diciembre 26, 2020

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LOS BAÑOS DEL INSTITUTO (2)

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LOS BAÑOS DEL INSTITUTO II

Marimar y yo llevábamos cosa de tres meses echando polvos a escondidas en los baños del Instituto. A nuestros 18 años corridos éramos, junto con nuestro amigo Jose, los “veteranos” del centro tras haber repetido algún que otro curso. A consecuencia de nuestros encuentros furtivos habíamos dejado un poco de lado a nuestro compañero de pellas, y en un momento dado decidimos contarle lo que nos traíamos entre manos. Total, empezaba a sospechar algo, y había confianza.

-Pero, entonces… ¿os ponéis a follar aquí en el instituto? ¿Y si os ligan?

-Tenemos cuidado.

-Joder…

-Tú no cuentes nada.

-No, no, tranquilos.

Desde aquel día me pareció notar que Jose miraba a Marimar con otros ojos. No era lo que se dice una princesita: vestía como un chico, llevaba el pelo muy corto, y apenas tenía pecho, pero tenía un culazo ancho y un poco gordo, y al amigo Jose se le empezaban a ir los ojos hacia él, como si se acabase de dar cuenta de repente de que Marimar era una chica. Al poco empezó a preguntarme cuando ella no estaba delante.

“Pero, entonces, ¿cómo es eso de follar?”

“¿Y te la chupa?”

“¿Y cómo lo tiene?”

Yo le contaba todo, con lujo de detalles. Le explicaba cómo temblaban las nalgas de ella al ritmo de mis embestidas cuando la follaba a cuatro patas. Le hablaba del sabor como a marisco de su chocho jugoso y cubierto de rizos rubios. Le refería cómo ella se ponía roja cuando se corría y cómo se le empapaba tanto la almeja que me mojaba las pelotas y regueros de flujo le caían piernas abajo. Le decía cómo me sentía cuando la veía tragarse mi polla hasta las pelotas y ella me clavaba esos grandes ojazos azules y su baba me resbalaba por el rabo. Él me escuchaba con la boca abierta y los ojos brillantes. A veces no podía evitar relamerse brevemente al escuchar mis historias. “Qué envidia, tío”, me decía en voz baja.

Un día Marimar me comentó que Jose la trataba de forma diferente que antes. Yo le dije que me preguntaba los detalles de nuestros encuentros.

-Me da penilla-le dije-Está muerto de envidia el hombre. No se ha estrenado todavía.

-Podíamos decirle que viniera un día al baño con nosotros…

A mí la idea en principio me chocaba, pero después de todo entre Marimar y yo no había nada romántico, y los tres siempre habíamos hecho bastantes gamberradas juntos. ¿Por qué no probar? Podía mirar cómo lo hacíamos, y alguna vez podía follársela él y ser yo el que mirase. O esa idea tenía yo.

Así que se lo propusimos. Se puso muy contento, solo le faltaba dar saltos. Le explicamos que cuando ella venía en falda a clase es que tenía ganas de guerra, y que aprovechando un cambio de clase o la salida al recreo ella se metía en el baño de chicas de la tercera planta y yo la seguía un par de minutos después, cuidando que no me viera nadie. Un par de minutos después de ir yo, él debía seguirme a mí.

Pasaron tres días hasta que Marimar apareció en falda, y pusimos el plan en marcha. Me reuní con ella en los baños, como siempre. Parecía nerviosa.

-¿Y Jose?

-Ahora vendrá.

Sin más demora ella se sentó en el inodoro, me bajó los pantalones y los calzoncillos y se puso a comerme la polla como si le fuera la vida en ello. Solía chupar con mucha intensidad, pero lo de aquel día era brutal: mamaba con tal energía que casi me hacía hasta daño y se metía mi rabo entero en la boca con tal violencia que le daban como pequeñas arcadas. Sentimos unos pasos y unos leves golpes en la puerta.

-Chicos…

Era Jose. Le hicimos pasar y cerramos la puerta del cubículo. Apenas cabíamos los tres allí dentro, así que me eché un poco a un lado y quedó Marimar sentada en la taza entre los dos.

-Sacátela tú también.

Jose dudó unos instantes antes de bajarse la cremallera y sacarse el nabo. Lo tenía ya todo tieso. Era la primera vez que veía una polla erecta en directo aparte de la mía, y no pude evitar mirarla con curiosidad. La tenía algo más corta que yo, pero bastante gorda y con un par de venas muy gruesas que cruzaban su tronco. Por encima le asomaban unos pelillos pelirrojos. No lo he dicho, pero Jose era pelirrojo, lleno de pecas, con los ojos verdes. Guapo, diría yo, aunque un poco regordete. Yo soy moreno, ni guapo ni feo, y por aquel entonces ni gordo ni flaco, pero tenía entre las patas un buen pollón, largo, grueso, que descapullaba muy bien y enseguida se ponía duro como una piedra. Bueno, aún lo tengo, pero no nos desviemos…

-Dos pollas para mí sola…

Marimar nos agarró los cipotes, uno con cada mano, y empezó a masturbarnos. Tenía una cara de vicio en esos momentos que me dejó pasmado. Enseguida se lanzó a chupármela otra vez, para acto seguido cambiar y meterse en la boca el rabo de Jose. Hilillos de baba y líquido preseminal le caían de la boca y le pringaban la barbilla. No era eso lo que yo había previsto, pero la situación era muy caliente y decidí dejarme llevar. A los pocos minutos paró de chupar y nos tiró de las pollas, obligándonos a juntarnos hasta que nuestros capullos rozaron el uno contra el otro. Comenzó a mover nuestras pichas con movimientos circulares, restregándolas entre sí, mientras respiraba agitadamente, jadeando. Nuestros glandes mojados resbalaban el uno sobre el otro, y aunque era una situación extraña, era agradable, producía un cosquilleo muy placentero. De repente nos las soltó.

-Ahora tocaoslas entre vosotros…

Y ella se bajó las bragas, se levantó la falda y empezó a tocarse el conejo brutalmente, sin pudor. Se restregaba el clítoris con rabia, se metía los dedos a ritmo frenético. Se mordía el labio inferior mientras miraba nuestros penes erectos y pringosos. Un sonido chapoteante acompañaba sus movimientos. Yo, sin pensarlo, estiré la mano y agarré el rabo de mi amigo. Estaba duro y caliente, y tenía un tacto suave, agradable. Él titubeó un poco, pero al final me cogió la polla también, tímidamente, como si temiese que le fuera a morder. Yo empecé a mover la mano, intentando replicar los movimientos que hacía cuando me la cascaba. No lo debía hacer mal, porque él cerró los ojos, se relamió y empezó a menármela. Marimar se masturbaba con furia, la polla de Jose escupía pequeños hilillos de presemen sobre mis dedos, y su mano se movía hábilmente alrededor de mi verga, dándome un placer inesperado. Miré fijamente a Jose. Tenía los ojos cerrados y de su boca entreabierta salían leves suspiros. Se me pasó fugazmente por la cabeza la idea de pegarle un morreo, pero no me atreví. No sabía qué me estaba pasando. Pero no me importaba. Me lo estaba pasando bien. Y todavía me quedaba follarme a Marimar, así que lo mejor estaba por llegar…

-Ahora chupaos las pollas uno al otro.

Aquello nos pilló de sorpresa. Nos paramos en seco. Nos soltamos las pollas al unísono. Una cosa era tocárnoslas, pero chuparlas…

-Venga, Jose, chupásela a Andrés…está muy rica, te va a gustar…

-No, no…yo eso, no.

-Vamos, chupásela y luego te dejo que me folles…

-No, no.

A Jose toda aquella situación debía haberle asustado, porque se apartó hasta apoyar la espalda en la pared del cubículo, y su rabo se desinfló en cuestión de segundos, pasando a ser un pellejo colgante de aspecto más bien triste. Marimar le miró con una expresión de indecible desprecio.

-No tienes cojones…maricón…

A todo esto mi erección seguía intacta y yo estaba más cachondo que una mona. Así que giré mi cipote hacia Marimar y empecé a restregarle el capullo por la cara. Ella se volvió y empezó a mamármela con ansia, mientras me acariciaba los cojones. Era tanto el placer que me daba que tuve que pararla para no correrme en su boca. Y es que no pensaba salir de allí sin meterla en aquel chocho caliente y peludo que tanto me gustaba. Me senté en la taza y ella se colocó sobre mí y se dejó caer de golpe sobre mi verga. Estaba tan mojada, tan cachonda, que le entró entera de golpe hasta el fondo del coño. Solté un gemido. Ella me agarró la cara y me plantó un morreo enérgico y lleno de babas. Yo agarré sus nalgas redondas y carnosas y las estrujé a gusto. Ella empezó a moverse arriba y abajo y me agarró de los hombros con tanta fuerza que me clavaba las uñas a través de la camiseta. Su flujo me empapaba las ingles, me chorreaba por los huevos, me untaba los muslos. El interior de su vagina estaba tan caliente que apenas podía resistirlo. Ella me cabalgaba salvajemente, me lamía la oreja, me enloquecía con sus gemidos entrecortados y su aliento cálido. Yo le azotaba los cachetes del culazo y la apretaba contra mí para metérsela más a fondo. Me la había follado muchas veces, pero ese polvo estaba siendo el mejor, con diferencia.

-Mira…

Miré a mi derecha. Jose se había bajado los pantalones y los calzoncillos y se la estaba cascando mientras nos veía follar. Su polla estaba gorda, palpitante, y con un aspecto de dureza terrible. Marimar me susurró al oído: “chupásela, que me pone muy cachonda…chupásela…”. Yo dudé unos segundos, pero qué cojones, aquella tía me estaba regalando el mejor polvo que había echado nunca, y si se ponía aún más cachonda podría ser incluso mejor. Además, de lo que pasara allí no se iba a enterar nadie. Así que estiré mi mano derecha, agarré los cojonazos de mi colega, tiré de él hacia mí, giré la cabeza y me metí su polla en la boca.

-Pero qué… ¿qué cojones haces?

Su débil protesta no se acompañó con hechos, porque no opuso ninguna resistencia, y hasta apartó sus manos para dejarme hacer. Yo estaba sorprendido: creía que iba a resultarme algo asqueroso sentir su polla en mi boca, pero no era así. Es más, me agradaba notar su dureza y su calidez en mi lengua. Y su sabor no estaba mal. De inmediato Marimar empezó a montarme todavía con más intensidad, y temí que la taza del váter cediera a aquella cabalgada. Me importaba tres cojones. El placer de aquel chumino ardiente brincando así sobre mi polla era demasiado sublime. Además ella me lamía la oreja frenéticamente y me animaba a seguir con toda aquella guarrería.

-Así, así, chupásela, así, qué bueno…cómo me pongo…

Y me relamía, me mordía, me arañaba. Estaba como loca. Yo, a todo esto, trataba de imitar los movimientos con que ella solía comerme la polla a mí. Echaba mi cabeza atrás y adelante, haciendo que mi boca llena de saliva subiera y bajara por la polla de mi amigo, mientras sujetaba su base con mi mano. De vez en cuando paraba para coger aire y le lamía golosamente el glande, como si fuese una piruleta, mientras le masturbaba con mi mano derecha y le pellizcaba el culo sin miramientos a Marimar con la izquierda y mi polla taladraba su almeja a la velocidad del rayo. Jose gemía y se relamía. Volví a meterme su polla en la boca y empecé a mamarla con deleite. Me gustaba la sensación de aquel tronco de carne duro resbalando sobre mi lengua. Me gustaba oír los gemidos de mi amigo, como si me felicitara por lo bien que lo estaba haciendo. Me gustaba sentir a Marimar más cachonda que nunca, y notar su coño caliente y chorreante engullir mi nabo y empaparme de sus jugos. Era una gozada.

De repente ella me clavó las uñas en los hombros hasta hacerme sangre, empezó a agitarse descontroladamente y a gruñirme en el oído. Su coño empezó a estremecerse con unos movimientos tan fuertes que me ordeñaron literalmente la polla y me hicieron soltar una bestial corrida dentro de ella. Menos mal que no podía quedarse preñada, porque le largué tanta leche en el conejo que rebosaba literalmente a chorro, poniéndolo todo perdido. Con la impresión debí hacer algún gesto inconsciente con la lengua o algo así, porque antes de que pudiese darme ni cuenta noté algo espeso y caliente inundándome la boca. No tuve más remedio que tragar para no ahogarme, y rápidamente me saqué la polla de mi amigo de la mui y retiré la cara rápidamente…pero no lo bastante: el muy hijoputa todavía largó otro chorretón de esperma que me fue a caer en toda la jeta, manchándome desde la barbilla hasta la frente.

Antes de que me diese tiempo a cagarme en sus muertos, Marimar me agarró la cara y empezó a lamérmela con ansia, recogiendo los chorros de lefa que Jose me había echado encima. Luego me besó, metiéndome la lengua hasta las anginas, recorriendo los recovecos de mi boca con ansia.

-Cabrón-jadeó-te la has tragado…menos mal que tengo aquí la tuya…

Y diciendo esto se metió los dedos en el coño, se los pasó por las ingles, y los subió pringosos de mi corrida y de la suya. Los alargó hacia Jose, que la miraba con cara de espanto.

-¿Quieres?

-No, no…

-Bah, no tienes huevos, eres un mierda…

Sin dejarla terminar, le cogí la mano, me llevé sus dedos a su boca y los relamí golosamente, limpiándolos de aquel potingue espeso que los llenaba, y acto seguido le planté un morreo desesperado en el que compartimos durante unos segundos ese brebaje de flujo, semen y saliva que resbalaba por nuestras lenguas, pasando de una boca a otra, hasta que finalmente ella se lo tragó. Nunca olvidaré el sabor de ese beso. Ni el fuego de la mirada de Marimar en el instante en que se separaron nuestros labios. La voz de Jose nos sacó del éxtasis.

-Vamos, que todavía nos van a pillar.

Nos limpiamos como pudimos con papel y nos vestimos a toda prisa. Al salir del cubículo nos cruzamos con dos niñatas que iban a mear o a lo que fuera y se nos quedaron mirando con cara de pasmo.

-Vosotras a callar, que si no os reviento.

Miraron a Marimar con cara de pánico y asintieron con la cabeza. Salimos de allí zumbando, nos escabullimos por el patio y saltamos al descampado de detrás. Yo estaba eufórico, con la adrenalina a tope, no podía parar de saltar y reír. Marimar me sonreía con picardía. Jose iba cabizbajo, como pensativo.

-Esto hay que repetirlo-dije yo.

Jose me miró con gesto serio.

-Conmigo no contéis. Esto es demasiado…demasiado…raro…

Desde aquel día nuestra amistad con Jose se enfrió rápidamente, y nunca volvió a compartir una de nuestras escapadas a los baños. Marimar y yo seguíamos viéndonos y disfrutando juntos, pero yo, a decir verdad, solía fantasear con tener allí a mano la polla de mi amigo para jugar con ella mientras me follaba a Marimar. Y ella, también. De todas formas nuestra aventura duró poco más. Como al mes y medio de aquel día, la jefa de estudios, supongo que avisada por algún chivato, nos pilló en plena faena, y para abreviar, nos expulsaron del instituto. A Marimar sus padres la mandaron al pueblo con su abuela, para “enderezarla”, y no la volví a ver.

Algunas veces aún hoy, y han pasado más de veinte años, me da por recordarla y me pongo triste por cómo terminaron las cosas, y excitado por el recuerdo de los buenos ratos que compartimos.

Pero entonces me tomo un vaso de orujo, y se me pasa. Este va por ti, Marimar, dondequiera que estés.

¡¡Salud!!

 

 

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2 respuestas

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