Por

Anónimo

mayo 24, 2025

638 Vistas

mayo 24, 2025

638 Vistas

Terapia con mi tía

0
(0)

Y parecía que iba a ser un año tranquilo. Pero bueno, estas cosas pasan me imagino, yo sinceramente no me imaginaba aprobar mates con un 9, pero venga que al final me había dejado la piel en la libreta y dicen que el esfuerzo paga, ¿no?

Otra cosa era lo que pasaba con Alicia, pero bueno, la chica más buena del cole no iba tampoco a estar prendada de mí nada más por que sí. Y sinceramente no tenía tanto tiempo para dividirme entre cortejarla y llevar el resto de mi vida en paz. Que también era obvio que todos sus ex-novios terminaban mal y aquí había sólo una constante. En fin.

¿Y quién soy yo? Bueno, pues mi nombre es Adrián y Salazar mi apellido, tengo 19 años y mi vida parece calcada a la de todos los demás. Amo a mis papás, pero amo más que casi no se meten en mi vida y me dejan en paz la mayor parte del tiempo.

Seguí caminando, arrastrando los pies por la acera caliente. El sol de la tarde caía sobre mí como una manta pesada, haciendo que el sudor me corriera por la espalda. Pasé junto a la tienda de la esquina, donde el viejo Ramón estaba barriendo la entrada como siempre, y giré hacia mi calle.

Al llegar a casa, metí la llave en la cerradura y entré. El aire fresco del interior me golpeó la cara. En realidad no tenía nada particular para quejarme, salvo que el verano se perfilaba eterno. No tenía ningún plan para cuando terminara la escuela y aunque extrañaría a mis amigos, apreciaba el tiempo libre.

Fue entonces cuando noté un aroma dulce y familiar flotando en el aire. Té de jazmín. Solo podía significar una cosa: mi tía Sofía estaba de visita. Efectivamente, al asomarme a la cocina, la vi sentada a la mesa. Tenía una taza humeante entre las manos y un libro grueso abierto frente a ella.

—Hola, tía — saludé a la distancia. Había tomado la decisión hace un par de años de no besar a mis familiares, a pesar de que las tradiciones y la cultura dictaba lo opuesto. Y era simple rebeldía, pues era consciente de que mi tía estaba buenísima y no estaría de más un breve contacto con ese par de tetas, pero en fin, le iba a ser fiel a mis principios y pasaría.

—¡Adrián, pero qué gusto me da verte — dijo levantándose de la silla para saludarme. A pesar de ser psicóloga no tenía tan claro lo que la distancia personal significaba. Sofía se acercó y me abrazó con fuerza, presionando su cuerpo contra el mío. Me tensé instintivamente, incómodo por la cercanía.

—¿Todo bien, cariño? Te noto algo tenso —preguntó, separándose un poco para mirarme a los ojos.

—Sí, tía, todo bien. Solo cansado por la escuela.

Pero ella no pareció convencida.

—¿Seguro? Sabes que puedes contarme cualquier cosa —insistió, poniendo una mano en mi hombro—. ¿Cómo van las clases? ¿Algún problema con los compañeros?

—De verdad, todo está bien —repetí.

—Te conozco, Adrián. ¿Problemas con alguna chica, tal vez?

Sentí que el calor me subía a las mejillas.

—No, nada de eso —murmuré, e—. De verdad, tía, estoy bien.

—Creo que voy a ir a mi cuarto a descansar un rato. — finalicé, para que me dejara en paz.

—Está bien, cariño — dijo, por fin dejándome ir.

Hice el camino a mi habitación en dos pasos.

Seguía en la edad donde me fastidiaba la presencia de toda mi familia sin importar sus buenas intenciones. Y es normal.

Pero con mi tía Sofía había un problema mayor: estaba buenísima. Un par de tetas portentoso y un trasero, no inmenso pero bien formado. Ella se encontraba en los 36, así que una MILF no era, pero ya su cuerpo comenzaba a remplazar las bendiciones de la juventud con las delicias de la madurez.

Me tumbé en la cama.

Con el paso de los años, algo en ella se había transformado. Su búsqueda incesante de la excelencia profesional había consumido gran parte de su carácter alegre. Ahora, cada interacción parecía una sesión de terapia improvisada.

Pero eso no quitaba que estaba deliciosa. Sus pechos, generosos y firmes, se marcaban tentadoramente bajo sus blusas profesionales. Su trasero, aunque no exageradamente grande, tenía una forma perfecta que hacía que mis ojos se desviaran involuntariamente cada vez que pasaba cerca.

En fin.

Me quedé un rato tumbado en la cama, dándole vueltas a todo. El calor era sofocante y sentía cómo el sudor se me pegaba a la piel. Casi sin darme cuenta, mi mano empezó a bajar por mi cuerpo. Como quien no quiere la cosa, me desabroché el pantalón y comencé a menearme la verga.

Era algo que hacía todos los días, a veces hasta dos o tres veces, para qué negarlo. Y con este calor, seguro que en verano acabaría haciéndolo aún más.

Andaba tan cachondo que ni porno necesitaba, sólo cerré los ojos y dejé que mi mente vagara libremente por mi repertorio personal de fantasías.

Terminé a los pocos minutos, pero tampoco era algo de lo que tuviera que preocuparme, pues tenía bastante control de mis eyaculaciones, sin embargo como me encontraba solo en la habitación no había razón para prolongar el acto.

Encendí el ordenador y navegué por YouTube para distraerme. Estaba viendo un gameplay cuando oí la voz de mi madre llamándome a cenar. Bajé las escaleras con lentitud y noté conversaciones susurrantes en la cocina. Era mi madre hablando con mi tía Sofía, discutiendo algo en secreto. Me quedé quieto, intentando escuchar pero sin éxito.

De repente, las voces cesaron y el sonido de sillas arrastrándose llenó el silencio. Entré en la cocina y me encontré con las miradas sorprendidas de mi madre y mi tía. Me senté a la mesa, percibiendo una tensión en el ambiente difícil de descifrar.

Cenamos en un incómodo silencio, sólo interrumpido por el tintineo de los cubiertos contra los platos. A pesar de ello, no había hostilidad entre nosotros. Papá llegaría más tarde, lo que nos permitió cenar con Sofía durante su visita poco frecuente.

Cuando apenas quedaban unas zanahorias en mi plato, mi madre se aclaró la garganta. El sonido rompió abruptamente el silencio reinante durante toda la cena.

—Adrián, cariño —comenzó, su voz sonando extrañamente formal—. Tu tía Sofía tiene algo que pedirte.

Sofía me miraba directamente, con una ternura que sabía era fingida.

Levanté una ceja, intrigado. Mi tía Sofía se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa y entrelazando los dedos. Su mirada era intensa.

—Verás, Adrián —comenzó—. Como sabes, llevo años trabajando como psicóloga, pero últimamente he estado pensando en expandir mi práctica. He decidido incursionar en la psicología adolescente.

Hizo una pausa, como si esperara que yo dijera algo. Pero me limité a asentir, sin estar seguro de adónde iba todo esto.

—El problema es —continuó— que necesito práctica. Experiencia real con adolescentes. Y ahí es donde entras tú.

Sentí que mi estómago se revolvía. Ya veía por dónde iba la cosa y no me gustaba nada.

—Quiero pedirte si estarías dispuesto a tener algunas sesiones de terapia conmigo —soltó finalmente—. Sería algo informal, por supuesto. Solo para que yo pueda practicar mis técnicas y enfoques.

Me quedé mirándola,¿Era en serio? ¿Mi propia tía quería usarme como conejillo de indias?

No, no creo que sea buena idea. — dije directo, más a la defensiva de lo que me gustaría aceptar.

—¿Por qué no, cariño? —intervino mi madre, su voz cargada de una dulzura que me pareció exagerada—. Sería una gran oportunidad para tu tía, y quién sabe, tal vez hasta te resulte beneficioso a ti también.

Sentí que la sangre me hervía.

—No necesito terapia — dije, aunque quizá sí la necesitaba, así que recapacité y retomé el enfoque—. Y en todo caso, no creo que deba ser con alguien de la familia. Me sentiría… juzgado.

Vi cómo mi tía y mi madre intercambiaban una mirada, como si hubieran anticipado esta respuesta.

—Entiendo tu preocupación, Adrián —dijo Sofía, su voz calmada y profesional—. Es natural sentirse así. Pero te aseguro que mantendría todo con la más estricta confidencialidad. Además, el hecho de que te sientas poco confiado te hace el candidato perfecto, pues me permitirá perfeccionar mi manera de establecer confianza con mis pacientes.

Suspiré profundamente, sintiendo cómo la frustración crecía en mi pecho. ¿Cómo explicarles que la idea de abrirme emocionalmente con mi tía me parecía tan incómoda como caminar descalzo sobre vidrios rotos?

—No es solo eso —insistí, buscando las palabras adecuadas—. Es que… es raro, ¿saben?

—Adrián, entiendo que te parezca extraño —respondió Sofía, inclinándose hacia mí con una mirada comprensiva—. Pero piensa en ello como un favor a la familia. A tu edad, es normal tener dudas y conflictos internos…

—¡Pero yo no tengo conflictos! —exclamé, sintiendo cómo el calor subía por mi cuello—. Estoy perfectamente bien.

Mi madre intervino entonces, su voz teñida de preocupación:

—Cariño, últimamente te hemos notado algo distante, más callado de lo normal. Si hay algo que te preocupa…

—¡Que no me pasa nada! —interrumpí, exasperado.

El silencio fue casi tangible. Mi madre y mi tía intercambiaron una mirada cómplice. Finalmente, Sofía propuso:

—Adrián, ¿qué te parece si hacemos un trato? Probamos con una sesión, solo una. Si después de esa primera vez sientes que no es para ti, lo dejamos y no insistimos más. ¿Te parece justo?

Miré a mi madre, buscando apoyo, pero ella asintió con entusiasmo:

—Me parece una idea excelente. Solo una sesión, hijo. Por favor.

El resto de la plática me parece innecesario de contar, pues es obvio que terminé accediendo…

Llegó el viernes más rápido de lo que esperaba.

Me encontraba parado frente al edificio donde tenía su consultorio, con una mezcla de fastidio y ansiedad revolviéndome el estómago.

Podría estar en cualquier otro puto lugar: en el parque con mis amigos, en el cine, o simplemente tirado en mi cama jugando videojuegos. En cambio, aquí estaba, a punto de someterme a lo que seguramente sería una hora de incómodo escrutinio psicológico.

Suspiré profundamente y entré al edificio. El ascensor subió lentamente hasta el quinto piso, cada piso marcado por un suave ‘ding’ que sonaba como una cuenta regresiva hacia mi perdición. Al llegar, caminé por el pasillo. Llamarla oficina era un poco demasiado, realmente era una extensión de su departamento que tenía conexión con el pasillo pero también estaba conectado a su casa. La puerta del consultorio de Sofía tenía su nombre grabado en una placa dorada: «Dra. Sofía Hernández – Psicóloga».

Y ahí estaba Sofía, sentada detrás de un escritorio. Su cabello estaba recogido en un moño apretado, y llevaba una blusa blanca abotonada hasta el cuello y una falda lápiz negra.

Sobra decir que su blusa se estiraba estratégicamente sobre su busto. Tanto que se podía ver el color de su brasier: blanco, supuse que sería a juego con sus bragas y no pude evitar preguntarme cómo serían ellas. Ella notó que me tardaba más de lo normal en reaccionar.

—Bienvenido, Adrián —dijo, señalando el sofá—. Por favor, ponte cómodo.

Me senté.

—Esa es la peor forma de recibirme si quieres crear un ambiente cómodo.

—¿Cómo? — respondió, claramente desconcertada.

—Sí, la formalidad choca con el ambiente que quieres crear… — expliqué, y después de ver cómo su rostro se recomponía casi inmediatamente añadí — Bueno, pensé que ya que estoy acá puedo darte feedback en tiempo real.

Sonrió.

—Gracias, lo aprecio Adrián, pero preferiría que primero tuviéramos esta sesión pretendiendo que somos un paciente y una profesional en una sesión real.

Ah, vale… —dije de manera falsamente calmada— entonces, ¿esto es una farsa no? Su rostro se constriñó suavemente. —Porque tú vas a tener pacientes reales, con problemas reales. Venga, empecemos: Me llamo Adrián y vengo porque ayer mojé la cama.

Sofía se tomó unos segundos para recalcular su estrategia.

—Adrián, entiendo que esta situación puede resultarte incómoda. Pero quiero que sepas que estoy aquí para escucharte sin juzgar. Esto puede ser una oportunidad para ambos.

Solté una calculadísima risa burlona.

—Como sea. No es como si tuviera algo importante que decir de todos modos.

Sofía decidió probar otro enfoque.

—Bueno, entonces cuéntame sobre… ¿Cómo te va en la escuela?

—Las clases son aburridas, los profesores son apenas competentes, y mis compañeros me dan igual. ¿Qué más quieres saber?

—Ya veo. Tal vez podríamos hablar de por qué te sientes tan a la defensiva.

—No sé, tía, ¿tú qué crees? ¿Será porque me han obligado a venir aquí en contra de mi voluntad? ¿O porque tengo que fingir solo para que tú puedas jugar a ser una psicóloga de verdad?

Sofía respiró profundamente. Me sentí feliz pues por un momento pensé que la había derrotado y apenas habían pasado 5 minutos.

Sin embargo, mi tía se acomodó en su silla y cambió su enfoque, una vez más.

—Así que… Adrián, cuéntame, ¿cómo fue que mojaste la cama? ¿Fue el resultado de tantas masturbaciones? — preguntó, apuntando algo en su libreta y poniendo cara de jugador de póker.

Me quedé perplejo por un instante.

—¿Qué? Yo… yo no…

—Vamos, Adrián, no hay nada de qué avergonzarse —dijo Sofía con un guiño—. Es perfectamente normal a tu edad. De hecho, me sorprendería si no te masturbaras regularmente. Aunque seguro es más que regularmente… ¿Te gustaría que hablemos sobre eso?

Me sentí abrumado por la situación, pero me di cuenta de que tenía que retomar el control.

—Suena más a que tú quieres hablar de eso — dije, sin saber muy bien por qué.

—¿Yo? Pero si yo intenté hablar contigo de otras cosas y esta es la primera a la que reaccionas…

Mierda, tenía razón. Vaya, igual no era tan boba como creía.

— Pero… ¿Por qué hablaría contigo de esto?

—Pues, mira, Adrián, es muy bueno tener alguien con quien hablar y desahogarse…Además, seguramente tienes curiosidad de muchas cosas y yo puedo ayudarte con eso…

“Perfecto”, pensé, tenía que apostar todo a una carta. ¿quién sabe? Capaz me salía bien.

— Sí, de hecho tengo una duda desde que entré: imagino por cómo se transparenta tu sostén, que tus bragas también son blancas, pero me pregunto qué tipo de bragas son…

Mi tía no veía venir eso, pues por primera vez, su expresión cambió, aunque de nuevo se recompuso casi inmediatamente. Después de meditarlo un poco Sofía propuso un trato:

—Mira Adrián, hagamos algo. Para que estemos en igualdad de condiciones, te propongo un trato: cada uno responde con total honestidad una pregunta del otro. Sin límites. ¿Qué te parece?

Mi corazón se aceleró.

—De acuerdo —dije finalmente—. Trato hecho. Pero yo empiezo.

Sofía asintió, recostándose en su silla y cruzando las piernas. El movimiento hizo que su falda se subiera ligeramente, revelando un poco más de sus muslos. Tragué saliva y me obligué a mirar a sus ojos.

—Bien, ya que insistes tanto en el tema, dime: ¿qué tipo de bragas llevas puestas hoy?

Una sonrisa juguetona se dibujó en sus labios. Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en el escritorio y entrelazando los dedos.

—Un cachetero sencillo, blanco. La tanga me incomoda y no soy una abuela para usar otra cosa. ¿Satisfecho?

Asentí, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba.

—Dime, ¿por qué estás tan agresivo?

—¿De verdad vas a malgastar una pregunta así? Es obvio que me obligaron y preferiría estar en cualquier otro lugar — por primera vez en esta “sesión” estaba siendo honesto.

—Vale, vale.. si se me permite cambiar mi pregunta: ¿con qué frecuencia te masturbas?

No sé por qué me sonrojé.

—Todos los días —admití, evitando su mirada—. A veces más de una vez.

—Interesante —murmuró, anotando algo en su libreta—. ¿Y en qué piensas cuando lo haces?

—Hey, hey, espera —interrumpí—. Dijimos una pregunta cada uno. Es mi turno. No porque sea generoso significa que voy a dejar que hagas lo que quieras.

Dije, y mi palabra fue ley.

—¿Tú cada cuándo te masturbas?

Sofía se reclinó en su silla, mirándome con una expresión divertida.

—Bueno, Adrián, digamos que lo hago con la frecuencia suficiente para mantenerme… equilibrada.

Levanté una ceja, intrigado.

—Vamos, tía, esa no es una respuesta real.

—Está bien, está bien. La verdad es que me masturbo… quizás un par de veces por semana. A veces más, si ha sido una semana estresante.

Mmm… esto quizá era más interesante.

—Bueno, mi turno —dijo Sofía, sacándome de mis pensamientos—. ¿Qué puedo hacer para hacer estas sesiones más confortables para ti?

—Seguir como ahora… sin presión, sin fingir ni impostar nada —contesté rápidamente y pensé en una pregunta—. ¿En qué piensas cuando te masturbas?

Sofía se reclinó, reflexionando.

—Depende del momento —respondió—. A veces pienso en experiencias pasadas, en amantes que he tenido. Otras veces, en escenarios imaginarios que me excitan. Vale, mi turno. ¿Ya has tenido relaciones sexuales?

—Sí — fui honesto — ¿y tú?

Logré sacarle una risa.

—Sí, Adrián. He tenido relaciones.

—Bien por ti — sonreí y ella rió de nuevo.

—¿Cuál dirías que es el mayor impedimento para que un joven de tu edad tome terapia?

Suspiré, un poco fastidiado.

—No sé, es incómodo y raro. Especialmente cuando no hay ningún problema real.

—Comprendo.

Decidí retomar el control de la conversación.

—¿Cómo te gusta el sexo? —pregunté.

Sofía dudó en responder. Sus mejillas se sonrojaron mientras su respiración aumentaba. Abrió la boca para hablar pero las palabras parecían atascarse.

—Yo… bueno… —balbuceó, claramente incómoda—. El sexo es algo íntimo y especial para mí —dijo, su voz más suave de lo habitual—. Me gusta cuando es con alguien con quien tengo una conexión emocional fuerte. Alguien que me haga sentir segura y deseada al mismo tiempo.

Hizo una pausa.

—Pero si he de ser completamente honesta —continuó, bajando un poco la voz—, a veces… a veces me gusta la intensidad. La pasión desenfrenada.

No pude evitar sonreír, saboreando mi pequeña victoria.

—¿Te parece divertido sabotearme, Adrián? —preguntó, con frustración y un toque de desafío.

Respondí con sarcasmo que estaba ahí para aprender.

—Pues si tanto quieres aprender, adelante. Haz tu pregunta —dijo.

Sentí un cosquilleo de emoción. Estaba logrando sacarla de sus casillas.

—Bien, ya que insistes —dije, inclinándome hacia adelante—. ¿Qué tipo de penes prefieres?

Sofía respiró hondo, visiblemente incómoda.

—Mira, Adrián —comenzó, su voz tensa—. Lo importante no es tanto el tipo, sino cómo se usa. Pero si insistes en una respuesta concreta… —hizo una pausa, como si estuviera buscando las palabras adecuadas—. Digamos que un tamaño decente es importante. No necesariamente enorme, pero lo suficiente para… bueno, para hacer el trabajo.— Se removió ligeramente en su asiento y luego añadió—¿Tienes algún complejo respecto al tamaño de tu pene?

—Para nada —respondí, tratando de sonar seguro—. De hecho, estoy bastante conforme con lo que tengo.

—¿Seguro?

—Totalmente. — Y no sé por qué, el que pusiera en duda mi honestidad me desquició.— De hecho podría mostrártelo, si tantas dudas tienes.

E hice amago de bajarme el pantalón, pero eso cruzó el límite al parecer, pues con un gesto firme y un poco exagerado, Sofía se puso de pie y golpeando el escritorio con sus manos dijo:

—Suficiente, esta primera sesión termina.

Saludos, no olviden comentar. Me gusta leer sus comentarios. Háganme saber si quieren otra parte.

¿Que te ha parecido este relato?

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación 0 / 5. Recuento de votos: 0

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este relato.

Deja un comentario

También te puede interesar

Mi tía, mi tío, mi primita y yo (4)

anonimo

04/08/2022

Mi tía, mi tío, mi primita y yo (4)

en los ensayos de mi vals me cogió mi papá

anonimo

07/04/2015

en los ensayos de mi vals me cogió mi papá

En Casa

anonimo

27/04/2016

En Casa
Scroll al inicio