
Por
Anónimo
Terapia con mi tía 4
—Tenemos que hablar. — dijo Sofía, frente al espejo. Un espejo pulcro e impoluto que le devolvía una imagen cruda.
—Vale, hablemos — dije, y aunque intenté sonar lo más relajado posible, la verdad es que me sentía profundamente tenso.
No sabía sobre qué giraría la conversación y no estaba preparado, pero bueno, al menos sabía que mi tía estaba en igualdad de circunstancias conmigo.
Nos dirigimos al salón, ella delante, yo detrás, siguiendo el movimiento de su culo. Dios, que buen culo tenía mi tía.
El salón estaba en penumbras, iluminado solo por la luz tenue que se filtraba por las cortinas. Sofía se sentó en el sillón, con las piernas cruzadas, y yo me acomodé en el otro extremo del sofá, intentando aparentar una tranquilidad que no sentía.
Esta vez, sí había una distancia importante entre ambos, aunque tampoco importaba mucho.
—A ver, vamos por lo obvio — comenzó, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que era mi tía con quien hablaba y no con una psicóloga impostora —: esto es una locura, una estupidez y está mal… está terrible.
Asentí, sin decir nada, simplemente observándola. Sus ojos, que habitualmente irradiaban seguridad, ahora reflejaban una mezcla de incertidumbre y preocupación, pero a decir verdad, no pude percibir culpa en ellos.
—Nada de esto debería haber pasado, jamás, nunca, bajo ninguna circunstancia …
Y bueno.. a veces sólo es un salto de fe. Me abalancé a besarla, lo cual no es metafórico sino real, pues literalmente salté desde mi esquina del sofá hasta su esquina con brusquedad. Tanta, que no atinó a detenerme aunque puso sus manos suavemente en mis hombros, probablemente víctima de la sorpresa.
El beso fue intenso, apasionado, y por un momento, el mundo a nuestro alrededor desapareció. Sus labios, suaves pero firmes, se dejaron llevar por los míos con una pasión que no pude disimular.
No voy a mentir: me encantaba besarla, era una fantasía que ni siquiera me había permitido sentir porque sabía imposible.
Sofía rompió el beso con una brusquedad que me dejó sin aliento y me ordenó con voz firme que la escuchara. Obedecí, aunque mi corazón latía con tanta fuerza que podía escuchar sus golpes en mis oídos.
—Esto es el problema — dijo con severidad, mirándome a los ojos, pero luego remató —. Si seguimos así, todo se irá a la mierda.
Y vaya, que esa elección de palabras me sorprendió.
—¿De qué hablas, Sofía? — pregunté casi atónito.
—De esto, simplemente es muy explosivo, muy impredecible y eso…
—Y eso podemos trabajarlo — la corté de golpe, acercándome a ella de nuevo. Le pegué la cara a centímetros de la suya.
—¿De que hablas, Adrián? — contestó ella, copiando mi pregunta.
—De que quizá lo que necesitamos son simplemente… acuerdos, ¿no?
Sofía me miró profundamente sorprendida. Sin embargo, justo en ese preciso momento, alguien llamó a la puerta de su consultorio.
—MIERDA — exclamó, la miré mientras se levantaba a toda prisa para arreglarse la ropa.
—¿Qué pasa?
—Que tengo otro paciente justo ahora.
—Vale, —sin querer me había dejado una buena salida — me voy.
En lugar de responder, simplemente asintió mientras se dirigía a la puerta que conectaba su departamento con su consultorio.
—Nos vemos la siguiente semana, en consulta — solté mientras abría la puerta del departamento para salir y vi como su rostro se tensaba en una mueca de sorpresa indefinida.
Al salir vi que frente a la puerta del consultorio había una madre con su hijo, un chico de unos 13-14 años.
—¿Está la doctora? — me preguntó la mujer.
—Sí, enseguida sale — contesté al vuelo.
—Es muy raro que se tarde, siempre nos abre la puerta 5 minutos antes de la hora de la consulta… — completó, como si quisiera explicar su preocupación.
—Es mi culpa, soy su sobrino y la estaba molestando con algunos problemas — dije con una sonrisa en el rostro, lo que pareció tranquilizarles. Y me fui.
Pasé la siguiente semana como niño que espera su cumpleaños: deseando que llegara el viernes. Cada mañana me despertaba con la sensación de que el tiempo se arrastraba, como si los días fueran kilómetros interminables en un camino sin fin. Mi madre, notando mi inquietud, me preguntó si todo bien con mi tía.
—Sí, todo bien —le respondí con una sonrisa forzada—, al final voy a regresar con ella los viernes. Me había dicho que quería pausar pero más que nada por orgullo, ya ves cómo es.
Ella asintió, creo que más por darme pie que por verdadero interés.
El miércoles fue especialmente interminable, pero el jueves apenas pude dormir.
Y finalmente llegó el viernes.
Llegué al consultorio de mi tía con una mezcla de ansiedad y emoción contenida. La semana había sido eterna.
Al caminar por el pasillo para su apartamento/consultorio, me topé con la misma familia de la vez pasada.
—¡Hey! — saludé yo, rápidamente pues no estaba precisamente dispuesto a perder mi tiempo en boludeces.
—Hola — dijo la madre esbozando una sonrisa radiante —, al parecer tu tía quiere darte prioridad …
Entonces me detuve brevemente para escuchar lo que esta extraña tuviera que decir, pues tal vez era interesante, después de todo.
—¿Qué pasa, por qué dices eso? — sí, yo no era del tipo que habla de usted a nadie…
—Bueno, tu tía movió nuestra consulta más temprano y mencionó que necesitaba la tarde libre para ocuparla contigo — respondió amablemente, sin saber del sucio trasfondo que sus palabras tenían.
—Es que mi tía es la mejor — dije, sin poder contener mi sonrisa. “Y veremos que tanto puede soltarse” pensé para mis adentros.
Seguí mi camino sin despedirme.
Al abrir la puerta, me encontré con el olor familiar a madera y jabón de glycerina que siempre impregnaba el aire de aquel lugar. Mi tía me recibió con una sonrisa cálida, aunque noté que había algo en su mirada que delataba una tensión sutil.
Sofía, siempre impecable y elegante. Vestía una blusa de seda en un tono oscuro que se ajustaba a sus curvas de manera sugerente, con un cuello en V. La tela brillaba suavemente bajo la luz, resaltando cada movimiento de su cuerpo. La blusa, aunque no era demasiado ajustada, ceñía su busto generoso de manera que no pasaba desapercibido. Vaya tetas que se sugerían bajo la, seguramente, cara prenda.
No podía ver su falda, salvo por el comienzo. Sofía era bastante caderona, lo cual le acomodaba bien pues tenía un culo de campeonato que coronaba la figura.
Me senté en la silla frente a su escritorio, intentando disimular mi nerviosismo. Ella continuó revisando los papeles durante unos minutos más, y yo me entretenía observando el reloj en la pared, deseando que pasara el tiempo.
Finalmente, cerró la carpeta que tenía en sus manos y se inclinó hacia adelante, mirándome fijamente.
—Adrián, quería hablar contigo sobre lo que ha estado sucediendo últimamente — comenzó, como siempre, con su tono quirúrgico.
—Muy bien, Sofía. Hablemos — Y yo sabía que tenía, como siempre, que joder un poco las cosas para que cayeran, y la única forma que encontraba era rompiendo las barreras, en este momento físicas. Por lo cual me levnaté y caminé a su lado.
Ella se mostró interesada en mi actuar, era la primera vez que no se mostraba intimidada por mis desplantes. Al llegar a su lado, volteó su silla, con lo que quedamos de frente, aunque yo de pie y ella sentada.
Todavía tuvo la audacia de reclinarse con una ambigua sonrisa en el rostro, estudiándome.
Finalmente, rompió el silencio. Su voz fue suave pero firme, con ese tono que delataba que había tomado una decisión.
—Adrián —dijo, y su nombre en sus labios sonó casi como una promesa—, todo lo que pase entre nosotros será bajo mi control. Tú harás lo que yo diga, ¿entendido?
Me miró fijamente, esperando una respuesta. Yo, por un momento, me quedé sin palabras. No era común que Sofía hablara de esa manera, con tanta autoridad y seguridad. Pero había algo en su tono que me hizo asentir sin dudar.
—Entendido —respondí. Sofía asintió, complacida. De todas las formas que esta conversación podía ir, definitivamente no esperaba algo tan fácil.
Se levantó de la silla con gracia, y por un momento, pude apreciar la belleza de su figura.
—Vamos a la sala —dijo, y su voz tenía un tono de decisión—. El consultorio es un poco… incómodo para esto.
Asentí, y juntos salimos del consultorio.
Una vez en la sala, nos acomodamos en el sillón de siempre, donde rápidamente nos comenzamos a besar. Yo aproveché para estrujar sus pechos, y ella palpó mi verga por encima del pantalón.
Torpe pero ansiosamente, nos desnudamos el uno al otro. Cada botón que se abría, cada centímetro de piel que quedaba al descubierto, me acercaba más a lo que tanto había anhelado. Finalmente, cuando los últimos jirones de ropa cayeron al suelo, pude admirar su cuerpo desnudo. Sofía, bajo la tenue luz de la sala, era aún más hermosa de lo que mi imaginación había podido construir. Su piel, suave y luminosa, invitaba a ser tocada, acariciada, explorada. Sus curvas, generosas y bien definidas, dibujaban una silueta que me dejaba sin aliento. Su busto, abundante y firme, se movía suavemente con cada respiración, llamando mi atención una y otra vez. Su cintura, delgada y bien marcada, contrastaba con la generosidad de sus caderas y su trasero, redondeado y perfecto, que parecía haber sido esculpido con precisión. Bajé la vista hasta su pubis, donde un vello rizado y oscuro protegía el centro de su placer. Todo en ella era armonioso, una obra de arte en movimiento.
ofía, por su parte, parecía igual de impresionada. Sus ojos recorrían mi cuerpo con una mezcla de curiosidad y deseo. Mi torso, aunque no era particularmente musculoso, parecía atraer su atención, y sus manos no tardaron en explorarlo, trazando líneas imaginarias sobre mi piel. Luego, su mirada se posó en mi verga, erecta y ansiosa, y por un momento, vaciló. No pude evitar sonreír al notar su timidez, aunque mi propio corazón latiera con fuerza en mi pecho.
Nos besamos de nuevo, con más pasión que antes. Nuestras lenguas se entrelazaban mientras mis manos recorrían cada rincón de su cuerpo. Quería memorizar cada centímetro de su piel, cada reacción que provocaban mis caricias.
n un momento, intenté guiar su cabeza hacia abajo, hacia mi erección, que palpitaba con ansias. Pero ella se resistió, deteniéndose un instante.
—No tengo mucha experiencia en esto —confesó.
—No importa —respondí, acariciando su mejilla con suavidad—. Estoy dispuesto a enseñarte. Y tú me enseñarás a mí, ¿no? —propuse, intentando sonar más calmado de lo que realmente me sentía.
Sofía asintió, con una sonrisa tímida.
Sofía colocó el cojín en el suelo con movimientos lentos, casi ceremoniosos, y se arrodilló frente a mí y mi verga, como un si fuera a rezar.
La luz suave de la habitación bañaba su rostro, resaltando la mezcla de timidez y determinación en sus ojos. Me senté al borde del sillón.
. Su mirada se alzó hacia la mía, y por un instante, nos comunicamos sin palabras, el aire cargado de expectación.
—Empieza con las manos —le dije suavemente, intentando calmar mi propia ansiedad. Nunca me había pasado, pero hasta los dientes me castañeaban un poco y no era precisamente por el frío.
Sofía asintió, sus dedos rozaron mi piel con suavidad. Cerré los ojos un momento, sintiendo su tacto vacilante pero cálido. Luego, con una respiración profunda, ella se inclinó, sus labios rozando la punta de mi erección.
—Bésamela — dije casi en un susurro y ella obedeció.
Mi tía posó sus rosados labios en la punta de mi verga.
Su lengua salió a probar tímidamente mi sabor, enviando una descarga eléctrica por todo mi cuerpo.
—Así, muy bien —expliqué, incapaz de ocultar el temblor en mi voz.—. Ahora usa tu lengua. Lame desde la base hasta arriba, pasando por debajo del prepucio.
Ella siguió mis instrucciones, pasando su lengua por toda la longitud de mi miembro, abriéndose paso desde la base hasta la punta.
—Me encanta cómo sabes.
—Me encanta cómo la lames —jadeé—. Ahora intenta tomar sólo la punta entre tus labios y chupa suavemente.
Ella envolvió sus labios alrededor del glande y succionó con delicadeza.
Eso sí me hizo gemir.
—Eso es perfe… Ahhhh… —Las palabras se disolvieron en gemidos cuando Sofía comenzó a intentar tragar más. Mi verga ya había entrado hasta la mitad y parecía que ese era el límite de mi tía.
Observarla esforzarse para darme placer sin restricciones era fascinante.
Intenté empujar más pero una arcada me detuvo. Se sacó la verga de la boca y dijo:
—Espera, vas a hacerme vomitar.
Sin decir palabra, la tomé del pelo y marqué el ritmo de la mamada, considerando los límites de su boca.
Ella tragaba alrededor de mí, sus mejillas hundidas mientras trabajaba duro para darme placer.
Mientras tanto yo seguía dando instrucciones detalladas sobre cómo mamar una verga como una experta.
Finalmente, tras varios minutos de intenso trabajo oral, Sofía sintió cómo mi miembro se contraía dentro de su boca. Instintivamente, intentó tragar todo mi semen, pero fue demasiado rápido y no pudo evitar que parte de él escurriera por las comisuras de sus labios. Se limpió discretamente con su blusa antes de incorporarse, aún jadeante por el esfuerzo.
Le pedí a Sofía que se recostara en el sillón, y ella obedeció con una mezcla de nerviosismo y expectativa reflejados en sus ojos.
Su respiración se volvió más pesada mientras se acomodaba sobre el cojín de terciopelo, y yo me acerqué sin dilación. Al inclinarme hacia ella, el aire se llenó de un aroma dulce y embriagador. Comencé a besarla suavemente, explorando con cuidado, y ella dejó escapar un suspiro que se transformó en un gemido. Sin embargo, en cuestión de segundos, su voz se entrelazó con su placer, guiándome con indicaciones precisas sobre cómo quería que le comiera el coño.
Mientras le comía el coño, Sofía me daba instrucciones de cosas que le gustan y yo las seguía al pie de la letra, aunque a veces intentaba probar, por ejemplo le metí un dedo en su húmeda cavidad. Ella arqueó la espalda y gimió con fuerza.
—Así, Adrián… justo ahí —jadeó, hundiendo sus dedos en mi cabello—. Ahora usa tu lengua en círculos sobre mi clítoris.
Obedecí, trazando círculos lentos y firmes con la punta de mi lengua. Sofía se retorcía bajo mis atenciones, sus muslos temblando ligeramente.
—Más rápido —ordenó con voz entrecortada—. Y presiona un poco más fuerte.
Aumenté la velocidad y la presión, sintiendo cómo su clítoris se hinchaba bajo mi lengua. Sus gemidos se volvieron más agudos y frecuentes.
—Ahora mete dos dedos —instruyó entre jadeos—. Cúrvalos hacia arriba y muévelos como si estuvieras haciendo la señal de «ven aquí».
Vaya que esta mujer era puntual a la hora de dar indicaciones.
Deslicé dos dedos en su interior, húmedo y caliente. Los curvé como me indicó y comencé a moverlos rítmicamente mientras seguía lamiendo su clítoris. Sofía arqueó la espalda aún más, elevando sus caderas contra mi boca.
—¡Sí! Justo así… no pares —gimió, su voz cargada de placer—. Ahora succiona mi clítoris suavemente mientras sigues moviendo tus dedos.
Envolví mis labios alrededor de su hinchado botón y succioné delicadamente, sin dejar de mover mis dedos en su interior. Sofía gritó de placer, sus muslos apretándose alrededor de mi cabeza.
—¡Dios mío, Adrián! —exclamó entre gemidos—. Estoy cerca… no pares…
Mantuve el ritmo y la presión, sintiendo cómo las paredes de su vagina comenzaban a contraerse alrededor de mis dedos. De repente, Sofía se tensó por completo, su cuerpo arqueándose como un arco tenso.
—¡Me corro! —gritó, su voz quebrándose en un gemido largo y gutural.
Sentí cómo se estremecía bajo mi boca, oleadas de placer recorriendo su cuerpo. Continué lamiendo y moviendo mis dedos suavemente, prolongando su orgasmo hasta que ella misma me detuvo.
—Ufff…— fue todo lo que atinó a decir mientras recuperaba el aliento.
Al parecer, la naturaleza de nuestra relación estaba afianzada.
La historia la seguiré en el siguiente capítulo, ¿les parece? Saludos
Una respuesta
-
ganas de leer la proxima parte
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