
Por
Anónimo
El buen párroco
Había fama entre el mujerío de la parroquia de que nuevo párroco que les había tocado en suerte, un buen mozo que ya no cumpliría los 40 tacos, se gastaban una buena herramienta, según contaba la Juana, que hacía de ama de llaves, la cual decía a las comadres que le había entrevisto cuando iba a llevarle las toallas para el baño, “ tenía carnes y nalgas prietas y blancas tirando a rosáceas, de incipiente barriga de preñez, y y un colgajo de buen factura grande y regordete, y un tanto cabezón y algo que le chocó fue lo negro de la bestia”.
Se relamía la buena de Juana cuando contaba a sus comadres el hecho entrevisto, lo cual le había afectado a los bajos, pues tenía la entrepierna mojada de madre, y máxime cuando empezó a trajinar en la mollera la forma de ser beneficiada por el uso y si pudiera ser el abuso de tal badajo.
El cura tampoco era ajeno a esa expendeduría de carnes, y dejó a lo largo de tres largos meses que la Juana también metida en años y carnes, con buen culo cabalgón y buenas tetorras, se cociera en sus propia salsa, no por ello dejó de cebarse en enseñarle en juego de quites y desquites la herramienta de sus ensoñaciones, además bien sabía el buen cura que la Juana sería la borrega que le iría trayendo al resto del rebaño, pues ya le había llegado al oído que llevaba viuda unos años, y que le gustaba tocarse y tocarle a los susodichos curas el badajo.
Al final ya se sabe el hambre y las ganas de comer, son un hecho y no tardaron mucho el cura y el ama, en freírse en el caliente aceite del sexo.
Hallábase al cabo de unos cuatros meses, el buen párroco en su solana galería, tras una noche de insomnio y migrañas, se puso el antifaz nocturno y arrellanó en el sillón orejero, creyendo estar solo, y dado el calorcillo de la galería pronto su amorcillado príapo le requirió atención, sacólo del lugar y dejó la poronga cabezona al aire, tras la adusta empuñadura, para que así tomase el sol en el fondo y en la forma, ante lo cual para sentirse más cómodo se sacó los pantalones y arremangada la sotana allí al sol fue calentando tan negra bestia, así como sus dos grandes cojones.
La Juana que había llegado antes de lo previsto, sin hacer ruido alguno se llegó a la galería pues había odio algún sibilino resoplar, y se quedó in albis, ante tal espectáculo, pero la muy ladina no se quedó quieta, pues pronto notó como los sudores le bajaban de la espalda y de la frente hacia su vértices frontal y trasero, haciendo de sus bragas una esponja de sabroso contenido.
Siguió sin desperdicio la estampa y la incipiente paja que el sacerdote iba a realizar , se rebozó lo que pudo metiendo las manos en sus bragas, al final se las sacó y se embadurnó con el mejunje que el párroco utilizaba tras afeitarse, y tras ver como el religioso ya iba por buen camino, con sumo cuidado fue soplando sobre la cabeza del grueso pollón, el buen cura al sentir el aliento y aquella enroscada lengua sobre el príapo este empujó de un empellón la cabeza hacia abajo, entrando a todo trapo por el orificio bucal hasta la misma campanilla de la Juana, que no sabía si atender a esta eventualidad o la de su entrepierna.
Embardunó, tras la forzosa mamada que le llevo casi que al vómito, sus dedos se subió las faldas a la vez que le dio a chupar al religioso sus pringosos dedos que el cura chupó golosamente, cuando el príapo alcanzó en lo que pudo la verticalidad, sintió el peso de la gravedad y la entrada en el cavernoso chocho de quien fuera, pues sabía quien era y no quería ver la verrugosa jeta de su ama, se contentaba con sentirla, dando botes y ayes calzándose su buen rabo, no es que tuviera mucha longitud, pues tras asirlo para las pajas al religioso le quedaba franca la cabezona, que era de órdago, como un buen vaso de cubatas.
Bien lo sabía el condenado que había dejado contentas y preñadas algunas parroquianas de su anterior destino, y lo que fue peor preñó a una madre abadesa metida en años, y como no a unas monjitas más jóvenes tan enamoradas que quedaron por ese dulce grosor que las llevaba a los más diversos viajes místicos, decían ellas.
Pero ya se sabe de tanto ir a por agua el cántaro se rompió, y bajando el destajo y descontentas la obreras, y habiendo aparecido las abultadas barrigas hubo problemas, y antes de que el escándalo llegase a más, el obispo enterado de la cuestión y que una de sus sobrinas era una de las preñadas, y que se hallaba abducida por tal príapo queriendo irse tras él al fin del mundo, puso el prelado al sacerdote al frente de la parroquia más lejana, roñosa y vieja que tenía.
Mientras D. Salustiano Pajero de deleitaba con el recuerdo de las parroquianas más lozanas y las jóvenes novicias, la Juana sentía entrar no un mástil, sino un auténtico badajo monacal, sobre el cual se alzaba como podía para dejarse caer sobre aquella trompa vuelta del revés, el buen cura pese a seguir con el antifaz puesto logró soltar las tetorras de su bestial jodedora, bien sabía por el olor que era la Juana, no en vano la había ido poniendo a tono, y bien sabía la arpía beneficiarse del martillo pilón del cura, al que pedía más y más, ¡hasta las entrañas cabrón¡ ¡Metemela hasta los cojones Jonías del Averno¡
¡Que gusto, me corro como una puta, jodido cura del demonio¡ Así jódeme bien hasta que se atasque el mamporro de pirulón que te gastas!
La Juana bajaba sus manos para recoger las mieles bajeras y embadurnarse las tetorras y que el cura quedara embriagado por tan rica salsa, lo que le ponía berraco pues ya no era babear sobre sus buenos pezones, que se pusieron como pitones cuando el bajado le hizo llorar de gusto y hasta mearse le hizo.
Tan denso era el olor y el sabor y las ganas que tenía la Juana de unos buenos embistes ajenos a su sube y baja que llevó al cura de la mano y poniéndose a cuatro patas invitó al cura a correrse de una puta vez en plan berraco, lo cual no tardó en suceder pues las sacudidas habían transportado a Don Salustiano Pajero a su particular Walhalla de placer que recordando su bacanal con la madre abadesa y sus neófitas se fue dentro de la Juana, que no era recipiente suficiente para tanto caldo para disgusto de la inseminada, y el regusto del insemimador de parroquianas y beatas.
Estaba ya saliendo de la Juana Don Salustiaano, cuando está echo mano al badajo y enfiló el cabezón, y se lo puso como al rey de turno, a punto caramelo para que le taladrase el ojete, pues ya su difunto marido le había hecho conocer tales mieles, y aunque en alguna ocasión invito a algún vecino a tenerlo engrasado, estos tan pacatos como pueblerinos salieron por pies, y ahora había llegado el momento de dejarse encañonar por un vástago, no en la longitud que también pues un cañoto de 20 centímetros ya era polla más que suficiente, pero lo importante no era dejarse mamporrear por un tallo de esa longitud sino por el calibre, cuya cabeza sentía entrar y salir, y que también había sentido al inundar su buen coño, tan deseosa estaba de una buena estaca, pues el sable de su sobrino estaba bien para un revolcón del cual no sabía si la tenía dentro o fuera cunado se corría pese a su largura, a sus años quería más una buen un buen pepino que una zanahoria.
La borrega mayor del reino, se sentó ahora en el sillón, levantó las piernazas puso al cura de rodillas y le puso las pernas cruzadas sobre su coronada cabeza, y le hizo comerse el ave maría que Juana tenía entre las piernas, con pelos y salsa sorbió el buen cura mientras la madama conducía los gordonzuelos dedos de D. Salustiano, el cura, para que entrarán por su culo y chocho, para de este modo despertar a su buen badajillo que el cura a diferencia de otros amantes que al veer la pequeña estaca crecer y sobresalir, echaban a correr.
El buen cura tal cosa debió subirle el ánimo, pues tras trasegárselo hasta la extenuación a la Juana, tiro la sotana a tomar por culo e invitó a la borrega a seguir los cánticos de la jodienda en la cama, pues había pólvora para un rato y máxime cuando la Juana le dijo que tenía un elixir de los jodedores, y que si se portaba bien y la dejaba tan satisfecha como reina del harén tendría a sus pies y para el delite de su buena polla un buen rebaño de deseosas ovejas merinas, en sus trabajos dependía.
Y ya saben a buen jodedor pocas palabras bastan.
Una respuesta
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