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Anónimo

noviembre 4, 2025

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CON MAMÁ EN EL CINE DE BARRIO

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Me llamo Ramón, pero todos me llaman Moncho. Cuando ocurrió lo que voy a relatar, mi familia y conocidos todavía me llamaban Monchito. Ocurrió este increíble y emocionante episodio un jueves en que no tenía clase por la tarde, como venía siendo habitual. Mi mamá me propuso ir al cine próximo a nuestro domicilio, una sala de sesión continua donde proyectaban películas de reestreno, en esta ocasión «Gladiator», protagonizada por un Russell Crowe en sus mejores momentos. Mamá siempre había demostrado interés por los filmes de romanos, de forzudos, de Tarzán y hombres semidesnudos en general, de buenos pectorales y con taparrabos o calzones bien apretados que dejasen intuir con sus bultos una buena poronga. Eso al menos es una conclusión a la que había llegado yo cuando veía en la playa o la piscina cómo los ojos se le iban detrás de los muchachos con los bañadores bien ajustados. Mi padre llevaba una semana fuera de casa por razón de trabajo y mami estaba muy aburrida.

Entramos con la sala a oscuras; la película ya estaba proyectándose, así que el acomodador nos colocó casi al final, en las últimas filas, pese a que el cine estaba semivacío. «Yo aquí veo mal», protesté. Mi madre me tranquilizó: «Ya tendremos oportunidad de cambiarnos de butaca, ahora nos quedamos aquí». La soberbia musculatura de Máximo Décimo Meridio y los demás gladiadores llenaban la pantalla cuando un hombre entre la penumbra se sentó junto a mi madre. Lo observé como pude de reojo: corpulento, de unos cuarenta años y atractivas facciones. Mamá, al notar su presencia se arrimó todo lo que pudo a mí. No tardó el desconocido en ocupar con sus piernas todo el espacio que permitían aquellos reducidos asientos, tanto que al poco ya estaba rozando con su rodilla la de mi madre.

Aquella tarde mamá lucía una amplia falda y una blusa ligera a juego, pero que transparentaba el sujetador que sostenía sus soberbios pechos. Mi madre, una gordibuena muy sexy a sus 37 años, presumía de unas tetas y un culo que más de una paja habían sacado a mis amigos… y a mí mismo. Mi padre le reprochaba que fuese así de provocativa, pues había tenido que soportar más de un comentario subido de tono de sus compañeros y vecinos. Bien rica estaba en verdad mamá, todo hay que decirlo. Y aquel hombre que se había sentado junto a ella se percató desde el primer momento de la buena hembra que tenía a su lado.

El desconocido volvió a rozar la rodilla de mamá, ya que esta había separado su pierna al notar el primer roce, que supuso involuntario. Pero el hombre insistió y, ante su sorpresa, mi madre no separó en esta ocasión la rodilla. No tardó este en llevar su mano al muslo de mamá. Lo apretó hasta hacerle daño pero ella no se inmutó, se dejó hacer. En la pantalla, espadas y gritos se entremezclaban en un ruido atronador. Mi madre no me perdía de vista, me suponía interesado en la proyección. El hombre siguió con lo suyo: la mano ya había alcanzado la entrepierna de mami, separó las bragas a un lado y empezó a masajearle la chucha. Mamá se acomodó mejor en la butaca y se abrió más de piernas para facilitarle la masturbación. De repente, el hombre le cogió la mano y se la llevó a su pantalón, justo encima de la bragueta, para que comprobase lo dura que tenía la verga y su considerable tamaño. Se le acercó al oído y le musitó:
– Mejor que la de Gladiator, ¿eh? Y seguramente mejor que la de tu marido.
Mamá no respondió. No dudo en desabrochar el pantalón de su vecino y liberar aquella polla. En verdad aquel miembro era mucho mejor de todo lo que había visto hasta entonces. Y con la excitación empezó a segregar tantos fluidos que el hombre notó cómo sus dedos se empapaban. Cesó el hombre en la paja vaginal, quería llegar más lejos.
– Aquí sobra tu hijo – le susurró -. Dale pasaporte.
Y fue cuando aquella mujer recalentada en extremo, sin pensar en su marido (trabajando como un cabrón para sostener la familia), ni en el hijo que tenía al lado, sacó valor y me dijo:
-Monchito, ¿no querías cambiar de butaca para ver mejor la película? Pues ahí adelante hay sitio, vete, que aún queda más de una hora. Yo estoy bien aquí. ¡Ah! Y toma este dinerito para un refresco y unas pipas. Nos vemos al final.

Ya a solas, la circunstancial pareja reanudó su lujuriosa aventura. Se desplazaron hasta el extremo de la fila de butacas, ya junto a la pared. Nadie les observaba. Mamá se quitó las bragas al completo, el hombre se bajó el pantalón y los calzones y empezaron a masturbarse mutuamente con desenfreno. El chopchop de la concha de mamá resonaba pero no trascendía en medio de aquellas ruidosas escenas de gladiadores en la arena. De repente, el desconocido cogió a mamá por el cuello y le obligó a chuparle la verga. La mujer notó aquellos embistes en el fondo de su garganta, la saliva le caía por las comisuras de la boca; mamaba con delectación, con más placer que con su marido. Su coño estaba empapado como nunca lo había estado. Ya el hombre le estaba pellizcando los pezones; primero suavemente por encima de la blusa, después, sin camisa ni sostén, sin compasión, hasta ponérselos duros y en carne viva. Fue cuando la mujer, pese al dolor, tuvo su primer orgasmo. El hombre la sentó sobre sus rodillas, dándole ella la espalda y se dispuso a penetrarla.

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– ¿No tienes condón? – preguntó mamá.
– ¿Pero tú crees que voy a venir al cine con un condón? Calla, guarrilla, y a ver qué te parece esto dentro de tu coño.
– ¡No te corras dentro, por Dios, que estoy ovulando! – suplicó ella.
– No te preocupes. Voy a venirme en tu boca o en tus tetas.

Y empezaron a bombear como dos posesos. En la pantalla, un grupo de romanos violaba sin piedad en la lejana Hispania a la mujer de Máximo Décimo Meridio en presencia de su hijo, mientras el gladiador juraba venganza al conocer la noticia. «¡Más, más, más!», imploraba la zorra de mi madre a aquel desconocido que seguía apretándole los pechos sin piedad como si quisiera sacarle leche. Y así un buen rato hasta que las pelotas de aquel hijoputa reventaron y llenaron de leche un útero expandido al pleno para cobijar aquel cipote de película X. Fue cuando mi mamá, al notar aquel caudal caliente y abundante, se dio cuenta que el cabronazo había eyaculado dentro de ella. Pero aun así, volvió a orgasmar como la perra que era.
– ¿No habías quedado en correrte fuera, hijo de la gran puta? – protestó mamá al descabalgar extenuados y sudorosos ambos por la jodienda.
– Te dije que me iba a correr en tus tetas y en tu boca. Y allá voy.

Y poniendo a mi madre de rodillas en aquel estrecho pasillo de butacas, empezó a menearse el pollón, que aún permanecía erecto y volvió a correrse encima de ella. Parte de la lefada fue a la cabeza y las gordas tetas y el resto en la boca haciéndole lamer hasta la última gota, cosa que ella hizo con infinito placer. Cuando mi madre se recompuso pudo comprobar que aquel semental ya había desaparecido.

– Vámonos a casa, Monchito – me dijo mamá al encenderse las luces, yendo a buscarme donde estaba yo acomodado -. Tu padre está a punto de venir del viaje. Y como veo que lo has pasado muy bien, el próximo jueves vendremos de nuevo al cine. Creo que van a proyectar «Los 300», que trata de unos cuantos espartanos que hacen una verdadera proeza enfrentándose a un ejército persa.

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