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Anónimo

noviembre 18, 2013

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SEXO TRAS EL FUNERAL

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TÍTULO. SEXO TRAS EL FUNERAL

AUTOR. GALLEGO VERDE

A mis 18 años me había emancipado y vivía en un pequeño apartamento cerca de la casa de mis padres. Cuando regresé del trabajo para comer, recibí una llamada angustiosa de mamá que me decía que mi padre había sufrido un infarto y que había muerto. Me dijo que la ambulancia estaba en camino y que me necesitaba urgentemente, pues estaba muy asustada.

Mi padre, Carmelo, tenía 56 años y era un hombre malcarado, gruñón, un machista que nos tuvo a mi madre, Marta y a mí metidos en un puño, atemorizados por su violencia irracional que descargaba contra nosotros frecuentemente y por sus borracheras, cuando no salía de viaje con su camión.

Mi mamá, Marta, es una mujer de 35 años, ya que me dio a luz a los 17 años. es alta, muy guapa de cara, rubia, de ojos verdes, con melena larga que luce en un moño artístico tras la nuca. Su cuerpo es escultural, ya que hace deporte y va al gimnasio dos o tres veces por semana. Me encantan de ella sus pechos grandes, pero sin exageración, perfectos y sensuales, con unos pezones, que se le marcan, de vez en cuando en su blusa y que parecen dos fresones muy apetitosos, que desde que desperté a la pubertad me encantaría mamar.

Mamá tiene una cinturita breve y un culito respingón, de nalgas gorditas que sabe mover con picardía, cuando camina coqueta sobre sus zapatos de tacón altísimo, provocando las miradas concupiscentes de muchos varones, que se la comen con los ojos.

Cuando llegué a casa de mis padres, abracé a mamá y nos dimos un piquito. Ella estaba muy asustada y ya el equipo de la uvi estaba certificando su muerte por infarto.

Las horas en el tanatorio pasaron muy lentas. Mamá vestida de riguroso luto, estaba agotada tras saludar a tantos familiares, amigos, compañeros del trabajo de mi padre, vecinos, etc. Yo estaba a su lado todo el rato, pues al ser hijo único tenía que procurar que Marta no se viniera abajo y de vez en cuando la abrazaba y enjugaba sus lágrimas.

Hicimos todos los trámites con la aseguradora de decesos y estuvimos así hasta las diez de la noche en que pedimos que cerrasen nuestra sala del tanatorio, hasta las diez de la mañana del día siguiente, pues el entierro sería a las 11.

Cogí a mamá por la cintura y nos fuimos a su casa en mi coche. Omitía decir que trabajo por mi cuenta en una tienda de ordenadores de mi propiedad, junto a Maribel, mi dependienta y mi follamiga, una muchacha preciosa, de 24 años, con la que de vez en cuando me doy un revolcó, ya que su novio la tiene muy desatendida.

Al llegar a casa de mis padres, mamá se vino abajo. Yo la abracé y la besé en sus labios carnosos y sensuales. Por primera vez me atreví a meterle la lengua en su boca, rozando las dos hileras de sus dientes blanquísimos y perfectos, como perlas. Ella no me rechazó, como yo temía, y tampoco reprobó mi atrevimiento. Pronto nuestras lenguas se juntaron y nos dimos unos besos de tornillo, más propios, de novios o amantes apasionados, que de una madre y su hijo adolescente.

Notaba sus pechos aprisionando mi esternón y me excité sexualmente. Mi miembro viril, que es bastante grande y grueso, se puso erecto y al estar abrazados rozaba su bajo vientre, aunque ella no se dio por ofendida. Al contrario no se separó ni un milímetro de mí, aunque estaba seguro de que era consciente de la excitación sexual que me provocaba.

Hice un gran esfuerzo para soltarla, aunque antes posé mis manos en su trasero, y apreté, sin disimulos esas deliciosas esferas de sus nalgas. Estaba tan excitado, que me olvidé que era mi madre y deseé tumbarla en el sofá o en la cama y hacerle el amor.

Poco después mamá preparó algo de cena, que comimos en silencio y a los postres, Marta me comentó que mi padre le pegaba, la humillaba y que al ser camionero, tenía varias queridas a lo largo de sus rutas habituales y a ella no la tocaba ni un pelo, y si lo hacía la sometía a tormentos sexuales, que más que darle placer la asqueaban.

Yo la cogía de la mano y le acariciaba su cara preciosa, de facciones armoniosas y le dije que ahora que él no estaba, volvería a su casa y que ambos llevaríamos una vida muy grata, pues los dos nos queríamos con locura.

�Perdona, hijo mío, esta noche no quiero dormir sola, pues soñaré con tu padre y me da miedo aún después de muerto ¿Quieres acostarte en mi cama?

-¡Claro que sí, mamá!�le dije muy emocionado y a la vez excitado al pensar que dormiría junto a esa bella mujer�Dame un besito de los nuestros, que te quiero con toda mi alma. Además debes saber que eres la más guapa de las mujeres que conozco y que estoy enamorado de ti, hasta las cachas.

�Mira que eres adulador, pero si te sirve de algo yo, si no fueras mi hijo, no me importaría ser tu novia o tu amante.

�Pues yo tengo un amigo, Toño, que se folla a su madre y a su hermana divorciada, y no por ello ha dejado de quererlas, ni les ha perdido el respeto.

�¡Qué modernos sois los jóvenes! Por cierto, tú no desearás follarte a esta vieja, que tiene el chochito más seco que un esparto, por haber sido tan desatendida durante años por su odioso marido ¿Verdad?�me dijo con picardía guiñándome un ojo.

�El ser tu amante, el hombre que pudiera disfrutar de tus caricias íntimas, me encantaría.

�Pero eso es incesto y está muy mal visto en la sociedad y en las normas religiosas y morales.

�¡Al cuerno los malditos prejuicios! Tu llevas años sin ser follada y si no tomas el tren y aprovechas, te harás vieja sin saber lo que esa tener unos orgasmos satisfactorios. Tú eres muy guapa y yo te deseo. Somos un hombre y una mujer ¿Por qué no podemos tener relaciones sexuales de puertas para adentro? Además te garantizo que no te perderé por ello el respeto. Todo lo contrario, mamá, aún te querré más.

�Déjame que reflexione durante unos minutos en la cocina mientras pongo en marcha el lavavajillas y tiendo la ropa. Luego te comunicaré cual es mi respuesta a tu hermosa propuesta, de ser mi hombre, mi amante, sin dejar por ello de ser mi hijo.

�¿Puedo darme una ducha en tu cuarto de baño, mamá?

�Por supuesto que si. Yo también me ducharé luego. Hace calor y me siento pegajosa y más después del morreo y el manoseo de culo que me has dado, bandido. Llevo el tanga todo mojado por tu culpa.

Se fue muy sofocada al cuarto de baño y cuando salió ella, entre yo. Cogí del bidé el tanga que se acababa de quitar, todo húmedo y pegajoso, lo olí y hasta me masturbé con él, sin correrme en la prenda para no malgastar mi semen. Esperaba, deseaba, que se produjera un milagro y que mi mamá me dejará follármela, en esta noche tan triste, que podía convertirse en inolvidable, si accedía a mis deseos.

Me metí totalmente empalmado en la ducha. Estaba totalmente enjabonado, e inmerso en mis pensamientos incestuosos con mamá, cuando se abrió la puerta y entró ella. Debo decir a los/as lectores/as que en el baño de mis padres, la mampara es totalmente transparente, de ahí que ambos nos veíamos. Pero mi erección en lugar de desaparecer, aumentó.

Mamá se levantó la falda y se sentó en el inodoro. Iba a orinar y oí el chorro de su pis rebotando en la loza. Luego se levantó y se secó el chochito con un trozo de papel higiénico.

Le vi el coñito depilado, la rajita abierta que mostraba su rosado íntimo. Mamá hizo como si estuviera sola y se quitó la blusa. Quedó en sujetador y falda. Después cayó la falda y le vi el pubis desnudo, excitándome hasta el punto de que me di la vuelta para que no se ruborizara y rechazara el incesto, que deseaba cometer con ella.

De repente se abrió la puerta de la mampara y mamá desnuda se metió a mi lado para ducharse. Yo estaba loco y mi erección era muy dolorosa. Temía que pronto con verla desnuda a mi lado podía correrme y ponerla perdida con mi semen, dada nuestra proximidad en la bañera, bajo la cortina de agua de la ducha.

�Date la vuelta mi amor. Acepto tu propuesta y quiero ser tu amante. Ya me canso de tener el coño seco, y de que nadie me folle,

Cuando me dí la vuelta hacia ella, mis ojos se fueron hacia sus tetas que eran preciosas, carnosas, con unos pezones erectos que me apuntaban provocativos y rosados. Me atreví a posar mis manos temblorosas en sus globos de carne y amasé sus tetas con deseo. Luego dibujé el contorno oscuro de sus areolas y apreté, besé y lamí esos botoncitos del placer, de los que mamé siendo un bebe, hacía ya dieciocho años.

Mamá me dio un beso de tornillo, mientras yo acariciaba, apretaba sus nalgas, poniéndole mi pene a la altura de su pubis.

�Te necesito hijo mío. Quiero que seas el cabeza de familia, mi marido, aunque fuera de casa y ante la gente seamos madre e hijo ¿Aceptas mi oferta?

�Claro que la acepto. Yo seré una tumba. Nadie, ni mis amigos más íntimos sabrán que tú y yo follamos, que somos dos amantes que se quieren por encima de sus vínculos familiares, pasándose por el arco del triunfo sus escrúpulos morales. Acepto ser tu macho, tu querido, el dueño de tu cuerpo y encantos femeninos.

Mamá aclaró mi pene enjabonado y se arrodilló ante mi apoyando sus pechos en mis muslos. Cogió mi polla excitadísima, alabó sus dimensiones, diciéndome que era mucho más grande y gruesa que la de mi difunto padre y la acarició, mientras corría mi prepucio, disfrutando, sin poder disimularlo, mientras lamía mi glande enorme y azulado por la excitación.

Mamá lamió las gotitas preseminales que brotaban de mi polla, con sus labios carnosos me fue lubricando el glande que fue absorbido con fruición y que engulló depositándolo por unos instantes en la húmeda y suave alfombra de su lengua. Luego tras mamarme el pene de arriba abajo, lo fue engullendo hasta que tropezó con la frontera de su campanilla, sin tener arcadas.

A mí me habían mamado la polla varias mujeres, con las que tuve relaciones sexuales, pero ninguna como mi linda madre, que mientras me tragaba y expulsaba rítmicamente mi pene en su dulce y húmeda boca, acariciaba, jugaba, o apretaba mis testículos llenos, produciéndome unas sensaciones gratísimas que me hicieron pensar que muy pronto iba a eyacular dentro de su boca y garganta.

Yo le acariciaba su cabeza, su melena suelta y ella seguía haciéndome la mamada más extraordinaria, hasta que sentí una corriente eléctrica que recorría mi espina dorsal, un fluir desde mis testículos hacia la punta de mi verga y como la tenía dentro de la boca de mamá, como si la estuviera follando en su cavidad bucal, le advertí que me iba a correr, por si quería sacarse mi polla y recoger mi semen en sus tetas o en su cara.

Ella no se movió y la catarata de semen, que como un ardiente geiser brotó de mis testículos y pene, se metió a chorros en su boca y ella lo fue engullendo sin rechistar, tragándose hasta la última gota de mi leche viril. Luego lamió mi polla y la dejó reluciente.

Me dejó que le lavase las tetas, el culo, en el que metí hasta dos dedos para limpiárselo mejor, mientras ella jadeaba de placer y me piropeaba con ardiente sensualidad.

Luego me dejó meterle los dedos en su vagina, le separé los labios mayores, luego los menores y quedó su vagina como una linda flor abierta. Me agaché ante ella y lamí su clítoris que creció en mi boca hasta convertirse en una especie de pene infantil, mientras mamá babeaba de placer con mis caricias incestuosas, perdidos ya del todo sus prejuicios morales ante el incesto que estábamos cometiendo.

�Tienes la rajita más hermosa que he visto y lamido. Y seguí chupándole su cadito íntimo, el agujero por el que había venido al mundo y que ahora me servía de placer. Sus jugos, sabores y olores íntimos me obnubilaban los sentidos, y excitaban hasta límites insospechados e insoportables mis deseos.

Sin poder evitarlo, dejando a un lado mis prejuicios, le hice volverse de espaldas, inclinarse hacia adelante le pedí que pusiera el culo en pompa, abriendo sus muslos y le vi perfectamente su anito cerrado y su vagina húmeda y expectante.

Me coloqué a su espalda, le acaricié la cabeza, el cuello, su pelo rubio largo, que le caía hasta la cintura. Sujeté mi verga endurecida y presta al ataque y con la otra mano fui abriendo sus nalgas rosadas, y gorditas.

Puse mi pene a la entrada de su vagina y sujetándola por las caderas, le fui metiendo poco a poco mi verga en su chochito materno, con suavidad, pues me di cuenta que era una mujer, que pese a haber sido madre, tenía el conejito muy cerrado aún.

Mamá bendecía mi nombre, me gritaba que me quería, que me deseaba�Yo al fin tuve mi enorme pene encajado totalmente en su vagina, y mis pelos púbicos rozaron sus nalgas. Ella al verse ensartada hasta el útero, comenzó a mover su culito con picardía, rítmicamente, mientras yo la embestía como un semental a su yegua, con furia y deseo, con mucho ímpetu. Comprobé aliviado que no le hacía daño, todo lo contrario, mamá estaba gozando con mis ardorosas embestidas.

Su coñito estaba encharcado por sus orgasmos, ya que notaba el chapoteo inconfundible mientras la follaba. Le di unas palmadas en las nalgas y le dije mil y un piropos al tiempo que me la follaba.

Cuando ella tuvo un nuevo orgasmo, yo noté que estaba a punto de eyacular y no quería dejarla embarazada. Se lo advertí, pero mamá me dijo entonces con voz entrecortada por el placer que le estaba dando:

�Lle..léname el coño de tu leche, hijito. Córrete dentro por favor�Hazme la mujer más feliz del mundo.

Noté de nuevo un temblor y pronto un río de lefa se introdujo en la vagina de mamá, que dio un alarido de goce cuando la catarata le inundó su chochito ardiente. Yo por mi parte sentí como los jugos femeninos de mi madre lubricaban mi pija y descendían hasta mis testículos, provocándome un placer indescriptible.

Luego nos enjabonamos y lavamos mutuamente y al fin los dos nos abrazamos estrechamente y nos dimos un morreo indescriptible, intercambiándonos nuestros fluidos íntimos, recíprocamente.

Salimos envueltos en sendas toallas de baño y mamá me dijo sonriente:

�Cariño voy a darte una sorpresa muy agradable. Métete en mi cama y espérame desnudo. Yo tengo que ponerme guapa para que te logre excitar a tope.

Yo me perfumé con la colonia de mi difunto padre y después de lavarme los dientes,. Me acosté desnudo en la cama matrimonial.

Mamá mientras tanto se fue desnuda, pasillo adelante, hasta el otro extremo de la casa. No sabía lo que estaba preparando para ponerme a mil. Simplemente con verla desnuda y tan dócil ya estaba excitadísimo.

Esperé leyendo una novela porno, que guardaba mi padre en su mesita de noche. Al poco rato oí un taconeo por el pasillo y poco después, apareció mamá.

Iba vestida de enfermera, con una faldita muy corta, una blusa escotadísima, con medias blancas y liguero. Llevaba una peluca rubia, de adolescente, los labios pintados de rouge fuerte. Estaba espectacular y muy sexy.

Iba sin braguitas, ni sujetador. Y al acercarse a mí la atrapé y la tumbé en la cama. Le hice abrir las piernas de par en par y me mostró su vagina húmeda y depilada. Metí mi boca en medio de su rajita y de nuevo la lamí con deseo y furia, sumiéndola en una cadena de orgasmos que le hizo soltar un sinfín de caldos femeninos.

Yo le abría su chochito con los dedos hasta lamer los labios menores y el acceso a su gruta íntima, penetrando hasta por lo menos cinco centímetros dentro de su vagina, que estaba muy cálida, húmeda, y apetitosa.

De repente ella se puso en postura del sesenta y nueve. Su vagina y ano quedaron al alcance de mi lengua, mientras que mi pene entraba en su boca, en su totalidad. No sé aún como fue capaz de tragarse un pedazo de polla tan grande y gruesa, sin tener arcadas, ni síntomas de asfixia.

No quise correrme en su boca, a pesar de que ella si me regaló un alud de sus jugos femeninos, que incluso pensé que eran orines, dada la cantidad tan grande que expulsó.

Mamá se quitó la blusa, aunque se dejó la falda. Se sentó en mis piernas, sobre mi pene erecto. Yo la besé en la boca con deseo y ella me entregó su lengua, en unos besos de fuego y pasión.

Estábamos locos, enamorados y esa noche, que debió ser triste, fue sin embargo nuestra noche de bodas. Una venganza al marido y esposo que nos maltrató y humilló, que nos sumió en el dolor y la frustración y cuya pérdida no sentíamos. Era todo lo contrario, al fin habíamos encontrado la libertad y el amor más carnal y sin tabúes.

Nuestros sexos se juntaron, o mejor dicho, la penetré hasta que mi pubis de nuevo rozó el suyo. Notaba de nuevo ese cálido estuche, estrecho y ahora muy húmedo que me había alojado en su interior. Y comenzamos a follar. Ella como una experta amazona del amor, cabalgó sobre mi miembro, provocándome un placer inenarrable.

Yo mientras fornicábamos como dos jóvenes enamorados le chupé y lamí sus pezones erectísimos. Mamá cada vez botaba más y cada vez sacaba y metía de nuevo mi pene en su vagina, mientras yo me esmeraba en sujetarla por la cintura o a veces por sus tetas grandes para seguir el ritmo de su cabalgada sobre mi polla.

�¡Córrete de nuevo, hijo mío!…¡Llena a mamá con tu lechecita!

�¿Y si te dejo preñada mamá?

�No te preocupes le echaremos la paternidad al muerto, o sea a tu padre. Y nunca mejor dicho.

Me corrí en su coño y ella gritó de placer. Mientras la iba rellenando de semen nos dimos un nuevo beso con lengua. Estuvimos morreándonos un buen rato y al final ella se levantó de la cama, con una mano puesta tapando su vagina chorreante de semen y se fue al cuarto de baño a limpiarse.

Poco después regresó a la cama, vestida con un camisón negro muy corto y transparente, sin braga, ni sujetador, pero con medias negras y zapatos de tacón. Lucía una peluca de melena corta negra, muy juvenil. Parecía una viuda alegre, una prostituta de lujo y yo la atraje abrazándola.

Le hice apoyarse en la cama, con los pies en el suelo, inclinada y ofreciéndome el pompis en forma provocativa y audaz. Me ofreció un frasco de vaselina, con lo cual le lubriqué su ano, a la vez que se lo ensanchaba metiéndole dos dedos.

Poco a poco le fui metiendo mi polla, con mucho cuidado pues me dijo que era virgen por el culo. Yo la creí pues tenía el esfínter muy apretadito, y me resultaba muy difícil taladrarla para meterle hasta el fondo mi pene grande y grueso. Al fin tras ímprobos esfuerzos lo logré y la dejé ensartada por el culito como si fuera un pollo asado.

Mamá comenzó a mover el culo rotándolo, diciéndome al mismo tiempo palabras soeces, piropos inapropiados para una mujer decente. Su primera sodomización la volvió loca de gusto y yo con una mano le fui taladrando la vagina chorreante y con otra jugué con su teta y su pezón excitado.

De repente mamá hizo una contracción con su ano, apretó mi pene y ante ese movimiento inesperado, temblé como una hoja mecida por el viento y sentí que me corría en su culo. La avisé de que no podía aguantarme, pero ella quiso que le llenase el intestino de mi leche, por lo que la obedecí y me corrí dentro de ella. Mamá se quedó como en trance y poco después, enloquecida por el placer y sus nuevos orgasmos, gritó mi nombre y casi se desmayó del placer.

Nos metimos de nuevo, los dos, en la ducha. De nuevo hicimos el amor bajo la cortina fresca de la ducha. Empapados nos besamos, lavamos nuestros cuerpos, el uno a la otra y viceversa. Jugamos y nos besamos nuestros sexos. Lamí de nuevo su vagina, y clítoris, le introduje dedos en el chochito y ella me hizo una felación salvaje.

Nos metimos a las dos de la madrugada desnudos en nuestra cama matrimonial. Yo ocupaba el puesto de mi padre inerte, en aquellos momentos, en ese velatorio cerrado y solitario, mientras que sus víctimas, su esposa y yo, disfrutábamos de la vida y de la nueva relación incestuosa que acababa de nacer entre ambos.

Mi madre puso el culo muy cerca de mi pene. Estaba de espaldas a mi y le metí mi miembro de nuevo erecto entre sus muslos suaves, de miel y seda. Noté que mi verga se paseaba por sus labios mayores, y ella la cogió con sus manos finas, de dedos de pianista y se la puso en la puerta de su ardiente vagina.

Me bastó con empujar hacia adelante y ella al mismo tiempo retrocedió con su culito, que empujó hacia mí. Así, poco a poco pudo entrar, hasta los testículos, mi verga en su vagina lubricadísima y acogedora y comenzamos a follar suavemente, despacio y sin prisas, disfrutando de nuestro encuentro incestuoso, de nuestro amor prohibido pero tan gratificante.

Tras follarla a un ritmo más intenso, como ella me ordenó, no pude aguantarme más y de nuevo me corrí dentro del coño de mamá.

Nos abrazamos, nos besamos y Marta, me dijo coqueta y con un poco de picardía.

�¿Sabes que hemos follado sin condón y que no tomo píldoras anticonceptivas?

�No te preocupes mamá, si nace un hijo de nuestra relación, con él o con los que nos vengan en lo sucesivo, formaremos una bonita familia y juntos, tú y yo, los sacaremos adelante.

Estuvimos follando toda la noche y casi nos quedamos dormidos al día siguiente.

Con mucha pereza nos levantamos, nos duchamos juntos y mamá se vistió de luto y poco después estuvimos en el Tanatorio.

Cuando llegaron los amigos y familiares de nievo se sucedieron las escenas de dolor, los gritos y ayes. Algunas vecinas me pidieron que cuidara a mi madre, que no me fuera de su casa, que necesitaba mucho apoyo. Entonces la abrazaba y si no hubiera sido por guardar las apariencias le hubiera metido a mamá la mano debajo de la falda, ya que sabía que iba con medias negras y vestido de luto riguroso, aunque su chochito, que ya era mío lo llevaba al aire y muy fresquito.

Tras el entierro, que fue multitudinario, mamá y yo, nos fuimos a un bar a comer un bocadillo y a eso de las dos de la tarde, ambos desnudos disfrutamos en la cama de nuestra pasión sin obstáculos.

Recuerdo que le lamí todo su chocho de arriba abajo, que me comí su dulce clítoris que creció en mi boca como si fuera un pene infantil, sumiéndola en un éxtasis inenarrable, lleno de flujo, orgasmos y grititos de placer. También le metí la polla por el culo y su ano dilatado tragó mi verga hasta los testículos y la bombeé sin cuidado, mientras mamá gozaba hasta casi desmayarse de gusto con mis embestidas feroces. Me corrí dentro de ella, en varios polvos, y ese torrente de leche fue un relax para sus sentidos y quedó inerte, boca abajo y con el culito que vomitaba un pequeño riachuelo de semen, que yo bebí goloso.

Le pedí, después de esa intensa sesión de sexo, a mi madre, que me hiciera una cubana. Ella aceptó pues no quería privarme de cualquier antojo carnal, que yo pudiera solicitarle, ya que dijo que quería ser mi putita particular, mi esclava sexual.

Yo le coloqué mi polla entre los grandes globos de carne de sus senos y ella, con picardía, se apretó las tetas e hizo un sándwich con mi pobre miembro, que se perdía, pese a su gran tamaño y grosor entre esos melones dulces, de riquísimo pezones. Yo comencé a follarme sus pechos con deseo y concupiscencia, y cuando mi glande asomaba entre las dos montañas deliciosas ella lo lamía con gula e incluso una vez se lo metió a la boca para saborearlo.

Tras una intensa sesión de cubana, que me dejó casi exprimido, pese a mi juventud y resistencia sexual, mamá, que estaba hambrienta, después de tantos años de abstinencia, se volvió a arrodillar ante mí, y cogió juguetona mi miembro semiflaccido entre sus manos suaves. Me lo fue masturbando con picardía, diciéndole cositas al pobre, que después de tanto follar y de tantos jueguecitos sexuales con una hembra de tanto vigor como ella, estaba para el arrastre.

Mamá mimosa y erótica me sujetó los testículos con su mano izquierda, como si los sopesara y con la derecha mi polla, que pese a su agotamiento, iba creciendo y engordando en su mano.

Después con la boca semiabierta se dirigió a mi pene y respiró sobre él, echándole su aliento cálido y húmedo. Luego me lamió la polla entera, de arriba a abajo y viceversa. Yo me dejaba hacer, extasiado.

Me mordisqueaba el tronco con mucha suavidad, lo lamía, besaba, absorbía y expelía. El líquido preseminal que comenzó a fluir lo distribuyó por toda mi polla y tras un tormento delicioso, que me hizo enloquecer, ella de nuevo se tragó todo mi miembro hasta la frontera del pubis, me hizo correrme de gusto y se bebió sedienta hasta la última gota de mi semen. Entonces me sentí seco y creí que no podría resistir más asaltos con esa mujer insaciable, como si fuera una ninfómana.

Recuerdo que nos dormimos abrazados y desnudos, después de tomar una buena ducha, de madrugada, cuando ya clareaba el día.

Me costó mucho madrugar, preparar el desayuno que tomamos mamá y yo en la cama. Me duché y me fui a trabajar. Me da algo de vergüenza confesarlo, pero ni por un momento nos acordamos, ni mi madre-amante, ni yo, de, Carmelo, mi padre, el hombre que nos había destrozado la vida.

Han pasado tres años, desde el inicio de nuestra relación incestuosa, nos hemos cambiado de ciudad, yo vendí mi tienda de informática y en nuestra nueva urbe he inaugurado dos establecimientos de venta y reparación de ordenadores y el negocio nos va muy bien.

Mamá ha dado a luz dos veces, desde entonces, y tenemos una niña de dos años y unos meses y un benjamín de tan solo un año. Ellos nos han traído la alegría y la felicidad a nuestro hogar.

Y al vernos tan acaramelados, todos imaginan que somos una pareja de enamorados. Nadie podría sospechar que fuéramos: madre, hijo e hijos-nietos. Marta, mi madre y yo, nos hemos convertido, vista nuestra grata experiencia, en acérrimos defensores del incesto. Sinceramente os lo recomiendo. Nuestros sexos no entienden de parentescos.

FIN


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2 respuestas

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