
Por
Anónimo
Esta noche lo cambio TODO!
Esto me lo confesó cuando éramos novios, una noche que estábamos en el carro, afuera de su casa. Platicábamos de cosas del pasado, de con quién habíamos estado. No sé cómo salió, pero le pregunté si había tenido varias parejas antes de mí. Empezó a decir nombres, entre juego y verdad… y de pronto soltó el de él. Me detuve. —¿No que no había pasado nada con él? —le dije. Ella se quedó callada, como sabiendo que ya no podía echarse para atrás. Supongo que en ese momento ya no le quedaba de otra. Yo ya lo sabía. Me lo había negado otras veces, pero ahora ya lo había dicho. Me miró, bajó un poco la mirada, y me confesó que sí. Que sí había pasado algo. Que no me lo había querido decir porque le daba pena, porque él era casado. Y ahí fue cuando me enteré de eso. Yo no lo sabía.
Me contó que habían ido juntos a “maza” con otra pareja, pero que cada quien tenía su cuarto. Que desde que llegaron, dormía con él. Que cogían casi todos los días: al despertar, después de ir a la playa, por las noches. Me dijo que él se le pegaba por detrás en la cama apenas abrían los ojos, que ni hablaban a veces, solo se le arrimaba, le tocaba la cintura, la espalda, el cuerpo, y ella se dejaba. Que lo disfrutaba. Que no lo pensaba tanto. Que se dejaba llevar. También me dijo que una noche, después de volver de la playa, la recostó de lado y se vino dentro de ella sin decir palabra, solo respirando fuerte, sudados, calientes, con la ventana abierta, como si el calor del cuarto también viniera de adentro.
Yo la escuchaba sin decir nada. Procesando todo. Y no sé cómo pasó, pero en ese momento le solté la otra pregunta. —¿Se lo chupaste? No fue solo por celos ni por morbo. La neta es que tengo una fijación con eso. Siempre me ha prendido. Ella me miró, y me dijo que sí. Sin rodeos. Como ya resignada. Como diciendo “ya qué”. Me dijo que sí, que varias veces. Y yo, sin pensarlo tanto, le pregunté cómo lo hacía.
Ella frunció un poco el ceño, como que no esperaba esa pregunta. —¿Cómo que cómo? —me dijo. Le contesté que sí, que quería saber cómo lo hacía. Entonces bajó un poco la voz, se recargó en el asiento y me lo mostró. No me lo hizo a mí. Pero me lo mostró con los dedos, con los labios, con la lengua. Me enseñó los movimientos, como si lo tuviera en la mano, como si estuviera ahí. Me miraba mientras lo hacía. Yo solo la veía. Sin decir nada. Pero por dentro sentía todo.
Y ahí me contó otra cosa. Que la última noche, cuando iban en el carro por el malecón, se toparon con su ex. Que él los vio, y que más tarde le mandó un mensaje. Le dijo que ella no era así. Que el tipo con el que iba no la quería. Que solo la estaban usando. Y eso la desanimó. Le bajó el ánimo, la hizo sentir mal. Me dijo que sí le pegó, que sí la sacudió un poco. Pero que esa misma noche, ya en el cuarto, el otro tipo se le acercó otra vez, la empezó a besar, le tocó las piernas, el cuello… y que volvió a caer. Que esa culpa, esa tristeza mezclada con deseo, la hizo sentirse “putita”, y que eso le prendió más. Que esa última vez fue más suelta, más libre, más caliente. Que no pensó nada. Que solo pasó.
Yo no decía nada. Nomás la veía. Ella lo notó, se acercó, tocó mi pantalón, y me preguntó si me había prendido. Le dije que sí. Que un poco. Se rió. Lo volvió a hacer, me sobo el pene unos segundos sobre el pantalón. Luego me besó y me dijo que ya era tarde, que tenía que entrar a su casa. Antes de bajarse, le pedí que si podía seguirme contando por teléfono cuando yo llegara a la mía. Me dijo que sí. Pero eso… nunca pasó.
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