agosto 21, 2025

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Me quiero coger a mi hermana

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La verdad es que no se por donde empezar con esto, la cosa es que tengo una hermana, Sofía, que tiene 23 años y es… joder, es una bomba. Mide como 1.50, es pequeña y super bonita, con una cara de ángel que no parece de este mundo. Pero lo que de verdad me vuelve loco son sus tetas, son perfectas, redondas y con un tamaño que llena justo la mano, ni grandes ni pequeñas, solo perfectas. Su culo no es enorme, pero cuando se agacha en la cocina para agarrar algo de la alacena baja, o cuando se sube a una silla para limpiar los estantes, se le marca tanto el pantalón que se me queda la boca abierta y se me va la cabeza a otro planeta. Es un culo compacto, firme, con una curva que pide a gritos que lo agarren.

Todo empezo hace como un año, mas o menos. Ella estaba viviendo conmigo un tiempo mientras buscaba piso, porque se vino a estudiar a la ciudad. Yo, la verdad, lo agradecí un monton, me hacia compañia y ademas me ayudaba con los gastos. Una noche, yo habia salido con los amigos del restaurante, llegue tarde, ya pasadas las dos de la mañana. La casa estaba en silencio, solo con esa luz tenue del pasillo que siempre dejo encendida. Pase por delante de su habitacion y la vi. La puerta estaba entreabierta y ella estaba dormida profundamente, boca abajo, con la colcha medio caida.

Iba solo en ropa interior, unos shorts cortitos de algodon y una camisetita ajustada. Se le habian subido los shorts, casi hasta la mitad de la espalda, y se le veia todo el culo. La luz de la calle que entraba por la ventana le iluminaba justo ahi, en esas dos nalgas redondas que se le marcaban increibleble bajo la tela fina. Me parecio el culo mas perfecto que habia visto en mi vida. Me quede alli, parado en el marco de la puerta, sin poder respirar. El corazon me latia a mil por hora y empece a notar como la sangre me bajaba toda hacia la verga, que no tardo ni dos segundos en ponerse dura como una piedra, aplastada contra el pantalon del chef.

No me pude resistir. Entré en su habitación silenciosamente, con el corazón a punto de estallarme en el pecho. Me acerqué a la cama y me senté con mucho cuidado en el borde, mirándola. Ella no se movió ni un centímetro, respiraba profundo y tranquilo. Olía a su champú, a vainilla y algo dulce, un olor que siempre me ha vuelto loco. Me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. Sin pensarlo dos veces, me baje la cremallera del pantalon y me saque la verga, que ya estaba palpitando y llena de venas, dura como el mármol.

Empecé a pajearme allí mismo, sentado a su lado, mirando su culo iluminado por la luna. Cada vez que me daba una carrera, me imaginaba que era ella la que me la estaba jalando, mirándome con esa cara de santa pero con ojos llenos de maldad. No podía apartar la mirada de sus nalgas. Después de un rato, no pude más. Con la mano que tenía libre, le toqué el culo con las yemas de los dedos, muy suave, para no despertarla. Ella hizo un pequeño ruido, como un quejido dormido, y se movió un poquito, separando las piernas solo un centímetro. Fue suficiente para que se me escapara un gemido.

La tentación era demasiado grande. Me puse de pie, con la verga en la mano, goteando ya de lo excitado que estaba. Me acerqué más, agarré el borde de sus shorts con mucho cuidado y se los bajé solo un poco, solo lo justo para dejar su culo al descubierto. Joder, Sofía… estaba increíble. Sus nalgas eran pálidas y redondas, con ese hoyuelo justo en la parte baja de la espalda que siempre me ha vuelto loco. Me incliné y, sin poder evitarlo, le puse la punta de mi verga en el hueco entre sus nalgas. No se la metí, no, para nada, solo la apoyé ahí, sintiendo el calor de su piel contra la mía, que ardía.

Era una sensación increíble, morbosa y caliente como nada que haya sentido antes. El contraste de su piel fresca con el calor de mi verga me hizo temblar. Empecé a mover las caderas muy lentamente, frotándome entre sus nalgas, imaginando que era su coño lo que estaba rozando, que era ella la que me estaba pidiendo a gritos que se la metiera. La respiración se me aceleró muchísimo, era como si hubiera corrido un maratón. Con una mano me seguía jalando la verga y con la otra le acariciaba suavemente la espalda, bajando hasta ese culo que me tenía completamente obsesionado en ese momento.

Ella volvió a moverse, esta vez un poco más, y giró la cabeza hacia el otro lado, murmurando algo en sueños. Me quedé helado, paralizado del susto, pensando que en cualquier segundo iba a abrir los ojos y me iba a pillar ahí, con las verga al aire y embadurnándole el culo con el precum. Pero no pasó. Solo fue un movimiento inconsciente. El susto, en vez de bajarme la calentura, me excitó todavía más. La adrenalia se mezcló con el morbo y sentí que estaba a punto de correrme como un maldito adolescente.

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Me agaché un poco más, apoyando mi cuerpo sobre el suyo con mucho cuidado, sin llegar a pesar sobre ella, pero lo suficiente para sentir su calor en todo mi pecho. Le acerqué la boca a la oreja y pude oler su perfume, ese mismo que usa todos los días. Le susurré muy bajito, casi sin voz, «Sofía… que buena estás…». No sé si me oyó o si fue otra cosa, pero gimió otra vez, un sonido corto y profundo que me llegó directo a la verga.

No pude aguantar más. Sabía que lo que estaba haciendo estaba mal, joder, malísimo, pero la calentura me podía. Le puse la punta de la verga otra vez en la raya del culo y empecé a frotarme con más fuerza, ya no suave, sino con ganas, como si realmente estuviera follándomela. La tela de sus shorts, que todavía tenía a medio bajar, rozaba con mis pelotas y eso me excitaba una barbaridad. Todo era una mezcla de sensaciones: el olor a vainilla, el calor de su cuerpo, la suavidad de su piel, el sonido de su respiración… y el morbo, joder, el morbo de saber que era mi hermana y que estaba ahí, dormida y completamente vulnerable, mientras yo me frotaba contra ella como un animal.

Empecé a imaginar que no estaba dormida, que solo estaba esperando a que yo hiciera algo, que en realidad quería que me la cogiera y por eso se había quedado así, en esa posición. Me imaginé que se despertaba de repente, pero en vez de enfadarse, se ponía a cuatro patas y me decía que por fin había esperado mucho tiempo para esto, que se la metiera entera. Con esa imagen en la cabeza, no tardé nada. Sentí que se me venía el coraje, una presión en los huevos que ya no podía contener. Me separé de ella un poco, agarré mi verga con fuerza y empecé a jalármela como un poseso, mirando su culo desnudo y palequito iluminado por la luz de la farola de la calle.

Los gemidos me salían solos, bajitos pero incontrolables. «Sofía… mi Sofía…», le decía entre dientes. Y entonces, joder, exploté. Me corrí por todo su culo, con unas sacudidas que me dejaron temblando. Fue un chorro enorme, caliente, que le manchó las nalgas y le goteó por la espalda baja. Me quedé ahí, jadeando, apoyado sobre ella, viendo como mi semen le cubría la piel. Fue la corrida más intensa y morbosa de mi vida.

Después, cuando reaccioné, el remordimiento me golpeó en la cara. Agarré la misma colcha que ella tenía medio caída y con mucho cuidado, para no despertarla, le limpié todo. Le subí los shorts, arreglé la colcha y me fui de la habitación casi arrastrándome, sintiéndome como una mierda pero a la vez con una calentura que todavía no se me había quitado del todo. Desde ese día, no puedo dejar de mirarla de otra manera. Cada vez que se agacha, cada vez que me da un abrazo, cada vez que se sienta cerca de mí… solo puedo pensar en esa noche y en lo mucho que quiero repetirlo, pero esta vez con ella despierta y pidiéndomelo.

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