julio 10, 2020

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El Camión de las Sorpresas Parte II

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El frío se hizo más intenso al amanecer. Ya no llovía como anoche, solo estaban como testigos los charquitos en el patio y el invierno prendido de las hojas. El canto de los gallos y el ronquido de mi seductor en cuyo pecho belludo me había quedado profundamente dormido. Nos habíamos satisfecho mutuamente, creo. Terminó despertándose por completo mientras mi mano se paseaba por su cuerpo. Acaricié su hombro, admiré la fortaleza de su brazo y su piel de oso me hacía lucir pálido y muy delicado al estar tan unidas como habían amanecido.

Una voz me había dicho desde muy dentro mí que era el momento para salir corriendo muy lejos de allí. Pero con más autoridad hubo otra que me aferraba a mi raptor, a mi seductor, al hombre que comenzó matándome con un puñal y reviviéndome con otro más grande, más grueso y más rico. No sabía ni como se llamaba el hombre que me había tratado como si fuera su hembra haciéndome sentir todas las delicias de una parte pasiva de mi ser que había estado reprimida, pero de la noche a la mañana me había terminado de despertar lo receptivo que de alguna manera siempre había palpitado dentro de mi ser.

Todo el panorama de mi vida había cambiado en un cerrar y abrir de ojos. Había dejado de roncar y estaba a punto de dormirme de nuevo enternecido en su regazo cuando sus manos comenzaron a palparme, a buscarme, a encontrarme con caricias dirigidas a despertar a su mujer, como me había dicho que me iba a hacer, me lo había dicho como una amenaza por haberme bajado los calzones para defecar frente a su chinchorro y estuvo a punto de matarme por eso, la primera vez que escuché su voz fue agria y desafiante, y en la medida que fue penetrando en mi vida se fue tornando más dulce. Sonaba con la misma tonalidad de las últimas horas.

 

– Cariño, ¿Te gustó que te haya hecho mi mujer? – Me sorprendió mucho su pregunta pero le respondí automáticamente y sin pensarlo

– Me está doliendo un poquito todavía, lo siento como una flor, pero si insistes en pedírmelo como lo hiciste anoche, capaz que te lo doy. Pero solo con una condición –

– ¿A ver?

– Dígame cómo se llama usted, que me ha hecho sentir como no pude haberlo imaginado, y ni siquiera me ha dicho cómo se llama –

– Me llamo Ángel, pero me dicen Dinamita, El Ángel de la Carretera. ¿Y tú cómo te llamas? –

– Mariano – Como su brazo me estaba sirviendo de almohada, para él fue muy fácil colocarme sobre su cuerpo y abrir mis piernas como si fuera un jinete y al mismo tiempo hacerme sentir lo dura que se le estaba poniendo la palanca que se recostaba entre mis glúteos abiertos sobre su bello púbico y al incorporarme me llegaba casi hasta la espalda.

– No puedo creer que todo esto me hubiera podido entrar anoche – Le dije mientras lo palpaba con una mano atrás y con otra sostenido de la cuerda del chinchorro. Pensé que sin pensarlo dos veces me iba a mostrar como me cabía completico, pero en lugar de eso me aproximó un poco más a su regazo para acariciarme la parte trasera de mis cabello, mi nuca y los lóbulos de las orejas. Estaba esperando que me me lo acomodara sin compasión después de ese beso que penetró en mis labios con el mismo ímpetu de la noche anterior. Pero sus labios se separaron de los míos tan solo para decirme:

– Debo salir a buscar la carga – Me dio un par de palmadas cariñosas en las nalgas y me dijo – Sino podríamos volver a disfrutar de nuestros cuerpos. Pero ya habrá tiempo para seguir gozando –

Nos intercambiamos los números telefónicos para separarnos, pero la posición en que me había acomodado era muy confortable, todavía estaba sobre su cuerpo dentro del chinchorro, así me atrajo de nuevo a su regazo por unos instantes hasta que ya estaba dispuesto para acomodarme los pantalones cuando me retuvo nuevamente. Sentí de nuevo sus manos acariciando mis nalgas. Me levantó como a una pluma y comenzó a besar mis pezones. Una nueva sensación inesperada me atrapaba de nuevo, sus dedos me acariciaron la hendidura de las nalgas. Es un hombre tan fuerte que de buenas a primeras da miedo. Pero cuando te toma para gozarte, se hace irresistible porque se transforma en el ser más delicado que puedan imaginar, sobre todo para entrar donde aparentemente no cabe.

Tal es su fortaleza que no sé ni cuando ni como me había volteado cuando ya me estaba penetrando con su lengua en el mismo lugar que había roto con tanta delicadeza, que el dolor se quedó pálido ante el placer que me hizo sentir, antes, durante y después de haberme seducido como lo hizo. La penetración matutina fue sanadora. Aquello no tiene nombre, fue más intenso que duradero el placer sumado a un alivio de compasión. Estaba colocando un sello indeleble en mi mundo de sensaciones. Aquel extraño se había apoderado de mi voluntad. Me hizo sentir como si hubiera sido suya desde siempre haciendo brotar a un botón y lo había convertido en flor. Es que durante mucho tiempo anhelaba algo semejante a lo que me estaba sucediendo con el agravante que nunca me imaginé que sería tan maravilloso.

La forma como me colocó trajo innovaciones y sensaciones que no había podido experimentar jamás. Después de habernos pasado la noche abrazados, sus olores se confundían con los míos. El estaba impregnado de mi colonia y yo a un toque de gasoil con sudor rancio. La posición en que me colocó fue sorpresivamente agradable. Aunque al principio fue un poco incómoda la presión que ejercía con sus piernas en cada uno de mis oídos con sus muslos tan musculosos que durante unos instantes apretaba, pronto aflojó y me permitió darme cuenta que aquella cosa tibia que surgía ante mi vista, era el gigante dormido que la noche anterior me había explorado hasta los confines, se había contraído un poco y comenzaba a dilatarse de nuevo. No perdía el tiempo besándome el entre piernas, acercándose con sus besos cada vez más al punto G. Así dormido parecía indefenso, pero ya me lo había calzado en su esplendor. Eso lo hacía más provocativo que la noche anterior, sabía lo que podía sucederme y lo deseaba de nuevo con mayor intensidad. Me estaba excitando demasiado como para no agasajarlo. Comencé succionando un poco como si fuera de caramelo. Estaba invertida la dirección de las caricias, sus labios se acercaban con su lengua el lugar por donde había entrado la noche anterior, aquello que comenzaba a florecer dentro de mi boca, se me hacía tan apetitoso como lo que sentía por detrás, eran como golpes eléctricos simultáneos. Apenas comenzó a encontrar mi pepita, se me vino adentro un deseo que me hizo desesperarme mucho más porque sentía los latidos de su corazón impulsando presión hidráulica que incrementaba su volumen dentro de mi boca, palpitante seguía hinchándose hasta el punto que ya no me cabía, no podía evitar tocarlo con mis muelas cuando estaba a punto de ahogarme.

Con una lengua dentro de las nalgas buscando entrada y un chaparro dentro de la boca y poder chuparlo a mi antojo es lo más delicioso que nunca pude sentir en mi vida. No podía creer que me había entrado con aquella delicadeza, poquito a poco aquel inmenso falo que estaba a punto de derramarse en mi boca. Fue tanto el placer, fue tanta la emoción, que de una vez me fui en un chorro desesperado. Me había dado a probar de su inmenso tolete por dos lados diferentes y para colmos me siguió metiendo la lengua donde tanto me había dolido y tanto más me había gustado. Ahora me aliviaba con un nuevo tipo de placer. Estuve tan deseoso de que me lo volviera a meter y que no me lo sacara nunca, pero las cosas maravillosas duran poco.

Los primeros rayos de luz me permitieron apreciar la belleza de aquel majestuoso miembro que me seguía chupando como si fuera un helado. Todos los sabores estaban mezclados, lo más excitante fue haberlo sentido endurecer dentro de mi boca, mientras su lengua me compensaba todos los dolores de la del desfloramiento que aún latía como una herida fresca. Pero su lengua actuaba como un bálsamo que al mismo tiempo se apoderaba de mí de una nueva manera. Hasta que llegó el momento que no pude contener. Como la lluvia enredada en la basta pelambre de su pecho mi leche saltaba, y al mismo tiempo otro torrente me llenaba la boca y se me chorreaba por los labios. Los cabellos, los ojos, las cejas y hasta por el cuello me bajaba como la lava de un volcán enfurecido. Mientras nuestros cuerpos extenuados trataban de recuperar el aliento, mientras comenzábamos a despertar a la realidad del amanecer. Este sueño de noche lluviosa, de entrega a la muerte, al dolor y el placer estaba llegando a su final. Y yo áun estaba postrado en su regazo a punto de quedarme dormido de nuevo.

– Cuando llegue a la ciudad te voy a llamar para que salgamos a tomar unas cervezas – Me dijo después de despertarme con unas suaves palmadas en las nalgas. – Las despedidas no son buenas pero tenemos responsabilidades que cumplir – Me acomodé la ropa como mejor pude. Después de asearme un poco en un lavamanos improvisado en la maleta del carro, y de cambiarme los pantalones y medio peinarme, salí a poner el tanque lleno para partir directo a un hotel y terminar de acomodarme y recuperarme un poco de aquella inolvidable experiencia. Nos despedimos con un abrazo, no nos daba tiempo para compartir el desayuno. Antes de salir pasó a mi lado, hizo sonar la corneta, y con un cambio de luces me dijo hasta luego, nada más y nada menos que El Ángel de la Carretera.

Al verlo partir no podía creer toda la experiencia que habíamos vivido. Me pudo haber enfermado, quizás contagiarme una enfermedad venérea u otra mortal. Pero la distancia entre la muerte y el placer es tan sutil como el día y la noche, o a lo lejos, la del mar y el cielo que en la distancia parece que se unen. Miles de imágenes y sensaciones se repetían en mi mente. Marchaba a mucha velocidad sin darme cuenta. Me excitaba de nuevo pensando en todas las cosas que ese pillo me había enseñado, mientras como él dijo, me hacía su mujer.

En menos de una hora ya había llegado a registrarme en el hotel y media hora después estaba todavía tomando un baño presidencial, me sentí como otra persona. Ya que lo era. Después de haberme dejado coger de semejante manera, las aguas no podían volver al mismo lugar tan fácilmente. Durante el desayuno estuve pensando en el momento cuando ese gigante me tomó por el cuello con un solo brazo y me hizo sentir el filo de su puñal en el costado, la forma como atravesó la tela de mi chaleco para dejarme inmóvil ante la proximidad de la muerte. En eso sonó el teléfono, era mi esposa Sarita.

– Aló mi amor. ¿Qué te pasó anoche que ni siquiera llamaste? Tuve que llamar a Dolores para que me acompañara porque era tarde y no contestabas el teléfono. Me trajo el desayuno a la cama. La pasamos muy bien. ¿Y tú? –

– Si te cuento lloras –

– Cuéntame, ¿no te habrá pasado algo malo?. Por tu voz parece que no hubieras dormido –

– Estoy muy bien ahora, pero estuve a punto de morir asesinado –

– ¿Te asaltaron?

– No, no.. –

– ¿O chocaste ? –

– Nada de eso –

– ¿Entonces? –

– Me dieron mi merecido por andar de imprudente –

– ¿Te cayeron a palos? –

– En cierta forma –

– Coño, te violaron –

Me dio un cólico en las curvas que están antes de bajar a La Encrucijada. No pude utilizar el baño de la estación de servicio porque estaba en unas condiciones de aseo deplorables. Salí para el monte y cuando me bajé los pantalones detrás de un camión que estaba al fondo del patio. Un gigante de casi dos metros con un brazo más grueso que mis piernas me estranguló hasta casi dejarme sin sentido.

– ¿Y así no más te violó? –

– No chica. No te imaginas la impotencia que sentí cuando su puñal me rompía el chaleco para que sintiera el contacto con el metal. Me dijo que si oponía resistencia me mataba –

– Entonces no te violaron, te cogieron. O mejor dicho, te dejaste coger –

– Bueno… imagínate que con un brazo te eleven del piso y con el otro hable con un radio portátil con los demás camioneros para que cubran tu asesinato –

– Tu lo que estabas buscando, querías resolver una fantasía erótica con un hombre rudo y vaya que lo encontraste. Cuéntame, ¿te dolió mucho?. Porque si era un hombre inmenso y grueso, así deberán ser todas sus partes –

– Con los pantalones abajo me arrastró hasta su chinchorro. Me desmallé por un instante por la falta de oxígeno. Allí terminó de someterme. Yo con los pantalones y los interiores en los tobillos, dentro del chinchorro de un hombre tres veces más fuerte que yo. Él estaba con un pantalón corto de pijama y sin camisa. Sentí de nuevo su puñal entre las piernas, mientras me aflojaba el brazo. Me advirtió que no tenía salida, pero también que si cooperaba me iba a gustar de verdad verdad –

– ¿Y te gustó? –

– Te confieso que tenía miedo a que ese loco me matara. De hecho pudo hacerlo sin menor dificultad. Creo que tuve suerte de que le hayan provocado mis nalgas desnudas a la luz de la luna, en una noche de lluvia fría. Un culito virgen que supo como hacerlo feliz –

– Y a tí que desde hace rato te estaba picando, saliste a media noche a ponerlo en bandeja de plata –

– Te equivocas. Si yo hubiera sabido lo delicioso que es sentir que te penetren en la forma tan delicada como El Ángel me lo hizo, entendieras lo feliz que me siento ahora. Pero ese gran carajo me supo seducir. Creo que fue cuando comencé a respirar de nuevo normalmente, metido en su chinchorro, sintiendo el calor de su cuerpo. El contraste tan grande entre unas manos tan fuertes que fácilmente estaban a punto de darte muerte, y de pronto esas manos rudas, que no te dejan escaparte, pero que mucho menos te dejan escapar cuando comienzan a acariciarte –

– ¿Entonces te hizo su mujer? –

– Así me lo dijo teniéndome atrapado entre sus brazos. Mientras me hablaba me besaba los lóbulos de las orejas, y fue allí donde le empecé a agarrar el gusto a su seducción. Me estaba dejando seducir, realmente fascinado con sus habilidades, primero me calentó un poquito, pero se hizo más amable cuando sintió que me estaba gustando, cuando se dio cuenta de que me estaba subiendo la temperatura. Me fue calentando tanto, y me lo fue colocando con tanta delicadeza, que casi le pedía a gritos que me lo metiera –

– ¿Tardó mucho en metértelo? –

– Realmente me pareció una eternidad. Primero sentí mucho miedo al pensar que aquel tolete tan caliente, tan grueso y tan largo que me había guardado entre las piernas pudiera caberme por un orificio tan pequeño por donde ni siquiera en dirección de salida, había dejado pasar a la mitad de aquella lanza punzo penetrante que se gasta. Pero nada más con la cosquilla de su pecho belloso sobre mi espalda cuando me quitó la camisa y sus manos que se paseaban acariciando mi barriga y mi pecho, me hizo sentir tanto placer… hasta el punto de entregarme completamente a sus caprichos –

– ¿Se dio cuenta de que le estabas cogiendo el gusto a sus caricias? –

– Por supuesto que se dio cuenta que me gustaba la forma como acariciaba, la forma como me seducía, la forma como entraba en mis poros, y por todas las entradas que hallaba en su camino –

– Dame detalles, no me dejes así tan emocionada –

– Imagina que te tiene abrazada desde atrás. Con aquel inmenso falo entre las piernas, que te soba las nalgas, los muslos. Bueno, me agarró hasta por las bolas, me abrió las piernas con las bolas entre su mano, y su dedo me daba la vuelta por debajo como buscando la entrada. Terminó haciéndome una paja y me sacó la leche sin menor esfuerzo. Estaba demasiado caliente. Con mi semen es sus dedos los utilizó para lubricar mi orificio que estaba palpitando de deseo. Pienso que al introducir su primer dedo, se dio cuenta de que mi culito era virgen y eso parece que le gustó mucho más –

– ¿Porqué piensas eso? –

– Comenzó a tratarme con mayor delicadeza, se puso más tierno y cariñoso. Además inventó una ociosidad que me hizo entregarme con mayor facilidad –

– ¿Cómo es eso? –

– Su dedo sabía muy bien lo que había adentro y donde tenía que presionar levemente para hacerme sentir otro orgasmo. Pero muy diferente a todo lo que había conocido. Yo sentía que su dedo era más grande que mi pene, así lo sentía cuando adentro se movía traviezamente hasta desesperarme. Estaba tan caliente que yo mismo terminé agarrándolo con mis manos hasta colocarlo justo a la entrada. Allí me dolió un poquito por la presión que hizo con sus caderas. Entonces comenzó a trabajar con sus labios y su lengua por los lóbulos de mis orejas. Yo sentía como una antorcha encendida la punta incandescente buscando la entrada, mientras que me besaba el cuello, y yo solo me atreví a apretarle y abrirle las nalgas para agasajarlo, y fue así como comenzó a lubricar mucho mejor la entrada y a acomodarlo para la hora de la verdad. Luego me hizo girar un poco para tocar mis labios con los suyos. La forma como me los acarició con los suyos me trastornó, pero solo fue cuando metió su lengua entre mis labios y me dijo algo al oído que me excitó de sobre manera –

– ¿Qué te dijo? –

– Así como te entra mi lengua en tu boca – me dijo en el oído – te va a entrar apenas la puntica de esto que se asoma a tu puerta. – Dicho y hecho, en la medida que su lengua entraba en mi boca me hizo entrar con un rápido dolor hasta que se quedó con la punta adentro. – Ahora es que viene lo bueno – me dijo nuevamente al oído – Más besos en el cuello pero ya me tenía prensado mientras me decía – Ahora tu arito lo retiene, no lo deja salir. Tampoco te duele porque lo más grueso ya entró, el cuello está ahorcado con tu arito – Yo me moría de placer, y él seguía calentándome por afuera. Hubo un momento que sus caricias en mis nalgas ya me habían relajado tanto que no me importaba ni la sangre ni el dolor. Con sus dedos me las separó para abrirme más y mejor, pero con mucha delicadeza. Estaba tan divino que yo mismo me lo comencé a tragar haciendo movimientos de cadera, apretándolo y aflojando. Así se fue acercando el momento sublime, quería retenerlo para siempre dentro de mí. Después de muchos movimientos leves, fue moviendo sus caderas hasta sentirlo que avanzaba paulatinamente. Fueron momentos deliciosos, muchos orgasmos breves pero cada vez más intensos. A poco comenzó a venirse dentro de mí. Sentí el calor de ese chorro y de un solo golpe me entró hasta lo más profundo. Aquel hombre parecía morir mientras me llenaba con su semen y este me lubricaba mejor con toda aquella crema que me invadía hasta lo más profundo. Un inmenso dolor sentí cuando me estaba reventando, pero el placer era mucho más grande. Nunca me imaginé que aquello podía resultar tan divino –

– Bueno muchachón. Espero que hayas aprendido la técnica, para que cuando regreses la pongas en práctica con mi culito, que está envidioso y ansioso de gozar –

– Claro que sí mi amor – Le dije después de despedirme, pero cuando llegue a casa desvirgado será otro capítulo que vamos a disfrutar con las cosas nuevas que he aprendido.

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2 respuestas

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