Fantaseando con mi suegro
Ay, ¡no me van a creer lo que hice el domingo! Mi enamorado salió temprano a sus pichangas con los patas, y yo ahí, toda solita en la cama, mirando el consolador de 30 cm que tengo escondido bajo la almohada… ¡y ni me pregunten por qué lo compré! Pero en ese momento, con el sueño de mi suegro todavía fresco en la cabeza, ¡no pude resistirme!
Me puse a dar vueltas en la cama, sintiendo cómo la calentura me quemaba por dentro. «¿Y si…?», pensé, y antes de que mi cerebro me dijera que no, ya tenía el vibrador en la mano, grueso y pesado, como esos brazos de mi suegro cuando se pone a arreglar motos en el taller. ¡Ay, qué cosa más mala soy! Pero, ¿qué hago? ¡Si hasta el olor a grasa de motor me pone ahora!
Empecé lento, rozándome por encima de la tanga, que ya estaba mojadita de solo acordarme del sueño. «Mierda, María, ¿en qué te metiste?», me dije, pero al mismo tiempo me corría la tela a un lado y sentía cómo el consolador frío me tocaba ahí abajo. ¡Uf! La sensación fue tan fuerte que hasta gemí solita, imaginando que eran los dedos de él, grandes y ásperos, los que me abrían.
«¿Te gusta, María?», me imaginé que me preguntaba mi suegro, con esa voz ronca de fumador. Y yo, en mi fantasía, le respondía: «Sí, suegrito, deme más». ¡Qué vergüenza, pero qué ricooo! Empecé a metérmelo despacio, sintiendo cómo me llenaba, cómo me hacía arquear la espalda. «Así no te da mi hijito, ¿verdad?», me susurraba en la cabeza, y yo, ¡por Dios!, me mojaba más.
Me puse a moverlo más rápido, dándole duro, como si fuera él mismo encima mío, empujándome contra la cama. «Eres una putita, María», me decía en mi imaginación, y yo le contestaba: «Sí, soy tu putita». ¡Ay, no sé qué me pasó! Nunca había fantaseado tanto con alguien, menos con mi suegro, pero ahí estaba, gimiendo como loca, con las tetas al aire y las piernas temblando.
Cuando sentí que el orgasmo venía, me agarré fuerte de las sábanas y grité: «¡Sí, suegro, síiii!». ¡Qué fuerte! Me vine tan rico que hasta me dolió la panza, y quedé ahí, hecha un desastre, con el consolador todavía adentro, sintiendo cómo los latidos me recorrían todo el cuerpo.
Pero lo mejor (o peor) vino después… porque cuando mi enamorado llegó, todo sudado del partido, yo todavía estaba prendida como moto en primera. ¡Y ni bien entró, lo monté como una desesperada! «Qué pasó, amor, me extrañaste?», me dijo riendo, y yo solo le sonreí, porque en mi cabeza estaba imaginando que era su papá el que me empalaba contra la pared.
¡Ay, qué vida! Ahora cada vez que veo a mi suegro en las reuniones familiares, me sudan las manos y se me seca la boca. Y lo peor es que él ni sospecha que su nuera se corre pensando en él los domingos por la tarde.
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