noviembre 10, 2025

173 Vistas

noviembre 10, 2025

173 Vistas

Ari: Prisionero de Mi Piel VI

0
(0)

El silencio de la habitación pesaba más que el cansancio en mis músculos. La cama aún conservaba el calor de su cuerpo, el aroma de su piel mezclado con el sudor y el sexo de hace un momento. Yo, tirada de lado, con las sábanas apenas cubriéndome, me descubrí buscando su silueta, como si todavía estuviera allí.
Pero no estaba. Jordan se había ido, y con él, ese dominio que me consumía y me hacía sentir viva.
Cerré los ojos y apreté las piernas, recordando la forma en que me había tomado, la fuerza en sus manos, la crudeza en su voz ordenándome obedecer. Era como si mi piel aún llevara su marca. Mis labios se mordieron solos, y un escalofrío me recorrió el cuerpo.

—¿Por qué lo necesito tanto…? —susurré al aire, apenas consciente de lo que decía.
Me moví inquieta entre las sábanas, la respiración acelerándose con solo imaginarlo de nuevo frente a mí, desnudo, mirándome con esa seguridad que me aplastaba y me levantaba a la vez. Cada recuerdo era un fuego encendido en mis entrañas, un recordatorio de que lo quería de vuelta, que lo deseaba reclamándome otra vez, llevándome más allá de mis propios límites.
La ausencia era insoportable, pero también era un veneno dulce. Me hacía comprender que no había marcha atrás: yo ya le pertenecía. No importaba cuándo regresara, ni cómo… sabía que cuando volviera, iba a abrirme a él sin resistencia, cansada o no, rota o no. Porque ese era mi lugar: bajo su mirada, bajo su control, bajo su poder.
Me aferré a la almohada como si fueran sus brazos. Y entre suspiros entrecortados, con el cuerpo ardiendo de deseo y la mente rendida, solo pude pensar en una cosa:
que vuelva… que me reclame otra vez.

La casa estaba en silencio, pero dentro de mí había un ruido insoportable. Me quedé acostada mucho tiempo, con la mirada fija en el techo, temblando todavía por lo que había pasado. No podía borrar su voz, su calor, la forma en que me había arrancado algo que ni siquiera yo entendía del todo, Había pasado el día entero con su sombra clavada en mi piel, recordando su dominio, su cuerpo, sus órdenes.
Me llevé las manos al rostro y solté un sollozo.

—¿Qué hice…? —susurré entre lágrimas.
Sentía que había perdido algo más que mi virginidad. Era como si se hubiera llevado también mi hombría, la poca seguridad que tenía en mí mismo. Ahora todo me ardía: la piel, la mente, el pecho. No podía escapar de su sombra, aunque ya no estuviera en la habitación.
Cerraba los ojos y lo veía encima de mí, dominándome, obligándome a aceptar lo que nunca quise aceptar. Y aunque parte de mí había temblado de deseo, ahora solo quedaba el vacío, la vergüenza y esa sensación amarga de estar manchado por dentro.

Me sentía humillado.
No por él… sino por mí. Porque no lo detuve. Porque lo dejé entrar. Porque en algún rincón oscuro de mi ser lo había deseado.
—Soy un cobarde… —me repetía, mordiendo los labios hasta hacerme daño.
El espejo en la esquina del cuarto me devolvió una imagen que no reconocía. Ya no era yo. Era alguien distinto, alguien marcado. Me acerqué lentamente, mirándome con los ojos hinchados de tanto llorar. Toqué mi propio reflejo con la yema de los dedos.
—Ya no soy el mismo… —murmuré.
Cada rincón de la habitación estaba impregnado de él: las sábanas revueltas, el aire cargado de su olor, el silencio pesado que había dejado. Mi conciencia me torturaba, gritándome que había fallado, que había perdido la última defensa.

Me repetía a mi mismo que lo odiaba. Lo odiaba por lo que me había hecho. Pero también me odiaba a mí mismo porque, en el fondo, temía volver a necesitarlo.
Me arrodillé junto a la cama, las manos en el cabello, sintiendo la desesperación arrancarme el alma.
—Dios… ¿qué me está pasando? —susurré, con la voz quebrada.
Las horas pasaron lentas, pero el peso no se iba. Cada latido me recordaba su presencia, cada respiro era una condena. Sabía que tarde o temprano volvería. Y sabía también que, aunque me llenara de culpa, no tendría fuerzas para rechazarlo.

No sabía en qué momento me quedé dormida. Solo recuerdo haber llorado hasta que mis párpados se cerraron por puro cansancio. Cuando desperté, ya era de noche me había quedado profundamente dormida, mama ya había regresado, y me despertó para cenar, gritándome desde la puerta yo estaba completamente desnuda, y grite:
– Ahí bajo mama…
Quise bajar enseguida pero mi cuerpo estaba todo pegajoso por el sudor y empezó a escurrirme de mi anito el semen de Jordan, corriendo a la ducha, me toque y mi anito lo sentía muy sensible y muy abierto que me asuste, susurrando el nombre de Jordan.
Me bañe y me puse un pantalón bien ancho con una chompa, sentía frio, baje y mama estaba sirviendo la cena.
Ella me dijo: – que paso hijo, mucho trabajo.

Yo aun ida y pensando en lo sucedido solo respondí con un si.
Cenamos… mi madre me contaba cosas de su trabajo pero yo estaba en otro mundo, mi mente estaba en Jordan… después de cenar me despedí de mama y me fui a mi habitación con la excusa que no me sentía algo bien.
En mi habitación no dejaba de pensar en Jordan y en lo que había pasado tenía una cara de boba hasta que me volví a dormir.
Al día siguiente al despertar mama ya no estaba, entonces, tocaron a la puerta:
Quién es? —pregunté, la voz temblando un poco.

—Soy yo… —respondió, con esa calma segura que hacía que todo mi cuerpo se erizara.
Al oír su voz, no pude esperar más. Corrí hacia la puerta y la abrí de golpe. Allí estaba Jordan, con esa seguridad de siempre que me desarmaba en segundos, y antes de que pudiera decir palabra, me plantó un beso fuerte, tomándome de la cintura con firmeza. Mi cuerpo tembló al instante; su cercanía me desarmaba. No me dio tiempo a reaccionar, y yo me rendí a ese primer contacto, sintiendo cómo el mundo se reducía a él y a mí.
Una vez dentro y cerrando la puerta tras de sí. Me deposito en la sala y su mirada me recorrió de arriba abajo, intensa, dominante, mientras yo me quedaba paralizada, consciente de mi vulnerabilidad y de la sumisión que ya me atrapaba.

—Sabía que me estabas esperando —dijo sin rodeos.
Yo estaba con un short flojo y una camiseta ligera, nada preparado… mis mejillas estaban ardiendo por el beso.
No me dio tiempo a responder. Caminó hacia mí, me tomó del cuello con una firmeza que me obligó a mirarlo a los ojos. Esa mirada me atravesó, me quebró. Y antes de que pudiera procesar nada, sus labios nuevamente estaban sobre los míos, rudos, demandantes.
Me empujó contra la pared y sus manos ya estaban deslizándose bajo mi camiseta. Su voz fue un gruñido bajo:
—Tu madre no va regresar hasta la noche… ¿verdad?
Negué con la cabeza, jadeando.

—Entonces eres mía sin interrupciones.
En un solo movimiento me levantó, haciéndome rodear su cintura con las piernas. La tela de mi short subió, y la fricción con su erección me arrancó un gemido ahogado. Jordan sonrió satisfecho.
—Eso… así te quiero, temblando.
Me llevó cargada hasta mi habitación. No hubo suavidad; me lanzó sobre la cama y me quitó la camiseta de un tirón, dejándome mis pequeños senitos expuestos. Se desnudó sin prisa, dejando a la vista esa dureza que ya me asustaba y excitaba al mismo tiempo. Yo lo miraba con los labios entreabiertos, sintiéndome presa de su presencia.
Pero me incorporé de golpe.

—No… —susurré—. No puede ser…
Jordan Caminó con calma, como si mi cuarto fuera suyo.
—Princesa… —dijo, cerrando la puerta tras de sí—. Te dije que volvería.
—No deberías estar aquí… ya me hiciste suficiente daño.
Él arqueó una ceja, acercándose paso a paso.
—¿Daño? —rió suavemente—. No mientas, Ari. Si hubiera sido daño, no me hubieras abierto la puerta y dejado entrar, me habrías echado… pero aquí me tienes otra vez.
—Yo… no… —mi voz se quebró.

Jordan me tomó del mentón, obligándome a mirarlo.
—Tu silencio me lo dice todo. Tú ya me entregaste lo que nadie más tenía. Y ahora… cada vez que tiembles, vas a recordarlo.
—Yo me odio… —confesé con lágrimas en los ojos—. Me odio por no poder decirte que no.
Él acercó su boca a mi oído, su aliento recorriéndome la piel.
—Entonces odiarme a mí también… pero déjame seguir marcándote.
Sentí que mis rodillas flaqueaban. Jordan me empujó suavemente hacia la cama. Mi cuerpo obedeció sin resistencia. Me sentía como una marioneta, atrapada en un juego que yo misma no sabía si quería detener.
—¿Sabes por qué vuelvo, Ari? —preguntó, inclinándose sobre mí.
—¿Por qué…? —musité, apenas respirando.

—Porque tú me llamas. Aunque tu boca diga lo contrario, tu cuerpo grita mi nombre. Y yo… solo quiero complacerte.
—Eres cruel… —susurré, con el rostro ardiendo.
Él sonrió, bajando la voz hasta convertirla en un susurro íntimo, devastador.
—No soy cruel, princesa. Soy tu verdad. La que escondes, la que no confiesas ni frente al espejo.
Las lágrimas rodaban por mis mejillas, y al mismo tiempo un calor insoportable me recorría. No podía negar lo que me hacía sentir, aunque quisiera.
—Jordan… por favor… no me humilles más…
Él soltó una risa grave.

—Quítate todo haciendo alusión a mi short —ordenó, con esa voz que no admitía objeciones.
Obedecí, temblando, quedando expuesta solo con mi ropa interior. La sonrisa de Jordan se ensanchó mientras se subía a la cama, inclinándose sobre mí. Me abrió las piernas con brusquedad y sus dedos recorrieron mi piel como un dueño reclamando lo que es suyo.
—Te dije que ibas a pertenecerme siempre, Ari… —susurró en mi oído antes de arrancarme el último pedazo de tela que me cubría.
Jordan se inclinó sobre mí, atrapándome bajo su cuerpo.
—Eres mía chiquita.
Yo cerré los ojos, rindiéndome, con la voz quebrada:
—Haz lo que quieras… ya no puedo luchar más.
Su sonrisa se ensanchó, victoriosa.
—Eso quería oír.

Y entonces todo se volvió fuego. Sus palabras, sus caricias, su dominio. Yo me dejé arrastrar, entre lágrimas y gemidos ahogados, a otro abismo del que ya sabía que no iba a salir.
La penetración fue inmediata, profunda, brutal. Mi grito se ahogó contra su boca, y él no se detuvo ni un instante. Marcaba el ritmo, dominaba cada movimiento, sujetándome de las muñecas contra la cama, obligándome a rendirme bajo su fuerza.
Yo gemía, lloraba de placer, sin poder resistir. Cada embestida era un recordatorio de que estaba bajo su control absoluto. Y aunque mi cuerpo ardía y mi mente gritaba que ya no podía más, otra parte de mí lo deseaba, rogaba porque no parara nunca.
—Dime que eres mía —ordenó, mirándome con intensidad.
—Soy tuya… —jadeé, rota, entregada, enamorada.
Jordan sonrió, penetrándome más fuerte, como si esas palabras fueran el tributo que necesitaba para reclamarme por completo.
Esa mañana Jordan me hizo el amor como 6 veces era un semental un verdadero macho, yo me sentía su mujer entre sus brazos. Jordan se terminó de ir casi a la 1 de la tarde ya que tenía un campeonato en la tarde es lo que me dijo, y me dejo tirada en la cama hecha añicos, entendí que había cruzado un límite, lo que sentía por Jordán podía destruirme o hacerme sentir más viva que nunca. Y no podía dejar de pensar que lo deseaba, aunque quisiera negarlo.

Ari: Prisionero de Mi Piel VII

https://relatos-eroticos-club-x.com/153675_ari-prisionero-de-mi-piel-vii

¿Que te ha parecido este relato?

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación 0 / 5. Recuento de votos: 0

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este relato.

Deja un comentario

También te puede interesar

Deseo Tardío

anonimo

22/07/2014

Deseo Tardío

La chica del 9A

anonimo

21/03/2018

La chica del 9A

Mi Ojete Para Mi Novio Kalin

anonimo

20/03/2015

Mi Ojete Para Mi Novio Kalin
Scroll al inicio