Por

Anónimo

marzo 23, 2023

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Con el hermano de mi marido

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Nadie sabe sobre su vida alternativa, salvo un amante en particular, con quien comparte más que secretos, y ella hará todo lo que esté en sus manos (incluso cometer perversidades) para preservar esta vida de adulterio, sexo y desenfreno a costa de quien sea.

Esta es la historia de una femme fatale cuya falta de escrúpulos le ocasionará sus mayores placeres, pero también sus peores tragedias.

///////////////////////////////

—Sí… sí, enti-endo, mi vida… entiendo… pero tienes que estar tranquilooo —le dije a Andrés, mi marido, por el móvil, mientras las piernas y los muslos me temblaban como terremoto. Nunca es fácil mantener una conversación telefónica mientras tienes la lengua ensalivada de tu amante pegada en los pliegues de tu vagina, chupándola con la ferocidad de un hábil demonio, proveyéndote una sensación inmisericorde—; t-u abue-la… es… un-a…. mu-jer…. fuer-te, esta-rá bien.

—Es lo que yo digo, pero mi madre se ahoga en un vaso de agua.

En medio del oral que recibía, cubrí la bocina de mi móvil justo cuando me fue inevitable emitir un prolongado gemido digno de una actriz porno tras explotar en el primer orgasmo de la tarde, salpicando de líquidos vaginales a mi amante.

—¡Haaaa!

—¿Estás bien, Penélope? —le escuché preguntar a la voz mortificada de mi marido que, al igual que yo, también gemía, aunque por diferente motivo que el mío.

Él lo hacía por tristeza y preocupación, pues la odiosa de su abuela materna había sufrido un infarto que la tenía en terapia intensiva en el hospital. En cambio yo gemía porque acababa de tener un orgasmo, teniendo las piernas abiertas en forma de “V” con los tacones de ajuga mirando al techo, con una tanga negra colgando del tacón derecho y la cabeza de Joan Carlo, el hermano menor de mi marido, clavada en mi mojado sexo, haciéndome remecer cada vez que su lengua y su vello facial hacían contacto con mi hinchada vulva

—Te escucho algo… agitada, Penny, ¿qué carajos te ocurre? —me preguntó.

Como tenía el teléfono en altavoz, Carlo no pudo evitar sofocar una carcajada dentro de mi vagina al escuchar a su hermano mayor cuestionándome por el motivo de mi voz temblorosa y mis extraños jadeos.

Intenté en vano que sacara su cabeza de mi sexo, pero fue inútil, él era demasiado travieso y perverso cuando se trataba de fornicar. Pensé en que si no era más habilidosa me metería en serios problemas. A Carlo le encantaba el sexo extremo; arriesgado, sucio, fuerte, cachondo, sobre todo coger al filo de la adrenalina, y aunque no era la primera vez que follábamos como bestias en celo con mi marido al teléfono, o estando él en casa, o a veces incluso en la misma habitación (cuando le ponía somníferos para que se durmiera), pues éramos amantes desde que yo era novia de Andrés, sí que era la primera vez que lo hacíamos estando mi marido en un hospital, a la expectativa de la muerte de la vieja.

Respiré con mucha dificultad y le respondí, intentando controlarme:

—Es que ya sabes cómo soy de emocional, Andrés, y me han dado ganas de llorar por la noticia del infarto de tu abuela —los pliegues de mi vagina estaban siendo absorbidos por la boca de mi cuñado para luego soltarlos; los aspiraba y luego los soltaba, produciéndome un cosquilleo infernal—. Intento hacerme la fuerte… estoy tan… tristeeee. ¡Haaaa!

En ese momento la lengua de Carlo masajeaba mi clítoris con maravillosa destreza.

—Valoro mucho tu preocupación, Penélope —me favoreció mi marido, mientras mi cuñado estiraba uno de sus brazos para amasarme una de mis redondas y enormes mamas escondidas por arriba de mi blusa rosada.

La estrujaba con fuerza, y estuve a punto de lanzar otro gemido.

—Mira, Penny —me dijo Andrés—. Sé que mi abuela no te ha tratado bien desde que nos casamos, hace diez años, por eso valoro que ahora también te muestres afectada. Eso habla de tu buen corazón.

En medio de las chupadas a mi clítoris, puse el móvil sobre la curva de mi seno libre, que gracias a su enormidad el teléfono se pudo sostener, con el propósito de coger de los pelos a mi perverso cuñado para ahogarlo con más fuerza en el interior de mi rajita caliente, pues sentía una picazón tan intensa que me era inevitable no dejar de chorrear y sentir su lengua y su barba dentro.

—Mi amor, necesito que me hagas un favor —me dijo de pronto mi marido.

—Síii, siiii… —dije cuando los gruesos dedos de Joan Carlo comenzaron a hacer lo suyo, y se hundieron lentamente dentro de mi coñito mojado.

—¿Todavía estás en casa de Lucía? —quiso saber, preguntándome por mi amigo transexual que se hacía llamar Lucía, con el que se suponía que estaba en ese momento.

—Oh… sí… síiiii —Cuando Joan Carlo sacó sus dedos empapados de mi vagina abrí la boca, saqué la lengua, y con un gesto de deseo y hambre le pedí que me los diera a chupar. Al meterlos en mi boca pude saborear mis propios fluidos, lo que me puso más cachonda que antes.

El rostro de mi cuñado era de verdadera fruición.

—Muy bien —continuó Andrés por la bocina—; entonces quiero pensar que te queda de paso el apartamento de Joan Carlo. —Al pronunciar el nombre de mi amante, que me tenía con las piernas abiertas y empapada, mi corazón se agitó—: pues vive por la misma avenida. Necesito que vayas y lo busques para informarle lo que ha pasado con la abuela Conchi. Le he estado llamando y llamando al muy cabrón y como es costumbre el muy idiota nada que me recibe la llamada.

Joan Carlo levantó las cejas al escuchar a su hermano quejándose de él. Sacó los dedos de mi boca y los metió a la suya, para impregnarlos de saliva y volverlos a encajar dentro de mi coño.

—Estará ocupado… —le dije hiperventilando, sintiendo un calor bastante intenso entre mis piernas.

Lo cierto es que su hermano sí que estaba ocupado, en ese preciso instante me tenía a su disposición como un auténtica fulana.

—No me hagas reír —se enojó Andrés, y Carlo reiniciaba un dedeo en mi sexo, logrando escucharse un chapoteo que me terminó por excitar—. Ese cabrón desobligado no sirve más que para darle mortificaciones a mis padres y a la abuela. Cree que con su vida bohemia de mierda que lleva se va a forjar un futuro, pero está equivocado.

Joan Carlo se levantó del suelo, se bajó la cremallera, y sin quitarse el pantalón hizo saltar un gran trozo de carne que estaba más hinchado que mi corazón inflamado por el placer. El glande rosado brillaba sobre las venas del tallo, y con una sonrisa malvada se volvió a inclinar sobre mí y lo puso en los pliegues externos de mi vagina.

—No puedes sacar tu frustración de este momento por lo de tu abuela diciendo esas cosas tan feas de tu hermano —defendí a mi amante, mordiéndome los labios por el deseo de saberlo casi listo para meterme su hermosa polla—, sea lo que sea es tu hermano. Tienes que ser más considerado.

—¡No puedo tener consideración con alguien que a sus treinta y cinco años aún vive a costa de mi padre y de la abuela —contestó mi marido furioso, y la puntita del enorme glande en forma de hongo de mi cuñadito comenzaba a desaparecer dentro de mí—, que le pasan una buena pasta cada mes! Joan Caro es un vago sin oficio ni beneficio. No pensarás que vendiendo sus horrorosas pinturas en las galerías se mantiene, ¿verdad?

—¡Ahhh! —grité cuando me la dejó ir adentro toda. Lo bueno que tuve suerte de cubrir la bocina del teléfono justo cuando el falo de mi cuñado invadió mis entrañas—. Cielo, cielo… iré… te juro que iré a lo de Joan Carlo y le diré lo de tu abuelaaaa.

Andrés y Joan Carlo Rivadavia, aunque eran hermanos, tenían una rivalidad producida por las diferencias filiales que siempre tuvo la familia de su padre, que eran reconocidos y acaudalados; Joan Carlo siempre fue un cero a la izquierda para la familia, a quien siempre subestimaron por su rebeldía y desenfado, a diferencia del siempre correcto y moral Andrés.

Joan Carlo era para todos “el artistilla”, el “remedo de Diego Rivera o de Piccaso”, el pobre vago bohemio sirve para nada que jamás habría podido estar al frente de los negocios de los Rivadavia como sí pudo Andrés. El que prefirió estudiar historia del arte antes que abogacía, o una carrera destinada a los negocios.

Todo el mundo lo criticaba, lo menospreciaba, lo humillaba, y lo comparaba todo el tiempo con su hermano mayor, el bien portado, el bien decente; el ejemplo de los Rivadavia; Andrés.

Yo fui la única persona en ese entorno familiar que descubrió el talento en la pintura de Carlo, desde la primera vez que me pintó desnuda. Conocí sus sueños, sus anhelos, sus aspiraciones, su apreciación tan desenfadada de la vida; sus preciosos murales.

También encontré ese maravilloso talento para follarme como un animal salvaje al tiempo de conocerlo, después de casarme con Andrés. Andrés accedió a mis encantos por venganza al trato recibido en el pasado. Luego se enamoró de mí.

Todo el mundo veía sus defectos, hasta que yo encontré sus virtudes. Aunque eran hermanos, Joan Carlo era más alto y atlético que el flacucho de mi marido. En otro momento les contaré cómo fue que inició nuestra perversa relación, y cómo nos hicimos amantes. Porque de que nos amábamos con locura, pues sí, nos amamos. Es una pena que la circunstancias no me permitieran divorciarme de Andrés para irme con su hermano.

El amor entre Joan Carlo y yo fue tanto así que concebimos un hijo, Carlitos, cuyo nombre se lo pusimos en honor a él, sin que Andrés sospechara, pues parecía más bien que el nombre era por su padre, don Carlos Rivadavia.

—Te lo agradeceré, Penny —me dijo Andrés—. Dile al cabrón zángano que si en algo respeta a nuestra familia se presente en el hospital cuanto antes.

Y dicho esto me mandó y beso y me colgó. Para entonces Joan Carlo me penetraba de forma descontrolada, arqueado sobre mí, con su lengua y la mía jugueteando y llenándonos de saliva, con el sudor adhiriéndose a nuestra piel, y nuestros gemidos perdiéndose entre el golpeteo de sus testículos contra mi perineo.

—¡Haaa! ¡Haaa! ¡Haaa! —gritaba yo.

No supe cuánto tiempo había pasado desde el inicio de nuestra cópula, hasta que el teléfono de Joan Carlo volvió a timbrar. Estaba segura que era mi marido en un nuevo intento por contactarlo; supe las intenciones de mi querido cuñado cuando me sonrió con malicia y estiró su brazo al buró para alcanzar el teléfono y responder a la llamada, manteniéndome aún penetrada, aunque yo le suplicaba que no lo hiciera.

—¿Andrés? ¿Qué quieres? —le dijo mi cuñado a mi marido, con un tono agitado en su voz.

—¿Dónde mierdas estás, Joan Carlo? —escuché que le decía Andrés muy enojado.

—¿Y a ti qué te importa?

—¡Te estoy intentando contactar desde hace más de tres horas y tú nada que me contestas ni me regresas la llamada, Joan Carlo! ¡Me da cólera que teniendo celular no me respondas!

—¡He estado ocupado haciendo cosas importantes! —respondió mi cuñado arreciando sus penetraciones contra mi coño.

—¿Y qué es eso tan importante que has estado haciendo, estúpido irresponsable? —le preguntó mi marido.

—¡Follarme a una prostituta! ¿Te parece poco? —contestó mi amante con cinismo, sacándome los pechos de la blusa para amasarlas con sus manos libres.

—¡Sin vergüenza! —se sorprendió Andrés.

—Si vieras las enormes tetas que tiene esta buenorra seguro que se te pararía el rabo por una vez en tu vida, Andrés.

—¿Es en serio lo que me estás diciendo, pedazo de mierda?

—¡Completamente en serio, Andresito! A diferencia de ti, yo sí disfruto de la vida, y para prueba esto —dijo, tomándome una foto de su enorme pene clavado a la mitad de mi húmedo y pegajoso coño—. Recibe el whatsapp, hermanito, estoy clavando una conchita depilada, mojadita, apretadita, con un lunar en la punta de su vulva. La muy zorra tiene un marido tan gilipollas como tú, con unos cuernos tan grandes que para lo único que le sirven a su putita es para masturbarse con ellos.

Andrés era tan soso en la cama (aunque no por ello quiero decir que malo en el sexo) que ni siquiera sabía que yo tenía un lunar en la punta de mi vulva.

—¡Basta de tu mierdería barata, Joan Carlo, me importa una mierda a quien te estés cogiendo justo ahora, lo que yo quiero decirte es que…!

—Si supieras cómo se muerde sus gruesos y carnosos labios mientras la penetro; si vieras esos ojitos en blanco mientras disfruta cómo se la meto al tiempo que con mi mano libre masajeo una de sus deliciosos senos con su inmensa areola y su pezón puntiagudo y erecto; ¿quieres escuchar como gime esta putita? Vamos, mi amor —me dijo mi cuñado—. Enséñale a mi hermano cómo gimen las putas como tú; anda, andaaaa.

Y con ayuda de un cambio en el color de voz comencé a gemir como una actriz porno; “¡Ahhh!” “¡Haaaa!” gemía y aullaba al compás de las embestidas que mi potro me concedía “¡Huuuy!” “¡Ayyyy!”. De un momento a otro Carlo me giró con violencia y me puso en cuatro en el borde del sillón. En esa posición me hundió su pene sin misericordia, lo que me sacó nuevos chillidos de placer, nalgueándome con furia.

“¡Haaaaa!” gritaba yo con placer.

Cabe destacar que mi marido jamás habría descubierto que la dueña de esos prosaicos y libidinosos gritos de gata en celo era yo, porque jamás me había provocado un grito de placer, salvo por uno que otro jadeo que a veces tenía que fingir. Reitero que no es porque fuera mal follador, sino soso, que es diferente.

Andrés gritó en el móvil, diciendo:

—¿Sabes qué? ¡Vete a la puta mierda!

Y colgó, justo cuando Joan Carlo explotó dentro de mí, escupiéndome su esperma hasta mi útero.

—¡Joder, cuánta leche siendo dentro, papi! —le grité a mi amante cuando me aseguré de que había apagado el teléfono—. Me la escupiste tan fuerte que sentí que de la vagina me saldrá por la garganta.

Joan Carlo rio. Me giró de nuevo y se tumbó junto a mí, para comerme la boca con intensos besos.

Justo en ese momento recibí una nueva llamada de Andrés, la cual me apresuré a responder;

—¿Cielo? —dije, chupando los restos de semen de la polla de mi cuñado, arrodillándome sobre la alfombra—. ¿Ya se murió tu abuela? —pregunté casi en automático.

—¡Joder, mujer! —dijo Andrés asombrado.

Carlo reprimió una carcajada tapándose la boca.

—Quiero decir que ojalá y no haya muerto tu abuela aún… sería tan trágico.

—No, Penny, claro que no. La abuela Conchi sigue en terapia intensiva. Más bien te hablaba de nuevo para que abortes la misión que te había pedido. No quiero que vayas al apartamento de aquél cabrón de mierda; ya he hablado con él y la verdad es que no quiero que al ir te encuentres con una escena tan… prosaica.

—¿Qué escena? —pregunté, con mi boca llena de los restos de semen de su hermano.

—Nada, nada.

—¿Estás seguro? Casi voy llegando a su apartamento. —Mentí, pues la verdad es que ya desde hacía mucho rato estaba dentro, con las chichis de fuera, con chorros de semen escurriéndome entre las piernas y con la polla de su hermano en mis labios.

—Naaa. Date la vuelta y sal de ahí.

—Está bien, cielo, como quieras. ¿En qué hospital está tu abuela?

—En el hospital de Santa Teresa.

—Muy bien, te alcanzo en una hora, corazón.

—De ninguna manera, prefiero que vayas por Carlitos —habló de nuestro hijo, o más bien al hijo que pensaba que era suyo cuando en realidad era de su hermano—. Que ya está a punto de salir de su clase de natación. Penélope, no quiero que le digas nada de su abuela todavía. La quiere mucho y sería una impresión muy fuerte. Quiero contárselo yo mismo.

—Como desees, cielos. Cualquier cosa me avisas, te amo.

—Eso espero, que me ames, o ya verás —me respondió mandándome un beso con su particular sequedad.

A veces me daba miedo. Era capaz de matarnos a su hermano y a mí si nos descubría. Estábamos jugando con fuego. Ojalá no nos fuéramos a quemar.

—¿Y bien? —le pregunté a Joan Carlo diez minutos más tarde, cuando nos enjuagamos y nos volvimos a vestir—. ¿Quieres ir con tu abuela?

—No, Penny —me dijo tomándome de la cintura. Cómo me fascinaba su estatura. Ni siquiera con mis altos tacones podía alcanzar su pecho—. Primero vamos por nuestro hijo, como te mandó el cornudo. Después ya veremos qué hacer.

Los dos se aborrecían. Mi instinto siempre me dijo que algo ocultaban para tal resentimiento. No era normal.

—¿Crees que la vieja despierte, Joan Carlo?

—No tengas miedo, y tampoco te sientas culpable —me dijo, acariciándome los labios que recién acababa de pintar con barniz rojo, contrastando con mi piel blanca y el pelo amielado—. Yo no me siento culpable. De hecho nadie tendría por qué culparnos. Su corazón ya estaba viejo. Y no era la primera vez que se infartaba. Por eso dijeron hace dos meses que tenía que tener tranquilidad y no permitir que tuviera sobresaltos. Nosotros no tenemos la culpa de que nos haya encontrado en su casa follando. Igual nadie nos vio salir de su casa; así que tampoco es como si nos fueran a culpar de nada.

Cavilé unos segundos y lo solté:

—Lo hice a propósito. Sabía que ella estaba allí y que nos encontraría. Sabía que podría haber acabado tal y como todo acabó.

—¿WTF? —me dijo sorprendido—. A veces me das miedo, Penny, eres muy siniestra, por lo que veo.

—Te digo que la escuché diciendo que te iba a desheredar, Joan Carlo. Y yo no podía permitirlo. Si al final me quedo contigo, no quiero padecer hambre. Esa mujer no te quiere, y a mí menos. Siempre supo que era una mala influencia para tu hermano, su nieto favorito. Así que si ella no tuvo compasión de nosotros, tampoco nosotros tenemos que tener compasión con ella. El problema estará si la muy ladina despierta y le cuenta a todos lo que vio. ¿Te imaginas? Nuestra infidelidad quedaría al descubierto.

Joan Carlo se terminó de poner loción en el cuello y respondió:

—Te prometo que no sucederá, Penélope; pasó mucho tiempo desde que la descubrieron inconsciente y la llevaron al hospital. Mi abuela ya tiene muchos años y solo está robando oxígeno. Además nunca le voy a perdonar lo que le hizo a mamá.

—¿Qué le hizo?

—Ya lo sabes. La internó en un sanatorio haciéndola pasar por loca, para sacarle su dinero. No, la abuela Conchi merece lo que le pasa.

—Bueno, entonces vámonos de aquí. Son las seis de la tarde y Carlitos sale a las siete; creo que nos queda tiempo para pasar a una boutique.

—¿Quieres ir a una boutique ahora, Penny? —me preguntó dándome una nalgada.

—Necesito comprar un vestido negro para el velorio de la vieja en caso de que no pase la noche: ahora que me he vuelto a operar las tetas… Ya no me cierran los vestidos del busto. Una mujer prevenida vale por dos. Además me gustaría comprar otras medias negras y un nuevo ligero; siempre que follamos me los terminas rompiendo. ¿Nos vamos, cuñadito?

—Pues nos vamos, cuñadita —me dijo—, pero antes quiero chuparte el culo.

Ninguno de los pensó que algo siniestro ocurriría esa misma tarde.

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Una respuesta

  1. helenx

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