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A la orilla de la carretera
Ha pasado ya dos meses desde aquel incidente, y en mi interior hay una tormenta de sentimientos y pensamientos. Escribo esto, aquí en el hospital, tratando de calmar un poco mi sentir, a la vez que trato de ordenar mis pensamientos, que hasta ahora han sido una total borrasca desde lo sucedido.
Pero bien, comencemos desde el principio. Una vez al mes llevo a mis hijas a visitar a su padre. Él y yo nos separamos hace tres años. Ignacio, desde que nos divorciamos, vive con otra mujer en la capital del país, mientras que yo vivo con mis hijas en la provincia. Mis dos hijas y yo nos quedamos varadas a mitad de carretera cuando las llevaba con su padre.
Yo, sin saber de mecánica, no pude hacer otra cosa cuando el auto comenzó a fallar que orillarme y esperar a que algún automovilista nos brindara su ayuda, pues ni señal de celular tenía en aquel solitario lugar.
Tras varios minutos sin ver a nadie, traté de calmar a mis impacientes hijas que me ponían aún más nerviosa. Abrí el cofre tratando de hallar el problema, aunque sin saber siquiera qué buscar. Estaba yo desesperada, cuando de pronto vi detenerse por fin una vieja camioneta. Del vehículo bajó un hombre de treinta y tantos años de aspecto rudo y sucio.
Aquel tipo me preguntó si tenía un problema y le expliqué que el coche había comenzado a desacelerar y a sacar mucho humo negro antes de dejarnos ahí paradas. Fue en ese momento que noté un particular brillo en sus ojos al mirar a mis dos hijas adolecentes que aún estaban dentro del auto.
Él se asomó al motor y con desplante condescendiente me dijo que lo podía arreglar pero que necesitaba de mi ayuda.
Me pidió que lo acompañara a la parte trasera de su camioneta la cual tenía adaptada una cabina tipo camper. Pensé que iría por herramientas para arreglar mi auto pero tras abrir la puerta me empujó al interior y prácticamente me tiró en el suelo.
El hombre me amenazó con hacerles algo a mis hijas si yo no cooperaba y comenzó a estrujar mis pechos aún sobre la ropa. Después me subió la blusa y violentamente retiró mi sostén dejando que mis senos colgaran libremente.
—Qué hermosos pezones tienes —dijo a la vez que los pellizcaba con sus toscos dedos mientras que su mirada endemoniada recorría con ansiedad todo mi cuerpo.
Yo estaba a punto de gritar, pero pensé rápidamente y me contuve, era obvio que en aquel apartado lugar nadie vendría en mi ayuda y mis hijas correrían un gran peligro si, al escucharme, acudían en mi auxilio. No me dejé llevar por el pánico.
El calor en el interior de esa cabina era sofocante, el olor que emanaba de aquel salvaje ser me asfixiaba. Sujetó con ambas manos mis dos tetas desnudas y una después de otra se las metió a la boca exprimiéndomelas y mamándolas. Su succión era tan poderosa que me dolía. Mis pezones quedaron lastimados tras de aquel inmisericorde ataque por lo que hice un enorme esfuerzo por no chillar.
Con lujo de violencia acabó por desnudarme. Una vez vio mi sexo al descubierto, metió su cabeza entre mis muslos. Sentí su lengua abrirse paso a mi intimidad. La textura era rasposa y atravesaba mis labios vaginales con brusquedad.
Lamió varias veces dejando muy húmeda mi vagina, después se desnudó dejando al descubierto, y a centímetros de mi rostro, su verguda hombría. El falo era grande, duro y grueso. La cabeza se movía con palpitaciones de deseo animal. Parecía que la sangre, impulsada por fuertes bombeos desde su corazón, después de recorrer todo su cuerpo se acumulara toda en aquella gruesa cabezota que se hinchaba a intervalos.
Pese a mis súplicas, aquel hombre colocó su enorme verga a la entrada de mi vagina y, tras escupir de manera por demás asquerosa mi hendidura, restregó la punta de aquel falo de arriba abajo. Después, con un contundente empujón, clavó su estaca en mi intimidad hasta que sus testículos chocaron en mi zona genital. En ese momento me fue imposible contener un grito que temí escucharan mis hijas.
—Te voy a vergar mamacita. Ya verás, nunca te lo han dado así, hasta me vas a suplicar que te dé más —dijo con brusquedad aquel bellaco.
Lo único que yo quería, que imploraba, es que a ninguna de mis hijitas les pasara nada. Más que nada temía por ellas. No quería que ese desalmado pensara en hacerles algo, algo como lo que en ese instante me estaba haciendo. Con eso en mente, después de un rato de sus crueles embestidas me atreví a gritar:
—¡Qué rico… quiero más! —dije, con tal de que aquel energúmeno acabara pronto y ni siquiera pensara en mis niñas. Quería vaciarlo todo y dejarlo sin ganas.
A mi pesar lo rodee con mis piernas, atenazándolo, haciendo que su cuerpo se pegara al mío. Está por demás decir que mi sacrificio era enorme. El asqueroso ser expedía un agudo olor a sudor agrio; apestaba. Pero ahogaba mis ganas de vomitar con tal de darle satisfacción y saciarlo de sus bestiales apetitos para que nos dejara en paz y se largara.
Mis uñas se le clavaron en su ancha espalda mientras le ofrecía una serie de improperios animándolo a culminar.
—¡Eso, así! Vente… eyacula… vente rico. ¡Échame toda tu leche! — le decía al oído.
El tosco hombre siguió dándome duros estacazos descargando en mí todo el coraje contenido en él. Aquella cosa dura y gruesa entraba y salía sin cesar de mi cuerpo; jamás en mi vida había contenido un pene de tales dimensiones que, al entrar totalmente en mí, hacía sentir que me partiría en dos.
De pronto sacó su pene y se incorporó colocándolo ésta vez frente a mi cara. Con brusquedad me obligó a introducírmelo en mi boca. Yo, que ni a mi antiguo esposo se lo hacía, tuve que brindarle a aquel asqueroso una felación.
El pene estaba cubierto por los jugos de la lubricación pero, pese a la repulsión que eso me provocó, aún así me lo metí a la boca. Aquel rudo hombre no se conformó con cómo se lo hacía y con sus propias manos sujetó mi cabeza obligándome a meterme toda su hombría. Cuando el glande chocó con mi úvula me produjo nauseas. Fue en ese momento, mientras yo me apartaba de él produciendo arqueadas, cuando me di cuenta que por una de las ventanillas de la cabina se asomaba Eva, la mayor de mis hijas, quien asombrada nos miraba con los ojos muy abiertos.
Desgraciadamente el malvado hombre también se dio cuenta de la presencia de mi hija y así, desnudo como estaba, salió de la camioneta para ir tras ella. Yo salí tras él.
Al estar fuera, vi cómo aquel infame ya sujetaba a mi hija mayor con brusquedad.
—Te prometo, te juro que hago lo que me ordenes, pero déjala en paz —le supliqué.
—Se la voy a meter por el chiquito —dijo aquél.
—Sí, sí, métemela. Hazme lo que quieras pero no les hagas nada a mis niñas, por piedad —le dije.
Aquel ser sin entrañas me miró con una sonrisa burlona.
—No, a ti no. A tu hija. Se me antoja. Está bien rica la condenada. Se ve que está en su punto —dijo, para mi espanto, al mismo tiempo que con su tosca manaza le oprimía uno de sus senos a mi pobre hija.
Aquellas palabras me cimbraron. Aún ahora que estoy junto a ella en el hospital, me vuelven los temblores que me provocó la impotencia al saber lo que iba a pasar.
—¡No! No le hagas nada, te lo suplico —le imploré.
El canalla me cerró la boca de un bofetón.
—¡Cállate! Si no quieres que le suceda lo mismo a la más chica será mejor que cierres la boca.
Volteé hacia el auto pero no alcancé a ver a Ana. Ella era aún muy pequeña y no podía imaginar que algo como lo que amenazaba aquel hombre le sucediera.
Con fuerza llevó a Eva al interior de la cabina y a mí me dejó fuera; desnuda, impotente; mientras aquel despreciable se encerraba con mi pobre hija que quedó a su merced. Yo no sabía qué hacer. ¡Gritar… correr! ¿Quién vendría en mi ayuda? Ahí, desnuda en medio de la nada, lo único que hice fue mirar por la ventanilla mientras mi hija era desvestida violentamente en el interior del camper.
Eva tuvo que tolerar los mismos manoseos que yo antes había padecido. Fue como verme a mí misma en un espejo cuando aquel ser me violó minutos antes.
Pude ver a mi hija con la ropa interior hecha jirones mientras que impotente era presa de aquel cerdo. Tras mojarla a lengüetazos y sin escuchar mis súplicas desde el exterior, que le exclamaba a voz en grito que ella aún era virgen, le introdujo el miembro de un solo empujón y con violencia.
Eva chilló. Su rostro lo expresaba todo. Al ver la expresión de dolor en mi hija fui consciente de que su doncellez había sido destrozada para siempre. Debo reconocer su valentía al soportar los duros bombeos que aquel hijo de puta le propinaba. Yo sabía muy bien el alcance de los bríos de aquel animal pues apenas hacía un momento el me había arremetido con la misma violencia. Sin embargo, mi hija se mostró estoica. Yo, en su lugar, hubiera roto en llanto al ver perdida mi inocencia de esa manera.
El muy cerdo se dio gusto dando lengüetazos y mordiendo por todo el cuerpo de mi noble hija. El muy bastardo la giró sin siquiera sacársela y, quedando frente a frente, le mamó con extrema fruición sus pechos apenas turgentes.
Dada la delgada complexión de mi hija, a aquel desgraciado le fue muy fácil maniobrarla de tal forma que sin sacar su miembro del menudo cuerpo de ella la hizo como quiso, la colocó en varias posiciones las más de las veces bastantes vergonzosas y humillantes. Mi pobre hija parecía muñeca de trapo.
La cargó y, sujetándola de sus posaderas sin permitirle tocar el suelo, la continuó penetrando ahora parado. La cabeza de mi hija llegó a chocar contra el techo del camper lastimándose. Ella se quejó pero a él no le pareció importarle, la siguió penetrando… mancillando.
Después la tiró de nuevo en el piso, sobre sus cuatro extremidades. De esta manera volvió a estocarla. Los gestos de dolor en el rostro de Eva revelaban su sentir; era evidente que aquel falo, que de por sí era enorme para cualquier mujer, era aún más devastador para un cuerpo pequeño, joven y delgado como el de mi hija.
Como si no hubiese sido bastante tortura, tras varios minutos de ayuntamiento, el infame sacó su miembro de la vagina de mi hija sólo para colocarlo, esta vez, a la entrada de su recto. El hijo de mil putas iba a cogerse a mi hija esta vez por el ano. Le grité, le imploré que parara, pero el desgraciado no hizo caso.
Aquel inmundo ser trató de meterlo de un solo empujón, cosa que no sólo lastimó a mi pequeña Eva sino que probablemente a él también, pues pude ver como se le doblaba el pene al no poder abrirse camino. Al ver su ineficacia, aquel bastardo relamió el orificio anal de mi hija. Sin asco, metió su asquerosa lengua en el hueco cloacal de mi hija.
Cuando dejó empapado el orificio con su saliva, volvió a intentar una nueva estocada de un solo golpe, pero era obvio que no lo conseguiría así, por lo que prefirió ir de poco a poco. Mientras la punta de aquel miembro fálico se hundía milímetro a milímetro, mi hija sollozaba de dolor, yo no lo soportaba.
El tozudo hombre la sujetaba con fuerza de su cintura con ambas manos, impidiéndole alejarse de él. Al ver que aquello no se detendría y se abriría paso ha como diera lugar, mi hija decidió abrirle camino por propia cuenta así que, poniendo la cara en el suelo, se inclinó lo más que pudo y con ambas manos se abrió así misma los cachetes del trasero. Eso brindó mayor apertura por lo que el falo logró entrar hasta la mitad. Pero aquel villano no se conformó con eso y se la clavó tan profundamente que la resguardó toda en el recto de mi pequeña Eva.
Mi hija lloraba, esta vez con intensidad, al tener tan enorme invasor en sus entrañas, atravesando un anillo que se dilataba al máximo. Temí por el daño en su esfínter; pues ella es aún muy joven (apenas va a mitad del bachillerato) como para tolerar un intruso así sin repercusiones. Afortunadamente el médico que la observó después del incidente me dijo que no hubo daño grave. No obstante, ahora que he estado muy cerca de ella, me he dado cuenta que con frecuencia se le escapan los gases intestinales y creo que es consecuencia de aquello; espero que esto sane pronto.
Los minutos me parecieron horas al ver a mi hija siendo sodomizada por el brutal animal. Pero todo tiene una conclusión y así ese hombre tuvo que acabar. Así como estaba; incrustado en el recto de mi hija; soltó todo su esperma. Dicha simiente se derramó cuando aquél sacó su pedazo de carne. El semen se escurrió, primero en un chorro que después se convirtió en un hilillo que resbaló alcanzando el sexo de mi hija.
Aquel maldito, tras saciarse, nos dejó abandonadas a nuestra suerte. Una hora más tarde, un automovilista nos rescató de tan cruel infierno.
Ahora estoy junto a mi hija esperando turno para el ultrasonido que le realizarán a Eva. Aún no puedo entenderlo. Aquel hombre no eyaculó dentro de la vagina de mi hija y sin embargo… no sé cómo mi hija quedó embarazada.
EPÍLOGO
Ya iba para casi un mes que no veía a mi amiga Eva. De repente se ausentó de la prepa, sin saber por qué. Yo me había imaginado que por fin se había animado a contarle a su mamá, o que quizás la había descubierto y que por ello la había sacado de la escuela.
Sin embargo, ayer me la encontré en el hospital. Yo había ido a visitar a mi abuela que está ahí internada y, para mi sorpresa, vi a Eva sentada junto a su madre esperando turno para unos estudios.
Me acerqué a ellas y las saludé. Su mamá se portó medio rara conmigo. Ella sabe que Eva y yo somos muy buenas amigas desde la primaria; inseparables. De hecho, paso mucho tiempo en su casa, por lo que la señora me trata con mucha confianza, sin embargo, esta vez estaba muy seria conmigo. Parecía que le molestaba mi presencia y que quería que me fuera lo antes posible, yo que me sentía incómoda estaba a punto de hacerlo cuando Eva le dijo a su mamá que necesitaba desaburrirse y que iría conmigo a la cafetería. La señora no vio con buenos ojos aquello, fue evidente, pero Eva y yo nos marchamos dejándola allí sentada resguardando turno.
Ya estando lejos de su madre no me aguanté más y le pregunté.
—¿Qué pasó? ¿Ya se enteró?
—No mana. Ni te imaginas lo que nos pasó.
Vi que los ojos de Eva comenzaban a llenarse de lágrimas las cuales le brotaron a borbotones cuando me contó lo sucedido. Según sus propias palabras, a ella y a su madre las habían violado a la orilla de la carretera.
Un maldito cerdo había abusado de ellas. Me dijo que desde que lo vio le dio muy mala espina y que no sabía por qué su madre había aceptado su ayuda. Ella y el tipo habían ido a la parte trasera de la camioneta de aquél y a Eva le pareció raro que tardaran tanto. Esperaba que regresaran con herramientas o algo así para arreglar el auto pero, dado que había pasado mucho tiempo, eso la inquietó. Poco después creyó escuchar un grito y decidió ir a ver qué pasaba, dejando a su pequeña hermana en el auto.
Eva se asomó por una ventanilla a la cabina trasera de la camioneta y no podía creer lo que veía. Su madre, sobre el piso, se le entregaba sexualmente al hombre. En principio pensó que sus ojos la engañaban, su madre se veía muy cooperativa en los movimientos propios de la cópula. Parecía disfrutarlo, pues incluso lo animaba. Pero más tarde notó el asco en la cara de su mamá cuando ella le mamaba la verga al tipo. Era obvio que ella no lo hacía de buena gana.
Lamentablemente, aquel cerdo se dio cuenta de que mi amiga los estaba espiando y rápido fue tras ella. El maldito la violó a ella también.
Mi amiga, en llanto, me dijo que había sido una experiencia traumática. Que, pese a que no era virgen, le había dolido mucho cuando él la penetró pues aquel hombre tenía un pene enorme y tosco. La lastimó.
Me confesó que, incluso, la había penetrado también por el ano y que, aunque ya habían pasado varios días, aún lo podía sentir clavado en ella. Yo ni siquiera me imaginaba como sería eso. Ya de por sí me daba miedo el cómo sería mi primera vez de manera normal, ahora que me la metieran por un orificio que no era para eso, debía de ser horrible.
Tras consolarla Eva dejó de llorar. Para olvidarnos de aquel cruel evento platicamos de otras cosas. De la escuela y así. No pude reprimir mi curiosidad y le pregunté sobre su embarazo. Hacía unas semanas, ella me había confesado que se había dado cuenta que su periodo se retrasó y temía estar embarazada de Eduardo, el ultimo chico con quien se había acostado. La verdad, la primera vez que me contó de él le tuve envidia pues el chico está guapísimo. Sea como sea, la acompañé a comprar una prueba de embarazo casera y ambas la llevamos a cabo en su cuarto de baño. Salió positivo.
Eva estaba muy preocupada pues no sabía cómo iba a decírselo a su mamá. Era obvio que se enfadaría muchísimo. Su mamá no tenía ni idea de que su hija ya sostenía relaciones sexuales.
—Mi mamá cree que aquel hombre fue quien me dejó preñada tras violarme —me dijo en susurros.
—¿Y qué vas a hacer? —le pregunté.
—Pues no sé. La verdad ya todo se veía fácil. Mi mamá estaba de acuerdo en que abortara al creer que el padre fue aquel cerdo miserable. Pero ahora me siento encariñada con mi bebé. El saber que puedo traer un niño tan hermoso como Eduardo, no sé, me hace sentir feliz. Sé que va a ser un niño bien lindo.
—Sí, yo también lo creo —le dije acariciando su pancita, ambas nos reímos—. Pero apoco te vas a echar el paquete tú sola.
—No, claro que no —me contestó, aunque sin verme, parecía que miraba a alguien más.
—Entonces, ¿le vas a reclamar a Eduardo que se haga responsable?
—Ja… ya parece que se va a hacer responsable. Ya sabes que anda con unas mil.
La verdad el chico era muy cotizado en la escuela.
—No, él no. Pero, ¿sabes? Hay un doctor que me ha estado viendo con mucha atención desde que tomamos turno mi mamá y yo aquí en el hospital. Creo que le gusto —me dijo.
Fue en ese momento que me percaté que mi amiga había estado coqueteando con un joven pasante que estaba a unos pasos de nosotras. Ya debería tener como veintitantos años, y se veía de buen ver. Por su aspecto debería tener poco de estar haciendo su servicio en el hospital.
Pude ser testigo cómo aquel hombre le sonreía a mi amiga en clara respuesta a sus coqueteos. Quizás aquel niño ya contaba con un futuro padre. Después de todo mi amiga Eva no es ninguna tonta.
FIN
Relato editado el 17/08/2015
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2 respuestas
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