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Mi hermano me rompió el culo
Esto me sucedió cuando tenía 19 años. Una mañana de sábado, mis padres habían salido de compras y mi hermano mayor, de 22 años, pensó que estaba solo en la casa. Yo estaba en mi habitación, aburrida, cuando escuché unos ruiditos extraños que venían de su cuarto. Como la puerta estaba entreabierta, me asomé con curiosidad y lo descubrí: estaba sentado en su cama, con el pantalón del pijama bajado hasta los tobillos, y en su laptop se veía una escena explícita de una película porno. Él se asustó muchísimo cuando me vio, saltó para apagar la pantalla y empezó a suplicarme, rogándome que no le fuera a decir nada a mamá. Su cara estaba roja como un tomate.
Yo, en un arranque de malicia, le dije que no lo delataría pero con una condición: que me dejara ver la película con él. Al principio se negó, pero ante la amenaza de contarlo todo, accedió. Así fue como entré a su cuarto y me senté a su lado en la cama, comenzando a ver esa película que para mí era un mundo completamente nuevo. De inmediato comencé a sentir unas sensaciones raras, unas ganas de sexo que nunca antes había experimentado. Para ese entonces yo no sabía nada de sexo en absoluto; solo había besado algunas veces a mi novio del colegio, tímidamente, y nunca habíamos pasado de ahí. Allí, en esa pantalla, comencé a ver el mete y saca frenético, vi por primera vez penes reales, grandes y erectos, y escuché los gemidos guturales de los actores. Lo cierto es que me excitó muchísimo, sentía un calor que me subía desde la barriga y un hormigueo húmedo entre mis piernas.
Mi hermano, que ya tenía experiencia, se dio cuenta de mis reacciones al instante. Notó cómo me mordía el labio, cómo mi respiración se aceleraba y cómo no podía despegar la vista de la pantalla. Entonces, con una voz ronca y baja, me soltó la bomba: «¿Quieres ver mi polla?». La pregunta me dejó paralizada por un segundo, pero la curiosidad y el morbo pudieron más. Le dije que sí, con la voz temblorosa. Él, sin perder un segundo, se bajó el boxer y me mostró su gran aparato, totalmente erecto. Era más grande de lo que me había imaginado, grueso, con las venas marcadas y palpitante. Lo miré de cerca, fascinada y nerviosa. Él me dijo, «Tócalo». Tomó mis manos, que estaban frías de los nervios, y las llevó a su miembro. Hizo que lo acariciara, que lo pajeara un poco. La piel estaba tan caliente y tersa. «¿Te gusta lo que ves?», preguntó. Yo, casi sin aliento, solo atiné a asentir. «Entonces chúpalo como si fuera una chupeta», ordenó.
Yo, sumisa y embriagada por la situación, me incliné y comencé a darle una mamada torpe, intentando recordar lo que acababa de ver en la película. Él gemía bajito, poniéndome la mano en la nuca para guiarme. Después de un rato, me dijo: «Ahora yo te chuparé a ti, y verás lo rico que es. Te aseguro que te encantará». Me acostó en la cama, me subió la falda y me bajó las pantaletas con dedos expertos. Luego abrió mis piernas y comenzó a lamer mi concha con una lengua hábil. Yo comencé a sentir un placer indescriptible; con sus dedos jugueteaba en mi entrada, abriéndome suavemente, sin hacerme daño. Al poco rato, comencé a sentir mis primeros orgasmos, unas sacudidas que me hicieron arquear la espalda y agarrar las sábanas. «¿Eres virgen?», me preguntó, alzando la vista. «¿Nunca te han cogido?». Le dije que no, que mi novio jamás había hecho nada de lo que él me estaba haciendo. «Ummmmm, qué rico», murmuró contra mi piel. «Entonces voy a desvirgar tu culito. Así seguirás siendo virgen por la concha».
Sin darme tiempo a reaccionar, me colocó boca abajo y metió tres almohadas bajo mi vientre. Yo quedé con mi culito paradito, completamente expuesto y a su merced. Comenzó a lamerme el ojo del culo, lenta y deliberadamente. Les confieso que fue increíblemente rico, un placer prohibido y nuevo. Me metía un dedito en el culo, lo sacaba, chupaba el mismo dedo y volvía a meterlo en mi ano, lubricándome con su propia saliva. Luego dijo, con voz de puro deseo, «Ya estás lista. Voy a partirte el culo». Colocó la punta de su pene en mi ano y, con una presión firme, comenzó a entrar. «¡Ay, ay, ay!», grité. El dolor fue infernal, una quemazón desgarradora. Mi hermano había metido su gran pene en mi ano. Le supliqué que lo sacara, que me dolía muchísimo, pero él no hizo caso. Seguía entrando y saliendo de mi culo, con unas embestidas cada vez más profundas. «Aggggg, qué buen culo tienes, perrita. Qué apretado culito tienes, perrita. Qué rico culo, perrita». Yo gritaba durísimo, pero él no dejaba de bombear mi culo, agarrándome de las caderas con fuerza. Les digo que dolía de una manera infernal, como si me estuvieran abriendo en dos.
Luego lo sacó y me dijo: «Ahora te lo voy a meter de frente. Voltéate, perrita». Me dio vuelta y me puso boca arriba. Levantó mis piernas y me las colocó sobre sus hombros, exponiendo mi ano completamente. Colocó de nuevo su pene en mi ojo del culo y, con un empujón brutal, me lo metió todo de nuevo. «¡Ay, ay, ay! ¡Me partes el culo! ¡No, no! ¡Duele, duele, duele!». Pero él seguía embistiendo mi culo sin piedad. «¡Qué gran culo, perrita! ¡Qué buen culo, perrita! ¡Te estoy desvirgando el culo, perrita!». Luego aceleró el ritmo, sus caderas chocaban contra mis nalgas con un sonido húmedo y fuerte. De repente, lo sacó y se me encimó. «Abre la boca, perrita». Me agarró fuertemente los cachetes y me introdujo su pene, todavía cubierto de mis fluidos y los suyos, en mi garganta. Comencé a sentir chorro tras chorro de líquido espeso y caliente llenando mi boca y mi garganta. «¡Traga, perrita, traga!». Y así fue, me tragué todo su semen, con un sabor salado y amargo que nunca olvidaré. Su pene olía a mi propia mierda, pero él lo tenía metido en mi boca hasta el fondo. Yo estaba toda adolorida, hecha un desastre. Y me dijo: «Anda a bañarte, perrita, que hueles a mierda».
Fui al baño tambaleándome y me metí a la ducha. El agua caliente aliviaba un poco el ardor de mi ano violado. Pero cuando ya iba de salida, mi hermano abrió la puerta. «¿A dónde crees que vas? Voy a terminar de partirte el culo, perrita». Me metió de nuevo en la bañera y me mojó completamente. Me puso de espaldas contra el borde frío de la bañera y me dijo: «Abre tus piernas». Lo hice, temblando. Él comenzó a llenarme el culo de jabón líquido, embadurnándolo por completo. Se enjabonó su pene, ya medio erecto de nuevo. Me cargó en sus dos brazos, me pegó contra la pared fría de los azulejos y lo metió nuevamente en mi culo. «¡Ay, ay, ay, ay, ay!». Metió todo su pene en mi culo; me tenía frente a él, con mi espalda contra la pared, totalmente ensartada. «Duele, duele». «Te voy a convertir en toda una buena puta, perrita». Luego me puso en cuatro patas, directamente en el suelo de la bañera, y de un solo golpe volvió a entrar en mi culo. «¡Qué culo tienes, perrita! ¡Qué buen culo, perrita!». Sentí cómo aceleraba nuevamente y luego sentí sus chorros de leche caliente llenando mis intestinos. Sentí cómo esos chorros recorrían mis muslos cuando me soltó, exhausto. «Lávame la polla». Así lo hice, con manos temblorosas. «Ahora mamala, perrita». Y también lo hice, sintiendo el sabor a jabón y a sexo. «Anda a descansar, que más tarde te vuelvo a partir el culo».
Me fui a mi habitación, destrozada. El culo me ardía como si me hubieran metido un hierro al rojo vivo. Luego, al medio día, entró sin llamar. «Vas a cabalgar mi polla». Primero me chupó la concha y el culo, haciéndome gemir a pesar del dolor. Luego echó un chorro entero de vaselina en mi ano y en sus dedos, trabajándomela para ablandarme. Me acostó en la cama, abrió mis piernas y se las puso en sus hombros. Y otra vez, metió toda su polla en mi culo. Ya no dolía tanto, solo sentía que tenía el culo como pelado y ardía un poco. «Qué bien, perrita, ya no gritas. Ya te estás convirtiendo en una putaza». Metía y sacaba su polla de mi ano, y esta vez, para mi sorpresa, comencé a gozar. Una sensación de placer profundo y prohibido se mezclaba con el dolor residual. «¡Cógeme el culo! ¡Ese culo es tuyo! ¡Cógemeeeeee! ¡Siiiiiiii!». «¡Qué buena puta eres, perrita! Agg agg agg agg». Entraba y salía de mi culo rápidamente, y allí, otra vez, sentí sus chorros de semen llenando mi culito.
Así fue como mi hermano me partió el culo por primera vez. Hoy día seguimos cogiendo; yo tengo 28 años y mi hermano sigue cogiendo mi culo, mi concha, mi boca. Nadie lo sabe, ni siquiera mi esposo. Soy, y siempre seré, la putaza secreta de mi hermano.
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