
Por
La novia de mi primo (H, 32) (M,21)
Es la novia formal de uno de mis primos menores. Nos hemos encontrado en algunas reuniones familiares y, en algunas ocasiones, ha ido a mi departamento con su novio y mis otros primos. Me cae muy bien, estudia la universidad, es blanca, petite, parece una niña, también medio fresa, pero en realidad es un amor. Jamás la he visto como mujer, sino más bien, como una hermana menor.
La veo parada en una esquina del recibidor, con los brazos cruzados, como abrazándose a sí misma. Está despeinada. Lleva unos tenis blancos, unos jeans azules, una blusa blanca de tirantes y un suéter azul cielo. Parece angustiada.
—¿Qué pasó, chaparrita?
—Me asaltaron —dice al borde del llanto y me abraza.
Subimos a mi departamento. A pesar de que casi no bebe, me pide un trago y, temblando, me cuenta la historia: esa tarde cuando salió de un café, relativamente cercano a mi departamento, en plena calle, sin que nadie hiciera nada, dos tipos le robaron la bolsa, el teléfono y le arrancaron la cadena. Como no tenía dinero para un taxi ni se sabe el número de su casa, vino a buscarme. Yo ve su cuello enrojecido, en su brazo tiene moretones y en su mano, rasguños. Su suéter no tiene un botón y la manga derecha está rota. Su pantalón está sucio, rasgado y tiene un poco de sangre en la rodilla porque la tiraron. Ella se acaricia la rodilla como siento mucha rabia.
Le limpio las heridas.
—Ay —gime al sentir el alcohol.
Le pregunto si quiere que llame a mi primo, a sus papás o que le hablemos a otro primo, abogado, para poner una denuncia. Ella no quiere. Me dice que, con tímides, que si le puedo prestar dinero para irse a su casa.
—Estás loca —le digo porque no pienso dejar que se vaya sola—, le digo.
Me dice que no quiere molestarme. Yo insisto.
Antes de abrir la puerta, se detiene, no quiere salir, pareciera como el mundo afuera la aterrara. Se rompe:
—¡Pensé que me iban a llevar! —llora.
Yo la abrazo, ella recarga su cabeza en mi hombro. Me doy cuenta que es muy chaparrita. Siento el calor que producen nuestros cuerpos. Mi respiración se agita. Mientras ella llora, yo empiezo a tener la erección más inapropiada. Mi verga le está picando su barriguita. Ella parece no darse cuenta. Sin soltarla, me siento en uno de los brazos de los sillones, para que mi bulto quede lejos de su cuerpo. Ahora yo soy el que queda con la cabeza recargada en su cuello. Yo tomo su mano y le doy besitos en sus heridas. Ella agacha la cabeza, siento en mis mejillas su cabello, sus lágrimas y sus mocos escurriendo. Nuestros labios se acercan, casi se rozan. Siento su aliento tibio. De forma muy natural, nos besamos.
No nos detenemos, nos dejamos llevar. Ella me acaricia el cabello, su respiración también se agita. Yo le bajo el suéter, los tirantes de la blusa y el bra. Sus pechos pequeños quedan al descubierto. Se los lamo mientras le acaricio las nalgas. A continuación, ella se separa un poco y se desabrocha los jeans. No hay palabras entre nosotros. Se arranca los tenis, y se quita los pantalones y los calzoncitos. Son blancos, grandes, como de niña, con ositos. Yo me desabrocho el cinturón mientras contemplo su intimidad pálida y sus los incipientes vellos de su pubis. Ella queda desnuda, usando únicamente un par de calcetas blancas, cortas.
Me acomodo en el sillón, ella se sube toma mi falo y lo acomoda entre sus labios. Le cuesta un poco metérselo, pero no desiste, entra poco a poco, casi en seco. Lanza un largo aullido cuando entra por completo. Se detiene, y me abraza, me llena de besos y comienza a cabalgarme y yo le masajeo las nalgas y su ano. Los sollozos se convierten en gemidos. El acto es breve, en unos cuantos instantes está llena de leche.
Ella se recuesta, sin decir palabras, se queda dormida y desnuda entre mis brazos. Parece que ya olvidó lo del asalto.
Acordamos que nadie se va a enterar de lo que sucedió, fue solo una cosa del momento, también que no volverá a suceder. Antes de que bajemos del coche, en su casa, cuando vamos a ver a sus papás para contarles que la asaltaron, me da un beso muy tierno.
Unos días después la veo a ella y a mi primo. Él me agradece por haber ayudado a su novia.
—No te preocupes —le contesto—, para eso está la familia.
Ella sonríe.
Una respuesta
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