agosto 21, 2025

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El retiro de la tentación

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El microbus me dejó en aquel camino polvoriento a las cinco de la tarde, con el sol still fuerte a pesar del otoño. El cartel decía «Retiro Espiritual Ebenezer – Renovación en Cristo», pero yo solo veía las piernas musculosas de los hombres descargando las carpas del camión. Llevaba mi mochila con la Biblia bien visible arriba, y debajo, esa tanga de encaje negro que siempre me pone en mood de pecado.

Me asignaron la carpa número siete, compartida con tres mujeres de mi iglesia que ya roncaban a las nueve de la noche. Pero yo no podía dormir, no con esos cantos de alabanza que venían de la carpa de los jóvenes, donde una docena de muchachos celebraba una vigilia. Me puse el vestido más corto que me traje -blanco, para parecer inocente- y salí como quien va al baño.

La luna llena iluminaba el campo como un spotlight divino. Y ahí estaba él: Ezekiel, el hijo del pastor, repartiendo jugo en la carpa de los músicos. Veintidós años, brazos tatuados con versículos y unos ojos que me desnudaron desde el primer sermón.

«Hermanita Valentina», dijo con esa voz que sonaba a caramelos y pecado, «¿no puede dormir?».

Me invito a tomar algo caliente en su carpa personal, una más grande donde guardaban los instrumentos. El olor a incienso y sudor masculino era intoxicante. Mientras él buscaba el termo, yo me senté deliberadamente en el piso de lona, dejando que el vestido se abriera hasta mostrar mis muslos.

«Estoy teniendo visions», mentí, poniendo los ojos en blanco como las hermanas durante los exorcismos, «siento que Dios me llama a algo más intenso».

Ezekiel se arrodilló frente a mí, su aliento caliente en mi rostro. «A veces el Espíritu Santo se manifiesta through el cuerpo, hermana».

Fue él quien tocó primero, sus dedos callosos rozaron mi tobillo como por accidente. Yo gemí como en los coros, pero esta vez de puro deseo. «¿Crees que esto es un test?», pregunté, guiando su mano hacia mi muslo.

La carpa era un santuario de contradicciones: guitarras acústicas apoyadas contra sacos de dormir, Biblias abiertas en el Cantar de los Cantares junto a botes de cerveza escondidos. Ezekiel me empujó contra un amplificador, su boca encontrando la mía con hambre de lobo. Sabía a comunión y a menthol cigarettes.

«Te he watched desde que llegaste», confesó mientras desabrochaba mi vestido con dientes temblorosos, «esas piernas durante los cánticos… es usted una tentadora enviada por el demonio?».

«Probame y sabrás», reté, arrancándole la camisa para descubrir un torso que no esperaba de un pastorcito. Músculos definidos, el vello rubio peinado con sudor, y esa cruz tatuada justo sobre el corazón que lamí lentamente.

Su entrepierna ya presionaba against mi thigh, dura como la roca de Moisés. «Voy a hell por esto», murmuró, pero sus manos ya recorrían mis tetas libres del sostén.

Lo tumbé sobre los sacos de dormir apilados, subiéndome a su cintura con el vestido blanco arremangado hasta la cintura. «Esto es un milagro, Ezekiel», jadeé, frotando mi clítoris against su erection through el pants, «¿no sientes el Espíritu Santo?».

Él solo gemía, hipnotizado por el espectáculo de mis pezones endurecidos bajo la tela blanca. Cuando por fin liberó su verga, me quedé sin aliento: gruesa, palpitante, con una vena que serpenteaba como el río Jordán. La guié hacia mi entrada, ya empapada, y nos hundimos en el grito ahogado que se confundió con los cantos lejanos.

«Fuck, hermana… está tan tight», gruñó, levantando mis caderas para penetrarme más profundo. Cada embestida hacía crujir la lona de la carpa, un ritmo sacrílego bajo las estrellas.

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Yo, la muy puta, empecé a recitar salmos entre gemidos. «El Señor es mi pastor… ah, sí, ahí… nada me faltará». Ezekiel me miraba con ojos desorbitados, entre el éxtasis y el terror, acelerando sus thrusts como si quisiera exorcizar sus demonios through mi cuerpo.

Cambiamos de posición cuando escuchamos pasos afuera. Me puse a cuatro patas, mordiendo mi propio brazo para silenciar los gemidos mientras él me tomaba de las caderas desde atrás. «Reza, hermana», ordenó con voz ronca, «reza por nosotros».

Y recé. Recé el Padre Nuestro mientras su verga me abría el camino hacia el pecado, cada «amen» coincidiendo con una embestida más brutal. Sus manos agarraban mis nalgas con furia, dejando marcas que durarían días.

Cuando sentí que se acercaba, me volteé y me tragué su orgasmo como la hostia consagrada, bebiendo cada gota de su pecado con devoción. Él colapsó sobre mí, temblando, murmurando disculpas a un Dios que seguramente estaba too busy viendo el espectáculo.

Nos vestimos en silencio, avoiding each other’s eyes. Al salir de la carpa, la madrugada nos recibió con el canto de los grillos. Ezekiel me tomó la mano con sudden ternura. «¿Esto fue un error, hermana?».

Sonreí, limpiándome las comisuras de los labios. «No, cariño. Esto fue un bautizo».

Al regresar a mi carpa, las otras mujeres seguían roncando. Me metí en el saco de dormir, still mojada between las piernas, escuchando cómo Ezekiel se unía a los cantos matutinos con una voz newly rota.

En el desayuno, nuestro contacto visual fue breve pero eléctrico. Mientras pasaba el plato de pan, sus dedos rozaron los míos y supe que antes del sermón de las nueve, me encontraría en los baños portátiles para nuestra segunda comunión.

El retiro espiritual duró tres días. Tres días de sexo entre himnos, mamadas entre oraciones, y orgasmos que confundíamos con éxtasis divino. La última noche, Ezekiel lloró sobre mi pecho desnudo, diciendo que se enlistaría en misiones en África para redimirse. Yo solo acaricié su cabello, sabiendo que mi redención vendría la próxima semana, cuando el microbus me dejara en otra parada para otra cacería.

Porque hasta en el reino de los cielos, una gotta sabe encontrar su way to el infierno.

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