Ay mis amoressss, ¡les voy a contar una vaina que me pasó cuando tenía 25 añitos! Resulta que andaba toda estresada con mi novio de ese tiempo (un huevón que no sabía ni dónde estaba el clítoris, pero bueno) y mi mamá me dice «ve donde mi amigo el que da masajes, te va a relajar».

Pues fui, pensando que sería un viejito aburrido con aceite de eucalipto… ¡pero nooo! El tipo tenía como 50 años pero ufff, esas manos, ¡qué sabían hacer maravillas!

Primero: Me dijo que me quitara toda la ropa «para mejor efecto» (ja, claro). Yo con mi tanguita de encaje que parecía hilo dental, pero ni modos.

Lo que pasó después fue:

Las agujitas esas que pinchan (¡ay, pero qué rico!)

Manos en mis piernas subiendo… subiendo… hasta rozar justo ahí (¡yo mordiendo los labios para no gemir!)

El muy vivo diciéndome «qué nalgotas tienes, nena» mientras las apretaba (¡yo ya mojada como mango maduro!)

La tanga que «estorbaba» (¡y yo que se la quité como si nada!)

Cuando me volteé boca arriba… ¡SANTÍSIMA MADRE!

Una mano en mis pechos «masajeando» (¡ja! masajeando mis pezones que ya parecían piedras)

La otra mano bajando… bajando… hasta que ¡PUM! metió dos dedos sin avisar (¡yo que ya chorreaba como fuente!)

Yo con las piernas abiertas como puta en promoción

Él diciendo «estás muy tensa, hay que relajarte más» (¡y yo que me vine como locomotora!)

Pero esperen, ¡que no acaba ahí! El muy cabrón…

Me hizo un oral que hasta se me olvidó mi nombre

Me montó como si tuviera 20 años (¡y eso que ya tenía sus 50!)

Me llenó como si fuera vaso de pisco

Y ahora, cada vez que me acuerdo… ¡ufff, me dan ganas de repetir la «terapia»!

Cuando tu mamá te recomiende un masajista… ¡VE SIN PENA!