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Anónimo

septiembre 26, 2025

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Fantaseando con mi suegra

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La verdad es que cada vez que voy a casa de mi novia, me cuesta trabajo disimular. No es por ella, que está buenísima, no me quejo. Es por su madre, mi suegra. Dios mío, esa mujer tiene un algo que me vuelve loco. Se llama Elena, y aunque ya debe de andar por los 45, parece de 30. Mide tan solo un metro cincuenta, pero todo en ella está en su lugar, sobre todo ese culo que se le marca hasta con el vestido más sencillo. Tiene una cara dulce, de esas que inspiran confianza, pero yo sé que detrás de esa sonrisa hay una mujer que aún se siente deseada.

Lo peor (o lo mejor) son las conversaciones por WhatsApp. Siempre que subo una foto, ella es la primera en reaccionar. “Qué guapo está mi yerno”, “Qué bien te queda esa camisa”. Son mensajes que podrían ser inocentes, pero yo les siento un doble sentido. A veces manda emojis de guiños o corazones, y a mí se me acelera el corazón. Mi novia lo ve y se ríe, dice que su mamá es así de cariñosa, pero yo noto una chispa diferente en sus ojos cuando me mira.

El otro día fui a recoger a mi novia y Elena abrió la puerta con una bata de seda que, sin querer, se abrió un poco demasiado. Juraría que no llevaba nada debajo. Me saludó con un abrazo que duró unos segundos de más, y pude sentir sus pechos pequeños pero firmes apretados contra mi pecho. Su olor, una mezcla de perfume caro y algo más cálido, se me quedó grabado toda la noche. Mientras mi novia se terminaba de arreglar, estuvimos los dos solos en la sala. Se sentó en el sofá frente a mí, y cruzó las piernas con una lentitud que me pareció deliberada. La bata se le corrió lo suficiente para que yo viera sus muslos tersos y morenos. Hablamos de cosas triviales, pero su mirada no era trivial para nada. Me miraba de una manera… hambrienta. En un momento, se inclinó para coger una revista de la mesa de centro y tuve una vista perfecta de su escote. Estaba completamente segura de que no usaba sostén.

Desde entonces, la fantasía se ha apoderado de mí. Me masturbo pensando en que un día, mi novia se va de viaje y yo me quedo en la casa con el pretexto de cuidar a su mamá. Que Elena baja a la cocina de madrugada, igual con esa bata, y me encuentra despierto. Que sin decir una palabra, se acerca a mí y me besa con una pasión acumulada por años. Imagino cómo sería desabrocharle lentamente esa bata y descubrir su cuerpo menudo pero curvilíneo.

Me la imagino de rodillas, desabrochándome el pantalón con manos expertas y tomándome entero en su boca, mirándome fijamente con esos ojos que prometen el cielo y el infierno. Fantaseo con levantarla y ponerla sobre la mesa de la cocina, abrirle las piernas y oler su aroma a mujer madura antes de probarla. La imagino gimiendo en mi oído, pidiéndome más, diciéndome que su yerno es el hombre que siempre quiso. Que me pertenece. El morbo de saber que es la madre de mi novia, de estar traicionando su confianza de la manera más íntima, es lo que más me excita. Es un juego peligroso, lo sé, pero cada vez que la veo, siento que ella también quiere jugar.

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