
Por
Descontrol hormonal (capítulo I)
-Pasa y cierra la puerta.
Escuché aquella frase y por un instante no supe qué hacer. Alma se encontraba desnuda, recostada en su cama, con sus largas piernas abiertas y su húmedo sexo apuntando directamente hacia mí. Aquel era un espectáculo que había imaginado infinitas veces, pero la realidad en aquel momento dejó en completo ridículo a mi imaginación. ¿Entonces �me preguntaba a mí mismo mientras cerraba la puerta- así es que funciona? Alma no perdió nada de tiempo. Aún me encontraba inmerso en mis reflexiones cuando mi roommate me sorprendió con su don natural en el arte de la garganta profunda. Y no es por tirarme flores, pero mi miembro no es de los pequeños. Muy pocas mujeres habían logrado comerme la polla entera, pero, sin duda, ninguna había mostrado habilidad tan asombrosa. Y por un momento me vino a la cabeza aquella canción que dice: �la vida te da sorpresas, sorpresas te la vida�. Con los labios de Alma rozando mis huevos, sonreí pensando en la canción, ¿pero era una sorpresa lo que estaba ocurriendo? La verdad es que no. Sabía que iba a pasar, lo que no sabía era el cómo ni el cuándo. Alma era una de mis tres compañeras de piso. Todas ellas estudiantes de Erasmus. Lucy y ella se habían mudado al piso a principios de año. Una era alemana, mientras que la que se encontraba de rodillas ante mí era noruega, estudiaban juntas, y por las anécdotas que contaban, eran dos amigas buscando vivir nuevas aventuras. La otra compañera de piso se llamaba Ankie, era holandesa, y era la que pasaba menos tiempo en el piso. Alma continuaba devorando mi polla, a la vez que se frotaba enérgicamente el clítoris, cuando escuchamos abrir y cerrar la puerta principal de casa. Por unos segundos, Alma se detuvo, pero inmediatamente después continuó chupando mi miembro como si nada. Mi curiosidad, sin embargo, no podía dejar de preguntar sobre quién se trataba. ¿Será Lucy?, ¿será Ankie? Resultaba evidente que mi plan para follarlas a las tres estaba funcionando. Pero demasiados factores externos que no podía controlar causaban en mí tanta incertidumbre que a punto estaba de perder la razón. Pero allí estaba yo, desnudo de la cintura para abajo, contemplando el espectáculo, viendo como los labios carnosos de Alma recorrían una y otra vez de forma entera mi verga, presenciando como, la hasta entonces santa, gozaba escurriendo de mis huevos sus propias babas. Placer ¡Placer a lo grande! De vez en cuando ella abría los ojos y dirigía su mirada directamente a la mía. Aquello me encantaba. Como me encantaba ver las curvas de su cuerpo desnudo siguiendo el ritmo que marcaba su garganta. Alma estaba caliente, seguramente, caliente como nunca antes. Y la culpa era mía. No porque le haya regalado flores, ni porque hubiese desplegado las artes de un experto seductor. Alma estaba caliente por culpa de la testosterona. Testosterona, que al igual que a las otras dos chicas, de forma regular, me encargué de administrarles. Trabajo fácil. La hormona viene en un tubo y es un gel trasparente, inodoro y sin sabor. Podríamos decir que es algo así como agua espesa. No voy a describir aquí las virtudes y riesgos de los usos de esta hormona; para efectos de este relato, sólo hace falta saber que a los hombres nos pone cachondos como perros y a las mujeres también. Exactamente siete días atrás cogí aquel tuvo y vertí un poco en el frasco de jabón líquido que usaban las chicas. Fue así como, a través de una semana, cada vez que cualquiera de las chicas se daba una ducha, sin saberlo, se estaba dando un baño de hormonas que poco a poco las iba calentando.
-Ahora quiero que me folles bien duro, como a una de esas putas que tanto sé que te gusta ver en internet.
Aquello era cierto y que ellas lo supieran formaba parte del plan. Al quinto día de estar recibiendo el tratamiento especial, comencé a masturbarme encerrado en mi habitación sin bajar el volumen del ordenador. Era una forma de comprobar si la testosterona estaba funcionando. La habitación de Alma se encontraba junto a la mía. Nuestras camas compartían la misma pared. Ella me escuchaba a mí y no pasó mucho tiempo antes de que yo también la escuchase a ella. Sus gemidos atravesando la pared sonaban a mis oídos como el trinar de buenas noticias. Saber que Alma se masturbaba al otro lado de la pared, mientras yo también lo hacía, fue suficiente para ponerme realmente cachondo, así que uno tardé mucho en correrme. Luego nuestro intercambio de miradas en el salón o en la cocina me confirmaron que ella estaba experimentando un rápida transformación. Se le veía más abierta, más jovial, ocurrente y divertida. Era como si la calentura de la testosterona la estuviese convirtiendo en una personas mucho más segura de sí misma.
Dos días después era tanta la seguridad que sentía que no dudó en masturbarse con la puerta de su habitación abierta de par en par. Sabía que estábamos en el piso sólo nosotros dos y que no pasaría mucho tiempo en que yo mordiera su anzuelo. Aunque, si lo pensamos bien, es como la historia del pez que se como al pez que se come al pez. La trampa que ella me tendió a mí fue porque yo se la tendí primero a ella. Plan perfecto. Es como conseguir que tu suegra mate a tu mujer para luego largarte con la cuñada. Y a todas estas, Alma feliz moviendo sus caderas desenfrenadamente gozando con las envestidas que ella misma se proporcionaba. Su desenfreno y entrega era tal, que a veces daba la impresión que Alma se encontraba terriblemente mal y que sólo follando conseguía un poco de alivio. Nunca en mi vida vi a ninguna mujer chorrear de aquella manera. Mi entrepierna y la cama se encontraban mojadas como si aquella mujer en lugar de un orgasmo hubiese roto fuente. Uno de los chorros que disparó salió con tanta fuerza que me mojó el pecho y hasta saboreé algunas gotas que acabaron en mi boca. Ella se corrió no sé cuántas veces, mientras que yo nunca logré hacerlo. Tenía la polla erecta, pero por más que la envestía, seguro que por andar pensando en pistoladas, en aquel instante no llegué a correrme.
Después de no recuerdo cuánto tiempo, Alma, en aquel instante, pareció darse por satisfecha. Nos quedamos un buen rato en silencio, los dos desnudos, fumando cigarrillos, aún tumbados sobre la cama. Fuera de la habitación, se escuchaba el correr del agua en la ducha. En aquel momento, aun desconocía que se trataba de Lucy, y como me enteré más tarde, al escuchar lo bien que lo pasábamos Alma y yo, cuando le subió la calentura, no tuvo más remedio que correr al baño a masturbarse. Pero eso es parte del siguiente capítulo.
2 respuestas
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