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La tía Rosa
La tía Rosa
Cada año a fines de Febrero, la familia de mi novia acostumbra celebrar el cumpleaños del jefe de la casa, un tío cercano a los 60; este año no podía ser diferente, así es que cuando el verano está al máximo, comienzan los preparativos.
He sido invitado esta vez porque algunas de las primas llevarán a sus novios y será una fiesta para gente de todas las edades, por lo mismo me he esforzado por llevar lo mejor de la vidriera.
Llegó la hora y me he dirigido al lugar, la casa ha empezado a llenarse de gente, la mayoría son familiares, gente mayor y unos pocos jóvenes de mi edad, la música criolla es la que impera, a mi no me disgusta para nada, con un par de cervezas me convierto en todo un bailarín haciendo sus pininos.
Los tíos que allí se encuentran la están pasando de lo bien, se bebe y se baila como comúnmente sucede en estas fiestas, más aún cuando se hacen en barrios populares como este.
Entre los mas bailarines, puedo distinguir a la tía Rosa, una viuda cincuentona, de contorneadas curvas y que ha llegado acompañada por sus dos hijos, unos adolescentes que bordean los 15 años.
El baile no cesa, el calor es sofocante y las cervezas continúan circulando, la gente baila y se mueve por todos lados en casa pues la pista de baile, hace rato que se quedó chica; yo la estoy pasando de maravilla, de rato en rato por cortesía y mientras mi novia ayuda a pasar la carapulcra, bailo con algunas de las asistentes, eso me parece divertido.
Es inevitable la tertulia y he descubierto lo interesante que es la tía Rosa, una mujer muy aplomada, no es fea, pero es muy agradable porque siempre tiene un tema interesante y lo lleva en forma hilvanada; parece que nada la altera, mientras muy discretamente, mira siempre alrededor suyo.
Hemos bailado mientras charlábamos, a esas alturas de la noche, la cerveza ha derretido el hielo que había entre nosotros y la tía hasta ha compartido conmigo algo de la soledad en que a veces la dejan sus hijos, ahora que ellos empiezan a agrandar su círculo social y suelen ausentarse de casa por largas horas.
Se escucha �Claro de luna� de Fiesta Criolla y es ella esta vez la que me pide que la saque a bailar, me lleva hacia el centro de la sala donde la gente aprieta aun más.
Ya estamos allí y ella no ha soltado mi mano; la sostiene ahora de una manera distinta, me anima a tomarla de la cintura de una manera más afectiva, no me había dado cuenta de lo hermosa que era esta canción; la cadencia de la melodía es totalmente agradable, el alcohol y el calor de la noche hace que el roce de nuestros cuerpos se perciba de forma agradable.
Su habilidad para este ritmo le permite hacer algunas figuras mientras bailamos; es ella la que me lleva, levanta uno de mis brazos, gira sobre su sitio y regresa a mi y pero lo hace entregándome su cintura para que la tome; lo ha hecho tan elegantemente, que nadie nota que antes que yo tome su cintura, su vientre se ha unido al mio, avisándome que la reciba; su cuerpo me esta hablando, sus rodillas muerden una de las mías y quiebra ligeramente su cintura, entonces damos al unísono un giro sobre nuestro sitio.
Es la primera vez que me sucede algo como esto, he podido intuir lo que ella haría ¡!! entonces me encuentro con su mirada, asintiendo lo bien que lo estamos haciendo.
La música se acalla y todos regresamos a nuestros sitios, buscamos que refrescarnos con algo de beber, o algo para aplacar el hambre que ha provocado el licor; la tía se queda rezagada, conversa con el dueño del cumpleaños y otras personas, mientras yo le doy el alcance a Lidia, intercambio miradas fugases con la tía.
No han faltado pretextos esta noche, para volver a acércame a la tía o para que ella cruce frente a nosotros con una sonrisa amistosa; que pechos que había tenido, yo la había conocido durante el cumpleaños de su hija y hoy no pude evitar darme cuenta de ello.
Llega la medianoche, la fiesta está en su plenitud, la casa totalmente abarrotada de gente y llega el clásico Happy Birthday para el dueño del santo, que desorden que se viene después; el brindis y además algunas de las hijas que se llevan el pastel para cortarlo en la cocina.
En medio de los abrazos para el homenajeado vuelvo a encontrarme con la tía Rosa, nos miramos y nuestra sonrisa es mas que expresiva; antes de que digamos una sola palabra la música regresa y no permite escucharnos el uno al otro; solo bebemos rápidamente lo que tenemos en nuestras copas, las dejamos sobre uno de los parlantes y buscando nuestras manos con el evidente deseo de volver a bailar, es Rafael Matallana cantando � Alejandrina� dentro de un popurrí de nuestra música.
Esta vez es mi mano derecha la que guía y la invita a perderse en el centro del tumulto, ella corresponde y mientras yo abro camino para los dos, siento que sus yemas acarician mis dedos.
Ya estamos allí, volteo y extiendo mi brazo izquierdo buscando su mano derecha para empezar nuestra ansiada danza, pero ella aún se sostiene de mi mano y antes de entregarse al baile consigue que nuestras manos antes de soltarse, rocen nuestras caderas.
Lo demás fue un mudo intercambio de mensajes, lo poco que pudimos decirnos, no tuvo la menor importancia, solo fueron pretextos para rosar nuestras mejillas, nuestros dedos eran hábidos aprendices de digitopuntura; ella entregada a mi, en cada giro, su torso se meneaba con regocijo, yo podía sentir tus pezones en mi pecho mientras mi vientre empujaba contra ella, la mano con que ella debía de sujetar mi hombro la bajaba por mi brazo y con su codo me invitaba a que sacara mi mano de su cintura.
De inmediato entendí su mensaje y cuando mi mano pasó a su cadera, ella se movía como lo hace un salmón saltando contra la corriente, mi cuerpo era el río al que golpeaba primero con sus senos y luego con su vientre, aquella calentura nos estaba convirtiendo en unos caraduras y hasta llegaba a acariciar su nalga al girar.
Yo estaba embrutecido y preocupado a la vez, pero había tanta gente que apretaba y la melodía era tan hecha a la medida que nadie notaba nada y por lo tanto no queríamos detenernos.
No separábamos muy ligeramente y solo por un instante, esto era solo para arremeter nuevamente con nuestros vientres o rozar sus nalgas. Llego el punto culminante cuando en una de esos giros, bajó la mano con que se apoyaba en mi hombro y fugazmente acarició mi sexo en medio de toda esa multitud.
Fue en verdad pasmosa su frialdad, su mirada no reflejaba lo que ella y yo estábamos compartiendo, solo aparentaba ser otra invitada mas que disfrutaba de la música,
Cuando terminó la canción, yo cubrí mi excitación caminando detrás de ella pues era evidente mi excitación, me apresuré en dirigirme a la cocina me senté y probé algo del pastel, fué una fiesta inolvidable
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