
Por
Anónimo
El juego que nunca terminó.
Todo fue cuando yo iba en tercero de secundaria y ella ya estaba en prepa. Yo acababa de cortar con mi novia (mi única relación más o menos seria) y ya había tenido algunos encuentros casuales, de esos que te dejan pensando más con el cuerpo que con la cabeza.
La cosa es que mi hermana solía invitar a dormir a su amiga. Ya saben, pijamadas de chicas: mascarillas, chismes, selfies con filtros, ropa cómoda… pero en el caso de su amiga, esa ropa cómoda parecía hecha para provocar. La neta, estaba muy bien. No era modelo, pero tenía un cuerpo que te atrapaba: piernas gruesas, trasero firme, y unos pechos que… bueno, que no pasaban desapercibidos.
Un día, después de clases, llegué a casa y me dormí un rato. Cuando desperté, algo atontado, fui directo a la regadera. Me bañé sin saber que había visita. Y cuando salí, me di cuenta de que se me olvidó meter ropa limpia. Me envolví en la toalla y crucé el pasillo rumbo a mi cuarto.
Ahí fue cuando pasó.
La puerta del cuarto de mi hermana estaba entreabierta. Alcancé a ver de reojo y… sí, ahí estaba ella. Sentada en la cama. Con una camiseta delgadita que dejaba poco a la imaginación. Sin brasier. Me vio pasar —mojado, apenas cubierto con la toalla— y me soltó un “fiu fiu” entre risas.
Yo le dije, nervioso: —No sabía que estabas aquí, perdón…
Ella solo sonrió. —No pasa nada —dijo.
Entré a mi cuarto rápido, tiré la toalla a la cama y justo cuando iba a ponerme la pijama, la puerta se abrió. Era ella. Me cubrí como pude, pero no entró. Solo me miró. Me sonrió. Y se fue.
Yo me quedé ahí, en pausa, con la mente haciendo cortocircuito.
Bajé a cenar después, intentando no pensar mucho en eso, pero la imagen de ella seguía dándome vueltas. Al rato, mi hermana salió al Oxxo o algo así. Pensé que la amiga se había ido con ella. Me acosté.
De pronto, la puerta se abrió otra vez.
—No te asustes, soy yo —dijo ella, entrando en silencio.
Traía puesta la misma pijama ligera, y se acercó a mi cama como si nada. —Tu hermana salió un ratito. Yo me quedé por la mascarilla… —hizo una pausa— aunque no traía nada en la cara.
Se sentó al pie de la cama. Yo estaba en short, sin camiseta.
—No sabía que estabas tan fuerte —dijo, mirándome sin disimulo.
Me reí, medio nervioso. —Estoy yendo al gym, pero aún me falta…
—A ver —me pidió, levantando las cejas.
Le enseñé el brazo en tono de broma. Pero ella lo tocó. Y luego recorrió con su dedo desde el brazo hasta el abdomen, estiró un poco el elástico de mi bóxer que salía del short… y lo soltó. Ahí fue cuando se dio cuenta. Yo ya estaba reaccionando. Mi erección empezaba a notarse, incluso por debajo del short.
—¿Y eso? —preguntó, con una sonrisa sugerente.
—Es que… me acabo de bañar —dije, entre risas nerviosas.
Ella no dijo nada más. Se levantó, me bajó el short con calma… y lo tomó en sus manos. Luego se inclinó y empezó a lamerlo. Despacio.
La lengua recorría desde la base hasta la punta, y luego lo metía en su boca, suave, profundo, húmedo. Me miraba de vez en cuando, como esperando ver mi reacción. Y la tenía: yo estaba tenso, respirando agitado, luchando por no gemir fuerte.
Era buena. Muy buena. Se tomaba su tiempo, jugaba con el ritmo, con la presión. Me tenía al borde sin prisa. No quería que terminara. Pero tampoco podía aguantar tanto.
Ella se detuvo un momento, se quitó la blusa, y sin más, se subió sobre mí. Tomó mi erección con una mano y, mirándome a los ojos, fue dejándose caer poco a poco, hasta tenerme entero dentro.
Suspiramos al mismo tiempo.
—Qué duro… —susurró, moviéndose lento.
Sus caderas marcaban el ritmo. Ponía las manos en mi pecho, cerraba los ojos, y yo la veía moverse, con su cuerpo vibrando de placer. Le agarré los pechos. Eran suaves, grandes, temblaban con cada vaivén. Me guió las manos hasta ellos, me pidió que los apretara más fuerte. Lo hice.
Ella se inclinó y me besó. Lento. Cálido. Se mordía los labios entre jadeos. Yo ya no aguantaba.
—Voy a… —alcancé a decir.
Pero ella solo dijo: —Hazlo. Adentro.
Y entonces… se escuchó la puerta de la casa.
Nos congelamos.
—¡Tu hermana! —dijo ella, saltando de la cama.
Se subió el pantalón como pudo, se acomodó la camiseta, me lanzó una mirada divertida y, antes de salir, se agachó, lo besó y me acomodó el short.
—Más tarde terminamos, ¿va?
Y se fue. Me dejó con una erección dolorosa, el cuerpo en llamas… y la mente perdida.
Esa noche no volvió. Y al día siguiente, cuando ya se iba, solo me dio un beso en la frente y me dijo:
—Luego terminamos el juego.
Hoy que la volví a ver, después de años, igual de buena pero ya grande, se me vinieron todas esas escenas como si hubieran pasado ayer. La saludé, la abracé, y mientras lo hacía, le susurré:
—Sigo esperando terminar el juego.
Ella soltó una carcajada. —¡No recordaba eso! Te lo debo, ¿verdad?
—Sí… y lo peor es que aún no lo supero.
Me guiñó el ojo y quedó de llamarme.
Pero con la experiencia anterior… mejor no me ilusiono.
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