En casa solo hay un baño con agua caliente, y en las mañanas de invierno todos tenemos que organizarnos. Mi padre sale temprano, mi madrastra casi no se entera de nada, y mi hermanastra Catalina siempre llega primero que yo, a veces entro un poco después de ella y lo compartimos.

Esa mañana el vapor llenaba el baño cuando entré, encontré a Catalina bajo el chorro de agua. Sus pezones erectos por el contraste entre el frío madrugador y el calor del agua, rosados y duros como pequeños capullos, destacaban contra su piel enrojecida. Me quité la polera sin pensarlo, sintiendo el aire húmedo pegarse a mis propios pechos que se tensaban al instante. Ella se dio vuelta al escucharme, vi gotas resbalando por su vientre mientras me miraba con esa mezcla de timidez y complicidad que nos definía. «Me pasas el jabón?», susurró, le enjaboné la espalda en círculos y me di el lujo de también hacerlo con sus nalgas, esto mientras yo me cepillaba los dientes aún.

Fue entonces cuando la puerta crujió, mis dedos, cubiertos de jabón, hundidos en las nalgas de Catalina saltaron a su espalda. Mi padre quedó petrificado, sus ojos oscuros clavados en mis pechos desnudos, de seguro también vio los pezones de Catalina, visibles a través el vapor, y mucho más de ella. El silencio duró un siglo. Pero se fue.

No dijo nada. No hizo ningún gesto. Solo respiró hondo, como si estuviera memorizando cada detalle, y cerró la puerta… demasiado despacio, no sé qué habrá pensado o visto realmente.

De verdad espero que la aventura con mi hermanastra continúe, pero ya están a punto de atraparnos, no sabría que hacer en este punto