía loca. Lento y profundo, luego rápido y superficial, cambiando el ángulo hasta encontrar ese punto que me hizo temblar.
‘Me voy a venir’, jadeé, sintiendo el orgasmo acercarse como un tren. ‘Yo también’, dijo él, y sus movimientos se hicieron más erráticos, más salvajes. Agarró mis caderas con fuerza, marcándome, y me enterró hasta el fondo. Sentí cómo palpitaba dentro de mí, llenándome de un calor intenso, al mismo tiempo que mi propio climax estallaba, haciendo que mis piernas flaquearan.
Nos quedamos ahí, pegados, jadeando, durante un minuto eterno. El sudor nos corría por la espalda. Poco a poco, se despegó de mí y yo me di la vuelta, recostándome contra la pared, sin fuerzas ni para sostenerme en pie. Él se limpió con papel y se vistió rápidamente, con esa agilidad de joven que dan unas ganas de… bueno, ya sabes.
Nos miramos y empezamos a reír, los dos, como locos, ahogando las risas en el pequeño espacio. ‘Nunca había hecho algo así’, confesó él, arreglándose el pelo. ‘Yo tampoco, mi amor’, le dije, y era verdad. Fue espontáneo, caliente, y deliciosamente sucio.
Salimos del baño por separado, como si nada. Yo me arreglé lo mejor que pude, pero seguramente se me notaba en la cara lo que acababa de pasar. Al salir del centro comercial, me mandó un mensaje: ‘Otra vez pronto?’. Yo solo le respondí con un emoji de un fuego.
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