
Por
Anónimo
Hermanita inocente
Mi hermana tenía 15 años y yo 19. Ya estaba crecidita, tenía
unas gafitas que le daban una pinta de mosquita muerta empollona y cara de no
haber roto un plato en su vida, pero se daba la circunstancia de que también
tenía un cuerpo de lo más sugerente, escultural y con unas curvas bien acabadas
de formar: a pesar de su edad, sus pechos y su culo le daban una apariencia de
tener un par de años más, y era su cara aniñada lo que echaba por tierra esa
idea. Yo a veces la acompañaba al colegio y veía que los niñatos de su clase la
miraban ya de una forma especial, se les iban los ojos a su busto, que era de
los de mayor tamaño de la clase. Y no me extrañaba, porque la verdad es que
tenía un cuerpo de lo más llamativo.
Yo alguna vez la había visto desnuda en casa y dado que a mi
edad se está siempre bastante salido, me había puesto a mil. Fue en la ducha,
cuando entré alguna vez sin querer, o cuando fui a su habitación a coger algo, o
en la playa cuando se le salió alguna vez el bañador. Pero no pasaron de ser
cosas fugaces. Yo albergaba en lo más profundo de mí verla otra vez desnuda más
tiempo.
Pero en el fondo no sólo me conformaba con eso. Empezó como
una cosilla morbosa, pero iba convirtiéndose en algo que ocupaba mi mente más
tiempo de la cuenta. En casa no teníamos la costumbre de cerrar las puertas con
cerrojo. Y además ella y yo dormíamos en una misma habitación de dos camas, ya
que es un piso pequeño. Con lo que la veía cada dos por tres. Y ese verano era
bastante caluroso…
Mis padres por las tardes salían con unos amigos y se pegaban
bastante rato por ahí. Mi hermana y yo salíamos con nuestras respectivas
amistades algunos días, y otros nos quedábamos en casa. Antes de salir
acostumbrábamos a ducharnos, uno después del otro. Hubo un día en que yo me
acababa de duchar y ella entró al baño. Mientras yo me estaba secando la cabeza
con la toalla, sin ver noté algo en el pene. Me quité la toalla y vi que mi
hermana, riendo, me estaba tocando mi miembro con dos dedos, bromeando. Yo le
seguí la broma e hice ademán de tocarle a ella un pecho.
Por desgracia aún no se había quitado el sujetador y las
bragas. Ella chilló riendo y se fue del cuarto de baño. Yo le dije algo así como
que viniera si quería, y ella se asomaba por la puerta. Yo, desnudo, le decía
que se acercara. Ella no entró pero yo noté cómo me miraba el miembro, que
huelga decir que estaba algo crecido a pesar de que sólo me había tocado unos
segundos y que yo apenas le había rozado una teta. Luego ella se fue. Cerré la
puerta, pero no pude resistirme: me masturbé pensando en mi hermanita haciéndome
una paja en el lavabo.
Una noche, días más tarde, mis padres salieron de cena por
ahí. Mi hermana no salía. porque quería ver no sé qué en la tele. Estaba ella en
el comedor con una camiseta ancha y larga y las bragas como único atuendo. Fue a
la cocina a buscar patatas, y yo iba al comedor.
Cuando por el pasillo coincidimos, yo riendo le toqué el
culo. Ella me dijo que era un guarro y me tocó el paquete. El caso es que
jugueteamos un poco así, yo con mi mano en sus prietas nalgas y ella sosteniendo
mi bulto, carcajeándonos. Pero a pesar de la risa yo me estaba poniendo al palo.
Ella lo notó, ya que mi pantalón era fino, y sin decir nada me seguía tocando,
suavemente, con todos los dedos. Mis abultados genitales le llenaban su manita
ya. Y yo seguía palpándole su culo, gozando como un loco, ahí de pie los dos. Le
pregunté si nunca había tocado una polla (no me constaba que tuviera novio) y me
dijo que no. Le dije que si quería, le dejaba verla y tocarla. Fuimos al
comedor.
Nos sentamos y me bajé los pantalones. Mi pene estaba tieso,
y ella al verlo abrió la boca de asombro. Dijo que el otro día del baño la había
visto más pequeña y que pensaba que era siempre así, que cómo podía ser que
estuviera así de gorda. Le así la mano y se la puse en mi polla. Le expliqué
cómo moverla para dar gusto. Ella lo hizo al principio dubitativa, pero luego
con bastante arte. Mientras lo hacía confesó, sin apartar la vista de mi falo,
que una vez me había visto masturbarme bajo las sábanas, una mañana en que yo
pensaba que ella se había ido de la habitación, en penumbra.
También me dijo que tenía mucha curiosidad por ver cómo lo
hacía. Le dije que ahora tenía la oportunidad de hacerlo ella misma, y que así
aprendía de primera mano conmigo. Ella seguía meneando su mano, haciendo caso de
mis indicacione y consejos. Le dije que siguiera, que yo iba a correrme.
Me dijo que qué tenía que hacer y yo le dije que nada, que
siguiera ahí dale que te pego. Me encantaba ver su manita sosteniendo mi barra
de acero al rojo vivo, hinchada y gruesa, con sus dedos rodeándola, sacudiéndola
con ganas. Al final no pude más, y eché un chorro de semen que salpicó mis
muslos y su brazo. Al ver la leche salir, mi hermana se apartó un poco pero yo
le insté a que por favor no parara.
Su mano estaba empapada de semen. Le dije que me había
encantado y que me había hecho muy feliz. Luego le dije que yo quería
corresponderle haciéndole lo mismo.
Ella dudó. Le dije que se lo iba a pasar muy bien, que no
hacíamos nada malo y que además yo la quería, que era de confianza porque era su
hermano. Y que nuestros padres no volverían hasta tarde, y era verdad. Tras
mucho insistirle ella accedió, pero dijo que no le hiciera nada que ella no
quisiese.
Le dije que vale. Le dije que confiara en mí que yo lo había
hecho con mi novia y que le iba a dar mucho gusto. Lo primero que le hice fue
quitarle la camiseta y las bragas. Aunque ella lo hacía con algo de miedo, acabó
por acceder. Le dije que no tenía nada que temer, que se tranquilizara y que
sólo pensara en disfrutar y en ponerse calentita. Cuando la desnudé, le comenté
que su cuerpo era precioso. Le toqué la barriga, los brazos, las partes menos
erógenas. Luego pasé a las tetas. Eran realmente grandes para una niña de su
edad, y para una mujer cualquiera incluso. Las sobé haciendo hincapié en sus
perfectos pezones, ni muy grandes ni chiquitos, pero con pinta de estar
deliciosos. Le dije que disfrutara, que le iba a gustar, y que si todo iba bien,
y me dijo con voz queda que sí. Pasé a mamarle las tetas como un loco, y oía sus
suspiros que indicaban que todo iba bien.
Luego bajé mi mano hasta su chocho, ya mojado. Y tras meterle
un dedo en la vagina, pasé a atacar su clítoris. Lo rocé arriba y abajo,
mientras mi palma rozaba su vello púbico bien recortado aunque no afeitado; su
coño estaba impregnado de flujos, ella suspiraba cada vez más alto, gozaba como
loca bajo mi mano. Yo mientras iba teniendo una nueva erección. No tardó en
correrse, se sacudió arqueando la espalda y cerrando los ojos, la cara hacia
arriba.
Mi polla quería más acción y le dije que me la chupase un
poquito. Ella dijo que había oído hablar de lo de chuparla pero que no sabía.
Mis indicaciones fueron cortas y breves: «métetela en la boca y cógela, y ve
chupando la punta». Ella se arrodilló ante mi verga crecida y se la colocó entre
los labios. La tía, ante mi sorpresa, lo hacía con mucha suavidad y tacto. Tras
mis indicaciones lo hacía ya de tal manera que me estaba poniendo a tope. Se
concentraba mucho en lo que hacía, y hacía correr mi glande entre sus labios de
forma rítmica y firme, y yo notaba su boca caliente en mi polla más caliente
aún.
Expulsé semen tras decirle que se colocara el pene en sus
tetas, e inundándole sus peras con mi leche. Tenía madera de zorra, sí, y yo era
feliz. Ahora tenía clara una cosa: quería follármela, quería hacerle de todo a
esa putita.
2 respuestas
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